Se le invita a volver
CADA año los testigos de Jehová y sus amigos se reúnen en grupos de congregación alrededor de la Tierra para celebrar la “cena del Señor” el 14 de Nisán, según el antiguo calendario judío. Este año se celebró esa cena memorial la noche del 12 de abril. Quizás usted estuvo presente.
Cada año, una gran cantidad de lectores de La Atalaya asisten al Memorial. En 1967, 2.195.612 personas se reunieron alrededor del mundo en aquella ocasión sagrada. El informe para este año no se ha completado todavía, pero hay motivo para creer que otra vez la concurrencia fue grande. No obstante, algo nos preocupa: El año pasado observamos que aproximadamente un millón que asistió al Memorial jamás vino a ninguna de las otras reuniones de la congregación. Estas otras reuniones son de igual importancia en la vida del cristiano. La Biblia es tan directa al aconsejarnos a que asistamos a estas reuniones como lo es al mandar que se celebre la “cena del Señor.” (Heb. 10:23-25) ¿Por qué, entonces, asisten tantos a una reunión pero no a las otras?
Una sorprendente cantidad de personas evidentemente cree que el asistir una sola vez es todo lo que se requiere de ellas como cristianos y para conseguir la salvación. Así, éstas pasan por alto uno de los puntos principales que se ponen de relieve en la cena del Señor, a saber, la necesidad de que los cristianos se reúnan con regularidad.
Esa necesidad se recalcó por lo que sucedió inmediatamente después de la primera celebración de la cena del Señor en el año 33 de nuestra era común. Piense en lo que hubieran perdido los apóstoles si hubieran salido del aposento de arriba y de Jerusalén aquella noche con el pensamiento de no reunirse hasta el siguiente año. Se hubieran perdido la resurrección de Jesucristo, el reunirse con él en Galilea, el verlo ascender al cielo, el derramamiento del espíritu santo en el Pentecostés y el milagro de las lenguas. Pero los que se reunieron con regularidad para adorar no se perdieron esas cosas.
Después de la resurrección, por temor de los judíos los discípulos de Cristo se reunían a puerta cerrada. Esto lo hacían a pesar de que era peligroso, porque comprendían la necesidad e importancia vitales de reunirse. En una de tales ocasiones el Jesús resucitado los visitó inesperadamente, mostrando así que aprobaba lo que estaban haciendo. Jesús entró a través de una puerta que estaba cerrada con llave, lo cual asombró mucho a los discípulos. El apóstol Tomás se perdió esta reunión. Puesto que no estuvo presente, los hermanos comenzaron a decirle lo que se había perdido, a saber: “¡Hemos visto al Señor!” Tomás respondió con incredulidad: ‘¡No lo creo!’ “A menos que vea en sus manos la impresión de los clavos y meta mi dedo en la impresión de los clavos y meta mi mano en su costado, de ninguna manera creeré.” Obviamente, la fe de Tomás estaba débil.
Ocho días después los discípulos de Jesús otra vez se encontraban en una reunión. Esta vez Tomás estaba con ellos. El relato bíblico dice: “Vino Jesús, aunque las puertas estaban cerradas con llave, y estuvo de pie en medio de ellos y dijo: ‘Tengan paz.’ Luego dijo a Tomás: ‘Pon tu dedo aquí, y ve mis manos, y toma tu mano y métela en mi costado, y deja de ser incrédulo y hazte creyente.’” (Juan 20:24-27) La fe de Tomás fue restaurada. Para eso son las reuniones, para restaurar la fe, para mantenernos creyendo. Todavía podemos contar con las facultades restaurativas de Cristo para que nos ayuden a salir de nuestra incredulidad, porque nos dio esta promesa: “Donde están dos o tres reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos.” (Mat. 18:20) Él está en medio de nosotros si nos reunimos en su nombre.
PROPOSITO DE LAS REUNIONES
El asistir y participar con regularidad en las reuniones es un acto exterior de fe. Es una parte esencial de declarar públicamente nuestra fe en que Cristo es Señor. El apóstol Pablo dice que tiene que hacerse esto: “Si declaras públicamente aquella ‘palabra en tu propia boca,’ que Jesús es Señor, y ejerces fe en tu corazón en que Dios lo levantó de entre los muertos, serás salvado. Porque con el corazón se ejerce fe para justicia, pero con la boca se hace declaración pública para salvación.” (Rom. 10:9, 10) Tomás de veras dio declaración pública cuando contempló al Cristo levantado. Exclamó: “¡Mi Señor y mi Dios!” Pero Jesús le dijo a Tomás: “¿Porque me has visto has creído? Felices son los que no ven y sin embargo creen.” (Juan 20:28, 29) Sí, felices son aquellos que hoy, con fe, hacen declaración pública de este hecho: que Jesús es Cristo el Señor.
Las reuniones son como manantiales en el desierto donde almas sedientas se reúnen para beber. Los cristianos se reúnen regularmente para reabastecerse espiritualmente y para recibir instrucción. En las reuniones Jesús enseñó a sus discípulos muchas cosas. En una reunión después de su resurrección les dio la orden: “No se retiren de Jerusalén, sino sigan esperando lo que el Padre ha prometido . . . serán bautizados en espíritu santo, a no muchos días después de esto.” (Hech. 1:4, 5) En una reunión Jesús les mandó en cuanto a su obra de servicio: “Serán testigos de mí . . . hasta la parte más lejana de la tierra.” (Hech. 1:8) El no haber asistido a esas reuniones habría significado el perderse privilegios preciosos.
Después de haber ascendido Jesús al cielo sus discípulos continuaron reuniéndose regularmente. Se reunieron en un aposento de arriba donde persistieron en la oración. En una reunión Matías fue seleccionado para llenar el sitio que había dejado vacante Judas Iscariote. El espíritu santo también se derramó sobre una congregación de 120 mientras estaban juntos en una reunión.—Hech. 1:12-14, 24-26; 2:1-4, 46, 47; 4:31.
De modo que la idea de regresar a casa la noche del Memorial y no presentarse entre hermanos cristianos hasta el siguiente Memorial ciertamente no está en armonía con lo que Cristo y los apóstoles hicieron, ¿no es verdad?
CONCEPTOS QUE EXTRAVÍAN
Cuídese del concepto peligroso que dice que lo único que se requiere para ganar la aprobación y la vida de parte de Dios es asistir a la cena del Señor una vez al año. Esto, por supuesto, no es verdad. Una reunión no puede proveernos todo lo que necesitamos espiritualmente, así como una sola comida no puede proveernos todo lo que necesitamos físicamente. Jesús aclaró esto cuando dijo: “No de pan solamente debe vivir el hombre, sino de toda expresión que sale de la boca de Jehová.” (Mat. 4:4) Para conseguir la vida eterna se requiere que se adquiera con regularidad conocimiento de Dios y de Cristo. (Juan 17:3) Las reuniones nos mantienen en contacto con esa corriente constante.
Algunas personas dicen: ‘Tenemos nuestra Biblia y en la soledad de nuestros hogares podemos estudiarla sin tener que ir a las reuniones.’ Esto suena bien, pero, ¿es del todo cierto? ¡Cuán a menudo pasan semanas sin que la gente siquiera abra la Biblia una sola vez o medite seriamente en su mensaje! Hoy es verdaderamente rara la persona que aparta tiempo para estudiar la Biblia privadamente y lo hace con regularidad.
Aunque el estudio bíblico de casa en privado es sumamente recomendable y no se le debe dar poca importancia ni descuidarse, es erróneo pensar que éste proveerá todo cuanto necesitamos espiritualmente, aun si nos adherimos a un horario estricto. Hay necesidades que solo pueden satisfacerse asociándose con otros. Por ejemplo, el texto de Juan 5:37 mantuvo perplejo a un estudiante de la Biblia por años. En una reunión un día se leyó el texto y se comentó sobre él. El entendimiento de él pasó por su mente como un relámpago. Jesús no estaba dirigiendo sus palabras a todos los hombres, sino solo a los que estaban cerca de él. ‘No habían oído la voz de Dios ni habían visto su figura.’ Este destello de luz vino en una reunión, lo cual hace recordar el proverbio: “Con hierro, el hierro mismo se aguza. Así un hombre aguza el rostro de otro.” (Pro. 27:17) Esto subraya la importancia de las reuniones.
LAS REUNIONES SON UNA OBLIGACIÓN
El apóstol Pablo nos dio otra razón todavía por la que deberíamos querer reunirnos regularmente con nuestros hermanos cristianos, al decir: “No deban a nadie ni una sola cosa, salvo el amarse los unos a los otros.” (Rom. 13:8) Debemos amor a nuestros hermanos, la cual deuda tenemos que pagar. En las reuniones podemos hacer esto de la mejor manera. Recalcando este punto, Pablo dice: “Considerémonos unos a otros para incitarnos al amor y a las obras excelentes, no abandonando el reunirnos, como algunos tienen por costumbre, sino animándonos unos a otros, y tanto más al contemplar ustedes que el día va acercándose.”—Heb. 10:24, 25.
Nuestro amor debe obligarnos a reunirnos regularmente con nuestros hermanos cristianos, si es posible. ¿Qué clase de amor habría si un esposo y una esposa voluntariamente se alejaran uno del otro por semanas, meses y años a la vez? El amor de Cristo se manifiesta con estas palabras: “Estoy con ustedes todos los días.” (Mat. 28:20) Nuestro amor tiene que reflejar el mismo deseo, es decir, estar donde los hermanos se reúnen.
El Memorial nos hace recordar que no debemos ser egoístas, que no debemos pensar únicamente en nosotros mismos, sino servirnos unos a otros según lo que necesitemos. (Mat. 20:28) Si Cristo tuviese hambre, tuviese sed, fuese extraño, estuviera desnudo, enfermo, deprimido o en prisión, ¿no lo atendería usted? ¡Por supuesto que sí! Esto puede hacerlo una persona ministrando a las necesidades de aun el más pequeño de estos hermanos suyos, algo que Cristo considera como que se le hace a él mismo. Si uno está en las reuniones, si es posible, uno puede atender a las necesidades de otros, probando así si uno es una “oveja” o una “cabra.”—Mat. 25:34-46.
Cualquiera que sea nuestra posición en la vida, hay necesidad de continuar cultivando el mismo anhelo por los hermanos que tenía Pablo, el mismo interés en ellos, cuando dijo: “Anhelo verlos, para impartirles algún don espiritual a fin de que sean hechos firmes; o, más bien, para que haya un intercambio de estímulo entre ustedes, por cada uno mediante la fe del otro, tanto la de ustedes como la mía.” (Rom. 1:11, 12) Esta actitud excelente impedirá que usted se haga introvertido, que se haga frío o indiferente hacia los que necesitan su amor. Esta actitud cristiana lo transformará a usted en lo que todos los hombres deben ser y en lo que con el tiempo serán todos los que consigan la aprobación divina, a saber, testigos activos para la gloria de Dios en una sola magnífica asamblea.
Por eso, no espere otro año para asistir a una reunión. No espere otra semana. Usted está invitado a volver al Salón del Reino esta semana.