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  • Los cristianos primitivos bajo el gobierno romano
    La Atalaya 1953 | 1 de septiembre
    • (Mat. 6:24; Hech. 4:19, 20) Así como rehusaron aclamar a Hítler en tiempos modernos, así también hace diecinueve siglos rehusaron saludar, postrarse o quemar incienso a la imagen de César.8 “Roma gradualmente había llegado a estar llena de gente que patrocinaba cultos extraños, quienes al pedírseles que lo hicieran juraban al espíritu divino del emperador. Los cristianos, sin embargo, fuertes en su fe, no prestaban tal juramento de lealtad. Y porque no juraban a lo que hoy consideraríamos como análogo a la BANDERA, se les consideraba políticamente peligrosos.”11

      Esos hombres de Dios sabían que el “derecho divino de los reyes” sólo es un mito, que la bandera o emblema del estado no era símbolo de salvación y por consiguiente no podían jurar a ella. No obstante, eran leales y obedientes al estado en todos los asuntos que no pertenecían a la adoración.12 Cristo les prohibió ser rebeldes en contra del estado. “Devuelvan las cosas de César a César, pero las cosas de Dios a Dios,” él les mandó, y eso es lo que hicieron. (Mar. 12:17, NM) Dice Justino Mártir: “Pagamos impuestos y derechos aduanales más escrupulosamente que todos los hombres, a los que están designados por ustedes, como él nos enseñó a hacerlo. (Mat. 22:21) Por consiguiente adoramos únicamente a Dios solo, mientras que al mismo tiempo les servimos a ustedes anuentemente en todo otro respecto.”2 Sobre este mismo asunto Tertuliano declaró: “La imagen de César, que está en las monedas, debe darse a César, y la imagen de Dios que está en el hombre, debe darse a Dios; por lo tanto tú tienes que dar el dinero, en verdad, a César, pero darte tú mismo a Dios; porque ¿qué quedará para Dios, si todo pertenece a César?”2

      “Los cristianos primitivos estuvieron listos a morir por su fe. Rehusaron adorar a los dioses de los romanos paganos. Puesto que creían en la paz, rehusaban servir en los ejércitos imperiales de Roma.”13 A los romanos los “que objetaban al servicio militar parecían inútiles al estado”,9 pero eso no cambió el punto de vista de Dios en cuanto al asunto, y, después de todo, eso es lo que valía.

      Esos cristianos no objetaron o estorbaron el que César reclutara paganos para su ejército. En verdad, él tenía perfecto derecho para hacerlo, porque ellos eran parte de este viejo mundo. Pero cuando César pedía que los ministros de Dios, que eran del reino de Jehová y no eran parte del mundo del Diablo, pelearan batallas del viejo mundo, eso era un asunto enteramente diferente. Por eso el argumento aparentemente plausible de tales personas como Celso (un escritor latino del segundo siglo) sólo es palabras vacías. “¿No los castiga justamente el emperador?” preguntó Celso, “porque si todos hicieran como ustedes, el emperador sería dejado solo, nadie lo defendería, los más salvajes bárbaros se apoderarían del mundo, y no permanecería un solo vestigio de sabiduría verdadera, ni siquiera de su religión, entre la humanidad; pues no se imaginen que su Todopoderoso Dios descendería del cielo para pelear por nosotros.”2, 12

      PERSECUCIÓN POR CAUSA DE LA JUSTICIA

      “Si me han perseguido a mí,” amonestó Jesús, “a vosotros también os perseguirán . . . todo esto harán con vosotros a causa de mi nombre.” (Mat. 5:10, 11; Luc. 21:12; Juan 15:20, 21) Y así fué. “Parece conclusivo, de la carta de Plinio y del rescripto de Trajano, que los cristianos podían ser castigados por el nomen solo, o la mera profesión del cristianismo, aparte de la especificación o prueba de crímenes definidos.”1 En todas partes se hablaba en contra de ellos.—Hech. 28:22.

      Los cristianos en aquellos días primitivos eran el objeto de ataques por eruditos literarios tales como Luciano, Celso, Porfirio, Hiérocles, y, como ya se mencionó, a menudo fueron atacados y golpeados por el populacho dirigido erradamente.14 Pero en muchos otros casos los elementos gobernantes fueron responsables de esto. Desorganizaban sus reuniones cristianas; quemaban sus Biblias; les quitaban sus privilegios de ciudadanos romanos; los echaban en la cárcel; y a veces los quemaban en la hoguera o los estiraban en el potro de tormento o los arrojaban a la arena para ser despedazados por animales salvajes. “Todo refinamiento de tormento se practicaba. El paganismo, luchando por su existencia, hizo uso de todo medio para desarraigar una secta que era despreciada y temida.”8

      Algunos historiadores15 han discutido sobre el porqué el pueblo de Dios fué marcado con especialidad y perseguido desmesuradamente, pero cuando uno ve el punto en cuestión es bastante sencillo entender eso. Una carta dirigida a Diognetus, quien vivió a principios del segundo siglo, dice: “Los cristianos no están separados de los demás hombres, ya sea en su morada terrestre, ni por idioma, ni costumbres; jamás habitan pueblos separados, no usan habla peculiar, ningún modo singular de vida.—Habitan en los pueblos de los griegos, o de los bárbaros, tal como la casualidad les haya asignado su morada, y puesto que siguen las costumbres del país con respecto a ropa, alimentos, y otros asuntos parecidos, manifiestan una disposición y conducta que son maravillosas y notables a todos los hombres. Obedecen las leyes existentes, más aun, triunfan sobre las leyes por su propia conducta.”2

      De modo que la persecución no se debía a que los cristianos fueran fanáticos excéntricos. Eran personas comunes, corrientes, cuando se trataba de la vida cotidiana. (1 Cor. 1:26-29) Pero aun este hecho hizo que Celso los ridiculizara, quien “hace un asunto de mofa el que trabajadores, zapateros, agricultores, los más incultos y ridículos de los hombres, sean predicadores celosos del Evangelio”.2

      Roma realmente no tuvo mejores súbditos, porque los cristianos rendían más genuino respeto al gobierno y la ley y el orden que cualesquier otros, aunque eran clasificados como ciudadanos indeseables.16 En prueba, Tertuliano llamó a los magistrados para que testificaran que entre los que diariamente eran culpables de asesinato, seducción, robo, etc., los criminales eran paganos, no cristianos. Cierto, las cárceles estaban llenas de cristianos, pero la única acusación en contra de ellos era la de ser cristianos.17 Todos los hechos probaban que los fieles siervos de Jehová bajo el gobierno de Roma eran “un grupo de hombres del carácter más inofensivo e innocuo, quienes jamás abrigaban un deseo o pensamiento que fuera hostil al bienestar del estado”.18

      ¿No es extraño que tales personas buenas fueran odiadas y perseguidas tan despiadadamente? Aquí está la razón, explica Tertuliano: “Ellos no rinden honores vanos, ni falsos, ni insensatos al emperador” y rehusan entregarse a las desenfrenadas fiestas de los paganos.5 Los romanos eran tolerantes a todo el que se postrara y adorara al estado totalitario y a su dios hecho por los hombres, el emperador deificado.18 Aun a los judíos les iba bastante bien por transigir en el punto en cuestión.1 “Pero la conducta de los cristianos,” Mosheim nos dice, “era todo lo contrario de esto: porque, haciendo a un lado toda clase de temor, vigorosamente se esforzaban por hacer que los romanos renunciaran a sus vanas y necias supersticiones, y continuamente estaban instando a los ciudadanos a desistir y abolir esos ritos sagrados.”18 “Su evangelio no era un misterio secreto, esotérico, sino algo que debía proclamarse sobre los tejados de las casas, y ellos se propusieron poner en efecto el antiguo lema de los profetas, ‘Publiquen buenas nuevas.’”3

      LISTA DE AUTORIDADES CITADAS EN ESTE ARTÍCULO

      1. El cristianismo y el gobierno romano, por E. G. Hardy, reimpresión de 1925 de la edición de 1894, págs. 122, 130, 95, 18, 19.

      2. La historia de la religión e iglesia cristianas durante los tres primeros siglos, por Augusto Neander, traducida del alemán al inglés por Enrique Juan Rose, segunda edición, 1848, págs. 46, 182, 183, 162, 52, 159, 160, 52, 53,40, 41.

      3. El cristianismo va a la prensa, por Edgar J. Góodspeed, págs. 11, 36, 76, 14, 75.

      4. La decadencia y la caída del imperio romano, por Eduardo Gibbon, edición de la Biblioteca Moderna, tomo 1, cap. 16, págs. 450, 451.

      5. Libro de información sobre la historia romana, por Dana C. Munro, 1904, pág. 170.

      6. Historia de la iglesia cristiana, por Felipe Schaff, tomo 2, pág. 124.

      7. Apologética de Tertuliano, traducida por T. R. Glóver, IX, 9-15.

      8. La civilización europea primitiva, por Hutton Wébster, 1933, págs. 132, 233, 333, 334.

      9. Una historia de Roma, por Jorge Willis Botsford, 1901, pág. 263.

      10. La historia de la Europa medioeval, por Lynn Thórndike, 1917, pág. 64.

      11. El libro de la cultura, por Ethel Rose Péyser, 1934, pág. 549.

      12. Una historia breve de Roma, por Guglielmo Ferrero y Corrado Barbagallo, 1919, págs. 280, 382.

      13. Del viejo mundo al nuevo, por Eugenio A. Cólligan y Máxwell F. Littwin, 1932, pág. 88.

      14. Enciclopedia de literatura bíblica, teológica, y eclesiástica, por McClíntock y Strong, 1871, tomo 2, pág. 271.

      15. El mundo antiguo, por Willis Mason West, 1913, pág. 538, 539.

      16. Historia de Europa, por Jaime H. Bréasted, 1920, pág. 272.

      17. Historia de la iglesia cristiana, por Enrique C. Sheldon, 1894, tomo 1, pág. 180.

      18. Comentarios históricos sobre el estado del cristianismo, por Juan Láurence von Mosheim, traducidos del alemán al inglés por Roberto S. Vidal y editados por Jaime Múrdock, 1853, tomo 1, págs. 129, 130.

  • Multan al “maestro de disturbios”
    La Atalaya 1953 | 1 de septiembre
    • Multan al “maestro de disturbios”

      “El que practica cosas viles odia la luz y no viene a la luz, para que sus obras no sean reprobadas.” (Juan 3:20, NM) Esas palabras que Jesús dirigió a un guía religioso de su día pueden aplicarse tan aptamente a los guías religiosos de hoy día como podían aplicarse a los guías religiosos de los días de Jesús. Esto se ve claramente de la siguiente experiencia que tuvo un publicador del Reino en Rhodesia, Unión sudafricana:

      “Quiero contarles de la dificultad que tuve un día cuando estaba dando a conocer las buenas nuevas del Reino en las calles. Todo me iba bien en la obra cuando de repente se me presentó un sacerdote católico romano que me preguntó: ‘¿Qué hace usted?’ Le contesté que estaba haciendo la obra de testimonio en alabanza del reino de Dios. Entonces él dijo: ‘Ustedes los testigos son unos engañadores.’ Se puso violento y empezó a pegarme y a arrebatarme los libros y a romperlos. Se juntó un grupo y pronto vino un policía blanco y preguntó: ‘¿Qué pasa aquí?’ Algunos del grupo le dijeron que allí estaba un hombre de La Atalaya. Entonces el policía le preguntó al sacerdote: ‘¿Qué es lo que ha hecho este hombre?’ El sacerdote le dijo que me había visto predicando. El policía en seguida me preguntó si yo era testigo de Jehová, y cuando le contesté que sí, me pidió mi identificación. Le mostré mi certificado que declara que soy ministro y también maestro.

      “Entonces el policía se dirigió al sacerdote católico romano y le preguntó: ‘¿No es usted maestro también?’ Cuando contestó que sí, el policía le preguntó: ‘¿Entonces por qué le está usted pegando a un maestro compañero? ¿Qué lo incitó a romper sus libros? ¿Es usted un maestro de disturbios?’ Se llevó el asunto a las cortes y al sacerdote se le mandó pagar £2-2-6 (como $6.00 en dinero de E. U. A.) por los libros que él destruyó.”

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