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  • La inspiración tras la Ciencia Cristiana
    La Atalaya 1964 | 1 de septiembre
    • y otros elementos materiales”! El hombre es una maravillosa creación de Dios, como cantó el salmista David: “Te ensalzaré porque de manera que inspira temor he sido maravillosamente formado.” Es verdad que el hombre ha caído bastante desde su perfección original, pero pronto, en el nuevo orden de Dios, la humanidad, conforme reciba los beneficios del sacrificio de rescate de Jesús, será restaurada a la perfección humana.—Sal. 139:14; Rev. 21:4.

      La Ciencia Cristiana niega esto. Sus esfuerzos se dirigen hacia curar los padecimientos físicos por medio de grabar en el paciente la idea de que el dolor, así como toda la existencia material, son imaginarios, no reales. Pero esta enseñanza no proviene de Dios; no está apoyada por la Palabra de Dios, la Biblia, ni por la evidencia científica. Por lo tanto es evidente que la inspiración de María Baker Eddy debe haber provenido de fuerzas inicuas espirituales, que se esfuerzan por cegar a la gente a la verdad y en contra de cuya influencia la propia Palabra de Dios advierte claramente.—Deu. 18:9-12; Gál. 5:19-21; Rev. 21:8.

  • Prestando atención al consejo de un amigo
    La Atalaya 1964 | 1 de septiembre
    • Prestando atención al consejo de un amigo

      UN CRISTIANO dedicado de Míchigan relata cómo aprendió la verdad de Dios: “Hace siete años, mientras estaba empleado a bordo de los barcos transportadores de mineral de los Grandes Lagos, me propuse determinar por mí mismo si un hombre debería tener una religión y, si debería tenerla, cuál de las muchas. En un esfuerzo por obtener respuestas a muchas preguntas hablé con varios clérigos. Aprendí una cosa de esto—el hecho de que yo no era el único que estaba confuso. De modo que puse a un lado el entero asunto de la religión hasta que un día nuestro barco atracó en el lago Erie y el fogonero de mi turno renunció.

      “Cuando el fogonero reemplazante llegó a bordo, había alguna duda en cuanto a si podría manejar o no tal trabajo agobiante como el de alimentar a mano las calderas del barco, debido a su estructura delgada. Sin embargo, mediante demostración nos convenció de que él verdaderamente era un fogonero muy bueno. Puesto que había estado alejado de trabajo físico tan duro por algún tiempo, requería ayuda hasta poder ponerse en condición. Siempre que yo podía salir del cuarto de máquinas, entraba en la cabina de carga y le ayudaba. Pronto aprendí que él estaba interesado en la Biblia y que tenía un conocimiento extraordinario del contenido de ella. Rechacé sus primeros esfuerzos por explicarme algunas cosas diciéndole, con un tono de voz cínico, que si él pensaba que podía convencerme sobre estos puntos en cuestión religiosos, cuando los hombres doctos del clero no habían podido hacerlo, estaba equivocado.

      “Llenábamos los hornos y luego considerábamos asuntos religiosos, acudiendo a la Biblia y a otros libros que él tenía. Esto prosiguió turno tras turno. Mis esfuerzos para convencerlo de que él estaba exactamente tan confuso como yo mismo y los clérigos que conocía eran frustrados por su explicación calmada, confiada, de las verdades bíblicas. Pronto esta frustración se convirtió en interés y, con este interés y nuestro estudio adicional, llegué a comprender que ésta era la verdad. Llegó el fin de la temporada de embarque, y el barco fue guardado para el invierno. Los marineros partieron. Antes de partir, mi nuevo amigo me aconsejó que si yo quería aprender más de la verdad debería buscar y asociarme con los testigos de Jehová. A medida que mi familia y yo nos mudábamos de lugar en lugar jamás olvidé las cosas que el fogonero del barco me enseñó. Tres años después, al mudarme al alto Míchigan, busqué el Salón del Reino. Acepté la invitación para un estudio bíblico de casa, lo cual resultó en mi dedicación. Según recuerdo, hace siete años aquellos clérigos no impartieron entendimiento bíblico, pero en contraste Jehová Dios capacitó a un humilde fogonero para enseñar a otros la verdad dadora de vida.”

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