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  • La provisión de Dios para bendecir a la humanidad
  • La Atalaya. Anunciando el Reino de Jehová 1969
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La Atalaya. Anunciando el Reino de Jehová 1969
w69 15/5 págs. 291-295

La provisión de Dios para bendecir a la humanidad

¡QUÉ amorosa la provisión que ha hecho Jehová por medio de su Hijo para bendecir a personas de todas las razas y naciones! Ha prometido librar de la opresión, el pecado y la muerte. ¡Qué perspectiva gloriosa! Pero, ¿cómo puede realizarse tan maravillosa liberación? ¿Cómo bendecirá Dios a la humanidad?

Es vital que comprendamos que estas bendiciones vendrán a la humanidad solamente por medio de Jesucristo. Por esta razón, Dios inspiró al apóstol Pedro a decir acerca de Jesús: “No hay salvación en ningún otro, porque no hay otro nombre debajo del cielo que se haya dado entre los hombres mediante el cual tengamos que ser salvos.” (Hech. 4:12) Adquiriendo conocimiento exacto de esta provisión y ejerciendo fe en el propósito de Dios que tiene que ver con Cristo, usted se puede colocar en camino a las grandiosas bendiciones de la vida eterna.

EN ESPERA DEL LIBERTADOR

Por miles de años hombres de fe han esperado el cumplimiento de esta esperanza, y las promesas de Dios les dieron buena razón para ello. Al cabeza de familia hebreo Abrahán, Jehová le hizo la promesa de que “todas las naciones de la tierra” se bendecirían por medio de su “descendencia.” (Gén. 22:18) Esa “descendencia” resultó ser principalmente Jesucristo. Las Escrituras explican esto claramente, diciendo: “Ahora bien, las promesas se hablaron a Abrahán y a su descendencia. No dice: ‘Y a descendencias,’ como si se tratara de muchos, sino como tratándose de uno solo: ‘Y a tu descendencia,’ que es Cristo.”—Gál. 3:14-16, 28, 29.

Dios también hizo estipulaciones para que hubiera un sacerdocio y sacrificios bajo la Ley que le dio a Israel. Estas cosas también señalaban hacia Jesús. “Por consiguiente la Ley ha venido a ser nuestro tutor,” dice la Biblia, “que nos conduce a Cristo.” (Gál. 3:24) Las funciones sacerdotales bajo la Ley dirigían la atención a Jesús como el gran Sumo Sacerdote. Señalaban al sacrificio de su propia vida humana como el medio para quitar para siempre los pecados y traer liberación aun de la muerte. Debido a esto Juan el Bautista señaló a Jesús y dijo: “¡Mira, el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo!”—Juan 1:29; Heb. 9:11, 12.

Además, Jehová Dios predijo que aquel por medio del cual vendría la paz eterna a la humanidad sería de la línea familiar del rey David, y que él regiría para siempre como rey. El ángel Gabriel, al anunciar el nacimiento humano de Jesús a María, dijo: “Este será grande y será llamado Hijo del Altísimo; y Jehová Dios le dará el trono de David su padre . . . y de su reino no habrá fin.” (Luc. 1:32, 33; Isa. 9:6, 7) Pero diferente del reinado de David, que se limitó a solo una sección pequeña de la Tierra, Jesús llegaría a ser el rey del reino celestial de Dios y regiría sobre toda la Tierra. La profecía bíblica concerniente a su reinado dice: “Tendrá súbditos de mar a mar y desde el Río hasta los cabos de la tierra.”—Sal. 72:8; Dan. 7:13,14.

Sí, toda la Palabra de Dios enfoca la atención en Jesucristo como medio que Jehová Dios usa para administrar las bendiciones de vida eterna a la humanidad. Con razón hombres de fe han esperado con deleite y con ansiedad el cumplimiento de las promesas respecto a él. Pero, ¿dónde y cuándo se originó éste?

EXISTENCIA PREHUMANA

¿Sabe usted que Jesús tuvo una existencia gloriosa mucho antes de que naciera como humano aquí en la Tierra? La Biblia nos informa que él es el Hijo “primogénito” de Dios. Esto significa que él fue creado antes que los otros hijos de la familia de Dios. Él es también el Hijo “unigénito” de Dios, puesto que él es el único que fue creado directamente por Jehová Dios; todas las otras cosas llegaron a existir por medio de él como el Agente Principal de Dios. Así, antes de nacer en la Tierra como un varoncito él sirvió en los cielos, donde se le conocía como “la Palabra,” el vocero de Dios.—Juan 1:3, 10, 14; Col. 1:15-17.

Por lo tanto, Jesús podía decir con toda propiedad: “Antes que Abrahán viniese a existir, yo he sido,” y: “Yo soy el pan vivo que bajó del cielo.” Y él pudo preguntar: “¿Qué hay, pues, si contemplaran al Hijo del hombre ascender a donde estaba antes?” (Juan 8:58; 6:51, 62) Haciendo referencia al puesto elevado que había tenido en el cielo, él oró: “Padre, glorifícame al lado de ti mismo con la gloria que tenía al lado de ti antes que el mundo fuese.”—Juan 17:5.

SU VIDA EN LA TIERRA

En armonía con el propósito de Dios de bendecir a los hombres de fe, llegó el tiempo debido para que este Hijo celestial llegara a ser un hombre en la Tierra. Esto exigía un milagro de Dios. Jehová, por su espíritu santo o fuerza activa, transfirió la vida de Jesús desde el cielo a la matriz de una muchacha virgen judía llamada María. Anunciando esto a María de antemano, el ángel Gabriel dijo: “Espíritu santo vendrá sobre ti, y poder del Altísimo te cubrirá con su sombra. Por eso también lo que nace será llamado santo, Hijo de Dios.”—Luc. 1:35.

El Creador podía hacer esto sin ninguna dificultad. Ciertamente Aquel que formó a la primera mujer con la facultad de producir hijos podía hacer que una mujer concibiera un niño sin un padre humano. Dios mismo fue responsable directamente de la vida del niño. Este niño, Jesús, no era Dios, sino el Hijo de Dios. Fue un humano perfecto, libre del pecado de Adán. ¿Cómo fue posible eso? Porque, como dijo el ángel, el “poder del Altísimo” fue responsable de ello; hasta guió su desarrollo mientras estuvo en el vientre de María.

Como se predijo siglos antes, Jesús nació en la ciudad del rey David, Belén de Judea. (Miq. 5:2) Vivió con su madre y su padre adoptivo, José, trabajando en el oficio de la carpintería hasta que fue de unos treinta años de edad. Fue criado como miembro de una familia grande, y esto se sabía en su territorio natal, pues más tarde se dijo respecto a él: “¿No es éste el hijo del carpintero? ¿No se llama su madre María, y sus hermanos Santiago y José y Simón y Judas? Y sus hermanas, ¿no están todas con nosotros?”—Mat. 13:54-56.

Cuando tenía treinta años de edad llegó el tiempo de Dios para que él hiciera otro trabajo que no fuera de la carpintería. De modo que fue a donde Juan el Bautista para ser bautizado o sumergido completamente bajo las aguas del río Jordán. (Luc. 3:21-23) Esto mostraba que él se estaba presentando a Dios para efectuar la obra que Dios le había enviado a hacer en la Tierra. Al someterse al bautismo, Jesús puso un ejemplo para todos los que ejercen fe en él, y más tarde ordenó que todos los que llegaran a ser sus discípulos fueran bautizados.—Mat. 28:19, 20.

No obstante, algo más le sucedió a Jesús en el Jordán. Los cielos se abrieron, el espíritu de Dios vino sobre él, y Dios mismo habló desde el cielo, diciendo: “Este es mi hijo, el amado, a quien he aprobado.” (Mat. 3:16, 17) No había ninguna equivocación; ¡éste era aquel a quien habían predicho todos los profetas de Dios! Allí en el Jordán, por medio de espíritu santo, Jesús fue ungido por Dios para ser el predicho gran sumo sacerdote, el rey del reino de Dios, y para predicar mientras estuviera aquí en la Tierra. (Luc. 4:16-21) Tenía trabajo que hacer.

Por tres años y medio Jesús predicó acerca del reino de Dios por todo el país, y enseñó a sus discípulos a hacer lo mismo. Esta fue una obra para la cual había venido a la Tierra, como explicó: “También a las otras ciudades tengo que declarar las buenas nuevas del reino de Dios, porque para esto fui enviado.” Y se mantuvo activo en esta obra, “viajando de ciudad en ciudad y de aldea en aldea, predicando y declarando las buenas nuevas del reino de Dios. Y con él iban los doce.”—Luc. 4:43; 8:1.

Aunque en aquellos días otras personas evitaban supersticiosamente usar el nombre personal de Dios, Jesús no se retrajo de dar a conocer el nombre de Dios, Jehová. En oración a su Padre dijo: “He puesto tu nombre de manifiesto a los hombres que me diste del mundo. . . . yo les he dado a conocer tu nombre y lo daré a conocer.” (Juan 17:6, 26; Sal. 83:18) Jesús siempre habló la verdad, fuera popular o no. Lo que hizo suministró un ejemplo que nosotros debemos seguir si queremos agradar a Dios. Pero él también logró más que eso.

ALIVIO DEL PECADO Y LA MUERTE

Jesús sabía que su venida a la Tierra como hombre era parte directa del arreglo de Dios para soltar a la humanidad de estar bajo el pecado y la muerte. Por lo tanto, dijo: “El Hijo del hombre . . . vino . . . para dar su alma en rescate en cambio por muchos.” (Mat. 20:28) ¿Qué quiere decir eso, exactamente? Bueno, un rescate es un precio que se paga para obtener liberación de cautiverio. En este caso, la vida humana perfecta de Jesús ofrecida en sacrificio fue el precio que se pagó para soltar a la humanidad de la esclavitud al pecado y la muerte. “No fue con cosas corruptibles, con plata u oro, que fueron librados,” explica la Biblia. “Empero, fue con sangre preciosa, como la de un cordero sin tacha e inmaculado, sí, la de Cristo.” (1 Ped. 1:18, 19) ¿Por qué se necesitaba tal liberación?

Esto se debía a que Adán, el antepasado de todos nosotros, había pecado contra Dios. Así, Adán se hizo imperfecto y perdió el derecho a la vida. Como violador voluntarioso de la ley de Dios, llegó a estar bajo la pena de muerte de ésta. Dios también había establecido leyes de herencia, que aseguran que todos recibamos características físicas y otros rasgos de nuestros padres. Según estas leyes, Adán solo podía pasar a su prole lo que él mismo tenía; de modo que recibimos de él una herencia de pecado y muerte. (Rom. 5:12) Por lo tanto, toda la humanidad ha estado muriendo en pago de la pena del pecado. ¿Cómo sería posible levantar esta pena de muerte y todavía satisfacer los requisitos de la justicia?

Dios no se debilitó ni transigió en cuanto a sus propias leyes. Esto solamente habría animado a que hubiese más desafuero por haberse dado un mal ejemplo. Sin embargo, él no le volvió la espalda a la humanidad ni los dejó sin esperanza. Aunque se apegó a sus leyes, Dios amorosamente proveyó alivio, no para el pecador voluntarioso Adán, sino para la prole de Adán, quienes, sin que pudieran elegir otra cosa en el asunto, sufrieron los efectos del mal que él cometió. Dios hizo esto en armonía con un principio legal que él más tarde incluyó en la ley mosaica, a saber, “alma será por alma.” (Deu. 19:21) Veamos cómo este principio aplicó en el rescate provisto por Jesús.

El “alma viviente” Adán, quien hizo que la humanidad perdiera la vida, era un humano perfecto. En cambio por lo que él perdió, se necesitaba otra alma humana, igual a Adán, una que ofreciera su propia vida perfecta como sacrificio a favor de la humanidad. (1 Cor. 15:45) Ningún descendiente de Adán llenaba los requisitos para esto, porque todos nacían imperfectos. Como resultado de esto, todos mueren porque son pecadores, y no tienen ningún derecho a la vida humana que puedan sacrificar a favor de otros.—Sal. 49:7.

Por eso, Dios envió a su propio Hijo, que había estado con él por milenios en el cielo, a la Tierra. Jesús nació como humano, porque era una vida humana lo que se exigía. Pero nació sin la ayuda de un padre humano, para ser perfecto como Adán lo fue. Solo Dios fue el Padre del humano Jesús, como había sido también el Padre de Adán. (Luc. 3:38) Así, Jesús llenaba todos los requisitos necesarios para ofrecer su vida como “rescate correspondiente.”—1 Tim. 2:6; Efe. 1:7.

El 14 de Nisán del año 33 E.C. los enemigos de Jesús le dieron muerte en un madero de tormento. Él pudo haber resistido, pero no lo hizo. (Mat. 26:53, 54) Entregó voluntariamente su vida en sacrificio por nosotros. Como nos dice su apóstol Pedro: “El mismo cargó con nuestros pecados en su propio cuerpo sobre el madero, para que acabásemos con los pecados y viviésemos a la justicia. Y ‘por sus heridas ustedes fueron sanados.’”—1 Ped. 2:24; Heb. 2:9.

¡Aquello fue verdaderamente una maravillosa expresión del amor de Dios a la humanidad! La Biblia nos ayuda a comprenderlo, diciendo: “Tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo unigénito, para que todo el que ejerce fe en él no sea destruido, sino que tenga vida eterna.” (Juan 3:16) Si usted es un padre que tiene un hijo muy amado, sin duda usted puede comprender, por lo menos hasta cierto grado, lo que eso significó para Dios. Ciertamente debe conmover con afecto nuestro corazón para con él el darnos cuenta de que se interesa tanto por nosotros.—1 Juan 4:9-11.

Jehová Dios no dejó a su Hijo muerto en la sepultura, sino que lo levantó a la vida al tercer día. No se le dio vida humana de nuevo, porque eso hubiera querido decir que tomaba de nuevo el precio del rescate. Más bien se le hizo “vivo en el espíritu.” (1 Ped. 3:18) Durante un período de cuarenta días después de su resurrección él se apareció visiblemente a sus discípulos varias veces, en cuerpos materializados, para probar que él verdaderamente había sido levantado de entre los muertos. Entonces, mientras los discípulos miraban, ascendió hacia el cielo y fue ocultado de la vista en una nube. Regresó al cielo, para allí “comparecer . . . delante de la persona de Dios a favor nuestro” llevando el valor de su sacrificio de rescate como el gran sumo sacerdote. (Heb. 9:12, 24) Se habían satisfecho los requisitos de la justicia divina; ahora había alivio disponible para la humanidad.

Aun ahora podemos beneficiarnos en gran manera del rescate. Al ejercer fe en él podemos disfrutar de una posición de limpio delante de Dios y llegar a estar bajo su cuidado amoroso. (Rev. 7:9, 10, 13-15) Cuando, debido a la imperfección, cometemos un pecado, podemos con libertad buscar perdón de Dios sobre la base del rescate, con confianza en que él nos oirá. (1 Juan 2:1, 2) Además, el rescate ha abierto el camino para que obtengamos preservación a través del fin de este inicuo sistema de cosas actual. Hace posible la resurrección de los muertos. Y suministra la base para adquirir vida eterna en el nuevo sistema de cosas de Dios, donde se aplicará a la humanidad para borrar todos los efectos del pecado heredado.—1 Cor. 15:25, 26; Rev. 7:17.

GOBERNANTE DEL REINO DE DIOS

Antes de nacer Jesús el ángel Gabriel le dijo a María que Jesús habría de ser un rey poderoso. Durante todo su ministerio terrestre Jesús predicó acerca del reino de Dios del cual él habría de ser gobernante, hasta enseñándoles a sus seguidores a orar a Dios: “Venga tu reino. Efectúese tu voluntad, como en el cielo, también sobre la tierra.” Y los instó: “Sigan, pues, buscando primero el reino.” (Mat. 6:10, 33) El reino de Dios era el tema de su predicación.

Durante su ministerio Jesús también ejecutó milagros de curación y resucitar muertos para mostrar en miniatura lo que va a acontecer en la Tierra bajo el reino de Dios. De un caso, dice la Biblia: “Se le acercaron grandes muchedumbres, teniendo consigo personas que eran cojas, mancas, ciegas, mudas y muchas en otras condiciones, y casi se las tiraron a los pies, y él las curó; de modo que la muchedumbre se asombró al ver que los mudos hablaban y los cojos andaban y los ciegos veían.” (Mat. 15:30, 31; 9:35) Imagínese la felicidad que habrá cuando, bajo el régimen de Cristo, se abran los ojos de los ciegos, se destapen los oídos de los sordos, y queden curados los brazos y las piernas de los lisiados. Toda enfermedad y sufrimiento serán cosas del pasado. ¡Qué bendición será eso!—Rev. 21:3, 4.

Aunque Jesús es aquel a quien Dios ha ungido como gobernante del Reino, cuando él regresó al cielo después de su resurrección de entre los muertos no era el tiempo debido para que ejerciera este poder real. Era preciso que esperara el tiempo señalado por su Padre. (Hech. 2:34-36) Sin embargo, él señaló al futuro al tiempo en que regresaría con poder del Reino, diciendo: “Cuando el Hijo del hombre llegue en su gloria, y todos los ángeles con él, entonces se sentará sobre su glorioso trono. Y todas las naciones serán juntadas delante de él, y separará a la gente unos de otros, así como el pastor separa las ovejas de las cabras.”—Mat. 25:31, 32.

Ahora vivimos en ese tiempo de la separación. Pronto Cristo en su trono celestial usará su autoridad de rey para destruir a los inicuos y librar a los mansos, a los de disposición de oveja que heredarán la región terrestre del Reino. La profecía bíblica predijo hace mucho tiempo: “Porque los malhechores mismos serán cortados . . . y el inicuo ya no será; y ciertamente darás atención a su lugar, y él no será. Pero los mansos mismos poseerán la tierra, y verdaderamente hallarán su deleite exquisito en la abundancia de paz. Los justos mismos poseerán la tierra, y residirán para siempre sobre ella.”—Sal. 37:9-11, 29; Mat. 25:34, 41, 46.

Por medio de Jesucristo hay bendiciones disponibles a toda la humanidad, pero tenemos que ejercer fe en él para recibirlas. (Juan 3:36) Tenemos que hacernos discípulos de él y someternos a él como nuestro rey celestial. ¿Hará usted eso? Hay opositores que quieren estorbarle, pero si usted pone confianza plena en Jehová, recibirá sin falta las bendiciones que Dios tiene para los que lo aman.—Sal. 62:7, 8.

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