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¿Puede ser derrotada la muerte?La Atalaya 1981 | 15 de diciembre
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UN ASOMBROSO MILAGRO
Al encontrarse con la muchedumbre que estaba de duelo, y con la madre desconsolada, Jesús sintió compasión por ella. La tristeza profunda de ella le enterneció el corazón. De modo que, tiernamente, y sin embargo con firmeza que impartía confianza, él dijo a ella: “Deja de llorar.” Su porte y su proceder llamaron la atención de la muchedumbre, así que cuando ‘se acercó y tocó el féretro, los que lo llevaban se detuvieron.’ De seguro todos se preguntaban qué estaría por hacer Jesús.
Es cierto que más de un año antes Jesús había convertido el agua en vino al asistir a un banquete de bodas en la aldea de Caná, que quedaba a unos kilómetros al norte, Además, es cierto que en otras ciudades y aldeas no lejos de allí Jesús había curado milagrosamente de sus enfermedades a ciertas personas y tal vez algunos de los que estaban de duelo habían oído estos informes. Pero según indica el registro bíblico inspirado, Jesús todavía no había levantado a nadie de la muerte. ¿Podía él hacer tal cosa?
Dirigiéndose al cadáver, Jesús ordenó: “Joven, yo te digo: ¡Levántate!” Y ¡qué prodigio! “El muerto se incorporó y comenzó a hablar, y se lo dio a su madre.”
¡Qué cosa extraordinaria! Imagínese cómo debe haberse sentido aquella mujer. ¿Cómo se sentiría usted? ¿Qué puede decir una persona en tales circunstancias? ¿‘Gracias por resucitar a mi hijo’? Meras palabras no bastarían para expresar el agradecimiento por semejante obra. ¡Ciertamente fue un milagro!
“Entonces el temor se apoderó de todos, y se pusieron a glorificar a Dios, diciendo: ‘Un gran profeta ha sido levantado entre nosotros,’ y: ‘Dios ha dirigido su atención a su pueblo.’ Y estas noticias respecto a él se extendieron por toda Judea y por toda la comarca.” Era evidente que Jesús era un gran profeta provisto por Dios.—Luc. 7:13-17.
¿EL PROMETIDO HACEDOR DE MILAGROS?
Quince siglos antes, el profeta Moisés había ejecutado milagros asombrosos por medio del poder de Dios; hasta dividió el mar Rojo para que la entera nación de Israel pudiera pasar por suelo seco. Pero se profetizó que vendría un profeta que haría milagros mayores. Bajo inspiración de Dios, Moisés dijo: “Un profeta de en medio de ti mismo, de tus hermanos, semejante a mí, es lo que Jehová tu Dios levantará para ti... a él ustedes deben escuchar.” (Deu. 18:15) Por lo tanto, la pregunta en el primer siglo era: ‘¿Es este Jesús de Nazaret el profeta de Dios que se predijo que vendría?’
Juan el Bautizante creía que Jesús era ese profeta. Casi dos años antes, él había visto el espíritu de Dios descender sobre Jesús después de haberlo bautizado en el río Jordán. (Juan 1:32-34) Ahora Juan estaba en la cárcel, pues como un año antes Herodes Antipas lo había encarcelado por haber denunciado Juan las relaciones adúlteras de Herodes con la esposa de su hermano.
Así que fue allí en la cárcel donde “los discípulos de Juan le informaron acerca de todas estas cosas,” especialmente respecto a la resurrección del hijo de la viuda. Al oír este informe, “Juan mandó llamar a ciertos dos de sus discípulos y los envió al Señor a decir: ‘¿Eres tú El Que viene o hemos de esperar a uno diferente?’”—Luc. 7:18, 19; Mat. 11:2, 3.
No era que Juan dudara de que Jesús fuera el profeta prometido. Pero después de oír este informe extraordinario acerca de que el hijo de la viuda había sido restaurado a la vida, quiso una declaración verbal directamente de Jesús respecto a su identidad como el Mesías. Juan se había preguntado si habría de venir otro, un sucesor, por decirlo así, que hubiera de completar el cumplimiento de todas las cosas que se habían predicho que el Mesías de Dios efectuaría.
De modo que cuando los dos discípulos de Juan llegaron adonde estaba Jesús y le hicieron la petición de Juan, el registro dice: “En aquella hora [Jesús] curó a muchos de enfermedades y de penosas dolencias y de espíritus inicuos, y concedió a muchos ciegos el favor de ver. Por lo tanto, en respuesta dijo a los dos:
‘Vayan, informen a Juan lo que vieron y oyeron: los ciegos reciben la vista, los cojos andan, los leprosos quedan limpios y los sordos oyen, los muertos son levantados, a los pobres se les dicen las buenas nuevas. Y feliz es el que no haya tropezado a causa de mí.’”—Luc. 7:20-23.
Ciertamente este informe fue algo que animó a Juan. Era prueba que confirmaba que Jesús realmente estaba ejecutando las obras extraordinarias que distinguirían al profeta predicho por Moisés. ¡Nunca antes había habido tal demostración de poderes milagrosos por un hombre! Así que Juan, a pesar de que se le dejó en la cárcel, tuvo la seguridad de que Jesús era el singular y único profeta que cumplía lo que Moisés había predicho.
No cabe duda. ¡Hasta la muerte puede ser derrotada, como en el caso del hijo difunto de la viuda de Naín!
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Lo que significa para nosotrosLa Atalaya 1981 | 15 de diciembre
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Lo que significa para nosotros
AUNQUE hoy día no haya ningún profeta de Dios que obre milagros en la Tierra, incluso que pueda resucitar a los muertos, no obstante podemos estar absolutamente seguros de que pronto nuestros seres queridos que han muerto serán restaurados a la vida.
Poco antes de ir a Naín, mientras asistía a la celebración de la pascua judía en Jerusalén temprano en la primavera del 31 E.C., Jesús hizo una promesa extraordinaria respecto a esta resurrección de los muertos. Parece que hasta aquel entonces no había resucitado a nadie. Sin embargo, dijo:
“Porque así como el Padre levanta a los muertos y los vivifica, así el Hijo también vivifica a los que él quiere. Porque así como el Padre tiene vida en sí mismo, así ha concedido también al Hijo el tener vida en sí mismo. Y le ha dado autoridad para hacer juicio, por cuanto es Hijo del hombre. No se maravillen de esto, porque viene la hora en que todos los que están en las tumbas conmemorativas oirán su voz y saldrán, los que hicieron cosas buenas a una resurrección de vida, los que practicaron cosas viles a una resurrección de juicio.”—Juan 5:21, 26-29.
Aquellos opositores religiosos con quienes Jesús habló no le creyeron. Aun cuando en toda Judea comenzaron a difundirse informes confiables de que Jesús había resucitado al hijo de la viuda de Galilea, rehusaron creerlo. De hecho, dos años después, cuando Jesús resucitó a su amigo Lázaro, ellos quedaron tan enfurecidos que tramaron Su muerte. Hasta “entraron en consejo para matar también a Lázaro, porque a causa de él muchos de los judíos . . . ponían fe en Jesús.”—Juan 12:10, 11; 11:38-53.
Pero el que algunas personas del primer siglo rehusaran aceptar la prueba arrolladora de que Jesús era el predicho profeta de Dios no es razón para que nosotros hoy día seamos escépticos y no cifremos fe en la promesa de Jesús acerca de la resurrección. ¡Las palabras de Jesús son confiables! ¡Él puede hacer lo que prometió que haría! El que resucitara al hijo de la viuda prueba que él puede ‘vivificar a los que él quiera.’
Por eso, hoy tenemos toda razón para confiar en la promesa de Jesús de que “todos los que están en las tumbas conmemorativas oirán su voz y saldrán.” Hay prueba de que el tiempo en que esto ha de acontecer está cerca ahora. Desde el año 1914 hemos visto, en nuestra generación, el cumplimiento de todas las cosas que Jesucristo y sus apóstoles dijeron que señalarían los “últimos días” de este sistema de cosas. Guerras mundiales, escaseces de alimento, pestes, terremotos, desafuero, delincuencia... todas éstas son cosas comunes en nuestro día. No cabe duda de que el fin de este sistema inicuo está cerca.—Mat. 24:3-14; Luc. 21:10, 11; 2 Tim. 3:1-5; 2 Ped. 3:3, 4.
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