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  • Siguiendo tras mi propósito en la vida
    La Atalaya 1958 | 15 de febrero
    • dos años más tarde. Recibimos también valioso entrenamiento en cuanto al modo de trabajar con una congregación grande. Allí también recibí mi primer entrenamiento en el arte de hablar en público, lo cual requirió bastante pulimento años más tarde en Galaad.

      Finalmente Aarne y yo fuimos separados permanentemente; a mí se me asignó a hacer la obra de siervo de zona, luego otra vez la obra de precursor especial, seguida por la obra de siervo a los hermanos. Durante este tiempo, en Kansas y Oklahoma, las turbas y los arrestos eran acontecimientos frecuentes. Estas experiencias nos unieron más firmemente y nos enseñaron a obedecer más cabalmente las instrucciones de organización.

      Después de la muerte del hermano Rútherford supimos que un edificio construído por la Sociedad mientras él vivía, situado en la parte septentrional del estado de Nueva York, había llegado a ser la escuela de Galaad, donde los hermanos serían entrenados para servicio misional. ¿Iría yo si se me invitara? ¿Estaría dispuesto a renunciar a amistades y vínculos existentes en el interés del ministerio en algún otro país?

      El valor inmensurable del entrenamiento que se recibe en Galaad se me hizo patente en el otoño de 1943 en Danville, Kentucky, cuando me encontré con un graduado de la primera clase. Él estaba trabajando de siervo a los hermanos. Nos habíamos conocido años antes en Tejas. ¡Qué notable diferencia en él!, parte de la cual, por lo menos, la atribuí a su entrenamiento en Galaad. La conversación que tuve con él me dejó convencido de que Galaad era un paso serio, uno digno de darse.

      Sí, se me invitó; y estuve en la tercera clase de Galaad junto con los demás que fueron escogidos para esa clase. ¡Cuán arduamente trabajamos! Por primera vez me atrasé en la lectura de La Atalaya y Consolación. El trabajo era agradable, sin embargo, y casi todo el mundo se esforzaba hasta lo máximo para cumplir con los requisitos. La bondad y paciencia que nos manifestaron los instructores nos impresionaron. Tanto había que estudiar que deseábamos disponer de un año en vez de cinco meses. Pero ahora julio, la graduación, asignaciones y el esparcimiento. Mi asignación fué a la obra de siervo a los hermanos, aun más gozosa después de Galaad que lo que había sido antes.

      Alrededor de febrero de 1946, al recibir una carta del hermano Knorr, estaba en McMinnville, Oregón. Por fin había sido asignado a Trinidad, Antillas Menores. Pronto la hallé en el mapa: una isla pequeña cerca de la costa de Venezuela, unos diez grados al norte del ecuador. Primero pasé unos cuantos días con mis padres para despedirme, entonces una semana en el Betel de Brooklyn para aprender algo del procedimiento de oficina, y entonces ¡de viaje a Miami y en seguida a Trinidad!

      Un aterrizaje al amanecer en el aeropuerto de Trinidad reveló un hermoso lugar verde cercado en derredor por bellas montañas y campos de caña de azúcar—¡mi nuevo hogar! Un hermano de mi clase de Galaad, asignado a una isla vecina, estaba de visita en Trinidad. Con dos otros él había venido para asistir a la asamblea en que iban a discursar los hermanos Knorr y Franz. El siervo de sucursal estaba en el aeropuerto también, y pronto nos conocimos y estuvimos de viaje al pueblo. ¡Qué diferente! Carretas tiradas por bueyes, palmeras, pequeñas chozas y gente de tez obscura—me recordó mucho de mis días en Laredo, Tejas. El hermano Knorr compró el edificio que había de ser la casa misional y oficina de sucursal. Allí viví solo desde mayo hasta octubre, cuando los demás misioneros llegaron. Casi todos los domingos los hermanos locales y yo salíamos en grupo a dar el testimonio en algún lugar, y a menudo presentábamos un discurso público, pues eran muy fáciles de arreglar al aire libre y siempre contaban con buena concurrencia en ese tiempo lo mismo que hoy. Cuando los otros llegaron hubo nueve de nosotros en el hogar. Había mucho trabajo que hacer; pronto se dieron a ver los resultados. Había una sola congregación (60 publicadores) en la sección que correspondía a Puerto de España cuando se abrió el hogar. Ahora hay cerca de 400 publicadores con siete congregaciones. Eso pronto se efectuó a través del territorio de la sucursal, y tantas como 3,500 personas asistían a las asambleas que se celebraban regularmente aquí y también en otras partes.

      La sucursal está bien organizada y da evidencias de tener la bendición de Jehová. De los nueve misioneros originales algunos todavía están aquí; una misionera de ese grupo vino a ser mi esposa.

      A todos ustedes, y me dirijo a ustedes como a hermanos menores míos, que ahora están pensando en complacer a Jehová, permítaseme decirles que es bueno acordarse de su Creador en su juventud. Sea precursor; permanezca precursor; jamás lo lamentará. Si se le invita a Galaad, vaya, y no se vuelva atrás. Persista. La persecución no debilita; fortalece a los de corazón puro que temen a Jehová. Recuerde, la sociedad del nuevo mundo es de Jehová, y él cumplirá su buen placer por medio de ella y la corregirá en todo cuanto no le guste. No hay por qué preocuparnos; nos es preciso crecer en cuanto a fe y aguante paciente, y como siervos dedicados exclusivamente a Jehová seguir siguiendo tras nuestro propósito en la vida. Si cumplimos con nuestra parte, podemos estar segurísimos de que Jehová cumplirá con la suya, siempre. Ahora trabajemos todos para tener éxito mediante la bondad inmerecida de él, continuando bajo su aprobación para la vindicación de su nombre y los privilegios interminables de que disfrutaremos en su nuevo mundo.

  • Predicando a pesar de impedimentos
    La Atalaya 1958 | 15 de febrero
    • Predicando a pesar de impedimentos

      ●Un ministro regular de la congregación de los testigos de Jehová de Bell Gardens, California, está pasando por unas experiencias penosas. Hace unos cuatro años le dió poliomielitis en una forma grave. Después del ataque tuvo que pasar casi un año entero en un pulmón de hierro, y desde que se le permitió salir de éste ha pasado día y noche en una cama mecedora, y, con la ayuda de una máquina respiratoria, logra mantenerse vivo. Lo más importante es que está muy vivo espiritualmente. Está casado a una esposa fiel, que ayuda a criar de manera teocrática al hijito que tienen. El centro de servicio de esa comunidad está en el apartamiento pequeño de este hermano y él participa animadamente en el estudio de libro que se celebra allí. También toma su turno en pronunciar discursos de instrucción y de estudiante en la escuela del ministerio de su localidad por medio de grabarlos en cinta. A menudo se le asignan partes en la reunión de servicio y nunca dice que no se siente lo suficientemente bien o que el cumplir exigiría demasiado de él; más bien, graba su asignación en cinta y la envía al Salón del Reino a tiempo. En su servicio en el campo logra buenos resultados. Gracias a la cooperación de los hermanos tiene una lista de personas a quienes envía cartas (escritas por testigos serviciales) y así se da un testimonio excelente en que se les explica a estas personas acerca del reino de Jehová. No hay persona en la congregación que muestre mejor ánimo que este hermano, y él hace bastante en cuanto a edificar a muchos publicadores por los excelentes consejos que da. A medida que su cama se mece de un lado al otro de día y de noche y su máquina respiratoria funciona con su monótono sonido, ayudándolo a respirar, este hermano, en vez de simplemente yacer allí compadeciéndose de sí mismo, mantiene progresiva y animada su mente por medio de alimentarla diariamente de la verdad que Jehová suministra.

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