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  • Un hombre que tuvo una visión
    ¡Despertad! 1985 | 8 de octubre
    • Un hombre que tuvo una visión

      NACIÓ en Staunton, Virginia, E.U.A., el 28 de diciembre de 1856. Aunque no ingresó en la escuela sino hasta los nueve años de edad, progresó hasta que emprendió la carrera de pedagogía en la Universidad de Princeton. Luego entró en la política. Esta fue una decisión que había de llevarle a su mayor gloria y a su más grande angustia.

      Tenía una visión de cómo traer la paz a la humanidad. La sombra de Woodrow Wilson como pacificador se ve aún de un lado a otro de nuestra Tierra desgarrada por la guerra. Basándose en el plan de paz formulado por él, algunos políticos y diplomáticos todavía están esforzándose por traer la paz al mundo.

      ¿Qué sucedió con la visión de Wilson? ¿Sabía él cómo resolver los problemas relacionados con el odio, la guerra y el derramamiento de sangre?

      En 1913 Woodrow Wilson llegó a ser el vigésimo octavo presidente de los Estados Unidos. Al año siguiente estalló la Gran Guerra en Europa. Esta fue una guerra de muerte y violencia en el barro y el lodo de trincheras llenas de agua estancada, al son de la artillería, las ametralladoras y ataques con gases venenosos, todo lo cual destrozaba los nervios. Se trataba de una matanza en escala masiva.

      Al principio, los estadounidenses se opusieron enérgicamente a la idea de verse envueltos en la conflagración europea. Los estadounidenses querían permanecer libres de la lucha entre las grandes potencias europeas. La neutralidad era la idea fundamental de la nación.

      El presidente Wilson, como presbiteriano, era un hombre muy religioso e idealista. Sinceramente quería conservar la neutralidad de los Estados Unidos y su aislacionismo. Pero hubo sucesos que él no pudo controlar. En 1915, un submarino alemán hundió el transatlántico Lusitania, lo cual resultó en la muerte de 128 estadounidenses. Pero Wilson rehusó declarar la guerra a Alemania. En 1916 fue reelegido presidente de los Estados Unidos bajo el lema “Él nos mantuvo fuera de la guerra”.

      “Se tiene que crear un mundo seguro para la democracia”

      El año siguiente los alemanes anunciaron que toda nave, fuera beligerante o neutral, sería un blanco para sus submarinos. Esto significaba que los barcos estadounidenses ya no estaban libres de peligro en alta mar. A Wilson aparentemente no le quedó alternativa. De mala gana declaró guerra a Alemania, y dijo: “Es espantoso dirigir a este gran pueblo pacífico a la guerra, a la más terrible y peligrosa de todas las guerras, en la cual la civilización misma parece estar en la balanza”.

      En su discurso al Congreso, dijo que los Estados Unidos estarían luchando “para la paz final de la Tierra y para la liberación de sus pueblos”. Entonces pronunció su famosa oración: “Se tiene que crear un mundo seguro para la democracia”. El Congreso aprobó su decisión el 6 de abril de 1917. Sus compañeros del Capitolio y el público afuera lo vitorearon. Pero él no se sentía jubiloso. “Considera por qué estaban aplaudiendo —dijo él después a uno de sus asistentes—. El mensaje que pronuncié hoy fue un mensaje de muerte para nuestros jóvenes. ¡Qué extraño parece que aplaudan por eso!” Unos minutos después, “se limpió las lágrimas de los ojos y entonces bajó la cabeza sobre la mesa de la cámara del consejo de ministros y sollozó como si hubiera sido un niño”. (Mr. Wilson’s War, por John Dos Passos.)

      La neutralidad había llegado a su fin. Su país tomaría ahora parte en la peor guerra que el hombre había conocido hasta entonces.

  • La visión de la paz anhelada
    ¡Despertad! 1985 | 8 de octubre
    • La visión de la paz anhelada

      EN 1916, antes que los Estados Unidos participaran en la guerra, Wilson empezó a promover su visión de un arreglo permanente para asegurar la paz en la Tierra. Según el biógrafo Gene Smith, él ideó “el establecimiento de una Liga o Sociedad de Naciones que serviría de foro para la dispensación de justicia a todos los hombres y eliminaría la amenaza de la guerra para siempre”. Luego en 1917, debido a que los Estados Unidos se vieron envueltos en la guerra, tomó la delantera en una campaña a favor de lo que él esperaba que fuera una paz duradera y la gloria culminante de su carrera.

      Ahora dedicó sus energías a la propagación de su evangelio de la Sociedad de Naciones, como él la concebía. Su meta era una de “paz sin victoria” en la que no habría un pueblo alemán conquistado, sino, más bien, el derrocamiento de gobernantes militaristas y autocráticos.

      Como base para las negociaciones de paz, él estableció sus famosos catorce puntos. Estos consistían en cinco ideales generales que todas las naciones contendientes tenían que respetar, además de ocho puntos relacionados con problemas específicos de índole política y territorial. El decimocuarto punto era el más importante, puesto que representaba el mismísimo corazón de la cruzada de Wilson... el establecimiento de una Liga o Sociedad de Naciones.

      “El mayor éxito, o la más grande tragedia”

      Él estaba tan convencido de que Dios lo apoyaba en su proyecto que insistió en asistir a la Conferencia de Paz de París en 1919... esto a pesar del hecho de que muchos amigos políticos opinaban que el presidente de los Estados Unidos debería permanecer independiente de las negociaciones de paz. Él estaba convencido de que tenía el respaldo de la gente del mundo aunque no lo apoyaran todos los políticos. Estaba convencido de que él era el instrumento de Dios para la paz. Él, más que nadie, tenía que ir a París.

      Dijo confidencialmente a Tumulty, su secretario privado: “Este viaje será el mayor éxito, o la más grande tragedia de toda la historia; pero yo creo en una Providencia Divina [...] Tengo fe en que ningún cuerpo de hombres, sea como sea que combinen su poder o su influencia, puede vencer esta gran empresa mundial”. (Las cursivas son nuestras.) Como lo declara cierta autoridad: “El presidente estaba resuelto a usar su poder y prestigio para hacer que el arreglo final de paz incluyera un plan para una Sociedad de Naciones”.

      Allá en noviembre de 1918, los ejércitos alemanes estaban a punto de ser derrotados. Se les ofreció un armisticio que pusiera fin a la guerra. Se iniciaron negociaciones en las que participaron el primer ministro galés de Gran Bretaña Lloyd George, el tosco primer ministro francés Georges Clemenceau, el culto primer ministro italiano Vittorio Orlando, y el inescrutable representante japonés conde Nobuaki Makino. Wilson estaba resuelto a convencerles de que dicha Sociedad era la única solución de los problemas de Europa, así como los del mundo.

      ‘La estrella de Belén surge de nuevo’

      Al hacer su gira de Europa antes de la Conferencia de Paz de París, Wilson era el héroe del pueblo. Como más tarde escribió Herbert Hoover: “Lo recibieron por todas partes con fervor casi religioso [...] Las ovaciones eran más grandes que cualquier otra que se haya presentado a un hombre mortal”. Su visión de paz y la iniciativa que él había tomado para establecerla habían excitado a las masas. Durante su gira por Italia, las multitudes gritaban: “Viva Wilson, Dios de la Paz”. Se le atribuyeron poderes casi sobrenaturales. Hoover añade: “Para ellos, no había aparecido un hombre con tal poder moral y político ni con tal evangelio de paz desde que Cristo predicó el Sermón del Monte. [...] Era la estrella de Belén que había surgido de nuevo”.

      Evidentemente Wilson creía con fervor evangélico en su misión de establecer paz en la Tierra. El escritor Charles L. Mee declara: “En cierto punto, él dejó asombrados a Lloyd George y Clemenceau al explicar cómo la Liga o Sociedad de Naciones establecería una hermandad entre los hombres aunque la cristiandad no había podido lograrlo. ‘¿Por qué —recuerda Lloyd George que Wilson dijo— no ha logrado Jesucristo hasta ahora inducir al mundo a seguir Sus enseñanzas en estos asuntos? Se debe a que Él enseñó el ideal sin idear ningún medio práctico de alcanzarlo. Por eso estoy proponiendo un plan práctico para realizar las metas de Él’”. (The End of Order, Versailles 1919.)

      Wilson ciertamente recibió ánimo de muchos sectores. Josephus Daniels, secretario de la Marina de los Estados Unidos, recibió la publicación del proyecto del pacto de la Sociedad de Naciones con el siguiente elogio: “El proyecto de la Sociedad de Paz es casi tan sencillo como una de las parábolas de Jesús y casi tan iluminador y animador. Es tiempo de que repiquen las campanas de las iglesias, de que los predicadores se pongan de rodillas, de que los hombres de estado se regocijen, y de que los ángeles canten: ‘¡Gloria a Dios en las supremas alturas!’”.

      La Sociedad de Naciones y la Iglesia Católica

      ¿Se pusieron de rodillas los predicadores? Algunos ciertamente fueron prontos a aclamar esta Sociedad como la solución divina a los problemas de la humanidad. El papa Benedicto XV casi había atraído toda la atención pública a expensas de Wilson en agosto de 1917 cuando, de acuerdo con el escritor John Dos Passos, instó a las naciones en guerra para que “negociaran una paz sin victoria, basándose más o menos en los términos establecidos en los discursos pronunciados por Wilson antes que los Estados Unidos entraran en la guerra”. Pero a Wilson le parecía que estaba demasiado ocupado en hacer guerra para prestar atención al papa... es decir, hasta que recibió una carta importante de Colonel House, su ayudante principal. Esta declaró:

      “He quedado tan impresionado con la importancia de la situación que lo estoy molestando de nuevo [...] creo que usted tiene la oportunidad de sacar las negociaciones de paz de entre las manos del papa y tomarlas en sus propias manos”.

      Wilson tomó rápidamente medidas para asegurarse de no perder la iniciativa. La visión de la Sociedad de Naciones fue de él, no del papa. Y era él quien debía llevar el proyecto a su culminación.

      No obstante, la Iglesia Católica dio su apoyo a la Sociedad de Naciones. El cardenal Bourne, arzobispo católico de Westminster hasta fines de 1934, declaró: “Recuerde que la Sociedad de Naciones, a pesar de sus imperfecciones, está llevando a cabo el deseo de la Iglesia Católica a favor de la paz, y realizando los deseos de nuestro Santo Padre, el papa”.

      “La Sociedad de Naciones tiene sus raíces en el Evangelio”

      El clero protestante tampoco vaciló en apoyar dicha Sociedad. El periódico The New York Times del 11 de enero de 1920, informó: “Las campanas de las iglesias de Londres han estado repicando esta noche en celebración de la conclusión de la paz con Alemania y el nacimiento oficial de la Sociedad de Naciones”.

      Un folleto publicado en Inglaterra bajo el título The Christian Church and the League of Nations declaró: “La Iglesia Cristiana de Gran Bretaña apoya a la Sociedad de Naciones. He aquí una Afirmación hecha por los arzobispos de Canterbury y York, treinta y cinco obispos diocesanos de Inglaterra, el moderador de la Iglesia de Escocia, y representantes oficiales de todas las Iglesias Libres de Inglaterra:

      ”Estamos convencidos:

      ”1) De que Dios en este tiempo está haciendo un llamamiento a las naciones del mundo para que aprendan a vivir como una sola familia;

      ”2) De que la maquinaria de cooperación internacional proporcionada por la Sociedad de Naciones [...] ofrece los mejores medios disponibles para aplicar los principios del Evangelio de Cristo para poner fin a la guerra, para proporcionar justicia y para organizar la paz”.

      Antes de lo susodicho, en diciembre de 1918, el Concilio Federal de las Iglesias de Cristo de América emitió una declaración en la que se dijo en parte: “Como cristianos instamos el establecimiento de una Sociedad de Naciones Libres en la venidera Conferencia de Paz. Dicha Sociedad no es un mero expediente político; es más bien la expresión política del Reino de Dios en la Tierra”. (Las cursivas son nuestras.) Entonces procedió a decir: “Son muchas las cosas que la Iglesia puede contribuir y ganar. Puede dar una sanción poderosa por medio de impartir al nuevo orden internacional algo de la gloria profética del Reino de Dios. [...] La Sociedad de Naciones tiene sus raíces en el Evangelio”.

      Si esta Sociedad verdaderamente tenía “sus raíces en el Evangelio” y era verdaderamente una “expresión del Reino de Dios”, entonces el destino de la Sociedad de Naciones se reflejaría tanto en el Evangelio como en el Reino. ¿Fue Wilson presuntuoso al creer que él era el instrumento de Dios para traer paz permanente a las naciones? Además, una pregunta aun más fundamental es: ¿Realmente tenía la Sociedad de Naciones el respaldo de Dios?

      [Tabla en la página 6]

      Las facciones contrarias de Europa... La I Guerra Mundial (1914-1918)

      Potencias centrales Potencias aliadas

      Alemania Gran Bretaña

      Austria-Hungría Francia

      Bulgaria Rusia (hasta 1917)

      Turquía Italia, Rumania, Grecia,

      Serbia, Polonia, Bélgica,

      Portugal, Albania, Finlandia

      [Fotografía en la página 5]

      Wilson fue excepcionalmente popular en Europa

      [Reconocimiento]

      Archivos Nacionales de E.U.A.

  • Una visión rechazada
    ¡Despertad! 1985 | 8 de octubre
    • Una visión rechazada

      “DICHA Sociedad existe, pero ¿qué ha de ser? ¿Ha de ser una realidad, o un fraude?” Esta pregunta la hizo surgir el lord británico Robert Cecil, presidente del Comité Ejecutivo de la Unión de la Sociedad de Naciones. Sí, aunque a muchas personas se les hizo creer que esta Sociedad garantizaría la paz, otras expresaron graves dudas al respecto.

      El conocido autor inglés Jerome K. Jerome escribió: “La Sociedad de Naciones ha llegado al mundo como un bebé que nace muerto. [...] Sus patrocinadores [...] nos invitan a su bautismo. [...] Esperaban a un nuevo Mesías. Parecen haberse convencido de que a fuerza de gritar mucho y postrarse pueden levantarlo de entre los muertos”. El Standard, de Londres, declaró: “Una Sociedad de Naciones en la que nadie cree, pero a la cual todos rinden servicio de labios, es simplemente un engaño, un engaño sumamente peligroso”.

      Una voz disidente

      En cambio, hemos visto cómo el clero acogió a la Sociedad de Naciones. Pero en medio del clamor religioso a favor de esta, en mayo de 1920 la revista La Atalaya en inglés publicó una denuncia inequívoca respecto a esta Sociedad, en la que se declaró: “Esta ha sido aclamada en el exterior como la gran emancipadora de la humanidad [...] Pero necesariamente tiene que fracasar”.

      ¿Por qué estaba destinada al fracaso la Sociedad de Naciones? ¿Era puramente por razones políticas, debido a que los Estados Unidos no se habían unido a ella? No, los testigos de Jehová veían todo el asunto respecto a la Sociedad de Naciones como un mero incidente en el escenario de un drama mucho mayor... el conflicto universal entre el Señor Soberano, Jehová, y el fundador de la rebelión universal, Satanás. (Job, capítulos 1 y 2; Juan 8:44.) Así que la Liga o Sociedad de Naciones, que los políticos apoyaban y el clero alababa, era en realidad un remedio falso que Satanás estaba usando para apartar la atención de la gente de la única solución verdadera para los males de la humanidad... el Reino de Dios en manos de Cristo. Desde el punto de vista de Dios, dicha Sociedad era verdaderamente un “engaño” y un “fraude”. (Compárese con el Salmo 2.)

      Por lo tanto, La Atalaya que se citó arriba dijo a continuación: “Aunque los Estados Unidos hubieran adoptado la Sociedad de Naciones, uniéndose a los demás países del mundo, ella no podría haber logrado el propósito que se expresó debido a que es de hechura humana, ideada por hombres egoístas; y debido a la razón adicional de que es contraria a la manera de obrar de Dios”.

      Se hizo una denuncia aun más enérgica en una asamblea de los testigos de Jehová que se celebró en Cedar Point, Ohio (E.U.A.), el 10 de septiembre de 1922. Allí se declaró en una resolución pública:

      “Que todas las conferencias internacionales y los acuerdos o tratados derivados de la Liga [o Sociedad] de Naciones, incluso la misma Liga y todo otro pacto de igual naturaleza, tienen que fracasar porque Dios lo ha decretado de tal manera”.

      También denunciaron el apoyo que el clero había dado a la Sociedad de Naciones y declararon “que además de eso, ellos [los clérigos] repudiaron al Señor, y a su Reino, mostrando su falta de lealtad al unirse voluntariamente con la organización de Satanás, y al anunciar atrevidamente al mundo que la Liga [o Sociedad] de Naciones es la expresión política del reino de Dios en la Tierra, anuncio que ellos dieron en pleno desacuerdo y pasando enteramente por alto las palabras de Jesús y de los apóstoles”.

      ¿Por qué adoptaron los Testigos una posición tan enérgica en contra de dicha Sociedad a una fecha tan temprana? Porque habían llegado a la conclusión, debido a su estudio de la Biblia, de “que 1914 marcó el fin del viejo mundo, y que en esa fecha Cristo, como legítimo Rey, tomó el poder como rey en tal capacidad;

      ”Que el Señor Jesucristo está ahora presente, invisible a los hombres, y procediendo con su tarea de establecer Su reino, por el cual enseñó a sus seguidores a que oraran”. (Mateo 6:9, 10.)

      Por lo tanto, los Testigos consideraron a la Sociedad de Naciones un sustitutivo de hechura humana para el Reino de Dios. Como tal, tenía que fracasar. (Jeremías 10:23; Daniel 2:44.) De hecho ¿qué sucedió a la Sociedad de Woodrow Wilson? Para hallar la respuesta, repasemos los sucesos entre 1920 y 1946.

      [Fotografías en la página 8]

      Las esperanzas del mundo se centraban en la Sociedad de Naciones, ubicada en Ginebra, Suiza

      [Reconocimientos]

      Naciones Unidas

      Archivos Nacionales de E.U.A.

  • El fin de una visión
    ¡Despertad! 1985 | 8 de octubre
    • El fin de una visión

      LA LIGA o Sociedad de Naciones fue creada y celebró su segunda reunión en Ginebra, Suiza, en 1920. Parece que el éxito había coronado los esfuerzos de Woodrow Wilson, a pesar de su salud delicada y de las largas y agotadoras negociaciones en París.

      Mediante la Sociedad de Naciones, Wilson iba a difundir su “verdad de la justicia, la libertad y la paz”. En uno de los discursos declaró: “Hemos aceptado esa verdad y vamos a dejarnos guiar por ella, y va a guiarnos [el pueblo estadounidense], y al mundo por medio de nosotros, a pastos de tranquilidad y paz como el mundo jamás ha soñado”. En eso consistía su visión.

      Al Senado de los Estados Unidos él dijo: “El escenario está preparado; el destino, revelado. No ha provenido de ningún plan de nuestra concepción, sino de la mano de Dios, quien nos guió por este camino. [...] Solo podemos seguir adelante, con la mirada en alto y el espíritu refrescado, para seguir la visión”. (Las cursivas son nuestras.) El visionario había vuelto a hablar. Todavía creía que era el instrumento que Dios estaba usando para traer paz a la humanidad.

      Lo rechazan en su patria

      En Europa, a Wilson lo habían aclamado como un presidente salvador. Pero, aun antes de que hubiera ido a la Conferencia de Paz, se habían dado señales de advertencia en los Estados Unidos. El escritor Elmer Bendiner informa: “Theodore Roosevelt anunció el veredicto [del Congreso de los E.U.A.]: ‘Nuestros aliados, nuestros enemigos y el señor Wilson mismo deben entender que el señor Wilson no tiene autoridad alguna para hablar en nombre del pueblo estadounidense en este tiempo [...] El señor Wilson y sus catorce puntos [...] han cesado de tener el más leve derecho de que se les acepte como expresión de la voluntad del pueblo estadounidense’”.

      Woodrow Wilson cometió el error de vender su visión en Europa y de pasar por alto a los de su propio país que dudaban. En marzo de 1920 el Congreso de los Estados Unidos votó a favor de no formar parte de la Sociedad.

      Cegado por su causa, Wilson siguió adelante a pesar de todo. En el último discurso público que pronunció, su convicción resonó fuerte y claramente, pero en vano: “He visto a tontos resistir a la Providencia antes, y he visto la destrucción de ellos, como les sobrevendrá a estos otra vez, destrucción y desprecio absolutos. Que nosotros prevaleceremos es tan seguro como que Dios reina”.

      Con su salud quebrantada debido a un reciente ataque de parálisis, el voto negativo de sus propios compatriotas solo contribuyó a empeorar los asuntos. Su visión respecto a la Sociedad de Naciones quedó empañada e incompleta. El 3 de febrero de 1924 Woodrow Wilson murió. Sus últimas palabras fueron: “Soy una pieza rota de una maquinaria. Cuando la maquinaria esté rota... me habrá llegado la hora”. Estaba deshecho físicamente como también lo estaba su visión de una Sociedad de Naciones que abarcara el mundo.

      “¡El Tratado de Versalles ya no existe!”

      Aunque por 15 años no se volvió a declarar oficialmente ninguna guerra en el mundo, la Sociedad de Naciones había estado en su agonía de muerte desde su mismísimo nacimiento. No pudo evitar que Bolivia y Paraguay fueran a la guerra en 1933. No pudo impedir que Mussolini asolara a Etiopía en 1935. Mediante destrucción y conquista, Italia sacó a Etiopía de la Sociedad de Naciones, después ella misma abandonó la Sociedad en diciembre de 1937. El año siguiente, siete naciones latinoamericanas se retiraron de la Sociedad. La visión se estaba derrumbando.

      En 1936 estalló la guerra civil en España. Los miembros de la Sociedad de Naciones optaron por no intervenir oficialmente en aquella guerra. No obstante, Alemania, que había dejado de ser miembro de la Sociedad en 1933, e Italia prestaron ambas apoyo material a la rebelión del general Franco contra el gobierno republicano de Madrid. La Sociedad no pudo impedir la matanza en suelo español. La Guerra Civil Española fue el ensayo de lo que resultaría ser el golpe mortal a la Sociedad de Naciones... la II Guerra Mundial.

      Mientras tanto, Hitler había subido al poder en Alemania y estaba desmantelando rápidamente las trabas del Tratado de Versalles, que se le impuso a Alemania después de la Gran Guerra. Quería Lebensraum (espacio vital) para la nación alemana. Ocupó la región del Sarre, la región al oeste del río Rin y Austria, por medio de lo cual extendió las fronteras de Alemania. En 1939 completó su ocupación de Checoslovaquia. La Sociedad no pudo hacer casi nada para impedir aquellas acciones.

      Hacía tiempo que a Hitler le molestaba la concesión que se había hecho a Polonia de disponer de un corredor a través de Alemania hasta el puerto báltico de Danzig. En agosto de 1939 puso fin a eso. Su representante entregó un mensaje al Alto Comisario de la Sociedad de Naciones en Danzig que decía: “Usted representa el Tratado de Versalles; el Tratado de Versalles ya no existe. En dos horas se izará sobre esta casa la svástica [bandera nazi]”.

      El 1 de septiembre de 1939 los ejércitos de Hitler invadieron a Polonia. Gran Bretaña y Francia tomaron represalias declarándole la guerra a Alemania. Había empezado la II Guerra Mundial.

      La visión se desvanece y muere

      En 1919 Woodrow Wilson había hecho una predicción a los habitantes de Omaha (E.U.A.) que probaría que la Sociedad que había concebido era un fracaso. Según el biógrafo Ishbel Ross, Wilson había dicho: “‘Puedo predecir con absoluta certeza que dentro de otra generación habrá otra guerra mundial si las naciones no conciertan el método [la Sociedad] por medio del cual evitarla.’ Y en San Diego, E.U.A., hizo otro comentario profético al decir: ‘Lo que los alemanes usaron eran juguetes en comparación con lo que se usará en la siguiente guerra’”. A pesar de la existencia de la Sociedad de Naciones, la II Guerra Mundial llegó a ser una realidad, y las armas que se emplearon no fueron juguetes.

      ¿Por qué fracasó la Sociedad de Naciones? En su libro A Time for Angels, el escritor Elmer Bendiner comenta: “La Sociedad se originó de una serie de fantasías políticas: que el cese de fuego de 1919 significaba paz y no meramente una tregua; que los intereses nacionales se podían subordinar a los intereses mundiales; que un gobierno puede adherirse a una causa que no sea la suya propia”. Y la Biblia pone de relieve otra fantasía más —el que los hombres puedan establecer por medio de agencias políticas lo que solo la prometida gobernación del Reino de Dios puede traer— verdadera paz y felicidad para toda la humanidad. (Revelación 21:1-4.)

      Con el estallido de la II Guerra Mundial en 1939, la Sociedad yacía como un cadáver en espera del entierro. En 1946 “sus propiedades y su herencia de esperanza y locura”, como lo describe el escritor Bendiner, fueron entregadas a su sucesora, las Naciones Unidas. ¿Tendrá más éxito esta organización que la Sociedad de Naciones? ¿Convertirá en realidad las visiones? ¿Y qué predijo la Biblia con relación a ello? En nuestro próximo número de ¡Despertad! se considerarán estas preguntas y otras relacionadas.

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