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  • Por qué un Dios de amor censura

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  • Por qué un Dios de amor censura
  • La Atalaya. Anunciando el Reino de Jehová 1977
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La Atalaya. Anunciando el Reino de Jehová 1977
w77 1/6 págs. 333-336

Por qué un Dios de amor censura

“Feliz es el hombre físicamente capacitado a quien tú corriges, oh Jah, y a quien tú enseñas con tu propia ley.”—Sal. 94:12.

JEHOVÁ DIOS quiere que la gente viva, sí, que disfrute de la vida. Ni siquiera se deleita en la muerte de los inicuos, sino, más bien, “en que alguien inicuo se vuelva de su camino y realmente siga viviendo.”—Eze. 33:11.

Debido a este interés en la humanidad, Dios proveyó un rescate mediante el sacrificio que su amado Hijo hizo de su propia vida perfecta. “Porque tanto amó Dios al mundo [de la humanidad] que dio a su Hijo unigénito, para que todo el que ejerce fe en él no sea destruido, sino que tenga vida eterna.”—Juan 3:16.

Debido a este mismo interés divino, Dios les suministra censura y disciplina a los seres humanos. Se destaca en gran manera que la perfección no es una característica de ninguno de nosotros. Constantemente demostramos nuestra deficiencia, pues no damos en el blanco en nuestros esfuerzos por hacer las cosas exactamente como debieran hacerse, y ése es el significado literal de las palabras hebrea y griega para “pecar,” a saber, “errar el blanco.” Así es que todos necesitamos corrección y disciplina. Debemos apreciar esta disciplina como una manifestación del amor de Dios, que no viene solo como castigo, sino para entrenarnos en la justicia de la manera que un padre entrena a sus hijos.—Heb. 12:5-11.

Como ilustración, considere a un hombre que está en un barco, solo en el mar, y a quien se le está acabando el alimento y el agua. Si, por ignorancia o mal juicio, está seriamente equivocado en el rumbo que toma en sus esfuerzos por llegar a tierra, muere. Ciertamente debería agradecer el que alguien, de algún modo, le indicara cómo corregir su rumbo, y así le salvara la vida. Sería tonto que se ofendiera por esa valiosa corrección, o que la rechazara.

Así mismo, todos nosotros, dado que inherentemente somos pecadores, necesitamos corrección con regularidad a fin de ponernos, o quedarnos, en el derrotero estrecho que lleva a la vida. Sin la corrección, es inevitable que nos desviemos al derrotero ancho que lleva a la destrucción.—Mat. 7:13, 14.

La imperfección humana y la necesidad de que se nos corrija se manifiestan desde la niñez. Es por eso que, como de ello puede dar testimonio cualquier padre o madre, se requiere mucho amor para criar correctamente a un hijo, inculcando en su mente y corazón aprecio a los principios justos. Proverbios 22:15 declara verídicamente que “la tontedad está atada con el corazón” del niño, y se requiere disciplina para llevar al niño al punto en que se gobierne por las realidades de la vida y por la verdad, en vez de por ideas pueriles, tontas y faltas de perspicacia.

Todo esto pone a prueba la paciencia del padre o la madre, su deseo y determinación de desplegar compasión y gran paciencia al instruir y educar al hijo en un modo de vivir que fomente felicidad futura. Cuando el hijo responde con lentitud, o no escucha o no obedece, uno pudiera pensar en desistir; pudiera tender a considerar irremediable la situación. Fácilmente pudiera uno ser dominado por sentimientos de estar ofendido o enojado. Pero el amor no permite que uno se dé por vencido simplemente porque la situación sea desagradable. El retraerse de dar al hijo la instrucción y disciplina paciente y bien ideada que necesita no manifiesta amor, sino falta de amor, porque el amor sigue buscando y trabajando en pro de lo que es para el mayor provecho de la persona amada, tanto ahora como en el futuro. (Vea Proverbios 13:24.) Además, el amor “no se siente provocado. No lleva cuenta del daño.” ‘Espera todas las cosas.’—1 Cor. 13:5, 7.

Por eso, el padre amoroso sigue expresando esperanza para el hijo mientras haya base alguna para abrigar esa esperanza. Los padres y las madres a quienes realmente les importan sus hijos no ‘se dan por vencidos’ fácilmente respecto a ninguno de ellos; no se retiran de dar la necesaria dirección y corrección junto con razonamiento y amor. Manifiestan que tienen la cualidad de gran paciencia.

‘AUN COMO UN PADRE CENSURA A SU HIJO’

¡Cómo nos alienta el meditar en que en todo esto los padres simplemente reflejan el propio ejemplo espléndido de Dios! Pues él no se da por vencido fácilmente en sus tratos con sus siervos; más bien, manifiesta un grado asombroso de gran paciencia para con ellos. Por eso vemos que en los días de Nehemías, los levitas, al orarle a Dios, se refirieron a las experiencias de los israelitas en el desierto de Sinaí y dijeron:

“Ellos mismos, aun nuestros antepasados, actuaron presuntuosamente y . . . rehusaron escuchar, y no se acordaron de tus maravillosos actos que ejecutaste con ellos, sino que endurecieron su cerviz y nombraron una cabeza para volver a su servidumbre en Egipto. Pero tú eres un Dios de actos de perdón, benévolo y misericordioso, tardo para la cólera y abundante en bondad amorosa, y no los dejaste.”—Neh. 9:16, 17.

No solo notamos la paciencia de Dios, sino su disciplina y corrección paternales, y aunque éstas tal vez le causen dolor al corregido, siempre retienen un aspecto positivo. Se dan con la mira de un fin beneficioso. Es por eso que Proverbios 3:11, 12 insta: “La disciplina de Jehová, oh hijo mío, no rechaces; y no aborrezcas su censura, porque al que Jehová ama él censura, aun como lo hace un padre a un hijo en quien se complace.”—Compare con Hebreos 12:5-11.

De modo que no se trata meramente de un gobernante vengativo que se indigne y enfurezca porque alguien no muestra debido respeto a sus leyes. Es cierto que el pecado craso encoleriza o enoja a Dios, y con razón. (Núm. 25:1-3) Pero su cólera no es incitada por egoísmo ni orgullo personal. Él conoce mejor que nadie las horribles consecuencias que puede producir el pecado, lo desastroso que puede ser su influencia envenenadora, lo perjudicial que es a la felicidad humana. El mostrar falta de respeto a Su soberanía jamás puede resultar en bien; solo en daño. Perjudica al que muestra tal falta de respeto e inevitablemente perjudica a otros. Por eso un Dios amoroso no podría menos que sentirse agraviado por el pecado, jamás pudiera pasarlo por alto con una actitud de indiferencia. Aunque Dios es “tardo para la cólera,” cuando sí obra contra el pecado lo hace de modo que no siga resultando en más daño.—Éxo. 34:6; compare con Salmo 106:36-40.

Esto no es todo; Jehová también gradúa la severidad (o suavidad) de su censura, no según una fórmula rígida, sino según lo que verdaderamente se necesite. Usando la ilustración de un labrador, Jehová dice en Isaías 28:23-29 (Versión Straubinger):

“Prestad atención y oíd mi voz; atended y escuchad mi palabra. ¿Acaso para sembrar el arador está siempre arando, abriendo y rastrillando su campo? Después de allanar su superficie, ¿acaso no esparce el eneldo, siembra el comino, pone el trigo en los surcos, la cebada en su lugar, y la espelta en el borde? Es Dios quien le enseña esta regla y le instruye. Pues no con el trillo se trilla el eneldo, ni rueda de carro pasa sobre el comino; sino que el eneldo es sacudido con un bastón y el comino con una vara. El trigo, en cambio, es trillado, pero no se lo trilla continuamente; y aunque (el labrador) hace pasar sobre él las ruedas de su carro y sus caballos, sin embargo no lo tritura. También esto viene de Yahvé de los ejércitos, el cual es admirable en sus designios y grande en sabiduría.”

El labrador no ara continuamente el suelo, sino solo al grado que se necesita. El labrador israelita esparcía o sembraba al voleo algunas semillas más pequeñas, mientras que otros granos más valiosos se colocaban en hileras. Y cuando los trillaba, los granos más pequeños, más tiernos, no se trillaban con equipo pesado, no fuera a ser que se les aplastara, sino con una vara. Hasta los granos más grandes y más duros que eran trillados con instrumentos pesados, como con un trillo de madera o rueda de carreta, no se trillaban al grado de aplastarlos totalmente. Así también Jehová, de manera sabia, justa y amorosa, mide la censura, disciplina y corrección —ya sea leve, moderada, fuerte o hasta severa— según la necesidad de cada situación individual. Solo los que ofrecen resistencia voluntariosa a Sus esfuerzos pacientes por ayudarlos reciben la fuerza de su poder destructivo.

PASTORES PARA EL REFRIGERIO Y PROTECCIÓN DEL REBAÑO

¡Qué bueno es, también, considerar el ejemplo del Hijo de Dios, el “pastor excelente” de las ovejas de Dios! (Juan 10:11) Cuando estuvo en la Tierra reflejó las cualidades de Dios y puso el ejemplo para todos los que habrían de servir de pastores en la congregación cristiana. ¿Cuál fue y es su manera de tratar con los que llegan a ser sus discípulos? Él mismo dio esta afectuosa invitación:

“Venid a mí todos los que estáis fatigados y agobiados, y yo os aliviaré. Tomad sobre vosotros mi yugo, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas. Porque mi yugo es suave y mi carga ligera.”—Mat. 11:28-30, Biblia de Jerusalén.

La actitud refrescadora que Jesús manifiesta para con los pecadores arrepentidos se demuestra en la ilustración acerca del hombre que pierde una de sus cien ovejas y deja las noventa y nueve para ir a buscar la que se perdió. Cuando el hombre halla la oveja descarriada no le grita ni le da patadas por haberse descarriado, sino que, dijo Jesús, “la pone sobre sus hombros y se regocija. Y cuando llega a casa convoca a sus amigos y a sus vecinos, diciéndoles: ‘Regocíjense conmigo, porque he hallado mi oveja que estaba perdida.’” Jesús pasó a decir que “así habrá más gozo en el cielo por un pecador que se arrepiente que por noventa y nueve justos que no tienen necesidad de arrepentimiento.”—Luc. 15:1-7.

Como requisito para los ancianos cristianos el apóstol Pablo dijo que cada uno debería adherirse “firmemente a la fiel palabra en lo que toca a su arte de enseñar, para que pueda exhortar por la enseñanza que es sana y también censurar a los que contradicen.” (Tito 1:9) Sí, puede que a veces los ancianos tengan que censurar a ciertos individuos de la congregación a la cual prestan servicio. El tener que hacerlo no es placentero; no es algo que se les haga fácil. Pero saben que “las censuras de la disciplina son el camino de la vida,” y que ‘a todos aquellos a quienes Jehová ama él los censura,’ y entre ésos están ellos mismos. (Pro. 6:23; 3:11, 12; Heb. 12:6) Descubren que es cierto que “el que está censurando a un hombre hallará después más favor que aquel que está lisonjeando con su lengua.” (Pro. 28:23) Y por eso, cuando las circunstancias lo exigen no se abstienen de mostrar francamente a los que yerran cómo pueden y deben corregir su proceder. (Pro. 27:5) Lo mismo que Dios, tienen presente una meta positiva.

¿De qué manera debe abordar un anciano al que ha emprendido un derrotero incorrecto? Si el anciano adopta una actitud superior, como la de un policía que trata con un criminal o un fiscal que interroga a un sospechoso, la reacción que se produzca de seguro no será provechosa. (1 Ped. 5:2, 3, 5) Pero si el anciano muestra compasión, dándose cuenta de que él mismo es imperfecto, que no está inmune a cometer un error, entonces puede reflejar un espíritu fraternal. (Gál. 6:1) Está allí principalmente para ayudar, no para condenar, y es más probable que el que está equivocado responda bien a esa manera de abordarlo. (1 Ped. 3:8) Cada situación es diferente y la persona sabia tratará de obtener conocimiento y perspicacia en cuanto a las circunstancias en vez de llegar a conclusiones precipitadas.—Pro. 18:15; 21:11.

Aunque el individuo que haya errado se muestre renuente a hablar o hasta use de evasivas, la paciencia y la bondad pueden servir de mucho para vencer esto. (Pro. 25:15; 2 Tim. 2:24-26) Debe estar convencido de que los ancianos sí se interesan de corazón en lo mejor para él; son sus hermanos. Aunque las circunstancias exijan consejo fuerte, quizás hasta la severidad de la censura, es importante que el anciano recuerde siempre que lo que se ha de odiar y condenar es la maldad, no la persona. (Jud. 23) Por supuesto, los que rechazan todos los esfuerzos que se hacen por darles ayuda, que son desafiantes y no se arrepienten de la maldad seria que han cometido, así muestran que son un peligro para la congregación, y en los intereses de ella se requiere que sean expulsados. Y no obstante, aun cuando se les expulsa se les puede dar y se les debe dar consejo bíblico para que se den cuenta de que el arrepentimiento sincero puede lograr que más tarde se les vuelva a admitir en la congregación.

Pero, ¿precisamente qué significa “censurar” a alguien? En la congregación cristiana, ¿es el propósito principal de la censura el avergonzar o regañar a otro? ¿Sería administrar “censura” el simplemente anunciar que cierta persona ha participado en alguna clase de conducta mala y expresar desaprobación de dicha mala conducta? Veremos ahora lo que la Biblia indica.

[Ilustración de la página 334]

“Al que Jehová ama él censura, aun como lo hace un padre a un hijo en quien se complace.”—Pro. 3:12.

[Ilustración de la página 335]

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