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¡Despertad! 1972
g72 22/3 págs. 27-28

“Tu palabra es la verdad”

Por qué Jesucristo no quería publicidad alguna

LOS hombres interesados en conseguir prominencia y posición se esfuerzan por obtener reconocimiento público. Tratan de ganar reconocimiento y crear una ola de popularidad sobre la que puedan subir para conseguir el poder. Sin embargo, Jesucristo no quería publicidad ostentosa. La desanimó. Su reino no era parte del mundo, y, por lo tanto, no necesitaba reconocimiento por parte del mundo.

En relación con llevar a cabo sus curaciones milagrosas, repetidas veces leemos que Jesús ordenó a los que habían sido sanados que no dijeran nada a nadie acerca de ello. (Mat. 9:30; Mar. 1:44; 7:36) También le ordenó a sus discípulos que no dieran a saber que él era el Cristo.—Mat. 16:20.

Los medios hermanos de Jesús simplemente no podían entender por qué llevaba a cabo su actividad en aparente oscuridad en Galilea. Por lo tanto, alrededor del tiempo de la celebración de la fiesta de los tabernáculos en el año 32 E.C., le dijeron: “Ve a Judea, para que tus discípulos también contemplen las obras que haces. Porque nadie hace cosa alguna en secreto mientras él mismo procura ser conocido públicamente. Si haces estas cosas, manifiéstate al mundo.” (Juan 7:3, 4) Esa recomendación era evidencia de su falta de fe. Si hubieran creído que Jesús era el Hijo de Dios, jamás se habrían atrevido a recomendar lo que él debería hacer. Habrían tratado de entender por qué Jesús llevaba a cabo su ministerio sin ostentoso despliegue público.

Con casi ocho siglos de anterioridad Jehová Dios, por medio de su profeta Isaías, reveló por qué el Mesías desanimaría la publicidad ruidosa. Esta profecía que fue aplicada por el apóstol Mateo a Jesucristo, dice, según se encuentra en Isaías 42:1, 2: “¡Mira! ¡Mi siervo, a quien tengo firmemente asido! ¡Mi escogido, a quien mi alma ha aprobado! He puesto mi espíritu en él. Justicia para las naciones es lo que él sacará. No clamará ni levantará su voz, y en la calle no dejará oír su voz.” (Mat. 12:15-19) Por eso, el que Jesús mandara que otros no dieran publicidad a sus obras milagrosas realmente era una confirmación de que él era el Mesías prometido.

Además es evidente que otros factores estuvieron envueltos. En vez de buscar notoriedad y hacer que la gente sacara conclusiones sobre la base de informes sensacionales, era evidente que Jesús quería que otros decidieran sobre la base de la evidencia sólida que él era el Cristo. Por lo tanto no hizo surgir públicamente la cuestión de su Mesiazgo, sino que dejó que sus obras hablaran por sí solas. Por ejemplo, en una ocasión los judíos lo rodearon, diciendo: “¿Hasta cuándo has de tener nuestras almas en suspenso? Si eres el Cristo, dínoslo francamente.” Jesús contestó: “Se lo dije a ustedes, y sin embargo no creen. Las obras que hago en el nombre de mi Padre, éstas dan testimonio acerca de mí. Pero ustedes no creen, porque no son de mis ovejas.” (Juan 10:24-26) Sí, los que probaran ser “ovejas” de Jesús tenían amplia evidencia para tomar una decisión tocante a que él era el Cristo.

Por supuesto, Jesús sí le dijo a una samaritana junto al pozo cerca de Sicar que él era el Cristo. Pero esto fue después que ella había reconocido que él era un profeta y había expresado fe en la venida del Mesías. (Juan 4:19-26) Después de esto, esta mujer dijo a los hombres de su ciudad: “Vengan acá, vean a un hombre que me dijo todas las cosas que hice. ¿Acaso no es éste el Cristo?”—Juan 4:29.

En consecuencia muchos samaritanos cifraron su fe en Jesús. Pero debe notarse que no lo hicieron simplemente por el testimonio de la mujer. Llegaron a su propia conclusión sobre la base de lo que personalmente oyeron a Jesús decir. El registro bíblico nos dice: “Empezaron a decir a la mujer: “Ya no creemos a causa de tu habla; porque hemos oído por nosotros mismos y sabemos que este hombre es verdaderamente el salvador del mundo.””—Juan 4:39-42.

Aunque por lo general Jesús mandaba a los individuos que no anunciaran sus milagros y que él era el Cristo, en la Biblia se menciona una excepción notable. Esta tuvo que ver con la curación de dos hombres poseídos de demonios en la región de los gadarenos. Jesús permitió que los demonios que expulsó de estos hombres se apoderaran de un hato de cerdos. Como resultado todo el hato de unos 2.000 cerdos se precipitó por un despeñadero y se ahogó en el mar de Galilea. Esto perturbó tanto a los habitantes locales que le rogaron a Jesús que se fuera de esa zona. (Mat. 8:28-34; Mar. 5:11-17) Cuando Jesús estaba a punto de irse en barca, uno de los hombres “que había estado endemoniado se puso a suplicarle que lo dejase continuar con él. Sin embargo, [Jesús] no le dejó, sino que le dijo: ‘Vete a tu casa a tus parientes, e infórmales acerca de todas las cosas que Jehová ha hecho por ti y de la misericordia que te tuvo.’”—Mar. 5:18, 19.

Aunque fue una excepción, las instrucciones dadas al anterior endemoniado evidentemente sirvieron bien el propósito de Jesús. El hombre sanado pudo dar testimonio entre gente con quien el Hijo de Dios solo tendría contacto limitado, particularmente en vista de que le habían pedido a Jesús que se fuera de esa zona. La presencia de este hombre suministraría testimonio acerca del poder de Jesús para hacer el bien, contrarrestando así cualquier informe desfavorable que pudiera circularse a causa de la pérdida del hato de cerdos.

Al ascender Jesús al cielo ya no era posible que individuos oyeran sus palabras y observaran personalmente sus obras. Ahora con toda la evidencia recibida, había llegado el tiempo para que se diera testimonio público denodado concerniente a que Jesús era el Cristo. Precisamente antes de ascender Jesús mismo había dicho a sus seguidores: “Serán testigos de mí tanto en Jerusalén como en toda Judea y en Samaria y hasta la parte más lejana de la tierra.” (Hech. 1:8) Al habilitarlos para llevar a cabo obras poderosas y hablar en idiomas extranjeros que nunca habían aprendido, Jehová Dios mismo confirmó la veracidad de estos testigos.—Heb. 2:3, 4.

Con el transcurso del tiempo los acontecimientos del ministerio terrestre de Jesús y muchas de las cosas que dijo se pusieron por escrito. En armonía con el principio legal de que todo asunto ha de establecerse por boca de dos o tres testigos, Jehová Dios se encargó bondadosamente de que se escribieran cuatro relatos separados de la actividad de su Hijo mientras estuvo en la Tierra. (Deu. 19:15) Por eso hoy nadie tiene que fundar su creencia en tradiciones orales, en simple rumor transmitido a través de los siglos. Por medio de examinar los libros bíblicos de Mateo, Marcos, Lucas y Juan, una persona puede determinar por sí misma si la evidencia presentada allí prueba que Jesús de veras es el Cristo o no.

Es obvio que las instrucciones de Jesús de no dar publicidad a su identidad y milagros fueron temporales. Mientras estaba en la escena de acción, Jesús quería que las personas creyeran en él como el Mesías debido a lo que personalmente veían y oían, como lo hicieron sus apóstoles y discípulos. Sobre todo, la acción de Jesús al evitar la publicidad ostentosa cumplió profecía y fue en sí una verificación de su Mesiazgo.

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