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  • Las Islas Canarias cantan alabanzas a Jehová
    La Atalaya 1983 | 1 de octubre
    • pero fértil y verde. Hay dos congregaciones de Testigos, una en la costa occidental, en Los Llanos de Aridane, y la otra al este, en Santa Cruz de la Palma. Entre ambas predican a los 66.000 habitantes que tiene la isla. Para la Conmemoración de la muerte de Cristo que se celebró en 1982 hubo una asistencia de 113 personas.

      Nuestro último puerto de escala es Hierro, la isla que queda más hacia el oeste. Por siglos los navegantes la consideraron como la parte más lejana de la Tierra. Plagada por la escasez de agua, esta isla sostiene una escasa población de 7.000 personas, que viven aisladas de los problemas de la civilización moderna. Allá para 1973, los ya mencionados Gary y Hasse fueron los primeros Testigos en pisar esa isla. Ahora la obra de predicar la atiende Trinidad Vidal, de 70 años de edad, que hace cuatro años se mudó allí desde Málaga, España.

      Por si acaso se lo está preguntando... las Islas Canarias no recibieron su nombre debido a los canarios silvestres, sino debido a los perros salvajes que se hallaron en las islas hace 2.000 años. Por eso Plinio el Viejo escribió de “Canaria [de la palabra latina canis, perro], llamada así por la multitud de perros de gran tamaño”. No obstante, sin tener en cuenta a perros o aves, los testigos de Jehová, que anuncian urgentemente el Reino de Dios por Cristo, están cantando por todas las Islas Canarias alabanzas a Jehová. (Mateo 6:9; 24:14.)

  • “Enfrente de reyes”
    La Atalaya 1983 | 1 de octubre
    • “Enfrente de reyes”

      “También hablaré de seguro de tus recordatorios enfrente de reyes”, cantó el salmista inspirado (Salmo 119:46). Puesto que las “buenas nuevas del reino” están relacionadas con un gobierno celestial, hoy, también, los “reyes” (o gobernantes) deben oír los recordatorios de Dios (Mateo 24:14). ¿Los oyen? Sí. El siguiente relato de un ex misionero inglés muestra cómo llegó a oírlos un famoso estadista:

      “Cierto día, a fines de los años cuarenta, yo estaba predicando de casa en casa en Kent. Me hallaba conversando con un hombre en una casa de campo, cuando llegó un visitante. Era sir Winston Churchill. La conversación entre el hombre y yo quedó interrumpida, pero sir Winston vio La Atalaya y me dio encomio por la labor que realizaba.

      “Varios días después me encontraba nuevamente predicando, cuando toqué el timbre de una casa grande. Un mayordomo abrió la puerta, y, cuando le pedí que me permitiera hablar con el dueño de la casa, me preguntó si sabía quién era éste. No tenía la menor idea. ‘Ésta es Chartwell —dijo él— hogar de sir Winston Churchill.’ Entonces apareció sir Winston. Recordó nuestro encuentro anterior y me invitó a pasar. Hablamos un rato, aceptó tres libros y me invitó a volver.

      “Dos semanas después, en una tarde calurosa, regresé y se me invitó a pasar nuevamente. Sir Winston me ofreció un vaso de limonada y, después de un breve saludo, dijo: ‘Le daré media hora para que me diga lo que usted cree que es el Reino de Dios, pero entonces usted tiene que permitirme decirle lo que yo creo que éste es’. Eso fue lo que hicimos. Él creía que el Reino de Dios sería establecido por medio de estadistas temerosos de Dios, y que no vendría sino hasta que los hombres aprendieran a vivir en paz. Yo pude explicarle el punto de vista bíblico sobre el Reino de Dios y las bendiciones que éste traería. Sir Winston fue muy cordial e indicó que respetaba nuestra obra.

      “Es lamentable que nunca más pude volver a comunicarme con él. Pero fue una bendición para un joven de 17 años de edad el haber sido utilizado para testificarle siquiera aquella sola vez”.

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