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  • Gloria de parte de los débiles
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La Atalaya. Anunciando el Reino de Jehová 1958
w58 1/7 págs. 387-388

Gloria de parte de los débiles

¿Escogería un poderoso rey a la gente más débil de su reino para representarlo? ¿Enviaría a tales personas para producir gloria para su reino? Más bien que escoger a los más débiles, ¿no escogería a los más fuertes, los más valientes y los más sabios?

Eso es lo que haría un rey humano, pero no es lo que Dios haría. El Soberano del universo no escoge a los que el mundo considera fuertes, valientes y sabios para hacer glorioso su nombre. Él escoge a los débiles, los que son despreciados, los que son considerados insensatos e indoctos. Estos son los que él prefiere que lo representen. ¿Por qué? Porque él es glorificado en la debilidad.

¿No le trae mayor gloria a un rey el ganar una victoria por medio de labradores que salgan a pelear que por medio de guerreros expertos? ¿No magnifica su sabiduría el que sea más perspicaz y ejecute mejores maniobras que un ejército de guerreros profesionales y lo derrote usando hombres inexpertos en la guerra?

Así como un rey humano puede producirse gloria de tal manera, también puede hacerlo Dios. Los descendientes de Jacob sirven para ilustrar cómo él lo ha hecho. Cuando estaban en Egipto hace 3,500 años no eran un pueblo poderoso, sino más bien débil y oprimido, esclavos de un gobierno militarmente fuerte. Fué en esta gente insignificante que Dios puso su nombre, y no en el poderoso Egipto. Respecto a esta selección Deuteronomio 7:7 dice: “No fué debido a que fueran ustedes el más populoso de todos los pueblos que Jehová les mostró afecto de modo que los escogiera, porque ustedes eran el menor de todos los pueblos.”

Él tomó a este pueblo e hizo lo aparentemente imposible—lo libró de la esclavitud a una poderosa potencia mundial y luego lo hizo una nación independiente. Ese pueblo no podría haber hecho esto solo; eso era evidente. Desde el punto de vista humano su situación no tenía remedio; no obstante, fué libertado. Este hecho magnificó el poder de Dios.

Muchos años después de haberse establecido los israelitas en la Tierra Prometida llegaron a estar bajo el yugo opresivo de los madianitas. Dios había permitido que esto sucediera debido a la desobediencia de ellos, pero cuando manifestaron el arrepentimiento apropiado él escogió a Gedeón para que él los guiara en una lucha por la libertad. Pero Gedeón no había de reclutar un ejército grande, porque en tal caso la mano de Dios no sería tan evidente en la victoria. Jehová le dijo a Gedeón: “La gente que está contigo es demasiada para que yo entregue a Madián en su mano. Tal vez Israel se jactara en mi contra, diciendo: ‘Mi mano fué la que me salvó.’”—Jue. 7:2.

Las fuerzas guerreantes de Gedeón entonces fueron reducidas a 10,000 hombres. Pero eso era todavía demasiado. Finalmente fueron reducidas a 300. Estos fueron enviados contra el ejército madianita, que tenía una ventaja numérica abrumadora. Desde el punto de vista humano estaba destinada a la destrucción esa pequeña cuadrilla. Sin embargo, salió victoriosa. Dios se magnificó por medio de la debilidad de aquel grupo. Por medio de ésta él produjo gloria para su nombre.

Así como Jehová no escogió a los poderosos del mundo para que fueran su pueblo en los días de Moisés y de Gedeón, tampoco los escogió en los días de Cristo. Fué a la gente común que se dirigió su Mesías prometido por largo tiempo. Cristo escogió a sus apóstoles de entre ésta y no de entre los poderosos líderes religiosos e intelectuales de su día. El apóstol Pablo fué una excepción, pero él perdió su posición respetada en el mundo cuando llegó a ser cristiano.

Lo selecto de ese tiempo menospreciaba a la gente común como inferior. Pero fué a estos “inferiores” que Cristo favoreció. Eran humildes y no se exaltaban. Por medio de llegar a ser representantes del Padre de Cristo los apóstoles y otros discípulos tuvieron el privilegio de predicar y enseñar. Esta era una obra que los ostentosos líderes religiosos se imaginaban que les pertenecía únicamente a ellos. Ellos se consideraban los únicos capaces para hacerla y dignos de efectuarla. No obstante, se escogió y nombró a pobres pescadores, recaudadores de impuestos y fabricantes de tiendas de campaña para hacerla. Estos llegaron a ser los proclamadores de la verdad de Dios.

Esas personas de entre el pueblo común hicieron grandes cosas debido a que el espíritu de Dios estaba en ellas. ‘De una situación débil fueron hechos poderosos,’ como siervos de Dios ante los de su día. Si acaso se jactaban tendrían que jactarse del poder de Dios y no de ninguna fuerza o habilidad natural que tuvieran aquellos primeros cristianos.

Así como Jehová no escogió a los poderosos líderes religiosos del primer siglo para que lo representaran, tampoco lo ha hecho hoy en día. Sus motivos son los mismos: “Pues observen su llamada de ustedes, hermanos, que no muchos sabios según la carne fueron llamados, no muchos poderosos, no muchos nobles; sino que Dios escogió las cosas insensatas del mundo, para avergonzar a los sabios, y Dios escogió las cosas débiles del mundo, para avergonzar las cosas fuertes; y Dios escogió las cosas innobles del mundo y las cosas despreciadas, las cosas que no son, para anonadar las cosas que son, con el fin de que ninguna carne se jacte a la vista de Dios.”—1 Cor. 1:26-29.

La gente común que Dios ha escogido para que lo represente hoy en día no es gente sabia, poderosa y noble en cuanto a lo carnal, sin embargo ella efectúa una obra tremenda que produce honra para el nombre de Jehová. Igual que los cristianos del primer siglo, estas personas también traen esperanza a multitudes por medio de predicar las buenas nuevas del reino de Dios. Ellas también están dando testimonio delante de gobernantes mundanos, y ellas también están aguantando valerosamente persecución horrorosa.

Estos testigos de Jehová del día moderno no se jactan o glorían en ellos mismos, sino más bien en Dios. Él es quien ha hecho que la obra que hacen de predicar el Reino se extienda hasta los más lejanos cabos de la tierra habitada; él es quien hace que esta obra prospere; y él es quien los fortalece para que testifiquen delante de gobernantes y aguanten maltratamiento severo. Estas personas que son débiles a los ojos del mundo son fuertes en Dios. Mediante ellas Dios hace glorioso su nombre.

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