Josefo... historiador idóneo para su materia
EL ORIENTE Medio es un punto focal de interés internacional hoy día, tal como lo fue hace 2.000 años. En aquel entonces, como en la actualidad, era el hogar de un estado judío cercado de vecinos hostiles en los cuales bullían muy intensamente sentimientos religiosos mezclados con aspiraciones nacionalistas. Entonces, como hoy, el Oriente Medio desempeñaba un papel vital en la economía mundial. (Se utilizaba el grano de Egipto para alimentar a la población de la antigua Roma.) Además, esta zona políticamente inestable era lugar de paso o entrada entre el Imperio Romano y sus rivales.
En medio de estas circunstancias se pronunciaron profecías respecto a aquella nación judía. Los detalles de estas profecías se cumplirían de manera singular. Por ejemplo, se predijo que la ciudad de Jerusalén sería cercada —primero por ejércitos acampados y después por una fortificación de estacas puntiagudas— y que la ciudad caería en manos de sus enemigos después de una lucha enconada, marcada por hambre, peste y gran crueldad. Se predijo que el templo de Jerusalén, objeto de mucha admiración, que poco antes había sido agrandado y embellecido, sería demolido por completo.
¿Por qué debería interesarnos esto?
El cumplimiento preciso de estas profecías 37 años después de haberse dado interesa vivamente a los observadores de la escena política del mundo hoy día. Esto es especialmente cierto porque personas que estudian la Biblia perciben que habrá un cumplimiento parecido, pero mayor, de las profecías de Jesús, uno que afectará a los habitantes de toda la Tierra hoy día.—Luc. 19:43, 44; 21:5-35.
Pero todo esto sucedió hace más de 1.900 años. ¿Cómo sabemos que las profecías de Jesús acerca de Jerusalén se cumplieron en todo detalle? El conocimiento que podemos adquirir de los acontecimientos relacionados con la destrucción de Jerusalén por los ejércitos romanos en el año 70 E.C. depende mucho de los escritos del historiador judío Flavio Josefo. En su libro La guerra de los judíos él informa sobre acontecimientos predichos por Jesús, aunque no hay nada que indique que Josefo mismo fuera cristiano, o que siquiera estuviera familiarizado con las profecías de Jesús.
Josefo nos dice, por ejemplo, que el general romano Tito construyó una fortificación de estacas puntiagudas para apresurar la llegada de condiciones de hambre en la Jerusalén sitiada, tal como Jesús había predicho. (Jesús dijo: “Tus enemigos edificarán en derredor de ti una fortificación de estacas puntiagudas y te rodearán y te afligirán de todos lados.”) Josefo explica con muchos detalles los terribles apuros en que se hallaron los habitantes de la ciudad debido al hambre, la peste y el derramamiento de sangre que aguantaron, todo lo cual Jesús había mencionado. (“Habrá . . . pestes y escaseces de alimento.” “Caerán a filo de espada.”) Nos dice del arrasamiento del templo hasta sus mismos cimientos, de modo que no quedó piedra sobre piedra, precisamente como lo predijo Jesús. (“No se dejará aquí piedra sobre piedra que no sea derribada.”)
¿Quién fue Flavio Josefo?
¿Precisamente quién era este historiador judío a quien conocemos hoy día por el nombre de la famosa familia romana de los Flavios? ¿Estaba él realmente capacitado para dar información exacta acerca de lo que aconteció en Judea durante el primer siglo? ¿Podemos confiar en lo que dice?
Primero, debe notarse que Josefo no estaba escribiendo historia muerta desde la posición ventajosa de alguna biblioteca imperial; estaba escribiendo acerca de los acontecimientos de su día. En realidad fue testigo presencial de la mayoría de los acontecimientos de los cuales él hizo la crónica. Hace más fascinador su relato el hecho de que durante la guerra judeoromana él sirvió activamente en ambos lados, pues empezó como general de las fuerzas judías de Galilea y terminó como consejero del general Tito. Se hizo tan íntima su amistad con Tito y el padre de éste, Vespasiano, que más tarde Josefo adoptó el nombre de la familia de éstos, Flavio, y a eso se debe que lo conozcamos como Flavio Josefo, y no por su nombre judío, José ben Matías.
Josefo nació pocos años después de la muerte de Jesús, y con el tiempo se interesó profundamente en observar las tendencias políticas. Fue de nacimiento noble, miembro de la secta religiosa de los fariseos, y tenía vínculos familiares con una secta más aristocrática, la de los saduceos. Él nos dice que cuando tenía 26 años de edad fue enviado a Roma como parte de un grupo encargado de conseguir la liberación de ciertos sacerdotes judíos, a quienes el procurador romano Félix había enviado en cadenas a César, acusados de infracciones “pequeñas e insignificantes.” Este caso recuerda a los lectores de la Biblia la dificultad que tuvo el apóstol Pablo con este mismo Félix, quien lo mantuvo preso por dos años en espera de recibir un soborno. (Hech. 24:27) Mientras estuvo en Roma, el joven Josefo entabló amistad con nada menos que la esposa del emperador Nerón, la emperatriz Popea, quien intervino en el interés de librar a los amigos de Josefo.
Cuando Josefo regresó a Jerusalén, lleno de admiración por la cultura y el poder militar de los romanos, quedó horrorizado al descubrir que la nación judía estaba cada vez más resuelta a guerrear con los romanos. Evidentemente porque esperaba que ello le permitiera negociar con los romanos, Josefo aceptó de los judíos moderados de Jerusalén una asignación de ir a Galilea como cierta clase de gobernador general militar. Mientras estuvo allí se ocupó en fortificar las ciudades de Galilea, organizar las tropas locales según el modelo romano y rechazar toda clase de tramas contra él por los celotes de la localidad.
De carácter denodado y astuto
La personalidad de Josefo es un estudio en astucia. Se puede ver esto por la manera en que manejó los asuntos cuando la ciudad de Tiberíades, en la orilla del mar de Galilea, se rebeló contra su autoridad y lo expulsó. Puesto que no tenía las fuerzas que le hubieran permitido marchar contra la ciudad, Josefo hizo que cada uno de sus apoyadores tomara un barco y cruzara en él el mar hacia Tiberíades. Josefo apenas tenía suficientes hombres para conducir los 230 barcos que tenía a su mando, pero la gente de Tiberíades no sabía esto, y pensó que los barcos estaban llenos de soldados. Josefo, siguiendo con su engaño, logró asustar a la gente y hacer que se le rindiera sin que se perdiera una sola vida.
Pronto el general romano Vespasiano invadió a Galilea con 60.000 hombres para vengar la humillación que Cestio Galo había sufrido allá en 66 E.C. Vespasiano por fin arrinconó a Josefo en el pueblito montañés de Jotapata, que cayó después de un sitio feroz que duró 47 días. Josefo y otros 40 sobrevivientes se escondieron en una cueva. Cuando se descubrió el escondite, los romanos mandaron a decir que se le perdonaría la vida a Josefo si éste se rendía.
Esto se le hizo tentador a Josefo, pero desagradó mucho a sus hombres, quienes estaban resueltos a concertar un pacto de suicidio. Josefo aparentó convenir en la idea y propuso que se echaran suertes para decidir el orden en que los hombres se matarían unos a otros. Algunos sospechan que Josefo “cargó los dados,” porque al fin solo quedaron él y otro sobreviviente, y entonces Josefo persuadió a su compañero a rendirse a los romanos con él.
Después que se le tomó cautivo, con atrevimiento Josefo halagó al supersticioso Vespasiano al presentársele como profeta y profetizar que Vespasiano iba a ser gobernador del mundo. Esto impresionó a Vespasiano a tal grado que cambió de planes y no envió a Josefo a Nerón. En vez de eso, mantuvo vigilado a su preso para ver lo que sucedería. En 69 E.C., cuando Vespasiano fue aclamado emperador, éste recordó lo que Josefo había profetizado dos años antes, y desde entonces en adelante Josefo llegó a ser amigo íntimo y consejero de la familia flaviana.
Cuando Vespasiano fue a Roma para tomar las riendas del imperio, Josefo fue con Tito, hijo de Vespasiano, para terminar la guerra contra los judíos por medio de la toma de Jerusalén. Le sirvió de consejero a Tito sobre las tácticas de los judíos, y en calidad de instrumento de la propaganda romana arriesgó la vida delante de los muros de Jerusalén al exhortar a su pueblo a entregarse.
Testigo presencial
Fue durante este período que Josefo pudo ver con sus propios ojos los acontecimientos que demostraron la veracidad de la notable profecía de Jesús en contra de Jerusalén. Jesús había predicho que habría “gran necesidad sobre la tierra e ira sobre este pueblo,” y Josefo tomó nota de la ira de los romanos, quienes al principio se habían sentido inclinados a ser misericordiosos con los judíos, pero se habían enfurecido cuando los judíos mostraron que no estaban dispuestos a ceder.—Luc. 21:23.
Al caer la ciudad después de un sitio relativamente corto de cuatro meses y medio, los soldados romanos mataron y mataron hasta que el cansancio los llevó a desistir. “Mataban sin hacer diferencia alguna a cuantos hallaban, y quemaban todas las casas juntamente con los que en ellas se recogían. Destruyendo también a muchos de los que habían entrado a robarlas, hallaban en ellas las familias muertas, las cámaras y suelos llenos de muertos consumidos por el hambre . . . matando a cuantos delante les venían, y llenando las calles angostas de cuerpos muertos, manaba toda la ciudad sangre.”
Es de interés notar que Jesús no solo había predicho la ferocidad del sitio de Jerusalén, sino también la mismísima brevedad de éste, cuando dijo: “De hecho, a menos que se acortaran aquellos días, ninguna carne se salvaría.” (Mat. 24:22) Durante el sitio, Josefo, con los sentidos entumecidos de horror, observó a los judíos echar 600.000 cadáveres por encima de los muros de la ciudad, víctimas del hambre, la enfermedad y la guerra de facciones dentro de la ciudad. Si aquello hubiese continuado así, ¡en otros cinco meses toda persona de Jerusalén habría muerto!
Josefo nos dice que la cantidad de judíos que murieron en el sitio ascendió al total de 1.100.000, y para defender esta cifra señala al hecho de que el sitio aconteció cuando había grandes multitudes de peregrinos en Jerusalén para la fiesta de la Pascua. Se ha dudado de la cantidad que Josefo da debido a que el historiador romano Tácito da una cifra inferior... 600.000.
Sin embargo, debe recordarse que Tácito no fue testigo presencial. Sus escritos están llenos de inexactitudes respecto a la historia y las costumbres de los judíos, y él admite que la estadística acerca de las víctimas es información de segunda mano.
También en defensa de su cifra de 1.100.000 Josefo señala que poco antes de la invasión romana de Judea se había hecho una cuenta del número de animales que se sacrificaron durante la Pascua, y se descubrió que habían degollado 256.500. Puesto que como promedio 10 personas podían comer la comida de la Pascua del mismo animal, Josefo concluyó que era posible que hubiera habido hasta 2.500.000 personas en Jerusalén para la Pascua.
Creíble, no infalible
Son impresionantes las credenciales de Josefo como historiador y testigo presencial. Por supuesto, él no fue testigo ocular de lo que sucedió dentro de la ciudad de Jerusalén durante el sitio, pero después de la caída de la ciudad consiguió la libertad de unos 200 sobrevivientes judíos, y pudo haberse entrevistado con éstos. Además, durante el sitio hubo un flujo constante de desertores judíos, y Josefo podía entrevistarse libremente con éstos también. Adicionalmente, parece que se le facilitó consultar los diarios y comentarios de sus patrones Vespasiano y Tito, puesto que se refiere a estos documentos en sus escritos posteriores.
Con esto no se quiere decir que la historia de Josefo sea infalible. Está claro que su deseo de complacer a sus benefactores romanos afecta su punto de vista, así como también lo afecta su antipatía para con los celotes que se apoderaron del control de Jerusalén durante el sitio, algunos de los cuales habían sido enemigos suyos cuando él era gobernador militar de Galilea. Pero no hay razón para dudar la exactitud general de la obra de Josefo. Después de todo, se escribió durante el tiempo en que vivían todos los que estuvieron envueltos en los sucesos de los cuales se hizo la crónica. Si hubiese contenido inexactitudes graves, los muchos detractores envidiosos del autor no hubieran perdido la oportunidad de denunciarlo.
Los escritos de Josefo proveen lectura fascinante tanto para los estudiantes de la historia como para los estudiantes de la Biblia. Tal vez usted no haya estado al tanto de la manera impresionante en que la historia seglar confirma la profecía bíblica. Aunque la Biblia no depende de Josefo ni de ningún otro historiador seglar para verificación de lo que dice, bien puede ser que el comprender cómo la Biblia ha resultado cierta en el pasado anime a los que la ven de modo objetivo a considerar más detenidamente lo que ella dice para nuestro día.
¿Había pensado usted en Josefo anteriormente como un erudito sosegado en una biblioteca de la antigüedad? Dicho sucintamente, él fue diplomático, general, prisionero de guerra, se proclamó a sí mismo profeta, se hizo consejero militar para los romanos y fue cronista vívido de sucesos contemporáneos para él... ¡verdaderamente un historiador singularmente idóneo para su materia!