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  • Beneficiándonos de la jefatura de Cristo
  • La Atalaya. Anunciando el Reino de Jehová 1978
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La Atalaya. Anunciando el Reino de Jehová 1978
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Beneficiándonos de la jefatura de Cristo

NINGÚN hombre ni grupo de hombres, sino solo Jesucristo es Cabeza de la congregación cristiana. Él no tomó esta honra para sí mismo ni la ganó por consentimiento popular. Fue su propio Padre quien se la concedió. Escribiendo a compañeros de creencia en Éfeso, el apóstol Pablo declaró que Dios ‘hizo a Jesús cabeza sobre todas las cosas en cuanto a la congregación.’—Efe. 1:22.

Es sencillamente lo correcto el que Jesucristo ocupe la posición de cabeza para con la congregación. Sus enseñanzas y proceder en la vida, particularmente su muerte de sacrificio, constituyen la mismísima base para la existencia de la congregación. Nadie puede ser miembro de la congregación si no tiene a Jesucristo. “Yo,” dijo Jesús, “soy el camino y la verdad y la vida. Nadie viene al Padre sino por mí.”—Juan 14:6.

¿Es opresiva alguna vez la jefatura que como Cabeza ejerce Cristo? Al contrario, la manera en la cual él manejó los asuntos mientras fue hombre sobre la Tierra demuestra que su ejercicio de la dignidad de Cabeza es amoroso y compasivo. Pacientemente explicó las cosas difíciles a sus discípulos y nunca los agobió con más de lo que podían comprender. Amorosamente atendió a sus necesidades y se esforzó por encargarse de que obtuvieran el descanso y retiro necesarios. En una ocasión, cuando no había “tiempo libre siquiera para tomar una comida,” Jesús dijo a sus discípulos: “Vengan, ustedes mismos, privadamente a un lugar solitario y descansen un poco.” (Mar. 6:31) Finalmente, Jesús entregó su vida por sus discípulos. Como él mismo lo había expresado, “nadie tiene mayor amor que éste: que alguien entregue su alma a favor de sus amigos.”—Juan 15:13.

El ejercer Jesucristo su jefatura o dignidad de Cabeza jamás implicó que desconfiara de sus seguidores. Él expresó confianza en que querían hacer la obra y la voluntad de su Padre. Hubo, por ejemplo, la ocasión en que Jesús dijo: “El que ejerce fe en mí, ése también hará las obras que yo hago; y hará obras mayores que éstas.”—Juan 14:12.

¡Qué animador debe haber sido para los discípulos el escuchar estas palabras! Como individuos, ninguno de los discípulos de Jesús pudo aproximarse en logros a lo que logró su Maestro. Sin embargo, colectivamente pudieron efectuar obras mayores. Al debido tiempo de Dios, pudieron llevar las “buenas nuevas” a judíos y no judíos hasta mucho más allá de Judea, Galilea y Perea, donde Jesús había predicado. Se les usó para hacer muchos más discípulos de los que Jesús había hecho durante los tres años y medio de su ministerio terrestre. Ciertamente la confianza de Jesús en sus discípulos verdaderos había sido colocada en gente merecedora.

JESÚS EJERCE SU JEFATURA HOY DÍA

El hecho de que Jesucristo no esté presente hoy día en la carne no ha disminuido en ningún sentido la influencia que tiene para con sus discípulos. Ellos tienen su ayuda, guía y protección tal como si él estuviera aquí mismo en la Tierra. (Mat. 28:20) ¿Cómo es posible esto?

Entre otras cosas, la congregación cristiana tiene un registro confiable de las enseñanzas y proceder de vida de Jesús de cuatro fuentes separadas... los Evangelios de Mateo, Marcos, Lucas y Juan. El resto de las Escrituras Griegas Cristianas también se concentra en Jesucristo y transmite el espíritu de sus enseñanzas. Por eso, cuando leemos esas Escrituras inspiradas y las aplicamos estamos demostrando que reconocemos la posición de Cabeza de Cristo, su jefatura.

Además, Jehová Dios ha concedido autoridad a su Hijo sobre una fuerza poderosa... su espíritu santo. Esto queda manifiesto por lo que dijo el apóstol Pedro en cuanto al derramamiento de ese espíritu en el día del Pentecostés en 33 E.C.: “A este Jesús lo resucitó Dios, del cual hecho todos nosotros somos testigos. Por eso, debido a que fue ensalzado a la diestra de Dios y recibió del Padre el espíritu santo prometido, él ha derramado esto que ustedes ven y oyen.”—Hech. 2:32, 33.

Puesto que Jesucristo derramó el espíritu sobre los discípulos, también puede dirigirlos por medio de éste. Por lo tanto, al encararse a problemas o pruebas que causan perplejidad, los cristianos verdaderos pueden estar seguros de que recibirán ayuda de su Maestro. Él, por el espíritu de Dios, puede hacerles recordar apropiadas pautas bíblicas y facultarlos para ver qué derrotero es correcto emprender.

Así los ancianos que se consideran unos a otros en igualdad y que acuden a Cristo como su cabeza reciben ayuda para tomar decisiones sanas cuando consideran en oración asuntos de congregación. Su punto de vista correcto de unos y otros y su pleno reconocimiento de la posición de Cristo como Cabeza permiten que el espíritu de Dios funcione libremente en ellos. (Efe. 4:15, 16) Esto sirve para contrarrestar el efecto que de otro modo pudiera tener el elemento humano imperfecto, incluso las inclinaciones hacia el orgullo o la ambición personal, al estar ellos tratando de resolver problemas o tomar decisiones de peso como cuerpo.

Además de espíritu de Dios, Jesucristo puede utilizar a los ángeles para ayudar a su congregación. Mientras estuvo en la Tierra, tenía autoridad para pedir a los ángeles que ayudaran. Le dijo a Pedro: “¿O crees que no puedo apelar a mi Padre para que me suministre en este momento más de doce legiones de ángeles?” (Mat. 26:53) Una legión en aquel tiempo por lo general constaba de 6.000 hombres. De modo que Jesús podía contar con la ayuda inmediata de más de 72.000 ángeles.

Se puede apreciar el tremendo poder de estos ángeles cuando notamos que uno solo de ellos, en el tiempo del rey Ezequías de Judá, derribó a 185.000 hombres de la hueste asiria en una sola noche. (2 Rey. 19:35) Por medio de sus ángeles poderosos, Jesucristo puede proteger a sus discípulos de opositores malignos y encargarse de que su mandato de hacer discípulos se lleve a cabo a pesar de la peor oposición. El que se está usando a los ángeles para ayudar a la congregación se confirma por el hecho de que ni las proscripciones ni persecuciones terribles han detenido la obra de hacer discípulos. Los miembros de la congregación pueden decir: SÍ, a la pregunta que se plantea en Hebreos 1:14: “¿No son todos ellos espíritus para servicio público, enviados para servir a favor de los que van a heredar la salvación?”

LA POSICIÓN DE LOS ANCIANOS CON RELACIÓN A CRISTO

Jesucristo también ejerce su jefatura al utilizar a hombres para que sirvan a la congregación mundial, que se compone de miles de grupos de discípulos por toda la Tierra. (Efe. 4:7, 8, 11-13) Cada uno de estos grupos o congregaciones de discípulos que componen la una sola congregación por lo general tiene un cuerpo o grupo local de ancianos. Cuando estos ancianos se esfuerzan por imitar el ejemplo de Jesús y verdaderamente reflejan la mente de Cristo en su enseñanza, consejo y corrección, las congregaciones individuales están, de hecho, siendo enseñadas, aconsejadas y corregidas por Jesucristo. La persona que obra en armonía con la exhortación sana de los ancianos, al apreciar su fundamento bíblico, demuestra que reconoce la posición de Cristo como Cabeza. Se da cuenta del hecho de que, porque se adhieren a las Escrituras, ellos no están hablando según su propia autoridad.

Pero ¿significa esto que todo lo que diga un anciano debe considerarse como procedente de Cristo mismo? No necesariamente. Como cualquier otro miembro de la congregación, un anciano es un ser humano imperfecto, que puede cometer errores en palabra y acción. Como reconoció el discípulo Santiago: “Todos tropezamos muchas veces. Si alguno no tropieza en palabra, éste es varón perfecto.” (Sant. 3:2) En vista de sus debilidades e imperfecciones, los ancianos por lo tanto deben tener cuidado para no permitir que sus puntos de vista personales influyan en su enseñanza, consejo o corrección.

Si los ancianos manejaran los asuntos según opiniones, gustos y aversiones personales, ellos mismos serían culpables de pasar por alto la jefatura de Cristo. Se estarían elevando por encima de Jesucristo, dando a entender que hay algo incompleto en cuanto a la guía que él está dando a la congregación. Estarían diciendo, de hecho, que sus puntos de vista personales se necesitan para complementar las enseñanzas de Jesucristo.—Compare con 1 Corintios 3:4-11.

¿Qué hay si de ese modo un anciano no reconociera la jefatura de Cabeza de Cristo? Entonces sería responsabilidad de los otros ancianos ayudarle a obtener una estimación apropiada de sí con relación a Jesucristo y sus hermanos. (Fili. 2:2-5) El anciano que hubiera cometido tal error sin duda querría prestar atención al consejo que le dieran sus compañeros ancianos fundándose en la Biblia, y dar evidencia de que de veras reconoce la jefatura de Cristo. ¿Descalificaría ese error a tal anciano de continuar sirviendo en esa capacidad? Solo si continuara pasando por alto la corrección que con fundamento bíblico le han dado sus compañeros ancianos.

El hecho de que un grave error de juicio no descalificaría automáticamente a uno de servir como anciano lo ilustra bien el caso del apóstol Pedro (Cefas). Cuando se retiró incorrectamente de asociarse con los cristianos gentiles, el apóstol Pablo lo censuró. Con referencia a esto, escribió Pablo: “Cuando Cefas vino a Antioquía, lo resistí cara a cara, porque se hallaba condenado. Porque antes que llegaran ciertos hombres de parte de Santiago, comía con la gente de las naciones; mas cuando éstos llegaron, se puso a retirarse y a separarse, por temor a los de la clase circuncisa. Los demás de los judíos también se unieron a él en hacer esta simulación, de modo que hasta Bernabé fue llevado con ellos en su simulación. Mas cuando yo vi que no estaban andando rectamente conforme a la verdad de las buenas nuevas, le dije a Cefas delante de todos ellos: ‘Si tú, aunque eres judío, vives como las naciones, y no como los judíos, ¿cómo es que obligas a la gente de las naciones a vivir conforme a la práctica judía?’” (Gál. 2:11-14) Pedro aceptó esta disciplina, la aplicó y, por lo tanto, continuó sirviendo de anciano y apóstol fiel.

Pero ¿qué hay si usted no es anciano y le parece que uno o más de los ancianos de su congregación están empezando a imponer en otros sus puntos de vista personales? Considere en oración si usted realmente está considerando los asuntos bíblicamente. Si verdaderamente hay un problema, tenga confianza en que Jesucristo no permitirá que la congregación sufra ningún verdadero daño espiritual. Él sabe lo que está sucediendo. (Compare con 2 Timoteo 2:18, 19 y Revelación 2:2-7.) Si su conciencia continúa perturbándole, podría hablar con uno de los ancianos en cuanto a ello con la mira de sosegar su corazón y mente. Siga orando que pueda seguir comportándose como discípulo leal de Jesucristo y así beneficiarse de Su ejercicio de jefatura como Cabeza.

No puede haber duda del hecho de que la jefatura de Jesús para con la congregación cristiana es real, verdadera. (Col. 1:13, 14, 18) Con nuestro reconocimiento de esto vienen maravillosos beneficios en forma de protección, guía y otras clases de ayudas. (1 Cor. 11:3) Por lo tanto, sometámonos a nuestro Amo y continuemos siendo recibidores de las bendiciones que vienen de su ejercicio de la jefatura.—Juan 14:23.

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