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  • ¿Qué dará usted en cambio por su vida?
    La Atalaya 1957 | 1 de agosto
    • hacer la voluntad de Jehová. Si se le da a usted un automóvil, pero luego el que se lo da sigue usándolo él mismo, no diríamos que fué un gran regalo el que se le hizo, ¿no es cierto? Si usted da su vida a Dios, pero la usa para sus propios propósitos y no para los de él, no diríamos que fué gran dedicación la que hizo, ¿verdad? Y si usted compra el automóvil ciertamente espera que se le entregue para su uso, sin embargo muchos que son comprados con la sangre de Jesús para ser esclavos de Dios no le rinden servicio porque quieren hacer su propia voluntad. Los que resueltamente rehusan negarse a sí mismos en realidad no pertenecen a Dios.

      ¿Qué dará usted en cambio por su vida? No es suficiente el dinero. Usted tiene que estar dispuesto a perder su vida por causa de Cristo Jesús. Entonces la hallará eternamente.

  • La transubstanciación, ¿realidad o ficción?
    La Atalaya 1957 | 1 de agosto
    • La transubstanciación, ¿realidad o ficción?

      HUBO un tiempo en que era peligroso preguntar si la transubstanciación era realidad o ficción. Como por ejemplo allá en 1410. ¡En ese año Juan Badby, sastre inglés, fué quemado en la hoguera en la plaza Smithfield de Londres porque no podía entender cómo Cristo que estaba sentado cenando con sus apóstoles podía ofrecerles su propio cuerpo para que lo comieran!

      Y no sólo se nos dice de legos, sino también de sacerdotes católicos que fueron quemados vivos por dudar de la transubstanciación. De hecho, se nos dice que el negar esta enseñanza ha resultado en ríos de sangre y que probablemente más personas fueron muertas por dudar de ella que por dudar de todas las otras enseñanzas católicas romanas.

      Respecto a la transubstanciación, The Encyclopædia Britannica (edición 9) declara: “La Iglesia de Roma enseña que la sustancia entera del pan y vino de la Eucaristía por consagración queda convertida en el Cuerpo y la Sangre de Cristo, de tal modo que Cristo en Su entereza, inclusas su alma humana y Su naturaleza divina, está contenido en los elementos; y eso con una transmutación tan cabal que no sólo es contenido el Cristo entero tanto en el vino como en el pan, sino con la misma entereza en cada partícula del pan, y en cada gota del vino.” El Concilio de Letrán de 1215 pronunció maldita a cualquier persona que de manera alguna dudase de la transubstanciación.

      Se afirma que el milagro de la transubstanciación es un misterio tan grande y tan incomprensible como el de la trinidad, los cuales, junto con la enseñanza de la encarnación—la de que Jesucristo mientras estuvo en la tierra era tanto humano como divino—constituyen los tres grandes “misterios que están mucho más allá del alcance de las capacidades del raciocinio.” Acerca de este aspecto de la transubstanciación, Hildeberto, del siglo doce, declara: “La fuerza del raciocinio humano parece fallar más respecto al sacramento del cuerpo y sangre del Señor que en cualquier otra obra de poder divino.” Pregunta además: “¿Qué entendimiento puede comprender de qué manera la carne de Cristo viene a nosotros diariamente desde el cielo hasta el altar, y desde el altar hasta nosotros, y sin embargo no sale del cielo del cual viene?”

      No es extraño el que esta enseñanza haya causado tanta discusión durante la Edad Media ni que tales teólogos o escolásticos como Duns Escoto observaran que “las palabras de las Escrituras pudiesen exponerse más libre y fácilmente sin la Transubstanciación.” Pero evidentemente para evitar dificultades él sostuvo que “la cosa principal es sostener acerca del Sacramento lo que sostiene la santa Iglesia romana.”

      NINGÚN APOYO BÍBLICO

      El que la transubstanciación sea realidad o ficción depende del significado de las palabras de Jesús registradas en Mateo 26:26, 28 (NC), donde se le atribuye haber dicho, entre otras cosas, “Este es mi cuerpo,” “ésta es mi sangre del Nuevo Testamento.” ¿Es razonable y consistente con el resto de la Biblia sostener que estas palabras indican que un milagro de la más grande magnitud, misterioso e incomprensible se había efectuado? No, no lo es.

      Ante todo notemos que en ninguna parte de las Escrituras se presentan como verdades divinas misterios incomprensibles que van contra la razón. Al contrario, se apela continuamente a la evidencia de los sentidos y la razón. Por eso se usaron milagros obvios para establecer la comisión divina de Moisés y también de Jesucristo. Desde el principio hasta el fin los siervos de Dios hicieron llamamiento a la razón: Eliú razonó con Job y con los amigos falsos de éste. Malaquías razonó con un sacerdocio infiel. Pablo razonó con los judíos en las plazas de mercado y en sus sinagogas y con los filósofos griegos en la colina de Marte. Él también razonó eficazmente de efecto a causa a favor de la fe en la existencia de Dios. Y Jesús, más que cualquier otro, apeló a la razón.

      El sostener que cuando Jesús dijo “éste es mi cuerpo” el pan efectivamente llegó a ser su cuerpo, contrario a la evidencia de los sentidos de los apóstoles, viola la razón. ¿No fué obvio a todos el milagro que hizo Moisés de cambiar una vara en una serpiente? Sí. Tampoco hubo duda alguna de que fué un milagro lo que aconteció cuando Jesús cambió el agua en vino. Y cuando él alimentó a los cinco mil y a los cuatro mil, no se requirió fe para creer que lo hizo, porque allí estaban todos esos fragmentos, muchas canastas llenas, además de la multitud saciada. Todos esos milagros cumplieron un propósito práctico y en lugar de que se requiriera fe para aceptarlos ellos sirvieron para establecer la fe.

      En cuanto a qué era lo que Jesús quería decir, ¿no leemos vez tras vez que cierta cosa es esto o aquello, queriendo decir que ella representa o significa esto o aquello? Seguramente. Hasta las versiones católicas mismas comprueban esto. Así, la Versión Torres Amat vierte Génesis 41:26: “Las siete vacas hermosas, y las siete espigas llenas, siete años son de abundancia”; mientras que el monseñor Knox lo vierte: “Las siete vacas lustrosas, las siete espigas llenas, tienen el mismo sentido en los dos sueños; representan siete años de abundancia.” (Véase Bover-Cantera también.) De nuevo, Daniel 7:17, Torres Amat, dice: “Estas cuatro bestias grandes, me dijo, son cuatro reinos que se levantarán en la tierra,” mientras que Knox dice: “No son sino reinos terrenales los que éstas representan, estas cuatro bestias que tú has visto.”

      Además, note que según Torres Amat Gálatas 4:24 dice: “Porque estas dos madres son las dos leyes o testamentos,” mientras que Knox traduce el versículo de modo que diga: “Las dos mujeres representan las dos dispensaciones.” Especialmente de Jesús sabemos que usó lenguaje figurativo; en efecto, se nos dice que él no habló ni enseñó nada sin ilustraciones. Él usó metáforas y símiles continuamente en la predicación de las buenas nuevas del reino de su Padre. “Yo soy la vid, ustedes son los sarmientos.” “Yo soy la puerta de las ovejas.” “Yo soy el pastor propio, y conozco a mis ovejas.” (Juan 15:5; 10:7, 14, NM) Claramente, entonces, tales versiones como la de Móffatt y la Traducción del Nuevo Mundo están completamente justificadas al traducir las palabras que están bajo consideración en Mateo 26:26 y 28 “Esto significa mi cuerpo” y “esto significa mi ‘sangre’.”

      Si el vino hubiese llegado a ser en realidad la sangre de Jesús él no habría hablado del derramamiento de ella como algo que acontecería en lo futuro: “que habrá de derramarse por muchos.” Tampoco se habría referido al contenido de la copa como siendo todavía el fruto de la vid: “Yo les digo esto, no beberé de este fruto de la vid otra vez, hasta que lo beba con ustedes, vino nuevo, en el reino de mi Padre.”—Mat. 26:28, 29, Knox.

      SE OPONE AL RESCATE

      La ficción de la transubstanciación se opone a una de las enseñanzas más básicas de la Biblia, la del sacrificio redentor de Jesucristo, según se registra en Mateo 20:28 y 1 Timoteo 2:5, 6. Así como el apóstol Pablo muestra en Hebreos 9:22: “A menos que se derrame sangre, no puede haber ninguna remisión de pecados.” (Knox) Se admite que la transubstanciación implica un “sacrificio incruento,” y por lo tanto no puede borrar pecados como se pretende.

      Además, Pablo, en los capítulos 9 y 10 de Hebreos, insiste repetidamente en que Jesucristo murió sólo una vez, que se necesita solamente un sacrificio. Por lo tanto, el sostener que hacen falta otros sacrificios es negar las palabras de Pablo, y es blasfemia sostener que hombres imperfectos puedan crear al Cristo divino de nuevo diariamente y sacrificarlo.

      Eso no es todo tampoco. Pablo muestra claramente que tal como el sumo sacerdote en Israel entraba en el sanctasanctórum con la sangre de animales sacrificados para hacer propiciación, así Jesucristo entró en el cielo mismo con el valor o mérito de su sacrificio para hacer propiciación a favor de sus seguidores. Ningún sacerdote humano podría entrar en el cielo para presentarse a favor de otros para obtener perdón para ellos, puesto que “la carne y la sangre no pueden poseer el reino de Dios.”—1 Cor. 15:50, NC.

      Y si Jesús, al decir: ‘esto es mi cuerpo, mi sangre,’ milagrosamente cambió el pan y el vino en su mismísima carne y sangre, efectuando así el milagro más notable de su ministerio, seguramente esto no sólo se habría declarado explícitamente, sino que habría sido hecho principalísimo a través de las Escrituras Cristianas Griegas. Pero ni siquiera se hace mención de la transubstanciación y mucho menos se le hace tema de consideración, porque no es una realidad, sino solamente ficción. No se enseña en la Biblia.

      ORIGEN DE LA ENSEÑANZA

      Entonces, ¿cómo podemos explicar el que esta enseñanza sea el punto capitalísimo de la religión más grande de la cristiandad? Debido a apostasía, una apostasía como la que Jesús y sus apóstoles advirtieron que acontecería. Se confiesa que en la iglesia se introdujeron muchas enseñanzas y prácticas paganas. Los griegos tenían un pan divino y también un néctar o ambrosía divino, que sus dioses mitológicos sorbían y que según se suponía impartía la inmortalidad. Los hindúes tenían una creencia parecida.

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