“Cuando vean a Jerusalén cercada de ejércitos acampados”
EL SITIO final de Jerusalén en el primer siglo E.C. fue una ocasión de sufrimiento sin paralelo para los que estaban embotellados dentro de la ciudad. Pero no debería haberles causado sorpresa. El más grande profeta de todos los tiempos había señalado hacia ello décadas antes que llegara a ser realidad. Ese profeta lloró cuando meditó en los horrores del sitio y su resultado.—Luc. 19:41-44.
Lo que le sucedió a Jerusalén hace más de diecinueve siglos debe ser de más que interés pasajero para nosotros hoy día. Jesucristo, el profeta que predijo la destrucción de Jerusalén, también señaló hacia un tiempo en que ocurriría una calamidad aun mayor, una calamidad que no solo le sobrevendría a una ciudad o a un pueblo, sino a todo el mundo de la humanidad. (Mat. 24:3-37) De consiguiente, hay lecciones vitales que han de aprenderse de la experiencia de la Jerusalén antigua. El prestar atención a éstas puede resultar en la preservación de la vida humana.
El historiador judío Josefo es la principal fuente de información para este período. Fue un testigo ocular y, a veces, un participante en los acontecimientos que describe. Pero, diferente de los escritores de la Biblia, no fue divinamente inspirado. Su relato evidentemente está coloreado por el deseo de no ofender a sus amos romanos y también de justificar su rendición a los romanos en las primeras etapas de la guerra judía. Aunque no se puede confiar plenamente en Josefo, no obstante, podemos conseguir valiosa información de fondo de sus escritos.
REVUELTA DE LOS JUDÍOS
En el año 66 E.C. se puso en marcha una cadena de sucesos que, según Josefo, hizo inevitable la guerra con Roma. Una partida de judíos capturó la fortaleza de Masada, cerca del mar Muerto, destruyó la guarnición romana allí y la reemplazo con su propia guarnición. En Jerusalén, el capitán del templo Eleazar convenció a los ministros del templo a no aceptar dones u ofrendas de parte de extranjeros. Como resultado, a pesar de las súplicas de los sacerdotes principales y ciudadanas de viso, dejaron de hacer ofrendas para Roma y César.
Temerosos de las represalias romanas, los ciudadanos preponderantes, sacerdotes principales y fariseos más importantes celebraron una reunión pública y denunciaron la insensatez de sublevarse. Pero sus esfuerzos fueron en vano. De consiguiente, enviaron delegaciones al gobernador Floro y al rey Agripa pidiendo ayuda. Agripa respondió enviando una fuerza militar. Entonces estalló la lucha dentro de Jerusalén, y el elemento de la revuelta ganó la victoria y después destruyó la guarnición romana apostada en la fortaleza de Antonia, muy cerca de la zona del templo.
En el transcurso de tres meses, el legado romano de Siria, Cestio Galo, había reunido la duodécima legión del ejército romano, junto con considerables fuerzas auxiliares, para sofocar la rebelión. Llegó ante los muros de Jerusalén durante la fiesta de las enramadas, y pronto las fuerzas romanas penetraron hasta los fuertemente fortificados muros del templo. Cuando parecía que ya estaba a punto de ganar la victoria, Galo súbitamente y aparentemente sin razón válida ordenó la retirada. Las fuerzas judías se pusieron a perseguirlos. Sus ataques obligaron a los romanos en retirada a abandonar la mayor parte de su equipaje y su fuerte equipo de sitio. Convencidos de que Dios los había librado, los judíos regocijados acuñaron monedas que llevaban inscripciones como “Jerusalén la Santa.”
LOS QUE HUYERON
Sin embargo, los cristianos que vivían en Jerusalén y Judea no participaron en el regocijo. Se acordaron de lo que Jesucristo había predicho: “Cuando vean a Jerusalén cercada de ejércitos acampados, entonces sepan que la desolación de ella se ha acercado. Entonces los que estén en Judea echen a huir a las montañas, y los que estén en medio de Jerusalén retírense, y los que estén en los lugares rurales no entren en ella.”—Luc. 21:20, 21.
Fuentes tradicionales indican que los cristianos obedecieron el mandato profético de Jesús y abandonaron a Jerusalén y Judea en aquel tiempo. El historiador eclesiástico Eusebio del tercer y cuarto siglos E.C. escribe: “Sin embargo, el entero cuerpo de la iglesia en Jerusalén, habiéndosele mandado mediante revelación divina, dada allí antes de la guerra a hombres de piedad aprobada, se mudaron de la ciudad, y moraron en cierta población más allá del Jordán, llamada Pela.” Epifanio del mismo período general declara que ‘los cristianos que moraban en Jerusalén, habiendo sido prevenidos por Cristo del sitio que se aproximaba, se mudaron a Pela.’
LOS ROMANOS INVADEN EN MASA
Por lo tanto los cristianos estaban fuera de peligro cuando el emperador Nerón nombró al general Vespasiano para aplastar la revuelta judía. Hábilmente auxiliado por su hijo Tito, Vespasiano procedió con una fuerza de 60.000 soldados. Dirigió sus legiones contra ciudades de Galilea, encontrando feroz resistencia. Cuando finalmente fueron tomadas las ciudades, la matanza atroz infligida sobre los judíos realmente fue grande.
Lo que sucedió en Tariquea y Gamala ilustra lo que tuvo lugar en la región en conjunto. En Tariquea, en la costa del mar de Galilea, más de 6.000 judíos perecieron en la batalla. Los sobrevivientes fueron tratados sin piedad. Los “ancianos e inútiles,” que ascendieron a 1.200, fueron ejecutados. Más de 30.000 fueron vendidos en esclavitud, y 6.000 de los jóvenes más fuertes fueron enviados a Nerón para excavar el canal de Corinto. En Gamala, cuando la situación se hizo desesperada para los judíos, muchos hombres arrojaron a sus esposas e hijos así como a sí mismos desde los muros de la ciudad. Más de 5.000 perecieron así en la profunda barranca artificial que estaba abajo. Otros 4.000 fueron muertos atrozmente por los romanos.
LA SITUACIÓN SE DETERIORA DENTRO DE JERUSALÉN
En lo que tocaba a Jerusalén, la ciudad se tornó en un campo de batalla literal para las facciones judías rivales... los celotes y los moderados. Los celotes obtuvieron el control del templo y lo convirtieron en su fortaleza. Desde esa base, llevaban a cabo actos de saqueo y derramamiento de sangre.
Más tarde, el sacerdote Anano incitó a la ciudadanía contra los celotes. Siguió lucha feroz, y los celotes fueron sitiados finalmente en la zona del templo. Pero Anano no quería empujar la batalla hasta penetrar en los recintos sagrados y por lo tanto hizo arreglos para que una guardia de 6.000 hombres impidieran que los celotes sitiados salieran.
Sin ser detectados, los celotes lograron despachar de la ciudad a dos mensajeros con una súplica a los idumeos para que vinieran en su ayuda. Pronto una fuerza de 20.000 idumeos se halló en camino a Jerusalén. Bajo el manto de la oscuridad y la tormenta, un grupo de celotes logró pasar los guardas y les abrió las puertas a los idumeos. Siguió mucho derramamiento de sangre, y los moderados sufrieron derrota total. Anano fue ejecutado.
EL LAZO SE APRIETA EN TORNO DE JERUSALÉN
Mientras Jerusalén estaba tambaleándose por los efectos de la contienda y el conflicto internos, los ejércitos romanos continuaban avanzando, de hecho, intensificando su campaña. Pero eso estaba por cambiar.
Había dificultades serias en el Imperio Romano. Las provincias se hallaban en revuelta y elementos fuertes estaban conspirando contra Nerón. Finalmente el senado romano dictó la sentencia de muerte contra él. Más bien que enfrentarse a la ejecución, Nerón se suicidó en junio del año 68.
Vespasiano estaba preparándose para hacer que sus fuerzas marcharan contra Jerusalén misma cuando le llegaron las noticias del suicidio de Nerón. Esto le impelió a demorar sus planes, pues deseaba conocer los deseos del nuevo emperador. Tres emperadores rivales: Galba, Otón y Vitelio, se reemplazaron el uno al otro en rápida sucesión. Instado por sus tropas a ser emperador (en 69 E.C.), Vespasiano suspendió su dirección personal de la guerra y se concentró en asegurar su posición con la mira de ganar el trono.
Mientras tanto la situación no estaba mejorando en Jerusalén. Con respecto a las acciones de los celotes, Josefo informa: “Su pasión por el pillaje era insaciable: saqueaban las casas de los ricos, asesinaban a hombres y violaban a mujeres por deporte, y bebían sangre al engullir su botín: por mero hastío desvergonzadamente se entregaban a prácticas afeminadas, adornándose el pelo y poniéndose ropa de mujer, impregnándose de perfume y pintándose bajo los ojos para hacerse atractivos. No simplemente copiaban el vestido sino también las pasiones de las mujeres, y en su completa suciedad inventaron placeres ilícitos; se revolcaban en lodo, convirtiendo toda la ciudad en un burdel y contaminándola con las prácticas más inmundas. Sin embargo aunque tenían cara de mujer tenían manos de asesinos; se acercaban al pasito, luego en un instante se convertían en hombres agresivos, y sacando sus espadas de debajo de sus disfraces teñidos atravesaban a todo transeúnte.”
A pesar de lo mala que llegó a ser la situación, el escaparse de Jerusalén ahora era virtualmente imposible. Los celotes hicieron todo cuanto pudieron para impedir la deserción a los romanos. Cualquiera que lograra salir se hallaba en peligro de ser muerto por otro bando rival fuera de la puerta de la ciudad.
EL SITIO FINAL
El conflicto interno no cesó aun cuando los ejércitos romanos, ahora bajo el mando de Tito, estuvieron ante los mismísimos muros de Jerusalén alrededor del tiempo de la Pascua de 70 E.C. Entonces la ciudad estaba atestada con celebrantes de la Pascua. El día de la Pascua, 14 de Nisán, los adoradores fueron admitidos a la zona del templo. Pero inesperadamente se hallaron cercados por hombres armados de uno de los bandos rivales de la ciudad. Estos hombres habían entrado sin ser detectados, pues entraron disfrazados, con armas ocultas. Estaban empeñados en conseguir el control del templo interior y sus provisiones. Hubo violencia y derramamiento de sangre.
No mucho después de eso las máquinas de sitio romanas estuvieron golpeando el muro exterior septentrional del sistema de muros triples de Jerusalén. El día quince del sitio cayó este muro a los romanos. Cuatro días después los romanos capturaron el segundo muro. Pero los contraataques judíos lo recuperaron. A gran pérdida, los romanos, en el transcurso de cuatro días, finalmente rechazaron a los judíos del segundo muro y luego demolieron la sección septentrional de punta a punta. Ahora solo quedaba un muro.
Más tarde, Tito celebró un consejo de guerra y propuso edificar un muro alrededor de la ciudad. Puesto que así se les impediría a los judíos salir, Tito creyó que esto produciría su rendición o haría más fácil el tomar la ciudad debido al hambre resultante. Se adoptó su plan. Se organizaron los soldados para emprender el proyecto. Las legiones y divisiones más pequeñas del ejército compitieron unas con otras para terminar la tarea. Individualmente los hombres fueron incitados por el deseo de agradar a sus superiores. La fortificación de más de siete kilómetros fue terminada en solo tres días. Así se cumplieron las palabras proféticas de Jesús dirigidas a Jerusalén: “Vendrán días sobre ti en que tus enemigos edificarán en derredor de ti una fortificación de estacas puntiagudas y te rodearán y te afligirán de todos lados.”—Luc. 19:43.
Las condiciones del hambre en Jerusalén entonces se hicieron agudas. Josefo escribe: “Los techos estaban cubiertos de mujeres y bebés, las calles llenas de ancianos ya muertos. Hombres jóvenes y muchachos, hinchados por el hambre, rondaban las plazas como fantasmas y caían dondequiera que el desmayo se apoderaba de ellos. El enterrar a sus parientes estaba más allá de la fuerza de los enfermos, y los que estaban en condiciones de hacerlo eludían la tarea debido a la gran cantidad de muertos y la incertidumbre en cuanto a su propio destino; pues muchos mientras enterraban a otros caían muertos ellos mismos, y muchos partían para sus tumbas antes de llegarles la hora. En su desdicha no se oía lloro ni lamentación.” No pudiendo recoger hierbas por causa del muro, “algunos se hallaban en tan horrendo apuro que rascaban las cloacas y viejos estercoleros y se tragaban la basura que hallaban allí.” Los romanos recibieron informes de que durante el sitio no menos de 600.000 cadáveres habían sido arrojados a las puertas de la ciudad.
Al continuar el sitio, los romanos finalmente se abrieron paso a la fuerza hasta la zona del templo. Después de estar en llamas el santuario, decidieron ponerle fuego a todo lo demás. En la última columnata que quedaba del templo exterior unos 6.000 judíos se habían refugiado por creer a un profeta falso que les había dicho que fueran allí para recibir señales de su liberación. Sin embargo, los soldados le pusieron fuego a esta columnata desde abajo. Entonces muchos judíos saltaron del fuego a su muerte mientras que otros perecieron en las llamas.
Cuando terminó el sitio, el número de vidas perdidas fue tremendo. Hubo aproximadamente 1.100.000 muertos, la mayoría de éstos habiendo perecido a causa de peste e inanición. Los cautivos tomados desde el principio hasta el fin de la guerra ascendieron a unos 97.000. A los jóvenes más altos y más bien parecidos los separaron para la procesión triunfal. En cuanto a los demás, muchos fueron enviados a hacer trabajo forzado en Egipto o Roma; otros fueron presentados a las provincias romanas para perecer en las arenas. A los de menos de diecisiete años los vendieron.
El sitio había durado menos de cinco meses. Pero, en cumplimiento de la profecía de Jesús, realmente fue la mayor tribulación que jamás había venido sobre Jerusalén. La ciudad y su templo fueron arrasados. Solo tres torres y una sección del muro occidental de la ciudad quedaron en pie. Josefo declara: “Las demás fortificaciones que circundaban la Ciudad quedaron tan completamente arrasadas que ninguno que visitara el sitio creería que en otro tiempo había estado habitado.”
La noticia de esto no habría asombrado a ningún discípulo devoto del Señor Jesucristo. Podían recordar sus palabras: “Te arrojarán al suelo a ti y a tus hijos dentro de ti, y no dejarán en ti piedra sobre piedra, porque no discerniste el tiempo en que se te inspeccionaba.” (Luc. 19:44) “En verdad les digo: De ningún modo se dejará aquí piedra sobre piedra que no sea derribada.”—Mat. 24:2.
Lo que les sobrevino a Jerusalén y sus habitantes ciertamente debe grabar en nosotros la importancia de prestar atención a la profecía bíblica. Especialmente es esto así puesto que hoy estamos viviendo en el período que la Biblia llama “los últimos días.” ¿Y no es cierto que el desafuero y la violencia de la actualidad es muy semejante a la que existió en la antigua Jerusalén antes de su destrucción? (2 Tim. 3:1-5) Pero ¿cómo se escapará alguien de la “grande tribulación” que llevará estos “últimos días” a su fin? No será por medio de huir a otra ubicación geográfica, pues la “tribulación” venidera abarcará al globo terráqueo. La Palabra de Dios señala la vía de escape, diciendo: “Busquen a Jehová, todos ustedes los mansos de la tierra, los que han practicado Su propia decisión judicial. Busquen justicia, busquen mansedumbre. Probablemente sean ocultados en el día de la cólera de Jehová.”—Sof. 2:3.
¿Está usted tratando de amoldarse a la norma de justicia de Dios? ¿Está sometiéndose humildemente a Su decisión judicial? Si es así, podrá recibir el cuidado protector de Dios durante la tribulación que pronto vendrá. Sea cual sea su situación presente, ahora es el tiempo para tomar acción para demostrar que es siervo leal de Jehová Dios. Esta es la lección más importante que podemos aprender de lo que le sobrevino a Jerusalén en el primer siglo E.C. El obrar en armonía con ello puede significar vida para nosotros cuando le sobrevenga la “grande tribulación” al presente sistema de cosas impío.—Rev. 7:13-17.