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  • ¡Venga, visite a la Suiza escondida del África!
    ¡Despertad! 1976 | 8 de junio
    • de Ruanda y Burundi, y la parte contigua de la provincia Kivu en el Zaire oriental.

      Comienza nuestro viaje

      Tenemos que advertirle que aún hoy el viajar por esta zona no es fácil. Dondequiera que vaya, tiene que prepararse para un viaje por un camino lleno de baches, y lento.

      La primera etapa de nuestro emocionante viaje será desde Kabale a Kisoro. El autobús es viejo, cargado hasta el límite con más de sesenta pasajeros y lleva todavía más peso sobre el techo: bicicletas, muebles, y toda clase de canastas, bultos y paquetes de alimentos y animales vivos.

      ¡Finalmente el autobús está cargado y partimos! Pasamos por unas cuantas aldeas, y a medida que ascendemos por el camino en zigzag el aire se hace más fresco y menos húmedo en altitudes más elevadas. Un poco después, podemos ver el lago Bunyoni, una perla, por decirlo así, o quizás más parecido al final de un fiord, pero perla engarzada en un sol tropical y en la vegetación lujuriante, bordeada por una playa curva y con una hermosa isla en su centro. Subimos más y más arriba, con el panorama constantemente mejorando, realzado ahora por el rojo de los ígneos árboles africanos que salpican la ladera de la montaña. En la otra dirección vemos en la distancia los valles profundos abajo, con sus laderas cultivadas y las pequeñas aldeas adheridas a los lados. Nos detenemos aquí y allá para dejar bajar a una o dos personas, cada una toma sus pertenencias —paquetes, botellas, pollos, canastos, banquillos, fuentes o lo que sea— que se le entregan desde el techo del autobús.

      Pero, ¡mire! A nuestra izquierda está el pueblo de Kabale. ¡Pero si ése fue nuestro punto de partida! Después de casi cinco horas de serpentear por las montañas, y después de viajar casi 80 kilómetros por este tortuoso camino de montaña, solo estamos a 16 kilómetros de Kabale, a vuelo de pájaro. ¡Ciertamente es asombroso!

      Ahora estamos viajando en medio de un bosque de bambúes tan denso que el camino parece estar en un túnel, y repentinamente salimos a una vista fabulosa, el bien conocido paso Kanaba. Ahora podemos ver los volcanes Virunga que se extienden a tres países... Uganda, Ruanda y el Zaire. Sobre las laderas del volcán más próximo está uno de los últimos albergues del gorila salvaje.

      Hasta Ruanda

      En este “país de mil colinas,” que, dicho sea de paso, es menos de las que realmente hay, el viaje puede parecer más tranquilo pero todavía es muy panorámico. Sobresaliendo con creces entre el resto, está Karisimbi, con una altitud de aproximadamente 4.500 metros, el volcán más alto de la cordillera Virunga. Al sur de éste está Ruhengeri, rodeado por extensos bananales. Aquí vemos casas muy atractivas hechas de ladrillos de lava, con la junta de argamasa pintada de blanco. También están los lagos Bulera y Ruhondo que nos recuerdan al hermoso lago Bunyoni.

      Este es territorio agrícola. Parece que toda la tierra aprovechable se usa para cultivar café, patatas, mijo, habichuelas, cacahuetes, maíz, mandioca y otros cultivos... a veces a un ángulo de 45 grados sobre las laderas. De vez en cuando pasamos fábricas de ladrillos con sus hornos típicos, en los cuales se producen una variedad de ladrillos grises, amarillos y rojos.

      Pero pronto estamos ascendiendo de nuevo, en nuestra subida a más de 2.100 metros. Por muchos kilómetros parece que estamos viajando sobre la cresta de las montañas. El sol ecuatorial retozando sobre la campiña les da un esplendor añadido a las varias tonalidades de verde. Hay muchos abetos entremezclados con los eucaliptos, y, en estos últimos, se han colocado canastas de cañas para proveer casas para las abejas.

      Alguien en el autobús dice que nos estamos acercando a Kigali, la capital. En tal caso, no nos ha ido tan mal en esta parte del viaje, puesto que hemos recorrido aproximadamente 130 kilómetros de camino de tierra en cuatro horas y media, y esta mañana hemos agregado otro tramo de 40 kilómetros.

      Algo que nos ha impresionado en estos últimos 160 kilómetros es el no ver ninguna aldea grande, solo una o dos pequeñas de no más de diez casas cada una. Pero se nos recuerda que esto es típico de Ruanda, un pequeño país de cuatro millones de habitantes, con una densidad de población comparable a la de Europa, y sin embargo la mayoría de la gente vive en casas individuales esparcidas por el campo. Sin embargo, al pasar por un mercado, prontamente nos dimos cuenta de cuántas personas hay allí.

      ¡Y qué asombrosa variedad de gente! Algunas tienen la altura de los uatusis, 1,8 ó 2,1 metros de alto, y una gran cantidad son de estatura muy baja. No, no son los pigmeos batua, porque ellos viven en las montañas a alguna distancia de aquí. Pero, sean de estatura alta o baja, casi nadie usa zapatos... solo 7 de las 100 personas que contamos.

      Tenemos que seguir avanzando. Todavía quedan otros 145 kilómetros de caminos serpenteantes ante nosotros, que conducen al sudoeste de Ruanda.

      La cuna del Nilo

      Subimos constantemente y ahora hemos entrado en un bosque grande. Ya no hay gente, ni casas ni campos. Este es un bosque virgen, con una profusión de vegetación tropical: árboles florecientes, lustrosas hojas plateadas, helechos a lo largo de los caminos. Después de más de una hora de ascenso, nos preguntamos si estamos acercándonos al final del bosque. ¡Otros en el autobús nos aseguran que solo estamos aproximándonos al medio!

      Seguimos ascendiendo y llegamos a una altitud de unos 2.400 metros... y con la altitud, la vegetación de las montañas, musgo amarillo, verde, rojo y marrón colgando de las ramas. Un pequeño cartel a la izquierda, bastante esfumado y casi inclinado contra el suelo, nos dice que el pequeño riachuelo que cruzamos va a una fuente del río Akagera, ¡una cabecera del Nilo a 6.600 kilómetros de distancia del Mediterráneo!

      El hermoso lago Kivu

      Por fin estamos descendiendo, y en la distancia, bajo el sol del atardecer, aparece el hermoso lago Kivu, una perla en el valle occidental, con el pueblo de Bukavu en su extremo del sur. Aquí para deleitar nuestros ojos hay campos de pelitre con sus flores violetas, plantaciones de té, café, caña de azúcar, quina y rocas enhiestas presionando hacia arriba hacia el cielo, en algunas ocasiones por otro kilómetro y medio más arriba del lago. El ganado ankola con sus enormes cuernos, que ya habíamos admirado en Kigezi, también están aquí en el Zaire. Tratan de hallar suficiente hierba verde en la falda de la montaña entre el rojo brillante de los árboles africanos y el amarillo de las cañafístolas.

      El panorama cambia constantemente... un claro hacia el lago azul revela sus penínsulas, o su empinada ladera de la costa, o las islas moteadas sobre su superficie. En otra dirección alcanzamos a ver profundos valles alpinos, y aquí y allá cascadas a medio camino hacia arriba en la falda de la montaña.

      Hay otros tramos donde, por kilómetros, pasamos por bananales. Vemos a muchas mujeres que llevan sobre la espalda grandes calabazas en canastos, sostenidos por una cinta que pasa sobre su frente. El aroma de alcohol llena el aire, porque las calabazas contienen una cerveza de banana que llevan al mercado.

      La orilla norteña del lago presenta un paisaje diferente: Kilómetros de lava negra endurecida que se extiende desde el volcán Nyamlagira hasta el lago, que todavía no tiene treinta años de edad. La superficie irregular comienza a ser cubierta por la vegetación. Más adelante, vemos a Nyiragongo, un segundo volcán activo, que toca las nubes. De noche se puede ver su cima brillar de rojo ígneo. A medida que continuamos, nos encanta volver a ver la cadena de Virunga, esta vez desde el lado del Zaire. Es difícil creer que estos picos son aproximadamente tan altos como el famoso Matterhorn.

      El parque Virunga

      Dejando atrás la cadena de volcanes y viajando más adelante, pronto estamos viendo otro paisaje maravilloso: una planicie llena de antílopes, elefantes y otros animales están paciendo pacíficamente en su santuario. La palabra que acude a nuestra mente es “paraíso.” Los ríos bordeados de palmeras se retuercen en su curso hacia el norte en dirección al Nilo y cientos de hipopótamos están echados por aquí y por ahí en los márgenes y orillas poco profundas de los ríos. En la distancia resplandece otro lago plateado.

      A medida que nos dirigimos hacia el sur desde Bukavu, las nubes altas detrás de nosotros han de estar ocultando el Ruwenzori, las “Montañas de la Luna,” que alcanzan unos 5.100 metros de alto.

      Descendemos por el valle de Rusizi, y mientras lo hacemos miramos a Burundi a nuestra izquierda. Parece tener muchos parecidos con Ruanda, salvo por las plantaciones de algodón que observamos a medida que nos acercamos al lago Tanganica.

      ¡Qué hermoso lago, flanqueado por cadenas de montañas a ambos lados! Se nos dice que fue aproximadamente aquí que los famosos exploradores Livingston y Stanley tuvieron un vistazo de la “Suiza escondida” del África, hace poco más de cien años. Pero no pudieron haber sabido todo lo que contenía. Ciertamente cada uno de esos caminos tortuosos, llenos de baches a través de estas montañas contiene numerosas sorpresas para cautivar nuestro interés. Pero nos llevaría años el explorarlas todas.

      Ahora mismo personas amigables están paradas aquí en el muelle despidiéndose con un “¡kwa heri!”, que significa “adiós” en suahili, mientras nuestro barco lentamente se mueve hacia el sur sobre el lago Tanganica. Todo lo que podemos hacer ahora es conservar los preciosos recuerdos de nuestro viaje a través de este hermoso lugar de la creación, esta “Suiza escondida” en el mismísimo corazón del África.

  • Valerosa ante la muerte
    ¡Despertad! 1976 | 8 de junio
    • Valerosa ante la muerte

      Referente al efecto que el adoptar la adoración verdadera podría tener, Jesucristo dijo: “Los enemigos del hombre serán personas de su propia casa.” (Mat. 10:36) En ocasiones este odio puede resultar en que el cristiano sea amenazado con la muerte.

      Esto es lo que le sucedió a una jovencita en una aldea de Europa oriental. Junto con su familia, comenzó a estudiar la Biblia con los testigos de Jehová. Pronto empezó a compartir con los parientes y vecinos lo que estaba aprendiendo. Pero todos se volvieron en contra de ella. Un día un pariente cercano vino a la casa y le dirigió un ultimátum: ¡O te separas de los testigos de Jehová o si no . . . ! Sacó un revólver y amenazó con dispararle si no dejaba de asociarse con los Testigos. ¿Cedería ante el temor de morir una muerte violenta?

      No, permaneció firme. Así es que el pariente apretó el gatillo. Sin embargo, la bala meramente le rozó la cabeza, sin dejar una herida seria. Viendo la determinación de la jovencita, el pariente se fue. Poco tiempo después toda la aldea dejó de oponerse a la determinación de esta familia de servir a Jehová Dios. El valor que la joven manifestó ante la muerte ciertamente fue recompensado.

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