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  • ¿Su tiempo o su dinero?

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  • ¿Su tiempo o su dinero?
  • La Atalaya. Anunciando el Reino de Jehová 1961
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La Atalaya. Anunciando el Reino de Jehová 1961
w61 1/9 págs. 517-520

¿Su tiempo o su dinero?

Cada una de estas cosas cumple su propio propósito. Pero no intente hacer que una cumpla el propósito de la otra, porque ninguna de las dos puede hacer eso.

¿SU TIEMPO o su dinero? ¿Cuál prefiere dar usted? El marido negligente y perezoso tal vez prefiera dar solamente su tiempo. Se queda sentado en la casa todo el día o parlotea con los “muchachos” mientras su esposa lava ropa para sostener a la familia. Pero la tendencia entre más personas es la de dar dinero cuando debería darse tiempo.

Dijo un rey sabio: “Para todo hay un tiempo señalado, aun un tiempo para cada asunto debajo de los cielos.” Ya que eso es verdad, se sigue que cuando es el tiempo señalado para que demos de nuestro tiempo no podemos sustituirlo con nuestro dinero, de lo contrario alguien muy probablemente sufra. Tal cosa no sería ni sabia ni justa ni amorosa.—Ecl. 3:1.

Es verdad que algunas personas materialistas quizás prefieran que usted les dé de su dinero más bien que de su tiempo, pero si fuesen verdaderamente sabias, o si fuesen verdaderamente sus amigos, preferirían que les diera de su tiempo. Pero aun así, lo que otros prefieren no es, no debería ser, al fin y al cabo, el factor gobernante. Una esposa egoísta o niños consentidos tal vez prefieran dinero antes que el tiempo y afecto de aquellos que los aman. Entonces, ¿qué debería ser el factor gobernante? Debería ser aquello que debemos. Así como no podemos estar dando solo nuestro tiempo cuando debemos dinero, de igual modo no podemos dar solo dinero cuando deberíamos estar dando tiempo. Por supuesto, en muchos casos tenemos la obligación de dar ambos.

El hombre casado ciertamente debe tanto dinero como tiempo a su esposa. Igualmente los padres les deben tanto tiempo como sostén material a sus hijos, tal como cristianos dedicados deben tanto tiempo como sus posesiones materiales a su Dios Jehová. Pero debiendo las dos cosas, ¿dejamos de dar tiempo porque es más fácil dar dinero? Debido al no dar tanto de nuestro tiempo como deberíamos, ¿aliviamos nuestra conciencia por medio de dar dinero?

Hace algunos años hubo un abogado próspero en una ciudad grande de los Estados Unidos de la América del Norte. Gozaba de buena reputación y hacía feliz a su esposa mediante su consideración y liberalidad con su dinero. Entonces un día se destrozó la felicidad de ella. ¿Por qué? Se enteró de que él mantenía a una amante en un apartamiento en el centro de la ciudad. ¡Él le daba dinero a su esposa pero prefería dar su tiempo a su amante!

Aun maridos honrados tienden a menudo a errar en este respecto. Trabajan duramente para suministrar a sus esposas generosamente todo cuanto necesiten materialmente. Pero para distracción o compañerismo van a alguna taberna o logia o siguen tras alguna afición en la cual no pueden participar sus esposas. Dan dinero, pero no tiempo. No es que la esposa en algunos casos no tenga parte de la culpa, pero ése no es el punto que aquí se considera. A pesar de que ella no cumpla en todo sentido, su marido tiene una deuda de tiempo que pagarle, tal como sigue debiéndole el sostenimiento y los débitos conyugales. Dice la Biblia: “El amor edifica.” El dinero, en sí mismo, no edifica. Para edificar a su esposa el hombre no puede contentarse con darle solamente dinero ni permitir que el dinero reemplace el darle tiempo.—1 Cor. 8:1.

Esto no quiere decir que solo los maridos yerran en este respecto. Lo hacen a veces las esposas también. El que las esposas trabajen cuando no hay verdadera necesidad de ello puede ser una razón por la cual la duración de la vida de los hombres es de seis a siete años menos que la de las mujeres, y por la cual tantos hombres llegan a ser víctimas de enfermedades del corazón. Las esposas que prefieren tener un empleo afuera en vez de las tareas domésticas deberían preguntarse: ¿Necesita mi marido, necesitamos nosotros, el dinero adicional más que lo que él necesita mi tiempo, atención, afecto y apoyo moral, los cuales sacrifico a causa de un empleo? Por hacerme ganadora de sueldo, ¿compito con él en vez de cooperar con él? No, el dinero no puede tomar el lugar del tiempo ni de las cosas que el tiempo hace posible.

PADRES

Este mismo principio aplica con igual fuerza a los padres. Los padres modernos a menudo están propensos a sustituir con dinero el tiempo en sus relaciones con sus hijos. Les compran a sus hijos juguetes costosos, les proveen un aparato de televisión y son generosos con dinero para los gastos de ellos y creen que han cumplido con su deber. De manera que se sienten libres para seguir tras sus propios placeres egoístas, yendo a exhibiciones cinematográficas, a tertulias de naipes o a lo que sea. ¡Tal proceder es un grave error! Para que los niños se desarrollen correctamente les hace falta el compañerismo de sus mayores. En armonía con eso una investigación científica que se hizo recientemente con ovejas, por ejemplo, ha manifestado que los corderos se desarrollan mucho más rápidamente y llegan a confiar en sí mismos más temprano cuando los dejan con sus padres que cuando los tienen segregados con otros corderitos. Los niños son imitadores por naturaleza. Esa es una de las maneras mediante las cuales mejor aprenden. Por lo tanto, permítanles tener compañerismo maduro lo más posible. Este es un argumento, incidentalmente, a favor del mantener a los niños en casa más bien que dejarlos jugar con otros niños que no están siendo criados correctamente.

Esto está enteramente de acuerdo con el mandato bíblico que se les dio a los padres en el antiguo Israel: “Estas palabras que te estoy mandando hoy deben resultar estar en tu corazón, y debes inculcarlas en tu hijo y hablar de ellas cuando te sientes en tu casa y cuando andes por el camino y cuando te acuestes y cuando te levantes.” Eso ciertamente requería que los padres dieran, no dinero, sino de su tiempo, ¿no es así?—Deu. 6:6, 7.

Y, recuerden, ustedes los padres no están dando de su tiempo a sus hijos mientras ellos miran la televisión. Ciertos padres sabios de una ciudad del este de los Estados Unidos de Norteamérica hace poco ilustraron la insensatez de este proceder para su propia satisfacción. Al descubrir que los niños se estaban aficionando a la televisión, desconectaron el aparato por un año entero. De repente hallaron que tuvieron tiempo para aprender a tocar instrumentos musicales, para entretenerse los unos a los otros con éstos y mediante el leer en voz alta los unos a los otros, y así sucesivamente. Llegaron a conocerse mejor y se unieron más estrechamente que nunca. Al fin del año se conectó de nuevo el aparato de televisión, pero se establecieron reglas estrictas en cuanto a su uso. Ahora el mirarla se limitaba a programas de interés o valor especial y aun así solo después de terminadas las tareas domésticas y escolares. ¡Verdaderamente una familia sabia! Esos padres en verdad mostraron estar amorosamente interesados en el bienestar de sus hijos y por eso no estaban satisfechos con meramente suministrarles las cosas que pueden comprarse por dinero. Es fácil que el padre pase por alto su obligación en este respecto, ya que las condiciones modernas de la vida y del trabajo conducen a tal descuido.

En años recientes las madres también yerran más y más en este sentido. Se ha demostrado que el niño puede distinguir si la madre sale a trabajar debido a necesidad, para sostenerse y sostener sus hijos, o si lo hace porque no quiere molestarse con sus obligaciones familiares o porque halla aburridores los quehaceres domésticos. Y eso no debería ser difícil de entender, porque en el corazón de la madre está la gran diferencia.

Cuando una madre sale a trabajar por necesidad, tiene que desprenderse de sus hijos y se despide de ellos con besos cada mañana con las exclamaciones: “¡Ay, cuánto quisiera no tener que dejarlos!” Pero si sale a trabajar por preferencia su despedida no tiene tales exclamaciones emocionales, y, en realidad, no las puede tener. Consciente o inconscientemente, ella deriva placer de escaparse de la casa. No extraña el que frecuentemente se hallen hijos delincuentes en hogares de madres que trabajan aunque realmente no necesitan hacerlo. Los niños se rebelan contra esta acción de sus madres que los rechazan. Necesitan el amor de su madre e ingénitamente les parece que tienen el derecho a recibirlo. Si se les priva de él, se descarrían sus emociones, produciendo tales frutos como violencia de pandillas y vandalismo.

Este principio también obra repetidamente a la inversa. Hijos adultos proveen materialmente para sus padres ancianos pero descuidan el darles de su tiempo. A menudo esto puede ser un caso de cosechar lo que ellos mismos sembraron.

CRISTIANOS DEDICADOS

Entre los muchos otros campos de relaciones y esfuerzos humanos en los cuales es común el errar por medio de dar dinero cuando deberíamos estar dando tiempo, y que sería bueno mencionar, es el de la religión. Hoy en día tanto el clero como sus rebaños piensan comparativamente poco acerca de la obligación de dar tiempo y recalcan solo el dinero. Por supuesto, el pastor de un rebaño que se interesa solamente en esquilar sus ovejas hablará continuamente de asuntos monetarios más bien que dar énfasis a dar tiempo, pero el verdadero pastor de almas pondrá el énfasis en que den de su tiempo.

El hecho de que ‘el pueblo haya amado que sea así no lo hace correcto. Muchas personas opinan que el ir a la iglesia los domingos y dar el 10 por ciento de sus ingresos es todo lo que se requiere para ser cristiano. El resto de su tiempo les pertenece a ellos. O bien creen que ni siquiera hay que ir una vez por semana, sino que basta con una vez al mes o solo dos veces al año, para la Pascua Florida y la Navidad, con tal que sigan echando al correo sus sobres de contribuciones. Para fomentar el dar, algunas iglesias hasta publican listas al fin del año que muestran cuánto contribuyó cada parroquiano. Mucho más sabios serían si mostraran cuánto tiempo dio cada uno—cuánto dio a obras de la iglesia y, en particular, al evangelizar. Obviamente, ¡los resultados distarían mucho de ser lisonjeros!—Jer. 5:31.

Es verdad que las Escrituras dan énfasis a que uno dé de sus medios, a Dios y al prójimo: “Honra a Jehová con tus cosas de valor y con las primicias de todos tus productos.” “Porque si primero está allí la voluntad pronta, es especialmente aceptable de acuerdo con lo que una persona tiene, no de acuerdo con lo que una persona no tenga.” “El que siembra escasamente también cosechará escasamente, y el que siembra abundantemente también cosechará abundantemente. Que cada uno haga exactamente como lo ha resuelto en su corazón, no de mala gana o bajo compulsión, porque Dios ama al dador alegre.”—Pro. 3:9; 2 Cor. 8:12; 9:6, 7.

Empero es mucho más importante que demos de nuestro tiempo, dando de nosotros mismos como lo hizo el apóstol Pablo. Él no tenía dinero que dar, pero sí tenía tiempo, y ¡con qué liberalidad lo dio! “Teniéndoles tierno afecto, mucho nos complacimos en impartirles, no solo las buenas nuevas de Dios, sino también nuestras propias almas, porque ustedes llegaron a ser amados para nosotros. Ciertamente ustedes recuerdan, hermanos, nuestro trabajo y afán. Fue con trabajar noche y día, para no poner una carga costosa sobre ninguno de ustedes, que les predicamos las buenas nuevas.” Por ese motivo él aconsejó: “Estén firmes, inmovibles, siempre con mucho que hacer en la obra del Señor.”—1 Tes. 2:7-9; 1 Cor. 15:58.

Esta es exactamente la perspectiva de los testigos de Jehová. Al mantener sus gastos al mínimo por medio de no tener ninguna clase de pastores asalariados, los asuntos monetarios reciben atención solo rutinaria. ¡Pero cómo recalcan el dar tiempo! Se insta a cada Testigo a que asista a cinco reuniones de congregación semanalmente, 260 al año, a dedicar tiempo al estudio particular y familiar de la Biblia y que entonces dedique tanto tiempo como le fuere posible al ministerio del campo. Cada congregación tiene su cuota de horas y cada testigo se esfuerza por alcanzarla o sobrepasarla. El ministro de término medio de una congregación dedica unas diez horas cada mes a tal evangelización. Ellos creen en ‘comprar el tiempo oportuno’ para sí mismos.—Efe. 5:16.

Más que eso, ante cada uno de estos ministros se coloca la meta de ser ministro precursor, precursor especial o misionero, dedicando como tal entre 100 y 150 horas al mes a la evangelización. En realidad, desde el principio la Sociedad Watch Tower ha recalcado que si un ministro tiene dos derroteros abiertos delante de él, uno de dar más dinero y otro de dar más tiempo, irremisiblemente debería escoger el que le permitirá dar más tiempo. De ese modo él seguiría más estrechamente en las pisadas de Jesús y de sus apóstoles, “buscando primero el reino” de Dios.—Mat. 6:33.

Como resultado de seguir este proceder, la sociedad del nuevo mundo de testigos de Jehová no solo ha llegado a ser una sociedad que crece rápidamente sino también una que es fuerte, ya que los que la componen no pueden estar predicando y enseñando a otros sin que ellos mismos obtengan provecho, porque leemos: “El que liberalmente riega a otros será el mismo también liberalmente regado.” Al mismo tiempo esto da por resultado una feliz sociedad de personas, puesto que “hay más felicidad en dar que la que hay en recibir.”—Pro. 11:25; Hech. 20:35.

De modo que, maridos, esposas, padres, y cristianos dedicados en particular, recuerden, hay un tiempo señalado para cada propósito bajo el sol. Es encomiable el que demos de nuestro dinero, pero nunca dejemos que eso tome el lugar de nuestra obligación de dar de nuestro tiempo. “No retraigas el bien de aquellos a quienes se les deba, cuando suceda que esté en el poder de tu mano hacerlo.” Dé de su tiempo para el mayor bien de los demás así como para su propia felicidad más verdadera.—Pro. 3:27.

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