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    La Atalaya 1979 | 15 de abril
    • escala en Niamey, República de Níger, algunos hermanos africanos, a quienes habíamos conocido en Benin, vinieron a reunirse con nosotras en el aeropuerto. La animación que desplegamos en nuestros saludos y nuestra conversación hizo que un oficial del aeropuerto preguntara qué clase de grupo era aquél, donde veía a negros y blancos disfrutando de asociación tan franca.

      Finalmente, nuestro avión se detuvo cerca del edificio del aeropuerto de Uagadugú. Los rostros sonrientes de nuestros amigos que nos saludaban desde la terraza de observación reflejaban nuestro propio sentimiento de gozo por estar con ellos aquí de nuevo. Sinceramente, hay un gozo profundo y satisfaciente en ser parte de una familia mundial de verdaderos hermanos y hermanas. ¡Que usted también pueda hacer decisiones en su vida que le traigan bendiciones tan alentadoras!

  • Preguntas de los lectores
    La Atalaya 1979 | 15 de abril
    • Preguntas de los lectores

      ● En vista de la terrible destrucción de Dresde, Estalingrado, Hiroshima y Nagasaki en la II Guerra Mundial, ¿cómo pudo Jesús describir lo que le sobrevino a Jerusalén en 70 E.C. como una ‘grande tribulación como la cual nunca había sucedido una antes, ni sucedería de nuevo’?

      Esa profecía tenía una aplicación futura que se extendía hasta más allá de lo que le sucedió a Jerusalén y les sobrevino a los judíos en 70 E.C., pero también fue cierto en cuanto a la historia de aquella ciudad y la nación.

      Estas palabras están en la respuesta profética que Jesús dio a la pregunta de los apóstoles acerca de Su presencia futura y la conclusión del sistema de cosas. (Mat. 24:3, 21; Mar. 13:19) Con frecuencia los testigos de Jehová han señalado que mucho de lo que Jesús predijo allí tuvo dos cumplimientos: Primero, un cumplimiento limitado en los desenvolvimientos que condujeron a la destrucción de Jerusalén y el sistema judío de cosas por los romanos en 70 E.C., y que incluyeron aquella destrucción. Segundo, una aplicación mayor desde 1914 E.C., cuando Jesús comenzó su presencia celestial invisible como rey del Reino mesiánico, y que incluirá el fin todavía futuro del malvado sistema de cosas mundial.—Vea La Atalaya del 15 de junio de 1970, páginas 361-375, y El reino de mil años de Dios se ha acercado, páginas 293-331.

      En aquella profecía Jesús enfatizó que es necesario que uno se mantenga alerta y esté preparado. Dijo: “Sigan orando que su huida no ocurra en tiempo de invierno, ni en día de sábado; porque habrá entonces grande tribulación como la cual no ha sucedido una desde el principio del mundo hasta ahora, no, ni volverá a suceder.”—Mat. 24:20, 21.

      Para los cristianos que estuvieran viviendo en Jerusalén y Judea y que serían afectados directamente por el fin del sistema de cosas judío, la advertencia de que se mantuvieran alerta era vital. Los ejércitos romanos rodearon la ciudad en 66 E.C., pero entonces se retiraron inesperadamente. Esa fue la señal específica que Jesús había mencionado en Lucas 21:20-22. Y la historia nos dice que los cristianos obedientes respondieron por medio de huir de la ciudad de Jerusalén y de Judea. De modo que es razonable aplicar también a la ciudad literal de Jerusalén y a Judea lo que Jesús pasó a decir entonces, acerca de la “grande tribulación.”

      La destrucción que causaron los romanos en 70 E.C. fue más extensa y terrible que la que ocurrió cuando los babilonios destruyeron a la ciudad de Jerusalén en 607 a. de la E.C. También, la tribulación de 70 E.C. trajo, por destrucción, el fin permanente de la ciudad construida por los judíos y el templo y el sistema de adoración que tenía como centro aquel templo. De modo que Jesús se expresó con corrección al describir proféticamente los acontecimientos de 70 E.C. como “grande tribulación como la cual no ha sucedido [sobre aquella ciudad, nación y sistema de cosas] una desde el principio del mundo hasta ahora, no, ni volverá a suceder.”

      Pero la cuestión no termina ahí. Nos envuelve a nosotros. ¿Por qué? Porque las palabras de Jesús en Mateo 24:21 evidentemente tenían un significado mayor. La presencia invisible de Cristo como rey mesiánico con gobernación sobre el globo terráqueo no empezó en 70 E.C. Él mismo mostró que aquello ni siquiera había de esperarse. Una vez, cuando los discípulos “se imaginaban que el reino de Dios iba a exhibirse instantáneamente,” Jesús dio lo que se conoce como la parábola de las minas. Esta era acerca de ‘cierto hombre que viajó a una tierra lejana para conseguir gobierno real y entonces volver,’ y mostró que

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