“Obrar las obras de Dios”
JEHOVÁ Dios trabaja. Su Hijo Cristo Jesús es su “maestro de obras”. Todos los santos ángeles del universo trabajan. El hombre tiene que trabajar. Toda obra de Jehová Dios es una honra y crédito para él. Todas hablan de su gloria y poder y le alaban día tras día. “Él es la Roca; perfecta es su obra; porque todos sus caminos son justicia: Dios de verdad y sin iniquidad, él es justo y recto.” Sus obras maravillosas se ven en todo nuestro alrededor. “Los cielos cuentan la gloria de Dios, y el firmamento manifiesta la obra de sus manos. Un día a otro día transmite copiosamente el dicho, y una noche a otra noche divulga el conocimiento. No hay dicho, ni palabras, ni es oída su voz; empero por toda la tierra ha salido su melodía, y hasta los cabos del mundo sus palabras.”—Juan 5:17; Pro. 8:30, AN; 2 Tes. 3:10; Deu. 32:4; Sal. 19:1-4.
El que es invitado a participar en las obras de Jehová debería aprovecharse de la oportunidad, porque no hay nada que posiblemente pueda ser más vivificante o estimulante para él. Además de vivificar a uno, el hacer las obras de Dios produce felicidad y finalmente salvación a la criatura. El que uno acepte hacer las obras de Dios significa aceptar más de Su energía y usarla para hacer brillar Su gloria. A los que fueron vigorizados con el espíritu de Dios en el Pentecostés se les oyó “hablar en . . . lenguas acerca de las cosas magníficas de Dios”.—Hech. 2:11, NM.
La criatura tiene que aceptar hacer la voluntad de Dios anuentemente. Nadie es engañado u obligado a hacerlo. Mostrando que habría siervos anuentes listos para hacer la voluntad de Dios, la inspirada Palabra dice: “Tu pueblo se presentará como ofrendas voluntarias en el día de tu poder.” Su pueblo se regocija trabajando, halla felicidad y paz en su obra, y verdaderamente ama el trabajar.
CONTRASTANDO OPINIONES ACERCA DEL TRABAJO
¡Cuán diferente es esto a la presente actitud del viejo mundo hacia el trabajo! La mayor parte de la gente del mundo hoy no siente verdadero regocijo al trabajar; por lo menos esta es la impresión que dejan. La moda es hacer únicamente lo que es absolutamente esencial para el bienestar general de la gente. Muchos nacen perezosos, o vienen a serlo poco después de nacer, quizás por copiar a sus padres. El egoísmo impulsa a los más ambiciosos a descollar sobre sus prójimos en hábitos de codicia, sin importarles nada. La mayoría de éstos opera sobre el principio de: “Adquiera todo lo que pueda, y entonces retenga todo lo que consiga.” Para apaciguar a los lánguidos y mimar a los perezosos, el día laborable ha sido reducido a unas cuantas horas; la semana laborable a unos cuantos días, y el mes laborable a días santos, patrióticos y festivos. El hombre trabaja, sí, pero se ve hoy una definida falta de voluntad para trabajar.
Por otra parte, los que hacen las obras de Dios tienen mucho agrado en su trabajo. Los tales no muestran ninguna consideración al tiempo. Ellos no son vigilantes de reloj ni holgazanes. A los tales no les gusta holgazanear, les agrada trabajar y muy pocas cosas los distraen de su trabajo. Cuando están lejos de él, lo echan de menos. Si están enfermos, a menudo insisten en trabajar, mientras que los perezosos e indiferentes aflojarán a la provocación más ligera. Uno que obra la obra de Dios no dice: “Quisiera estar muerto, para no tener que trabajar.” Para él la muerte es un enemigo. Su deseo es vivir para poder trabajar. Aprecia que la vida es una dádiva procedente de Dios; que no hay ‘ni obra ni empresa en el sepulcro’, a donde los muertos van. Ama la vida. Ama su obra; y el hombre que halla placer en hacer la voluntad de Dios, viene a ser feliz.
VOLUNTAD DE DIOS TOCANTE A CRIATURAS
La obra de Jehová Dios en este tiempo se refleja en el proceder de su Hijo. Jesús trajo una obra de ministerio a esta tierra. Dijo él: “Tenemos que obrar las obras del que me envió mientras es de día; la noche viene cuando nadie puede trabajar. Mientras yo estoy en el mundo, luz soy del mundo.” (Juan 9:4, 5, NM) Durante este ministerio de tres años y medio anduvo por Palestina predicando y enseñando el reino de Dios como la única esperanza de la humanidad. Él ministró en las sinagogas, en las casas de la gente, frente a las montañas, a la orilla del mar, dondequiera que las personas se juntaban, allí les enseñaba. Él puso su vida en su ministerio. Practicaba su fe. Su conducta diaria, su integridad bajo tirantez y provocación, su ministerio diligente, su vida entera, proveyeron un modelo perfecto para que lo sigamos nosotros. (1 Ped. 2:21) Él dijo en su sermón del monte: “Ustedes son la luz del mundo. . . . resplandezca su luz delante de la humanidad, para que vean sus obras rectas y den gloria a su Padre que está en los cielos.” (Mat. 5:14, 16, NM) Los cristianos emprenden la obra donde él la dejó. Su asignación también es grande. Para efectuarla tienen que seguir estrechamente en sus pisadas. Ellos, como él, tienen que aprender la voluntad de Dios. Ellos también tienen que dedicar su vida como él a Jehová Dios y su obra.
Jesús lo expresó muy sencillamente de esta manera: “‘Trabajen, no por el alimento que perece, sino por el alimento que permanece para vida eterna, el cual el Hijo del hombre les dará, pues sobre éste el Padre, Dios mismo, ha puesto su sello de aprobación.’ Por lo tanto ellos le dijeron: ‘¿Qué haremos para obrar las obras de Dios?’ En respuesta Jesús les dijo: ‘Esta es la obra de Dios: que ustedes ejerzan fe en aquel a quien Ese envió.’ ‘Pues ésta es la voluntad de mi Padre, que todo el que contemple al Hijo y ejerza fe en él tenga vida eterna, y yo le resucite en el último día.’”—Juan 6:27-29, 40, NM.
El ejercer fe en Cristo significa que uno pone su vida en su fe, activándola, y haciéndola productora de obras rectas. Significa que imitamos a Cristo y no al mundo. Tiene que haber un apartamiento definido del mundo en nuestra personalidad y conducta. Este cambio debe llegar a ser evidente en la vida de todo cristiano. El apóstol Pablo dijo: “Deben despojarse de la vieja personalidad que se conforma a su manera de proceder anterior y que está corrompiéndose conforme a sus deseos engañosos; pero que deben ser renovados en la fuerza que impulsa su mente, y deben revestirse de la nueva personalidad que fué creada de acuerdo con la voluntad de Dios en verdadera justicia y bondad amorosa.” (Efe. 4:22-24, NM) Todo el tenor de la Biblia es al efecto de que nuestra fe en Cristo tiene que producir un cambio en nuestra vida. Este cambio no se efectúa por milagros, sino por medio de trabajo concienzudo y sincero de parte del cristiano que se esfuerza por poner en práctica los principios del cristianismo. Hay que hacer este esfuerzo.
El discípulo Santiago arguye en el segundo capítulo de su epístola: “‘Tú tienes fe, y yo tengo obras. Muéstrame tu fe aparte de las obras, y yo te mostraré mi fe por mis obras.’ Tú crees que hay un solo Dios, ¿verdad? Haces bastante bien. Y sin embargo los demonios creen y se estremecen. Pero ¿quieres saber, oh hombre vano, que la fe aparte de las obras es inactiva? ¿No fué declarado justo por obras nuestro padre Abrahán después que hubo ofrecido a Isaac su hijo sobre el altar? Notan ustedes que su fe obró junto con sus obras y que por sus obras se perfeccionó su fe, y la Escritura se cumplió que dice: ‘Abrahán ejerció fe en Jehová, y se le contó por justicia,’ y se le llegó a llamar ‘amigo de Jehová’. Ustedes ven que el hombre ha de ser declarado justo por obras, y no por la fe sola. . . . En verdad, así como el cuerpo sin aliento está muerto, así también la fe sin obras está muerta.” (Sant. 2:18-26, NM) Por eso, también, nuestra fe tiene que ir a la par con las obras correctas, creando un cambio favorable en nuestra vida que consiga la aprobación de Dios y la salvación.
LA FE OBRANDO PARA EL MEJOR CAMBIO
Si nuestro deseo sincero es obrar las obras de Dios, entonces tenemos que hacer que nuestra fe signifique algo para nosotros. Esta tiene que producir en nuestra vida una manera de proceder que esté en armonía con la voluntad y propósito de Dios. No puede permanecer ociosa. Como el apóstol Pablo declaró: “Sigan obrando su propia salvación con temor y temblor, porque Dios es el que, a causa de su buen placer, está actuando en ustedes a fin de que haya en ustedes tanto el querer como el actuar. Sigan haciendo todas las cosas libres de murmuraciones y argumentos, para que lleguen a ser irreprensibles e inocentes, hijos de Dios sin tacha en medio de una generación pervertida y torcida, entre quienes ustedes están brillando como lumbreras en el mundo.” “Ahora en verdad deséchenlas todas de ustedes, ira, enojo, injuria, habla insultante y habla obscena de su boca. No se mientan el uno al otro. Desnúdense de la vieja personalidad con sus prácticas, y vístanse con la nueva personalidad, la cual por medio de conocimiento acertado está siendo renovada de acuerdo con la imagen del que la creó.”—Fili. 2:12-15; Col. 3:8-10, NM.
La Palabra de Dios tiene que ser más para nosotros que sólo palabras. Tiene que ser reconocida como una regla divina para la conducta de su pueblo. Si creemos esto entonces no podemos andar murmurando y arguyendo entre nosotros mismos o entre los del mundo y todavía pretender ser cristianos. Esto sería hipocresía y Dios odia a los hipócritas. No podemos andar mintiendo, defraudando y robando, dentro o fuera de la organización teocrática. Dios desprecia al mentiroso, al timador y al pillo. Nuestra habla tiene que corresponder a lo que pretendemos ser. El hecho de que trabajamos entre los que habitualmente usan habla obscena, ¿es razón alguna para que nosotros también la usemos? Nuestra determinación debe ser una de limpieza. El habla insultante, la plática obscena, los chistes indecentes, los cuentos asquerosos no tienen ninguna asociación con la Palabra de Dios. Él los detesta.
Los cristianos siempre deben tener presente cuál es su posición delante de Dios. Y como Pablo declara: “Cuanto hagan en palabra o en obra, háganlo todo en el nombre del Señor Jesús, dando gracias a Dios el Padre por medio de él.” (Col. 3:17, NM) Nuestra conversión tiene que ser completa. Puede serlo si hacemos que nuestra fe obre, tomando a pecho y poniendo en acción toda la amonestación de la Biblia, manteniendo un equilibrio adecuado en todo, meditando diariamente en la Palabra de Dios. Trabajemos concienzudamente en poner en operación los principios cristianos mientras todavía es el día en que Jehová muestra tolerancia a los inicuos, porque el Armagedón se aproxima rápidamente. “Por lo cual, amados hermanos míos, estén firmes, inmóviles, siempre con mucho que hacer en la obra del Señor, sabiendo que su trabajo no es en vano en relación al Señor.”—1 Cor. 15:58, NM.