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  • ‘No nos envidiemos los unos a los otros’

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  • ‘No nos envidiemos los unos a los otros’
  • La Atalaya. Anunciando el Reino de Jehová 1957
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La Atalaya. Anunciando el Reino de Jehová 1957
w57 1/4 págs. 197-200

‘No nos envidiemos los unos a los otros’

EL PODER disfrutar de los éxitos que tienen otros es una marca importante de la madurez cristiana. No es maduro el que le envidia a otro su habilidad o el éxito que tiene. Cuando no todos los que están en una congregación cristiana son espiritualmente maduros, el problema de la envidia o el celo puede brotar. Pero es posible vencerlo. Puede ser allanado por el poder del espíritu de Dios. Por tanto un apóstol de Cristo escribió: “Si estamos viviendo por espíritu, continuemos andando ordenadamente también por espíritu. No nos hagamos egotistas, provocando competencia unos con otros, envidiándonos los unos a los otros.”—Gál. 5:25, 26, NM.

Precisamente, ¿qué es la envidia? En realidad es una expresión de egoísmo, de amor propio en demasía. Se manifiesta por medio del descontento o mala voluntad hacia la buena fortuna de otro porque uno desea que ésta haya sido suya. De manera que una persona celosa o envidiosa se resiente del buen éxito que tiene otra persona. Si ella misma no puede tener ese éxito, no quiere ver que otros lo tengan.

La envidia se manifiesta de varias maneras. Generalmente hay una falta de regocijo por el éxito de otra persona. La persona celosa está llena de envidia; no puede regocijarse con los que se regocijan. No cumple el mandato bíblico: “Regocíjense con personas que se regocijan; lloren con personas que lloran.” (Rom. 12:15, NM) La persona celosa no está feliz ella misma y hace que otros estén infelices. Para un celoso es tormento hablar bien de la persona a quien él tiene envidia. De hecho, la persona celosa se aleja de aquel a quien ella envidia. Esto conduce a otra manifestación de envidia.

Esta es la frialdad. La persona celosa es fría y hostil para con aquel a quien envidia. Aunque el que es objeto de la envidia quizás perciba esta frialdad y hasta haga un esfuerzo especial para ser amistoso, de nada sirve. El celoso, el envidioso, ha cerrado su corazón. Cruel es esto, pero “inexorables como el sepulcro son los celos.”—Cant. de Cant. 8:6.

UN PECADO MORTAL

La envidia es un peligro grande. Es como una herida inficionada. La infección se extiende. Produce más infección. Engendra toda clase de causas de fricción y división en una congregación cristiana. Por una parte, a menudo le gusta al hombre celoso apocar a la persona a quien él envidia. Un espíritu egoísta, envidioso, está trabajando ahora. Le gusta al envidioso hacer toda clase de comentarios a otras personas para tratar de reducir la estatura de la persona a quien él envidia, porque los envidiosos tienden a alabar sólo lo que ellos pueden superar; critican o desalaban lo que les supera. Así el hombre envidioso muestra que está completamente desequilibrado: “Aquel que desprecia a su prójimo es falto de entendimiento.”—Pro. 11:12.

Cuando ocurre la envidia en una congregación cristiana la situación es muy seria. Si el envidiado es siervo en la congregación, puede que la obra de avanzar las buenas nuevas sea estorbada. ¿Por qué? Porque la persona celosa no coopera de todo corazón con aquel a quien ella envidia. Deja de prestar ayuda cabal. Deja de poner la obra de Dios por encima de sí misma. Si no se refrena, la envidia puede continuar creciendo e infectando. Puede engendrar el odio y el odio puede engendrar la contienda. Verdad es que “donde hay celos y espíritu de contradicción, hay desorden y toda cosa vil.”—Sant. 3:16, NM.

Pocas cosas pueden amargar el espíritu humano y envenenar las relaciones fraternales más cabalmente que el espíritu de la envidia. Es de interés especial notar qué lugar los escritores de la Biblia dieron a la envidia al enumerar los vicios. Al comparar la ira con la envidia, el sabio rey Salomón dijo: “Cruel es la cólera, y diluvio destructor es la ira; mas ¿quién podrá estar en pie delante de la envidia?” (Pro. 27:4) La ira es como una inundación torrencial. Es verdad, la inundación deja ruina tras sí, pero por lo menos la inundación baja. Hay algo de alivio. Pero la envidia—abrumadora es. Es como el agua que gotea incesantemente en la piedra. Nunca para, sigue continuamente sin cesar. Así como una enorme piedra no puede resistir bajo el incesante goteo de agua, asimismo para el hombre es intolerable asociarse con una persona envidiosa. No hay alivio.

No hubo alivio para Abel. Su hermano Caín lo envidiaba. El justo Abel recibió la bendición de Jehová Dios; Caín no la recibió. Caín volvió la envidia o celo en odio; su odio engendró la contienda y esa contienda condujo al asesinato. El celo o envidia es un pecado mortal. Si no se vence, acarrea la ruina. Porque “celos, arrebatos de ira, contenciones, divisiones, sectas, envidias” son todos “obras de la carne.” Y acerca de éstas el apóstol de Cristo declara enfáticamente: “En cuanto a estas cosas les estoy previniendo, del mismo modo que les previne, que los que practican tales cosas no heredarán el reino de Dios.”—Gál. 5:19-21, NM.

APELACIÓN AL INTERÉS PROPIO

¿Cómo puede uno vencer la envidia? El interés propio debiera bastar. Verdad, es el amor propio lo que da principio al celo. Pero cuando uno realmente entiende a qué conduce el celo, cuán destructivo puede ser, el verdadero interés propio debiera impulsar a los cristianos a repudiar “toda maldad moral y toda apariencia engañosa e hipocresía y envidias.”—1 Ped 2:1, NM.

El cristiano que piensa no quiere volver al mundo. Entonces, ¿por qué volver a las prácticas mundanas? Dice la Biblia: “Hasta nosotros una vez éramos insensatos, desobedientes, siendo descarriados, siendo esclavos a muchos deseos y placeres, obrando con malicia y envidia, aborrecibles, aborreciéndonos los unos a los otros.” (Tito 3:3, NM) Al Diablo le gustaría hacer volver al viejo mundo a todos los cristianos. Eso significaría la muerte eterna. Ahora la persona envidiosa le da a Satanás una cabeza de playa, por cuanto ella se está vistiendo de las obras de las tinieblas. El mandato bíblico es: “Por lo tanto, despojémonos de las obras que pertenecen a las tinieblas y pongámonos las armas de la luz. Como de día andemos en buen comportamiento, no en diversiones tumultuosas y borracheras, no en ayuntamiento ilícito y conducta relajada, no en contienda y envidia.”—Rom. 13:12, 13, NM.

Luego hay este asunto del interés propio mirado desde el punto de vista de la salud física de uno. Se sabe ahora que ciertas emociones, tales como celos, ansiedad y preocupación, pueden causar disturbios corporales o físicos. De modo que la clase mala de emociones puede hacer daño a su cuerpo. La Palabra de Dios dice: “El corazón sosegado es vida para la carne; pero la envidia es carcoma de los huesos.” (Pro. 14:30) El que se interesa en su bienestar espiritual y físico querrá vencer el celo.

EL AMOR NO ES CELOSO

Hay un modo poderoso de vencer la envidia: Por el camino de amor. “El amor no es celoso.” (1 Cor. 13:4, NM) El amor no conoce el celo; no siente ninguna envidia. El amor echa fuera la envidia. Considere el amor que Jonatán le tenía a David. Jonatán era el hijo mayor del rey Saúl, el que habría heredado el trono de su padre, pero Jehová le dió el reino a David. Desde el punto de vista humano, Jonatán debiera haber estado furiosamente celoso de David. Pero no lo estaba. Y ¿por qué? Porque el amor que se tenían era grande. El amor había echado fuera todo celo.

El amor cristiano pone a Dios y su organización por sobre uno mismo. Algunos hermanos de una congregación son más talentosos que otros. Estos tal vez tengan innatas ciertas habilidades y manifestaciones del espíritu de Dios que otros no tienen. No se debe envidiar a estos talentosos. Son dádivas de Cristo a la congregación. Estas “dádivas en hombres” se dan “teniendo como mira el entrenamiento de los santos para la obra ministerial.” (Efe. 4:7-12, NM) De modo que, ¿qué hay si otros tienen habilidades que usted aún no tiene y quizás nunca tenga? Regocíjese. Regocíjese porque estos talentosos contribuyen a la edificación de la congregación y a su equipo para el ministerio. Aprovéchese de tales hermanos talentosos. Goce de los servicios que ellos rinden. Regocíjese con ellos en los éxitos que tienen. Fueron dados para su provecho, no para su envidia.

Punzadas de envidia y celo pueden brotar fácilmente cuando contemplamos a los que están dotados más espléndidamente que nosotros, especialmente si éstos están en el grupo de los de nuestra edad. Pero el amor verdadero es fuerte. Es lo suficientemente fuerte como para soportar diferencias de dones, así como el amor cristiano es lo suficientemente fuerte y puro como para dotar de gracia y humildad a los que disfrutan de tales privilegios. “El amor no es celoso, no se jacta, no se hincha.”—1 Cor. 13:4, NM.

El amor no siente envidia alguna. El amor impulsa a uno a apreciar las habilidades que otros tienen sin importar cuál sea el efecto relativo que esto parezca tener en la posición de uno mismo. Si usted piensa en la edificación de la organización de Dios, no estará consciente de usted mismo. Los que son verdaderamente maduros se regocijan del éxito mayor que otros tienen aun en una esfera semejante a la que ellos mismos ocupan.

Cuando una congregación cristiana se reúne para estudiar, aproveche los comentarios de sus hermanos. No los envidie. ¿Qué hay si algunos pueden comentar en lenguaje más apropiado, palabras más expresivas? Es todo para el provecho de usted, para el beneficio de la congregación. Sea que esté escuchando o comentando usted mismo, fije su mente en la idea. Piense en las ideas como cosas impersonales, como algo para el beneficio de todos. Si su mente está absorta en la idea no habrá lugar para tenerle envidia a la persona que expresa la idea.

¿Qué hay si algunos hermanos son más eficaces que otros en dar adelanto a las buenas nuevas? Regocíjese. Regocíjese por ellos y la organización.

Cuando la envidia brota impide la obra de Dios. Puede que cierto hermano o hermana de una congregación tenga entusiasmo excepcional. Esta persona tal vez convierta revisitas en estudios y estudios en publicadores del Reino con mayor rapidez que cualquier otro publicador de la congregación. Ciertos hermanos tal vez noten el entusiasmo y eficacia excelentes de esta persona y por comparación piensen que ellos sufren. Se ponen envidiosos. Tal vez traten con desconsideración al que tiene entusiasmo y dejen de darle alguna ayuda que esta persona necesita. Tales personas envidiosas están desequilibradas. Se ponen a sí mismas por delante de la organización de Dios. No entienden que los cristianos no se hacen la competencia. Los cristianos maduros no están tratando de ver quién es el más entusiasta, quién es el mejor conferenciante, quién puede hacer los mejores comentarios o quién puede colocar más literatura. “No nos hagamos egotistas, provocando competencia unos con otros, envidiándonos los unos a los otros.” (Gál. 5:25, 26, NM) Más bien, estemos “animándonos, y tanto más al ver que el día se acerca.”—Heb. 10:25, NM.

GUÁRDESE DE LA ENVIDIA

La envidia es una emoción tan despreciable y vergonzosa que a los que son celosos no les gusta admitirlo ni siquiera para sí mismos. Puede ser que su propia conciencia odie y deteste el celo. Entonces, ¿por qué se ponen celosos? A menudo es porque no están prevenidos contra el celo. La envidia es siniestra. Puede introducirse en la mente inconsciente de uno. No es necesario que uno se diga: “Pues, le tengo envidia a esa persona,” para que muestre envidia por sus acciones. Usted sabe cuáles son las manifestaciones del celo, tales como la frialdad, hostilidad, el apocar a otros. Si en cualquier tiempo usted descubre estas manifestaciones en usted mismo, deténgase y piense. Piense lo suficientemente profundo como para arrancar cualesquier raíces de celo que hayan encontrado terreno fértil en la mente inconsciente. Dijo Jesús: “Estén alerta y guárdense de toda clase de codicia.”—Luc. 12:15, NM.

La manera de guardarse de la envidia es despojándose “de la vieja personalidad que se conforma a su manera de proceder anterior” y revistiéndose “de la nueva personalidad que fué creada de acuerdo con la voluntad de Dios en verdadera justicia y bondad amorosa.” (Efe. 4:22-24, NM) Entonces estará usted armado de la actitud mental correcta, la bondadosa. Dice Romanos 12:16 (NM): “Estén dispuestos hacia otros del mismo modo que lo están hacia ustedes mismos.” Usted no se tiene envidia por sus habilidades o éxito. De manera que no tenga envidia a otros por lo que le gusta y aprecia en usted mismo. Realmente, “estén dispuestos hacia otros del mismo modo que lo están hacia ustedes mismos.”

Guárdese adicionalmente de los celos por medio de no hacer, como dice el apóstol, “nada movidos por espíritu de contradicción o egotismo, sino considerando con humildad de mente que los demás son superiores a ustedes.” (Fili. 2:3, NM) Esto no quiere decir que el cristiano debiera hablar con desprecio de sus propias habilidades y estar siempre menospreciándose. Esa clase de humildad carece de sinceridad; generalmente no es más que un disfraz para la vanidad. Pero lo que el apóstol quiere decir es que el cristiano debiera vigilar por el bien mayor, dejándose a sí mismo a un lado, “considerando con humildad de mente que los demás son superiores a ustedes.” La humildad verdadera, así como el amor, evita la envidia.

Nadie saca provecho de la envidia. El Diablo le tuvo envidia a Jehová; el Diablo perderá todo. La envidia lleva a uno a la ruina. Por lo tanto, ¿para qué tenernos envidia los unos a los otros? Aun ahora mismo los envidiosos están en un triste estado de cosas: están atormentados no sólo por dificultades que el viejo mundo causa, sino también por todo el bien que les acontece a otros. ¡Qué existencia más desdichada! De modo que no nos envidiemos los unos a los otros. Muestre madurez verdadera. Regocíjese con los que se regocijan. Anime a otros hacia mayor éxito en el servicio de Jehová. Ese es el camino del verdadero amor cristiano.

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