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  • “El temblar ante los hombres es lo que tiende un lazo”

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  • “El temblar ante los hombres es lo que tiende un lazo”
  • La Atalaya. Anunciando el Reino de Jehová 1980
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La Atalaya. Anunciando el Reino de Jehová 1980
w80 1/2 págs. 29-31

“El temblar ante los hombres es lo que tiende un lazo”

JUAN y Elena escucharon con interés la información que el Testigo a la puerta les presentó un domingo por la mañana. Les emocionó el leer en su propia Biblia estas palabras de Revelación 21:4: “El [Jehová Dios] limpiará toda lágrima de sus ojos, y la muerte no será más, ni existirá ya más lamento ni clamor ni dolor. Las cosas anteriores han pasado.” Puesto que tanto Juan como Elena amaban la paz, quisieron saber cómo podrían disfrutar de vivir en medio de condiciones maravillosas como aquéllas. Inmediatamente aceptaron los arreglos para tener un estudio bíblico en su hogar.

Durante los siguientes tres miércoles por la noche, fue un placer ver a este joven matrimonio hacer y contestar preguntas durante el estudio bíblico que se estuvo conduciendo en su casa. ¡Lástima que esta felicidad solo durara tres semanas! No abrieron la puerta cuando el Testigo regresó a la cuarta semana. Juan y Elena habían optado por descontinuar su estudio de la Biblia. ¿Por qué? ¿Fue porque hubieran perdido la fe en el poder de de Dios? ¿Habían comenzado a dudar de la autenticidad y veracidad de la Biblia? ¿No estaban ya interesados en vivir en mejores condiciones? No. Su decisión no se debió a estas razones. Descontinuaron su estudio debido a que temblaron ante los hombres. Sí, habían caído en el lazo del temor. Hace muchos siglos, un sabio advirtió en contra de este temor cuando por inspiración dijo: “El temblar ante los hombres es lo que tiende un lazo.”—Pro. 29:25.

Es verdad que todos tenemos el deseo natural de ser aceptados por los demás, de que nuestros vecinos, amigos y conocidos hablen bien de nosotros. Sin embargo, sería muy peligroso que dejáramos que las normas de otras personas ejercieran influencia en las decisiones más importantes de nuestra vida. Si a uno le parece que en todo respecto tiene que vivir de acuerdo con lo que se espera de la gente en su comunidad y conforme a las normas de ésta, se convierte en un esclavo de la conformidad. Y el fuerte deseo de obtener la aprobación de otros puede ser un verdadero obstáculo para el que esté dando pasos positivos para llegar a ser un siervo de Dios.

Hoy día, mucha gente no ama, respeta ni teme a Dios. Tampoco tienen el deseo de aprender acerca de él, y hasta dudan de Su existencia. Por lo tanto, el que muestra interés en la Biblia, pudiera hacerse objeto de burla y perder la estima de otras personas. Es obvio que, ante tal presión, la persona que teme al hombre tendría grandes dificultades en continuar progresando espiritualmente.

Las serias consecuencias de ceder al temor del hombre se ilustran muy bien en el caso del rey Saúl, del antiguo Israel. Cuando el profeta Samuel lo confrontó con el hecho de que no había seguido las instrucciones divinas en una campaña en contra de los amalequitas, Saúl admitió lo siguiente: “Temí al pueblo y por eso obedecí su voz.” ¿Cuál fue el resultado de este proceder? Se le dijo: “Has rechazado la palabra de Jehová, y Jehová te rechaza para que no continúes como rey sobre Israel.”—1 Sam. 15:24, 26.

Si no queremos que el Todopoderoso nos rechace, es vital que estemos más interesados en nuestra posición ante Él que en nuestra posición ante los hombres. La Biblia dice: “El temor de Jehová es el principio de la sabiduría.” (Sal. 111:10) Este temor es saludable y brota del deseo sincero de no desagradar al Altísimo. Es comparable con la actitud de un hijo obediente hacia un padre amoroso. El hijo no quiere hacer nada que pueda hacer infeliz a su padre o que traiga oprobio al buen nombre de éste. Correctamente, pues, el temor de Dios incluye odiar lo que Él odia y amar lo que Él ama.—Pro. 8:13.

Para tener el apropiado temor de Dios, hay que tener presente que ningún ser humano puede dar vida eterna a uno ni cuidar de uno en todo momento y en medio de toda condición. El salmista inspirado colocó este asunto en la perspectiva correcta cuando escribió: “No tengas miedo porque algún hombre consigue riquezas, porque la gloria de su casa aumenta, pues al morir no puede llevarse absolutamente nada; su gloria no descenderá junto con él mismo.” (Sal. 49:16, 17) “Los que están confiando en sus medios de mantenimiento, y que siguen jactándose acerca de la abundancia de sus riquezas, ninguno de ellos puede de manera alguna redimir siquiera a un hermano, ni dar a Dios un rescate por él.” (Sal. 49:6, 7) Sin embargo, el Soberano Supremo puede sostenernos en medio de circunstancias muy difíciles y hasta suministrarnos escape de la muerte. (Sal. 49:15) De hecho, Dios nos asegura: “De ningún modo te dejaré y de ningún modo te desampararé.”—Heb. 13:5.

Aun si los hombres nos mataran no podrían impedir que fuéramos levantados de entre los muertos. No pueden quitarnos el título o derecho a ser personas vivientes. Solo el Dios Todopoderoso puede hacer eso. Por esa razón Jesucristo dijo a sus discípulos: “No se hagan temerosos de los que matan el cuerpo mas no pueden matar el alma; sino, más bien, teman al que puede destruir tanto el alma como el cuerpo en el Gehena.”—Mat. 10:28.

Ciertamente, pues, tenemos aun menos razón para temer los reproches o la burla de seres humanos mortales. La palabra de Jehová dada por medio de Isaías suministra fuerte estímulo a este respecto. Leemos: “Escúchenme, ustedes los que conocen la justicia, el pueblo en cuyo corazón está mi ley. No le tengan miedo al oprobio de los hombres mortales, y no se sobrecojan de terror simplemente a causa de sus palabras injuriosas. Porque la polilla se los comerá tal como si fueran una prenda de vestir, y la polilla de la ropa se los comerá tal como si fueran lana.”—Isa. 51:7, 8.

El considerar la grandeza del Creador y contrastarla con la pequeñez del hombre nos ayuda a librarnos del temor al hombre. A la vista de Jehová Dios, todas las naciones son solo una diminuta gota de agua en un cubo, o una capa tenue de polvo en la balanza. (Isa. 40:11-15) ¡Cuán irrazonable sería mostrar más temor ante una diminuta partícula de agua o de polvo que ante el Hacedor del maravilloso universo!

También podemos derivar estímulo del hecho de que otras personas han resistido con éxito y no han cedido al temor al hombre. El apóstol cristiano Pedro recordó a sus compañeros creyentes que “las mismas cosas en cuanto a sufrimientos van realizándose en toda la asociación de sus hermanos en el mundo.” (1 Ped. 5:9) Sí, no somos los únicos que se están manteniendo firmes a favor de Jehová Dios cuando se enfrentan a la presión de los hombres.

Ciertamente sería una gran insensatez temblar ante los hombres, tratar de agradar a los hombres mientras se desagrada al Creador Todopoderoso. Por no confiar en Jehová, Juan y Elena perdieron su felicidad. Esperamos que algún día, antes de la venidera “grande tribulación,” ellos, al igual que otras personas que se encuentren en circunstancias similares, ganen firme confianza en el Altísimo y se expresen como el salmista, quien dijo: “Jehová es mi luz y mi salvación. ¿De quién he de temer? Jehová es la plaza fuerte de mi vida. ¿De quién he de sentir pavor?”—Sal. 27:1.

[Ilustración en la página 29]

¿Pondrá fin la mofa a este estudio de la Biblia?

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