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¿Pondrá fin al mundo una catástrofe nuclear?¡Despertad! 1983 | 8 de febrero
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¿Pondrá fin al mundo una catástrofe nuclear?
¿Será arruinada la Tierra en una guerra nuclear?
SE DICE que hasta el año 1982 las naciones que tienen “poder nuclear” habían acumulado por lo menos 50.000 ojivas nucleares. El poder combinado de estas armas se puede comparar con la explosión de 1.600.000 bombas del tipo que los Estados Unidos dejaron caer sobre Hiroshima, Japón, en agosto de 1945.
Si como parte de un ataque concertado se dejaran caer sobre concentraciones demográficas claves de los Estados Unidos tan solo 300 superbombas de ese horroroso arsenal, éstas pudieran aniquilar a 60 por 100 de la población y convertir zonas extensas en yermos desolados. Los estadounidenses sospechan que 300 megabombas equivalen a menos de 3 por 100 del arsenal soviético. Por otro lado los estadounidenses están preparados para destruir a los rusos de manera similar.
Mientras compiten entre sí en la acumulación de armamentos, los líderes políticos siguen advirtiendo seriamente que algún día las potencias mundiales tendrán que “reunirse en la mesa de negociaciones con el entendimiento de que la era de armamentos ha terminado, y la raza humana tiene que conformar sus acciones a esta verdad, o morir”, para citar lo que dijo el presidente Dwight Eisenhower en 1956. Un cuarto de siglo después el presidente Jimmy Carter, en su discurso de despedida, hizo eco en cuanto al temor de que, si hubiera algunos sobrevivientes a una catástrofe nuclear, éstos “vivirían desesperados entre las ruinas envenenadas de una civilización que se había suicidado”. Los líderes soviéticos concuerdan en que la guerra nuclear significa “desastre global”.
Albert Einstein era un científico “puro” que procuró adquirir conocimiento porque quería saber la verdad. Esa búsqueda lo llevó a calcular una fórmula para liberar la energía latente dentro del átomo: E=mc2 (la energía es igual al producto de la masa por el cuadrado de la velocidad de la luz). Al dividir un átomo (fisión) o unir varios átomos (fusión) hay una liberación de energía de proporciones horrendas. ¿Cuánta energía se libera? Bueno, la cantidad de masa fisible que se empleó en la destrucción de Hiroshima fue de cerca de un gramo.
En 1950, dos años antes de la prueba de la primera bomba de hidrógeno, o termonuclear, Einstein advirtió que el “envenenamiento radiactivo de la atmósfera y la subsiguiente aniquilación de cualquier vida en la Tierra ha llegado a estar dentro del alcance de las posibilidades técnicas”.
Los líderes mundiales concuerdan en que este peligro no ha tenido precedente en los 6.000 años de la “civilización”. El hombre finalmente ha llegado a poseer un poder que puede causar su propia extinción. En un intercambio incondicional de bombas nucleares, toda vida pudiera quedar arruinada.
El planeta Tierra pudiera dejar de existir: En una millonésima parte de un segundo se volatiliza a ciudades enteras. Cráteres más profundos que un rascacielos indican los lugares donde explotó en tierra una bomba de un megatón. El día se convierte en noche a medida que los hongos atómicos se abultan unos sobre otros, cubren un continente y vierten una “lluvia negra” de radiación letal. Tormentas de fuego envuelven las ruinas. Siluetas carbonizadas de perros, caballos y seres humanos cubren los escombros. Si acaso hay sobrevivientes, la radiación los mata. Si aún así hay sobrevivientes, éstos se tambalean de conmoción en un mundo desprovisto de toda cosa familiar —alimento, ropa, luz, energía eléctrica, servicios sanitarios, medios de comunicación, medicinas, familias, amigos, policías, gobiernos— de la civilización.
¿No hay manera de evitar que ocurra eso?
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Cómo fue en Hiroshima¡Despertad! 1983 | 8 de febrero
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Cómo fue en Hiroshima
¿Será arruinada la Tierra en una guerra nuclear?
EL 6 de agosto de 1945, a las 8.16 de aquella mañana, ya la gente de Hiroshima se había levantado y apenas había comenzado sus labores diarias. Era una mañana cálida y tranquila.
Una fracción de segundo más tarde, decenas de miles de personas murieron carbonizadas, despedazadas y aplastadas. El centro de una ciudad de 340.000 habitantes quedó completamente aplanado.
Las víctimas que aún no habían muerto ambulaban en un estado de irrealidad. “Me hallé tirada en el suelo cubierta de pedazos de madera”, recuerda la Sra. Hanuko Ogasawara, quien entonces era una jovencita. “Cuando me puse de pie en un esfuerzo desesperado por echar una mirada por los alrededores, todo estaba oscuro. Terriblemente asustada, pensé que estaba sola en un mundo de muerte, y busqué a tientas alguna luz. [...] De repente me pregunté qué les había pasado a mi madre y a mi hermana [...] Cuando la oscuridad comenzó a disiparse, descubrí que no había nada a mi alrededor. La casa donde vivía, la casa del vecino de al lado y la siguiente casa habían desaparecido todas. [...] Había silencio, mucho silencio... fue un momento horripilante. Encontré a mi madre dentro de un tanque de agua. Se había desmayado. Gritándole: ‘¡Mamá! ¡Mamá!’, la sacudí para hacerla volver en sí. Después de volver en sí, mi madre comenzó a gritar como loca llamando a mi hermana: ‘¡Eiko! ¡Eiko!’”.
A su llanto se unió el de otras personas. Entre esos sucesos, tomados de un libro de recuerdos llamado Unforgettable Fire, está este informe de Kikuna Segawa:
Una mujer que parecía estar embarazada estaba muerta. A su lado había una niña de unos tres años de edad que había traído un poco de agua en una lata vacía que había hallado. Estaba tratando de dar de beber de ésta a su madre.
En media hora, a medida que iba disipándose parte de la oscuridad de la cortina de humo en el aire, estalló la tormenta de fuego. El profesor Takenaka trató de rescatar a su esposa de debajo de una viga de techo. Las llamas lo obligaban a alejarse mientras ella le suplicaba: “¡Huye, cariño!”. Aquella escena se repitió interminablemente cuando esposos y esposas y niños y amigos y extraños tuvieron que abandonar a los moribundos en los incendios.
Una hora después del estallido, una “lluvia negra” comenzó a caer sobre las partes de la ciudad adonde la llevaba el viento. La lluvia radiactiva siguió esparciéndose hasta entrada la tarde. Un violento y extraño remolino de viento que duró varias horas revolvió todos los vapores y las llamas del fuego. Procesiones desordenadas de personas quemadas y heridas comenzaron a salir de entre la tormenta de fuego. Robert Jay Lifton cita en su libro Death in Life a un tendero que dijo: “Sostenían sus brazos torcidos [...] y su piel —no solo la de las manos, sino también la del rostro y el resto del cuerpo— que colgaba. [...] Muchas de ellas murieron a lo largo del camino. Todavía puedo recordarlas... como fantasmas ambulantes. No parecían gente de este mundo”.
Algunas de ellas estaban vomitando... un síntoma inicial de la enfermedad causada por la radiactividad. El colapso físico acompañó al colapso emocional y espiritual. La gente sufría y moría, atontada y decaída, sin emitir siquiera un sonido. “Los que podían, caminaban silenciosamente hacia los suburbios de las colinas distantes, quebrantados de espíritu, desprovistos de iniciativa”, escribió el Dr. Nichikhito Hachiya en su Hiroshima Diary.
En tres meses la cantidad de personas que murieron debido a la bomba de Hiroshima llegó a un cálculo aproximado de 130.000. Pero la cifra final de víctimas va para largo. Semanas después del bombardeo, los innumerables sobrevivientes comenzaron a tener hemorragias en la piel.
A estas primeras señales, acompañadas de vómito, fiebre y sed, podía seguirle un período de remisión falsamente prometedor. Pero tarde o temprano la radiación atacaba las células reproductivas, especialmente el tuétano. Las etapas finales —la pérdida del pelo, diarrea y pérdida de sangre en los intestinos, la boca y otras partes del cuerpo— causaban la muerte.
Una amplia variedad de enfermedades se desarrollaron debido a la exposición a la radiación. Los procesos reproductivos fueron alterados. Defectos congénitos, cataratas, leucemia y otros tipos de cáncer caracterizaron la vida de las personas expuestas a los efectos de la bomba de Hiroshima.
Sin embargo, esta fue solamente una bomba de ínfima potencia. Sus doce kilotones y medio de potencia destructora (igual a doce mil toneladas y media de T.N.T.) se consideran una simple arma táctica hoy día. En comparación, una bomba de hidrógeno puede generar una potencia que es tanto como 1.600 veces mayor que la de la bomba susodicha. ¡Lo que ocurrió en Hiroshima no es comparable siquiera a una millonésima parte de la catástrofe que pudiera ocurrir, según los niveles actuales de preparación nuclear del mundo! “La experiencia de la gente de Hiroshima —escribió Jonathan Schell— [...] es un cuadro de la situación persistente del mundo entero en cuanto a lo que le puede devenir, como un telón de fondo, horroroso hasta casi lo inconcebible, que esperara tras la escena de nuestra vida normal, con la posibilidad de irrumpir en esa vida normal en el momento menos pensado.” (The New Yorker, 1 de febrero de 1982.)
¿Es ésta la manera como terminará el mundo?
[Comentario en la página 5]
En tres meses la cantidad de personas que murieron debido a la bomba de Hiroshima llegó a un cálculo aproximado de 130.000. Pero la cifra final de víctimas va para largo
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¿No hay manera de evitar la guerra nuclear?¡Despertad! 1983 | 8 de febrero
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¿No hay manera de evitar la guerra nuclear?
¿Será arruinada la Tierra en una guerra nuclear?
LO QUE aquí se pone por escrito no es el habla de alguna secta fundamentalista sobre el día del juicio final. Más bien, se dan las conclusiones razonables de hombres que han pasado varios años compilando estudios autorizados e informes gubernamentales sobre los efectos catastróficos que tendría una guerra nuclear en toda forma de vida en la Tierra.
El recordar a Hiroshima como fondo contra el cual amplificar en términos cuánticos la conmoción global que causarían 1.000 bombas de un megatón que cayeran sobre las naciones... eso es lo que se quiere decir cuando se habla de una catástrofe o cataclismo nuclear.
Eso es tan aterrador, y tan pasmoso, que la mayoría de las personas trata de no pensar en ello, de imaginarse que el peligro no existe, para seguir viviendo en un estado de ensueño caracterizado por el ‘comer y beber, porque mañana hemos de morir’. La gente se hace insensible a los desastres corrientes. No parece que haya un volver atrás. Es como si alguna fuerza sobrehumana empujara al hombre a la autodestrucción.
Los científicos no pueden aferrarse siquiera a la más leve duda de que el hombre haya llegado a poseer el poder de destruirse a sí mismo. Pero junto con la humanidad desaparecería la vida animal y de ave. Pudiera ser que sobrevivieran algunas clases de insectos, que entonces pulularían y enjambrarían como plagas desenfrenadas, y acelerarían así su propia destrucción. La vegetación, entre ella los árboles frutales, los cereales y las hortalizas, sería devastada. Primero desaparecerían los árboles, luego la hierba. La erosión del suelo impregnaría de minerales las vías fluviales, donde el crecimiento excesivo de algas y organismos microscópicos agotaría el contenido de oxígeno y privaría de éste a la vida marina sobreviviente. Junto con lo que sucedería a todas las cosas hechas por el hombre —refugios, fábricas, servicios públicos, gobiernos— sería asombroso el cambio que habría en el ambiente natural.
Una catástrofe de gran alcance sería mucho más devastadora de lo que fuera la suma de desastres locales. Por ejemplo, ¿qué hay si las setenta y seis centrales nucleares de los Estados Unidos estuvieran entre los 10.000 blancos que los rusos hubieran de bombardear? Según la revista Scientific American, la volatilización de una sola central de energía atómica cuya capacidad fuera de un gigavatio (gigas significa “gigante”) añadiría una especie de radiación duradera que impediría el que por varias décadas se pudiera vivir en una extensa área. Las partículas resultantes se harían parte de la nube radiactiva que ascendería a la estratosfera y circularía en derredor de la Tierra hasta que, con el paso de los meses y los años, cayera al terreno y contaminara toda la superficie del globo terráqueo. Mucho antes de esto, la radiación en el ambiente inmediato habría envenenado la tierra, el aire y el mar, y habría penetrado en los tejidos, los huesos, las raíces, los troncos, los tallos y las hojas de las cosas vivas.
De los estallidos en tierra se levantarían nubes de cenizas que ascenderían hasta la estratosfera y oscurecerían el planeta, además de posiblemente enfriar la superficie terrestre. Al mismo tiempo, un desastre relacionado pudiera tener que ver con la capa de ozono que envuelve a la Tierra y quita de la luz solar niveles letales de radiación ultravioleta. En 1975 la Academia Nacional de Ciencias calculó que el que en el hemisferio norte se causara la detonación de varias bombas nucleares con potencia combinada de 10.000 megatones reduciría en 70% la capa de ozono sobre ese hemisferio, y hasta en 40% sobre el hemisferio sur. “Si no fuera porque el ozono absorbe la mayor parte de la radiación ultravioleta solar —fue la conclusión a que llegaron conjuntamente el Departamento de Defensa de los Estados Unidos y la Administración para la Investigación y el Desarrollo de la Energía— la vida, como se conoce actualmente, no podría existir, excepto posiblemente en el océano.”
Los científicos se están dando cuenta de que entre los organismos vivos y sus alrededores no vivientes hay una estrecha interdependencia. Aunque el suelo, el agua y el aire han suministrado el ambiente para la vida, parece que la vida ha sido el ambiente para el suelo, el agua y el aire. El Dr. Michael McElroy, físico del Centro para la Física Terrestre y Planetaria, de Harvard, cree que los procesos vitales del nacimiento, el metabolismo y la descomposición son principalmente responsables de mantener el equilibrio de varios elementos atmosféricos importantes, como el oxígeno, el carbono y el nitrógeno, incluso de la cantidad de ozono en la estratosfera.
De modo que el mismísimo “metabolismo” de la Tierra depende de la calidad de la vida que haya en ella.
La biosfera es un sistema global en el que toda una constelación de especies forma un conjunto equilibrado que se autoreproduce. La biosfera del planeta Tierra está cuidadosamente controlada. Está en equilibrio y se perpetúa a sí misma. La única influencia perturbadora en medio de ella es el hombre. Actualmente éste está diezmando de sobre la Tierra las formas de vida a un promedio de tres especies diariamente. Contamina o trastorna cualquier parte de la Tierra para conseguir alguna ganancia egoísta. Pero ahora no solo amenaza a parte de la Tierra, sino a todo el planeta.
El hombre puede causar la ruina total de la Tierra.
[Recuadro en la página 6]
MUCHÍSIMAS MANERAS DE MORIR
● Incineración causada por la bola de fuego o la pulsación térmica
● Perecer como consecuencia de la radiación inicial
● Morir aplastado por los escombros o arrojado por la onda de choque
● Radiación letal debido a la lluvia radiactiva local
● Perecer en una epidemia
● Envenenamiento por rayos ultravioletas solares, después de reducida la capa de ozono
● Envenenamiento por los efectos retardados de la radiación
[Ilustración en la página 7]
Víctimas indefensas del egoísmo del hombre
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¿Qué se puede hacer para salvar la Tierra?¡Despertad! 1983 | 8 de febrero
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¿Qué se puede hacer para salvar la Tierra?
¿Será arruinada la Tierra en una guerra nuclear?
LA GRAVEDAD del peligro debería impeler a los hombres a desmontar sus armas nucleares. ¿Qué los conduce, entonces, a seguir un derrotero contrario? ¿Espera usted con confianza que los líderes mundiales se reúnan como consejo y prohíban las armas nucleares algún día?
¿Qué perspectivas hay de que ellos lo harán alguna vez? ¿Cuándo, en la historia, han prohibido los hombres las más horribles armas de guerra? ¿Lo hicieron permanentemente? Esta generación aprendió a dividir y fusionar el átomo. ¿Puede el hombre proscribir dicho conocimiento para sí mismo con mayor rapidez que el tiempo que él tarda en desarmar la materia? ¿Puede privar a la siguiente generación de tal conocimiento?
Al igual que su padre, los hijos de Adán han procurado decidir por sí mismos lo que ha de ser bueno y lo que ha de ser malo. El conocimiento de cómo dividir el átomo se difunde. Cruza fronteras, que envuelven soberanías, y divide a la sociedad en facciones hostiles. ¿Qué se puede esperar?
En una guerra nuclear total simplemente no habría lugar donde esconderse. Los refugios serían inútiles. La evacuación equivaldría a huir de un hongo atómico a otro. Las dos superpotencias nucleares suponen que los mísiles nucleares, montados en submarinos y listos para ser lanzados desde éstos, pueden alcanzar los respectivos blancos costaneros del lado contrario en diez minutos. Los mísiles balísticos intercontinentales que se lanzaran desde cada país podrían llegar a su destino quince o veinte minutos más tarde. Los bombarderos transcontinentales podrían seguir el ataque dentro de unas horas. Sin embargo, la advertencia más temprana que se podría dar a cualquiera de las dos poblaciones sería quince minutos después que se hubieran lanzado los mísiles. Es decir, cinco minutos después que las bombas hubieran comenzado a caer.
¿Por qué aceptan los hombres la idea de que el practicar la violencia es parte innata de la naturaleza humana? No se nos hizo para que fuéramos así. ‘Dios hizo a la humanidad recta, pero ellos mismos han buscado muchos planes.’ (Eclesiastés 7:29.)
¿Cree usted que una fuerza superior a la de los seres humanos está conduciendo a los hombres al desastre? La Biblia identifica la fuente de tal influencia.
Esa fuerza emana de una invisible persona de espíritu. Es la misma criatura invisible que maquinó la rebelión en Edén. En las Santas Escrituras se le identifica como “el gran dragón”, o devorador; “la serpiente original”, o engañador; el difamador y adversario de Dios llamado “Diablo y Satanás”. Y la Biblia dice que “está extraviando a toda la tierra habitada”. (Revelación 12:9.)
Créalo, Satanás no es una simple figura retórica ni una alegoría. Es una persona. Es el gran maestro de los mentirosos. Es el primer homicida (Juan 8:44). Junto con él hay otros espíritus rebeldes, demonios. Ellos constituyen “los gobernantes mundiales de esta oscuridad”, “las fuerzas espirituales inicuas en los lugares celestiales”. (Efesios 6:12.)
¿Se ha preguntado usted por qué han dominado a la humanidad imperios seculares de gobernación política opresiva? Estos son obras de Satanás, “el dios de este sistema de cosas”, quien “ha cegado las mentes de los incrédulos” (2 Corintios 4:4). A estos sistemas gubernamentales se les describe en las Santas Escrituras como monstruosidades bestiales. Los demonios, dice la Biblia, pronuncian “expresiones inspiradas inmundas” mediante ellos. (Revelación 16:13, 14, 16; Daniel 8:20-22; Revelación 13.)
Satanás también ha establecido sobre los reinos de la Tierra a una prostituta compuesta de la religión falsa, “Babilonia la Grande”. Ella también “ha venido a ser lugar de habitación de demonios”. (Revelación 17:5, 18; 18:2.)
Para el tiempo del fin del mundo, la humanidad sufre grandes ayes “porque el Diablo ha descendido a ustedes, teniendo gran cólera, sabiendo que tiene un corto período de tiempo”. (Revelación 12:12.)
¿Tiene usted una mejor explicación para los tiempos en que vivimos? Si la tiene, ¿cómo detendrán los hombres dicho derrotero catastrófico que conduce a la muerte? Digamos que pareciera que resolvieran este asunto con un despliegue momentáneo de “paz y seguridad”. ¿Qué anunciaría su proclamación de “paz y seguridad”? ¿Tranquilidad, o destrucción? (1 Tesalonicenses 5:3.)
Si la Tierra ha de permanecer para que los mansos la hereden, entonces tiene que librarla de la ruina alguna ayuda externa... ajena a cualquier fuerza que opere en los hombres o en los demonios. Ningún parlamento político, ni consejo religioso, ni escuela de filosofía, ni ciencia, ni tecnología ofrece siquiera un solo destello de esperanza. Estas fuerzas humanas también son mísiles mortíferos, descaminados, contraproducentes para los que los lanzan, y acaban con cualquier esperanza de supervivencia dondequiera que caen.
¿A quién podemos acudir para salvar la Tierra? Tenemos que acudir a Aquel que la creó.
[Comentario en la página 8]
¿Cree usted que una fuerza superior a la de los seres humanos está conduciendo a los hombres al desastre?
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“No la creó en vano”¡Despertad! 1983 | 8 de febrero
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“No la creó en vano”
¿Será arruinada la Tierra en una guerra nuclear?
UNA razón por la que los testigos de Jehová publican esta revista es para asegurar a sus lectores que el mundo no va a terminar en una catástrofe nuclear. No sabemos si una o más naciones usarán alguna vez sus bombas nucleares. Pero una catástrofe nuclear... no esperamos que suceda tal cosa. Eso arruinaría la Tierra. En tal caso quedaría arruinada la creación de Dios. Su Palabra nos dice positivamente: “No la creó en vano”. (Isaías 45:18, Reina-Valera.)
Creemos que el Hijo de Dios hablaba en serio cuando dijo que los mansos heredarían la Tierra.
Creemos que el Padre, Dios el Creador, la formó para ser habitada... en justicia.
Mateo 5:5 e Isaías 45:18 expresan estas promesas con tanto énfasis que en 1981 los testigos de Jehová dedicaron casi 1.000.000 de horas cada día a efectuar visitas personales a la gente en más de 200 países para disipar el temor de millones de personas con estas promesas bíblicas.
Cuando las personas pensadoras de hoy día se dan cuenta de cómo el hombre ha sojuzgado la Tierra, se estremecen. La “naturaleza” ya no es ama incuestionable del hombre. Ahora el hombre tiene en sus manos el destino de la vida. Se necesita proteger del hombre a la Tierra.
El actual arruinamiento de la Tierra no es la manera como se suponía que el hombre la sojuzgara. Para dar al hombre un comienzo perfecto, para demostrar cómo el hombre habría de sojuzgar la Tierra, “procedió Jehová Dios a tomar al hombre y establecerlo en el jardín de Edén para que lo cultivase y lo cuidase”. (Génesis 2:15.)
Es remunerador examinar detenidamente aquel comienzo maravilloso en el paraíso: En primer lugar, “procedió Jehová Dios a formar al hombre del polvo del suelo y a soplar en sus narices el aliento de vida, y el hombre vino a ser alma viviente”. (Génesis 2:7.)
Allí estaba el hombre ante su Creador, adulto y maduro fisiológicamente, pero sin experiencia ni educación. Dios también hizo a la mujer, plenamente desarrollada.
Aquí estaba la forma superlativa de vida sobre la Tierra, destinada divinamente a llevar a cabo un propósito grandioso: “Hagamos un hombre a nuestra imagen, según nuestra semejanza, y tengan ellos en sujeción los peces del mar y las criaturas volátiles de los cielos y los animales domésticos y toda la tierra y todo animal moviente que se mueve sobre la tierra”. (Génesis 1:26.)
Lógicamente, la educación comenzó con la Lección Número Uno: ‘El camino a la vida depende de la manera como respondan a lo que yo les enseño. He hecho todo con un propósito y según principios fijos. Les enseñaré todo lo que necesitan saber. No decidan en su fuero interno dirigir su paso. El camino que pudiera parecer recto desde su propio punto de vista lleva a la muerte’ (Salmo 36:9; Jeremías 10:23; Proverbios 3:5, 6). Todo el contenido de la Biblia prueba que esto era básicamente lo que el hombre y la mujer debieron haber discernido del simple mandato: “En cuanto al árbol del conocimiento de lo bueno y lo malo no debes comer de él, porque en el día que comas de él positivamente morirás”. (Génesis 2:17.)
Prescindiendo de cuántos miles de millones de años haya estado girando la Tierra en el espacio; sin importar cuántos eones de tiempo haya dedicado Dios a preparar los procesos vitales de ésta, llegó el tiempo en que Él encargó al hombre el cuidado de la Tierra. Dios sabía que esta criatura sensible que poseía percepción y voluntad llegaría a ejercer, tarde o temprano, el mayor grado de poder sobre la creación terrestre. Pero ahora el hombre ha llegado a poseer ese poder con un propósito destructivo.
Si usted fuera el creador de la Tierra, ¿qué haría? ¿La dejaría en manos de un mundo de hombres que creen que cierta forma de soberanía política es más importante que el bienestar de la creación de Dios?
No tiene que ser un consejo prudente y firme de hombres bien intencionados quien decida lanzar bombas atómicas. Un dictador trastornado pudiera iniciar la acción. O un puñado de terroristas. O hasta pudiera ocurrir un accidente. En años recientes tres veces se ha dado aviso a las fuerzas armadas estadounidenses sobre una amenaza de ataque. En dos ocasiones se dio tal aviso a causa de una defectuosa pastilla de circuitos integrados de una computadora. En la otra ocasión alguien insertó equivocadamente al sistema de sonidos una cinta de prueba en la que se describía un ataque con mísiles... ¡esto asustó a los del Comando de Defensa Aérea estadounidense, pues pensaron que se trataba de un verdadero ataque!
De modo que si usted fuera el creador de la Tierra, ¿la dejaría en manos de guardianes que dejaran el futuro de ésta a la casualidad ciega, precaria y frívola?
Los hombres y las naciones son culpables ante el Dueño de la Tierra. Intencionalmente y con un propósito violento ponen al planeta en peligro de destrucción nuclear. El que aleguen que la intención de lanzar bombas nucleares es únicamente como ‘represalia defensiva’ no libra de culpa a ninguno de ellos. “Otro aspecto absurdo de la difícil situación nuclear es que mientras cada bando considera a la población del otro bando como víctimas inocentes de un gobierno injusto —observó Jonathan Schell, escritor para una revista— cada uno se propone castigar al otro gobierno aniquilando a la ya sufrida y oprimida población.” (The New Yorker, 8 de febrero de 1982.)
Dios no permitirá el arruinamiento de la Tierra. Él lo impedirá. Lo hará aunque ello encolerice a toda nación en el planeta: “Las naciones se airaron, y vino tu propia ira, y el tiempo señalado [...] para causar la ruina de los que están arruinando la tierra”. (Revelación 11:18.)
Puede que usted oiga a algunas personas mofarse de la aplicación de las profecías de Revelación a los tiempos modernos. Bueno, dejémoslas desafiar tal aplicación. Dejémoslas poner a prueba los asuntos. Pero tal como los hombres no pueden sobrevivir a una guerra nuclear total que ellos mismos desencadenen, tampoco pueden sobrevivir a “la guerra del gran día de Dios el Todopoderoso”. (Revelación 16:13, 14, 16.)
Esa guerra quitará para siempre de la Tierra a los sistemas políticos bestiales junto con ‘los reyes de la tierra y sus ejércitos’. Cuando esa guerra termine, Satanás el Diablo será abismado. Será una guerra selectiva. Conservará vivos a los mansos de la Tierra. Ellos heredarán una Tierra limpiada, y no la escoria de una Tierra contaminada y llena de radiactividad. Sí, una Tierra que los mansos hermosearán bajo el justo nuevo orden gobernado desde el cielo. (Revelación 19:19–20:3; 7:9, 10, 13-17.)
¿Por qué están seguros los testigos de Jehová de que la Tierra no será arruinada por una catástrofe nuclear ni por ningún otro medio que el hombre posea? Porque a pesar de que en general los hijos de Adán han sojuzgado la Tierra de manera censurable, hay los que son mansos, enseñables y receptivos tocante a la manera de hacer las cosas desde el punto de vista del Creador. Están dispuestos a cumplir con el propósito divino de vivir en la Tierra y cuidarla en armonía con la voluntad de Dios. (Salmo 37:34.)
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