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Parte 14—Se lleva la lucha a los tribunalesLa Atalaya 1956 | 15 de enero
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Historia moderna de los testigos de Jehová
Parte 14—Se lleva la lucha a los tribunales
LOS religiosos que estaban amargamente opuestos a la Sociedad Watch Tówer luego trataron de poner fin al trueno de actividad fonográfica que desde el año 1933 había hecho inútil la sofocación del mensaje emitido por radio, cosa que ellos habían efectuado por su censura. En mi tribunal de Connecticut, a base de una queja de dos católicos romanos, un testigo de Jehová fué declarado culpable de haber incitado una perturbación del orden público el 26 de abril de 1938, al tocar al alcance de los oídos de ellos el disco fonográfico de la conferencia del juez Rútherford intitulada “Enemigos,” en la que denodadamente se desenmascaraban las actividades de la Jerarquía católica romana. Se siguió la apelación de ese fallo injusto a través de los tribunales hasta la Corte Suprema de los Estados Unidos. El 20 de mayo de 1940, los nueve jueces de ese alto tribunal (incluyendo al presidente de la Corte Suprema, Charles Evans Hughes) dieron una decisión unánime a favor de los testigos de Jehová. Se sostuvo que el acto de tocar al alcance del oído de católicos un disco en que se atacaba vigorosamente toda religión, y especialmente al catolicismo romano, es conducta aprobada y cabalmente garantizada por la Constitución de los Estados Unidos y no constituye una perturbación del orden público ni una incitación a cometer tal perturbación. Dijo la corte:
“En la esfera de la fe religiosa, y en la de la ideología política, surgen diferencias agudas. En ambos campos un hombre puede considerar como el error más craso los dogmas de su vecino. Con la mira de persuadir a otros a que acepten su punto de vista, el protagonista, como sabemos, a veces recurre a la exageración, al vilipendio de hombres que han sido, o que son, prominentes en la iglesia o en el estado, y aun a las declaraciones falsas. Pero la gente de esta nación ha ordenado a la luz de la historia, que, a pesar de las probabilidades de excesos y abusos, estas libertades son, a la larga, esenciales a la opinión esclarecida y la conducta correcta de parte de los ciudadanos de una democracia.”a
Y en 1948, en otro triunfo de los testigos de Jehová en la Corte Suprema, esa corte dijo:
“Hoy en día los altoparlantes son instrumentos indispensables en la oratoria pública eficaz. El uso del automóvil ambulante con equipo sonoro ha llegado a ser un medio aceptado de hacer campaña política. Es el medio de alcanzar el oído del pueblo. . . . La incomodidad causada por ideas puede ser disfrazada como incomodidad causada por sonido. El poder de censura inherente en una ordenanza de esta clase revela lo defectuoso de ella.”b
De modo que en la década de 1940 los arqueros de la cristiandad volvieron a fracasar en su esfuerzo por poner fin a la actividad de dar el testimonio con el uso de equipo sonoro que el pueblo de Jehová efectuaba en escala global. En lo que toca a su manera de adorar, los testigos salieron victoriosos del campo de batalla religioso, ¡gracias a la bondad inmerecida de Jehová!
En la historia americana moderna los testigos han dejado sus huellas indelebles como luchadores por las libertades civiles no sólo en el interés de ellos mismos sino de la gente honrada y justa. Considere lo que dicen los historiadores:
“Muy rara vez en el pasado, si acaso alguna, ha podido una persona o grupo formular el rumbo, a través de un período de tiempo, de cualquier fase de nuestro código vasto de leyes constitucionales. Pero sí puede suceder, y ha sucedido, aquí. Se trata del grupo llamado los testigos de Jehová. Por medio del litigio casi constante esta organización ha hecho posible una lista creciente de decisiones judiciales que forman jurisprudencia concerniente a la aplicación de la Enmienda Décimocuarta tocante a la libertad de palabra y de religión. . . . En tiempos más recientes la legislación del estado ha sido sometida a la misma prueba bajo la Enmienda Décimocuarta. De manera que ha estado en proceso de desarrollo un cuerpo de reglas que cristalizan precedentes respecto a los límites que debe tener la acción de entremetimiento de los Estados. Los testigos de Jehová son los que han contribuído más a este evento tanto en cantidad como en importancia.”c
“ . . . Dígase lo que se diga acerca de los testigos, ellos tienen el valor de mártires. Y tienen los recursos para emplear abogados y litigar sus causas a través de los tribunales. Como resultado, en tiempos recientes ellos han hecho más contribuciones al desarrollo de la ley constitucional de la libertad religiosa que cualquier otro culto o grupo. Créanme, lo están haciendo rápidamente. A veces ganan y a veces pierden.”d
“Es claro que las garantías constitucionales actuales respecto a la libertad personal, como éstas han sido interpretadas autoritativamente por la Corte Suprema de los Estados Unidos, son mucho más amplias que lo que eran antes de la primavera de 1938; y la mayor parte de este ensanchamiento se halla en los treinta y un juicios de los testigos de Jehová (dieciséis de ellos opiniones de decisiva importancia) de los cuales Lovell v. City of Griffin fué el primero. Si ‘la sangre de los mártires es la simiente de la Iglesia,’ ¿cuánto debe la Ley Constitucional a la persistencia militante—o tal vez debo decir la devoción—de este extraño grupo?”e
¿Qué fondo tiene este relato de la batalla en los tribunales de las naciones?—Fili. 1:7, NM.
Como ya hemos indicado, la cruzada que la cristiandad efectuó de arrestar a los del pueblo de Jehová comenzó en 1928 en South Amboy, Nueva Jersey. Al principio no se llevó ningún registro de los datos estadísticos de las detenciones, pero en los Estados Unidos solos hubo 268 arrestos en 1933; 340 en 1934; 478 en 1935 y 1,149 en 1936.f En Nueva Jersey y en otros estados vecinos repetidas veces los publicadores fueron llevados ante los tribunales, falsamente acusados de vender sin licencia, perturbar el orden público, vender de casa en casa sin permiso y violar leyes de descanso dominical; se les clasificó como agentes o comerciantes ambulantes más bien que como ministros del evangelio.g El pueblo de Jehová reconoció como deber y alto privilegio el resistir tales abusos ilegales. La Sociedad estableció en Brooklyn un departamento jurídico para suministrar consejo y ayudar en la lucha sin cuartel que se estaba desarrollando. Se puso en circulación un “procedimiento de juicio” y todos los publicadores lo estudiaron con cuidado, a fin de que pudieran hacer su propia defensa ante los tribunales.h Se estableció la política de apelar todas las decisiones adversas. Si no se hubiera apelado de los miles de fallos de culpabilidad dados por los magistrados, tribunales policíacos y otros tribunales inferiores, las decisiones adversas se habrían amontonado para formar un obstáculo inmenso en el campo de la adoración.i Pero por medio de la apelación se ha logrado un resultado contrario, porque los tribunales superiores han venido en socorro de los testigos confirmando sus derechos de libertad de adoración y de palabra como ministros de las buenas nuevas que están “anunciando el reino de Jehová.”
De manera que una vez más los testigos de Jehová habían tomado la iniciativa en desafío a esta cruzada clerical de hacer agravio bajo forma de ley. En Apocalipsis 9:7-9 los testigos son comparados con “langostas” que llevan a cabo una batalla. Esto comenzó a manifestarse de manera notable en 1933. En ese año unos 12,600 publicadores ofrecieron sus servicios voluntariamente, declarándose listos para salir al servicio de casa en casa inmediatamente en misiones especiales en los sectores donde hubiera oposición cívica. Se organizaron en 78 divisiones a través de los Estados Unidos.j Una división podía tener de 10 a 200 automóviles, cada automóvil llevando cinco publicadores. Se empleaba una táctica especial para dar el testimonio y ésta dependía de la clase de oposición clérico policíaca que se esperaba y encontraba. Cuando se arrestaba a algunos testigos en el desempeño de su servicio en el campo, inmediatamente se enviaba un informe a Brooklyn, y al recibir éste se despedía una llamada acelerada a la división más cercana para que entrara en acción un domingo no distante para dar un testimonio cabal, cubriendo en una o dos horas todas las casas de la comunidad entera. Siempre que se hacía una llamada de emergencia pidiendo que una división se presentara para servicio, todos los automóviles con sus publicadores se reunían en un punto especialmente señalado a la distancia de unas millas de la ciudad que había de ser “sitiada.” En ese punto se daban las instrucciones y los grupos de automóviles recibían su asignación. Cuando las “langostas” entraban en acción en estas comunidades donde los agentes cívicos, al mandato del clero, trataban de impedir y suprimir por completo la obra de la predicación del Reino, los interruptores se hallaban hundidos por una hueste de testigos. No podían hacer nada más que detener a unos 20 ó 30, no cabiendo más en la cárcel local. De esta manera, no importaba cuán calurosa fuera la oposición en el territorio, casi todas las casas recibían el mensaje por la fuerza de los números.
Puesto que el campo de batalla de Nueva Jersey era el más violento, con frecuencia fué necesario que actuaran por turno las grandes divisiones de Nueva York y Nueva Jersey de 200 automóviles cada una (de mil “langostas” cada una), según el número de detenciones semanales. Con el fin de dar mayor esclarecimiento a los residentes de la comunidad “sitiada,” regularmente se empleaban los servicios efectivos de WBBR, la radioemisora de la Wátchtower, en unión con estas hazañas de la campaña divisional del este.—Dan. 11:32, 33.
En el Betel de Brooklyn un número de actores experimentados, peritos en el arte de imitar, formó lo que se llamó “El Teatro del Rey.” Se hicieron hábiles en reproducir con fidelidad las escenas de los tribunales modernos y dramas bíblicos.k Cuando durante la semana un juez en que el clero había influído conducía un juicio contra unos cuantos testigos de Jehová que habían sido acusados falsamente, se hacía un registro estenográfico de todo lo que sucedía. En verdad casi siempre había algunas declaraciones sobresalientes por su prejuicio, declaraciones desenfrenadas y mal dirigidas, hechas por personas que hablaban como representantes cívicos y eclesiásticos, que daban evidencia clara de que ellas tenían como su objetivo y esfuerzo el formar pretextos para condenar a los testigos acusados. Haciendo un ensayo rápido a base del texto preparado con el uso del registro estenográfico, y después de hacer anuncios extensos para conseguir un auditorio radiofónico numeroso, el domingo siguiente los actores del Teatro del Rey demostraban abiertamente ante un grupo innumerable de oyentes ansiosos la parodia de la justicia que se realizaba en los tribunales locales. Esta inundación de luz por la cual se pusieron a la vista del público las acciones de descarriados policías, fiscales y jueces subordinados pronto hizo que muchos de estos siervos públicos trataran con más astucia a los testigos de Jehová.
Sin embargo, esta lucha en Nueva Jersey continuó por años hasta que finalmente, el 22 de noviembre de 1939, la Corte Suprema de los Estados Unidos dió la victoria a los testigos de Jehová en el juicio de Schneider v. New Jersey.l Esta decisión se basó en la victoria inicial que el pueblo de Jehová obtuvo en el juicio de Lovell v. Griffin. (El juicio Lovell, 303 U.S. 444, había sido decidido unánimemente por la Corte Suprema de los Estados Unidos, la opinión de la corte habiéndose escrito y anunciado por su presidente, Charles Evans Hughes, el 28 de marzo de 1938, a base de una apelación del Estado de Georgia.) Después de esa lucha de once años Nueva Jersey y otros estados vecinos desistieron casi por completo de sus prosecuciones judiciales opresoras en que habían insistido en falsamente aplicar ordenanzas municipales y estatutos de estado que no venían al caso.
EL SALUDO A LA BANDERA
Para 1934, irritados por otra cosa que les molestaba, los opositores de los testigos de Jehová comenzaron a tratar de forjar falsas acusaciones contra ellos basadas en la lealtad que éstos le rendían exclusivamente al Soberano Supremo, Jehová. Se desplegó el punto en disputa sobre el saludo a la bandera. Dos años antes, los nazistas en Alemania habían hecho del saludo obligatorio a la bandera una cosa de gran importancia a fin de regimentar los pueblos de la Europa continental bajo la svástica de Hitler. Ahora una ola semejante de demostración falsa de patriotismo recorría los Estados Unidos y el Canadá. En el otoño de 1935 la prensa dió mucha publicidad al caso de Carleton B. Nichols, Jr., un escolar americano de tierna edad, hijo de un testigo de Jehová, que se negó a saludar la bandera americana.a La Prensa Asociada pidió al presidente de la Sociedad Watch Tówer que declarara la opinión oficial de los testigos de Jehová sobre este nuevo punto en disputa.b El 6 de octubre de 1935, por medio de una radioemisión, el juez Rútherford dio su respuesta en su famosa conferencia “Saludando una bandera,” la que fué publicada inmediatamente en un folleto de 32 páginas intitulado “Lealtad,” del cual se hizo una distribución de millones de ejemplares. En esta respuesta bíblica a la prensa americana se puso de manifiesto que los testigos de Jehová respetan la bandera pero que sus obligaciones bíblicas y su relación a Jehová les prohiben estrictamente saludar imagen o representación alguna, lo que, para ellos, constituiría un acto de adoración contrario a los principios del Segundo de los Diez Mandamientos. (Éxo. 20:4-6) Se demostró, además, que los padres cristianos tienen la responsabilidad primaria de enseñar a sus hijos en cuanto a la religión verdadera y conducta correcta tal como ellos ven estas normas definidas en la Biblia.
Miles de hijos inocentes de los testigos de Jehová fueron atrapados en el mismo centro de esta controversia nacional. ¡Qué testimonio maravilloso dieron con denuedo estos corazones tiernos al declarar que su devoción primaria se daba al Dios viviente, Jehová, por sobre alguna que se diera al estado! Su lealtad noble frente a la burla y el ostracismo de la mayoría de sus compañeros de colegio sometió a prueba la calidad del entrenamiento bíblico que estos jóvenes habían recibido en casa de sus padres. Por ser inmovibles en su lealtad a Jehová ellos hicieron historia, y también causaron consternación a los concilios más altos de la nación. El 6 de noviembre de 1935, Lillian y William Gobitis, hijos de Walter Gobitis, un testigo de Jehová, se negaron a saludar la bandera y fueron expulsados de la escuela pública de Minersville, Pensilvania.c La causa de ellos, hecha prominente en los tribunales federales, atrajo la atención de la nación entera, llegando a ser la causa clave para todo el país. La lucha siguió hasta la Corte Suprema en Wáshington. El abogado de setenta años J. F. Rútherford, presidente de la Sociedad Watch Tówer, estuvo personalmente ante la Corte Suprema de los Estados Unidos y presentó los argumentos a favor de los testigos de Jehová.d Mientras el poder judicial federal y de estado demoraba un lustro en llegar a su decisión final, los testigos de Jehová, a fin de dar educación a sus hijos, tuvieron que organizar escuelas particulares, conocidas como “Escuelas del Reino,” y proveer fondos para ellas. Estas escuelas particulares de internos funcionaron en Pensilvania, Massachusetts, Nueva Jersey, Maryland y Georgia.e Finalmente, el 3 de junio de 1940, la Corte Suprema de los Estados Unidos decidió 8 contra 1 en contra de los testigos de Jehová, dando la opinión de que quedaba con las juntas de educación, y no con los tribunales, el decidir cuáles reglas serían obligatorias para los niños en las escuelas.f Ésta era una pérdida mayor en la lucha por la libertad de adoración. Este golpe de derrota dió comienzo a una nueva ola de persecución amarga hasta el 14 de junio de 1943, cuando la Corte Suprema revocó su decisión. En cuanto a la reacción de la década de 1940, ésta se describirá en la parte que sigue.
(Continuará)
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Siguiendo tras mi propósito en la vidaLa Atalaya 1956 | 15 de enero
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Siguiendo tras mi propósito en la vida
Según lo relató Robert W. Kirk
ALLÁ en el otoño de 1938, mientras trabajaba en una fábrica, le dije a un amigo: “¿No va nunca usted a la iglesia?” Él, puesto que estaba en la verdad, me dió un breve testimonio, invitándome a su casa. Allí por primera vez aprendí la verdad. Mi madre también aceptó la verdad, y unos tres años más tarde abandonamos nuestro departamento hermoso y vendimos los muebles para que yo pudiera ser precursor. Después que compramos un autocasa yo ingresé en las filas de los precursores. ¡Cuán feliz estaba de ser precursor! A mis amigos yo solía anunciar orgullosamente: “¡Soy precursor ahora!” Pronto resolví que haría todo el esfuerzo necesario para permanecer de precursor, porque, aunque había renunciado a un buen empleo, ¡valía el sacrificio! Ahora yo realmente había comenzado a seguir tras mi propósito en la vida. ¡Maravilloso era mi gozo al poder servir a Jehová de tiempo cabal!
En 1944, en una convención en Pitsburgo, oí el aviso de que cualquiera que cumpliera ciertos requisitos y que quisiera ir a la Escuela de Galaad debería hablar con el hermano Knorr. Entonces llené la solicitud preliminar. ¡Qué gozo sentí cuando se me invitó a asistir a la próxima clase! La invitación decía que quizás no volvería a casa; de modo que vendí mi automóvil y otras cosas que yo consideré inadecuadas para llevar a un país extranjero. Admito que esto no fué fácil, el deshacerme de muchas cosas que yo había considerado de gran valor; y también el darme cuenta de que pronto tendría que dejar atrás a mi familia y mis amigos. Pero Mateo 19:29 vino a mi mente. Me ayudó a hacer la decisión correcta: “Y todo aquel que dejare casas, o hermanos, o hermanas, o padre, o madre, o mujer, o hijos, o tierras, por causa de mi nombre, recibirá cien veces tanto, y heredará la vida eterna.”
Mucho puede decirse acerca de la vida en Galaad: El maravilloso compañerismo, no sólo entre coestudiantes, sino también con los instructores y otros hermanos de la hacienda del Reino; sobre todo, ¡el privilegio de adquirir el “alimento sólido” de la Palabra de Dios y ser instruído en él diariamente durante varios meses! Me cambiaron bastante, quitándome algo de la rudeza y puliéndome para el servicio misionero.
Después de la graduación en julio de 1945, fuí enviado a la parte austral de Illinois como “siervo para los hermanos.” Este ramo de la obra también fué muy gozoso y estimulador. Sin embargo, no fué todo un camino fácil. Era difícil dar el testimonio allí, como resultado de la persecución y la actividad de turbas que había comenzado algunos años antes. Una vez cuando yo estaba trabajando solo en la obra con las revistas en las calles de un pueblito un hombre de edad madura me dijo: “Volveré en diez minutos y si usted todavía está aquí, deseará que no estuviera.” Me mantuve en mi puesto. Él volvió como había prometido, acompañado por un hombre que parecía haber nacido para ser boxeador. Me agarraron y me llevaron a la estación de la policía. En poco tiempo se formó un tumulto y parecía que todo el mundo clamaba por sangre. La policía vió que había dificultad adelante; de manera que me condujeron dentro de la estación y por la puerta trasera hacia afuera. Al apartarme en mi automóvil los alborotadores me siguieron y me escoltaron hasta fuera del pueblo. Fuí al próximo pueblo y trabajé de casa en casa una hora, colocando doce libros encuadernados. Nunca antes había logrado tanto en tan poco tiempo. En otra ocasión, cerca de Lawrenceville, Illinois, un clérigo y el jefe de la policía formaron una turba de niños para apedrear a un grupo de nosotros que trabajaba de casa en casa. Después de esta clase de experiencias uno se siente mucho más fuerte y más seguro de que ésta es la verdad.
Entonces en 1946 recibí una carta procedente de Brooklyn en la que se me preguntaba si yo aceptaría una asignación en Birmania. ¿Birmania? Exactamente, ¿dónde está Birmania? ¿Cómo es la gente? ¿Hay publicadores allí? Sabía que aceptaría la asignación no importaba cuáles fueran las respuestas a estas preguntas. Fuí enviado al Betel de Brooklyn para dos meses de entrenamiento adicional; entonces pasé diez días en casa. Subí al tren en Cléveland en diciembre (1946) y, después de unos pocos días, continué mi viaje hacia el poniente desde San Francisco. Mientras veía la costa de América hacerse más y más distante, sentía emociones mixtas. Naturalmente había un sentimiento de tristeza, pero al mismo tiempo estaba feliz porque por fin estaba en camino hacia el Lejano Oriente donde hacían tanta falta los misioneros, pues todavía no había ningún graduado de Galaad allí.
No había muchos oídos que oyeran en el barco, ya que éste resultó estar cargado de pastores falsos—unos 800 de ellos—pertenecientes a muchas diferentes organizaciones religiosas, todos los cuales se dirigían a diferentes partes del Oriente. De modo que tuve bastante tiempo para meditar. Recordando algunas cosas que había oído acerca de Birmania, procuré entonces, en el vasto Pacífico, acostumbrarme a la idea de vivir en una choza, sentarme en una estera y tener que usar el idioma de ademanes hasta que pudiera aprender el birmano. Pero me esperaba una sorpresa. Pronto había
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