El rescate correspondiente
RESCATAR significa efectuar la liberación a base de un precio o consideración de valor. El precio o la consideración valiosa que se paga se llama el rescate. En uso moderno el término rescate generalmente designa la suma que se exige para libertar al que ha sido secuestrado o plagiado. Pero en la Biblia el término se usa principalmente para describir la provisión que Dios ha hecho para libertar al hombre imperfecto del cautiverio al pecado y la muerte y darle la oportunidad de conseguir la vida eterna. La idea de un rescate como liberación del pecado y muerte es peculiar de la religión cristiana y también es una de sus enseñanzas más fundamentales.
No podemos esperar entender y apreciar la enseñanza del rescate a menos que primero estemos listos para aceptar dos verdades fundamentales, a saber, que Dios existe y que la Biblia es su Palabra. ¿Por qué no nos había de dar Dios una revelación concerniente a sí mismo y decirnos de dónde venimos, por qué estamos aquí, cuál es nuestro destino, y por qué se ha permitido el mal? Dado que Dios hizo amplia provisión para suministrarnos todo lo que necesitamos materialmente, ¿no es razonable esperar que él también haría provisión para satisfacer todo lo que necesitamos espiritualmente, nuestra hambre de verdad y justicia? Ciertamente que sí. Y por eso, a medida que examinamos la Biblia, y observamos su armonía y candor; su historia tan abundantemente verificada por la arqueología y la geología; sus principios elevados y proverbios sabios; y sobre todo, su elemento profético, nos hallamos obligados a concluir que este libro simplemente no pudo haber sido la obra de hombres imperfectos sino que verdaderamente tiene que ser lo que dice que es, la Palabra del Todopoderoso Dios Jehová.—Juan 17:17; 1 Ped. 1:25; 2 Ped. 1:20, 21 NM.
En la Biblia aprendemos que Dios tiene cuatro atributos o cualidades cardinales. Es perfecto en sabiduría, justicia y amor, y todopoderoso. (Job 12:13; Sal. 62:11; 97:2; 1 Juan 4:8) Por virtud de su supremacía él es nuestro Rey, Legislador y Juez a quien a todo tiempo somos responsables; y por razón de ser nuestro Creador estamos enteramente en deuda con él por todo lo que tenemos.—Isa. 33:22; Sant. 1:17.
Jehová Dios creó a la primera pareja humana a su imagen y semejanza, por lo tanto con una medida de sabiduría, justicia, amor y poder. (Gén. 1:26) Les dió un sentido moral, una conciencia, para que pudieran distinguir entre el bien y el mal. Él no debía nada a nuestros primeros padres, pero ellos debían a Dios una deuda de apreciación. Para probar su apreciación Dios les mandó: “De todo árbol del jardín podrás libremente comer; mas del árbol del conocimiento del bien y del mal, no comerás; porque en el día que comieres de él, de seguro morirás.”—Gén. 2:16, 17.
Puesto que toda la obra de Dios es perfecta, Adán y Eva pudieron haber obedecido perfectamente ese mandato si hubieran querido hacerlo. Adán deliberadamente escogió desobedecer y así pecó (“pecar” literalmente significa “errar el blanco”), y por eso fué sentenciado a muerte. (1 Tim. 2:14) “Por haber escuchado a tu mujer, comiendo del árbol de que te prohibí comer, diciéndote: no comas de él: Por ti será maldita la tierra; con trabajo comerás de ella todo el tiempo de tu vida. Con el sudor de tu rostro comerás el pan, hasta que vuelvas a la tierra, pues de ella has sido tomado; ya que polvo eres, y al polvo volverás.” (Gén. 3:17, 19, NC) Una sentencia justa.
MISERICORDIA PARA OTROS
Esa sentencia impuesta a Adán, aunque era justa en sí misma, resultó en una penalidad para otros, su prole. No que Dios les haya hecho una injusticia; así como en tiempos modernos el estado no les hace una injusticia a los hijos de un asesino al ejecutar a su padre por asesinato. El padre pecador es el que es injusto con sus hijos. Así que Adán, por su desobediencia, defraudó a toda su prole del derecho a la vida, puesto que todos ellos nacieron después que él había pecado y perdido ese derecho. “Por medio de un solo hombre el pecado entró al mundo y la muerte por medio del pecado, y así la muerte se extendió a todos los hombres porque todos habían pecado.”—Job 14:4; Sal. 51:5; Rom. 5:12, NM.
Aunque la justicia de Dios quedó satisfecha con la ejecución de la sentencia de muerte sobre Adán y no exigía que él hiciera algo para la prole de Adán, porque fué Adán y no Dios el que hizo que ésta perdiera su derecho a la vida, no obstante en su gran amor y sabiduría Dios vió la oportunidad de hacer algo para aquellos de la prole de Adán que no compartieran la disposición egoísta de su padre sino que amaran la justicia. Por un rescate sostendría la majestad de su ley y proveería liberación para los que la merecieran de la prole de Adán.
¿Quién podría proveer dicho rescate? De seguro nadie de la prole de Adán, porque ninguno de éstos tenía el derecho a la vida. (Sal. 49:7) La Biblia muestra que Dios extendió el privilegio de ser rescatador del hombre a su Hijo primogénito, la Palabra o Logos. Siendo él una criatura espiritual, esto quiso decir que tenía que venir a ser humano, porque la ley de Dios exigía justicia, un “rescate correspondiente”; una criatura espiritual no podía proveer una liberación, así como no la podía proveer un humano imperfecto.—Deu. 19:21; Juan 1:1; Col. 1:15, NM.
De modo que cuando llegó el debido tiempo de Dios, “la Palabra vino a ser carne”; “Dios envió a su Hijo, el cual fué producido de una mujer.” Despojándose de su gloria espiritual y tomando la forma de un esclavo, él “vino a estar en la semejanza de los hombres”. (Juan 1:14; Gál. 4:4; Fili. 2:7, NM) Había de ser llamado Jesús, “porque él salvará a su pueblo de sus pecados,” y por eso Juan el Bautista le presentó como “el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo”. Jesús mismo dió testimonio de que “el Hijo del hombre vino, no para ser servido, sino para servir y para dar su alma [o, vida] como rescate en cambio por muchos”. Como Pablo sucintamente expone la enseñanza del rescate: “Porque hay un solo Dios, y un solo mediador entre Dios y los hombres, el hombre Cristo Jesús, el cual se dió a sí mismo como rescate correspondiente para todos.”—Mat. 1:21; 20:28; Juan 1:29; 1 Tim. 2:5, 6, NM.
Jesús como hombre perfecto correspondía exactamente a Adán antes de que éste pecara. Cuando voluntariamente entregó su vida en el madero de tormento, vida a la que no había perdido el derecho, y Dios le levantó de entre los muertos como criatura espiritual, Jesús tenía en su posesión el derecho a la vida humana con todas sus perspectivas; exactamente lo que Adán había perdido para la raza humana. Este precio rescatador Jesús lo presentó en la presencia de Dios y en cambio recibió la raza humana con el fin de dar a los que lo merecieran de entre ella la oportunidad de conseguir vida eterna.—1 Ped. 1:18, 19.
Esta ofrenda por los pecados fué prefigurada por los sacrificios del día de expiación anual requeridos bajo la ley de Moisés, en los cuales un novillo y un macho cabrío se sacrificaban por los pecados del pueblo, y luego su sangre, representando la vida, se presentaba a Dios en el lugar santísimo del tabernáculo donde una luz sobrenatural indicaba la presencia de Dios.—Heb. 9:24-28.
APROVECHÁNDOSE DEL RESCATE
Ahora surge la pregunta: Puesto que Jesús compró a la raza humana hace más de diecinueve siglos con el propósito de darle vida, ¿por qué todavía está muriendo la humanidad? Porque así como Dios tuvo un tiempo asignado para que Cristo Jesús viniera a la tierra y proveyera el rescate, así tiene un tiempo asignado para que la humanidad reciba los beneficios de ese rescate. (Rom. 5:6, NM) Sin embargo, desde el Pentecostés de 33 d. de J. C. un pequeño cuerpo de cristianos escogidos ha estado recibiendo el beneficio del rescate de Cristo. Por razón de su fe en el rescate y su dedicación a Dios han sido declarados justos a la vista de Dios y se les ha dado el espíritu santo o fuerza activa de Dios de tal manera que éste los constituye hijos espirituales de Dios. Continuando fieles hasta la muerte, tienen la esperanza de participar en la “primera resurrección” con Cristo Jesús y reinar con él mil años como parte de la simiente espiritual de Abrahán que ha de bendecir a todas las familias de la tierra.—Luc. 12:32; Rom. 5:1; Gál. 3:29; Apo. 20:5, 6, NM.
Sin embargo, la vasta mayoría de los que se aprovechan del sacrificio rescatador de Jesús reciben lo que Adán perdió para ellos, a saber, vida sobre la tierra. Esta será en el nuevo mundo. “Pero hay nuevos cielos y una nueva tierra que esperamos de acuerdo con su promesa, y en éstos la justicia habrá de morar.” (2 Ped. 3:13, NM) Y, puesto que casi todos los descendientes de Adán están durmiendo en el sepulcro, el rescate asegura que todos los que están en la memoria de Dios tendrán una resurrección: “No se maravillen de esto, porque la hora viene en la cual todos los que están en las tumbas memorialescas oirán su voz y saldrán, los que hicieron cosas buenas a una resurrección de vida, los que practicaron cosas viles a una resurrección de juicio.”—Juan 5:28, 29, NM.
La profecía bíblica muestra que el nuevo mundo se halla a las puertas y la Palabra de Dios extiende la esperanza de que muchos que ahora viven pasarán con vida a través del período de transición de este viejo sistema de cosas al nuevo sistema de cosas, así como pasaron Noé y su familia. Y, puesto que en ese nuevo mundo se acabará con el pecado, la enfermedad y la muerte, puede decirse confiadamente que algunos que ahora viven jamás verán la muerte, porque sobrevivirán para entrar al nuevo mundo. A ellos aplican las palabras de Jesús registradas en Juan 8:51 y 11:26 (NM): “En verdad les digo: Si alguno guardare mi Palabra, nunca verá la muerte.” “El que ejerce fe en mí, aunque muera, llegará a vivir, y todo aquel que vive y ejerce fe en mí ni siquiera morirá jamás.”
Así por medio del rescate los efectos de la transgresión de Adán serán borrados en lo que toca a los que aman la verdad y la justicia y que se valen de la oportunidad para vida que Dios les presenta. Por él se mostrará que Dios no sólo es un Dios de justicia perfecta, sino también de sabiduría perfecta, un Dios todopoderoso y, sobre todo, de amor.
Además, por el rescate Dios vindica su supremacía. Él demuestra que sin importar lo que hagan sus criaturas, espirituales o humanas, los propósitos de él se efectúan; su palabra no regresa a él sin fruto. (Isa. 55:11) Y, finalmente, por medio del rescate Dios puede recompensar a todos los de la prole de Adán que prueban que el Diablo es mentiroso manteniendo su integridad. (Capítulos 1 y 2 de Job) Verdaderamente el rescate es tanto lógico como justo.