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  • La Atalaya. Anunciando el Reino de Jehová 1952
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La Atalaya. Anunciando el Reino de Jehová 1952
w52 1/12 págs. 709-712

Producir fruto una manifestación de espíritu santo

EL AÑO pasado cuando dos semillas germinaron y crecieron en un invernadero de Wáshington, D.C., crearon una sensación en círculos botánicos. Millones de semillas germinan anualmente, pero éstas eran algo especial. Eran semillas de loto de una turbera manchúa, y, según algunos, tenían como 50,000 años de edad. Cuando germinaron la importancia de su edad creció, de modo que otras semillas del mismo lugar fueron sometidas a prueba con el reloj de radiocarbono. Este reloj atómico manifestó que tenían alrededor de mil años.

Por mil años estas semillas habían permanecido ociosas, improductivas. Si hubieran sido plantadas apropiadamente poco después de su madurez ahora las semillas descendientes de ellas ascenderían a muchos miles de millones. Pero debido a su ociosidad sólo las dos semillas originales estaban en existencia el año pasado. Es como Jesús dijo: “Verdaderamente les digo, A menos que un grano de trigo caiga en la tierra y muera, permanece siendo un solo grano; pero si muere, entonces da mucho fruto.”—Juan 12:24, NW.

Lo mismo sucede con las verdades de la Palabra de Dios, verdades que, en una de las ilustraciones de Jesús, se comparan a semillas esparcidas por un sembrador. (Luc. 8:11) La Palabra de Dios permanece para siempre. (1 Ped. 1:25) Pero no podemos esperar todo ese tiempo para sembrar las verdades contenidas en ella. No debemos dejarlas permanecer ociosas por mil años, como las dos semillas de loto. No tenemos la seguridad de vivir mañana, mucho menos de aquí a mil años. (Pro. 27:1) Tenemos que sembrar ahora, sin demora, para producir frutos del Reino. Después de sembrar la semilla de la verdad por tales medios como la testificación de puerta en puerta, tenemos que volver para regar y cultivar, haciendo revisitas y conduciendo estudios bíblicos de casa, y luego confiar en que Dios nos dé el aumento. (1 Cor. 3:6) Así edificamos sobre el fundamento que pusimos en la siembra de puerta en puerta. Jesús no edificó sobre el fundamento de otro. Él es nuestro modelo. Pablo no edificó sobre el fundamento de otro. Se nos dice que lo imitemos. (Rom. 15:20; 1 Cor. 11:1; 1 Ped. 2:21) Si participamos en todas las diferentes actividades de la predicación del envangelio vemos las semillas de la verdad que hemos sembrado germinar y crecer y arraigarse en la mente y corazón de otros, que a su vez vienen a ser sembradores productivos de la semilla en otras partes.

En la ilustración que Jesús dió, las personas a quienes predicamos son comparadas a diferentes clases de terreno: algunos no reciben la semilla debido a ser demasiado duros, o demasiado peñascosos, o demasiado espinosos, pero algunos reciben bien la semilla y llegan a ser productivos. (Mat. 13:3-9, 18-23) Cuando dejamos la semilla en forma de literatura a la puerta, no podemos estar seguros de qué clase de terreno representa al que la obtiene. Ni siquiera un agricultor experimentado puede en todo caso juzgar con exactitud el terreno con sólo mirarlo. A veces tiene que enviarlo a analizar. Asimismo, el ministro no puede juzgar cuáles serán los resultados de las colocaciones que hace a la puerta basado sólo en la apariencia del que las obtiene. Aun el publicador experimentado a menudo se equivoca. Por eso tenemos que volver para examinar la semilla, para ver si se ha arraigado, para ver si el cuidado adicional simbolizado por el regar y cultivar estimulará su desarrollo. No cometemos el error contra el que Jesús amonestó: “Dejen de estar juzgando por la apariencia exterior, mas juzguen con juicio justo.” (Juan 7:24, NW) De modo que no juzgamos repentinamente basándonos en la apariencia de las cosas al tiempo de colocar la literatura, sino que para juzgar correctamente si el que la obtiene está simbolizado por terreno espinoso, o terreno peñascoso, o terreno endurecido a lo largo del camino, o tierra buena, atendemos a esta persona haciendo visitas adicionales. Esto se hace en el interés de producir fruto.

“FRUTO DEL ESPÍRITU”

El número creciente de ministros que resulta de esta siembra es una evidencia del apoyo del espíritu de Jehová: “¡No por esfuerzo, ni con poder, sino por mi espíritu! dice Jehová de los Ejércitos.” (Zac. 4:6) Pero el aumento numérico no es suficiente en sí mismo; muchas religiones falsas pueden indicar a aumentos numerosos en sus congregaciones. Para juzgar el árbol tenemos que examinar el fruto: “Todo árbol bueno produce buen fruto, pero todo árbol podrido produce mal fruto; un árbol bueno no puede dar mal fruto, ni puede un árbol podrido producir buen fruto. Todo árbol que no produce buen fruto es cortado y echado al fuego. De cierto, entonces, por sus frutos reconocerán a esos hombres.”—Mat. 7:17-20, NW.

El buen fruto es del espíritu, el malo son obras de la carne: “Ahora las obras de la carne son manifiestas, y ellas son: fornicación, impureza, conducta relajada, idolatría, práctica de espiritismo, odios, contiendas, celos, arrebatos de ira, contenciones, divisiones, sectas, envidias, borracheras, orgías, y cosas semejantes a éstas. En cuanto a estas cosas les estoy previniendo, del mismo modo que les previne, que los que practican tales cosas no heredarán el reino de Dios. Por otra parte, el fruto del espíritu es amor, gozo, paz, longanimidad, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, gobierno de sí mismo.”—Gál. 5:19-23, NW.

Las grandes organizaciones religiosas ortodoxas de la cristiandad podrán señalar a la fuerza numérica, pero ¿pueden manifestar el fruto del espíritu? Generalmente el mundo se encuentra ahora en los dolores de un desplome moral, trabajando horas extras en obras de la carne. ¿Se destacan las grandes organizaciones religiosas como diferentes al mundo materialista? En vez de eso, ¿no son ellas parte de él, sumergidas en sus obras carnales? Nunca se hace referencia a ellas como que son sobresalientemente diferentes a la humanidad en general—y ciertamente lo serían si estuvieran produciendo el fruto del espíritu que es tan raro en este mundo de delincuencia general.

Sin embargo, los testigos de Jehová sí se destacan como diferentes. No sólo son diferentes porque predican de puerta en puerta, revisitan, conducen estudios, educan a ministros nuevos y manifiestan aumentos en un tiempo cuando muchas religiones lamentan interés menguante y desaparición gradual de congregaciones; sino que ellos también son diferentes porque producen el fruto del espíritu. Por ejemplo, personas mundanas vienen a nuestras grandes asambleas y ven allí realizado lo que ellos no pueden hacer, lo que las Naciones Unidas no pueden hacer, lo que ninguna otra organización humana puede hacer. Ellos ven a personas de muchas diferentes razas, nacionalidades, lenguas y anteriores religiones todas ahora unidas en paz y unidad, habiendo salvado los obstáculos que dividen a este mundo. El gozo destella de todo rostro, y el amor y la cooperación y la consideración bondadosa se manifiestan entre las enormes muchedumbres, que a veces pasan de 100,000 personas. Los mundanos que vienen de visita se sorprenden de la organización eficaz de todas las muchas actividades, y prontamente admiten que absolutamente no se encuentra su igual en ninguna organización mundana. Empero al rascarse la cabeza en perplejidad reconocen que les parecemos como cualquier gente común, del término medio. Lo cual, por supuesto, es cierto.

Cuando ellos piden la explicación por esta unidad a pesar de las diferencias que tienen al mundo completamente dividido, les decimos que el espíritu de Dios es la fuerza unificadora, que lo que están viendo es el resultado o la manifestación del espíritu santo. Nos regocijamos cuando ellos observan estas cosas, porque es evidencia de que estamos produciendo los frutos del espíritu, apartándonos como diferentes a los que están absortos en las obras de la carne. Pero esto coloca a estos observadores mundanos en una posición crítica y muy responsable, y una decisión incorrecta podría hacerlos dignos de la destrucción eterna. ¿Por qué? Por causa de la posibilidad de pecar imperdonablemente en contra del espíritu.

PECADO CONTRA EL ESPÍRITU SANTO

Para aclarar esto, tome su Biblia y lea Mateo 12:22-33. Jesús acababa de curar a un hombre poseído de demonios—una cosa que no era posible por medio de poder humano. Las muchedumbres espectadoras sabían esto, y estuvieron dispuestas a reconocer a Jesús como el hijo de David basándose en este milagro, pero los fariseos rechazaron el milagro como una manifestación del espíritu de Dios y replicaron que fué ejecutado por el poder de Satanás, con lo cual blasfemaron y hablaron injuriosamente y pecaron en contra del espíritu santo. Sabían que si aceptaran esto como del espíritu de Dios tendrían que aceptar a Jesús como el Mesías. Tendrían que reconocerse como maestros falsos, abandonar su modo de vivir y hacerse seguidores de Jesús. Esto los quitaría de su posición encumbrada con sus muchas ganancias egoístas. No quisieron renunciar a tales cosas y por eso deliberadamente rehusaron aceptar esta operación evidente del espíritu de Jehová obrador de milagros.

Con el tiempo lograron que Jesús fuera ejecutado, pero así como él había dicho que el grano de trigo tenía que morir para llegar a ser productivo, su muerte sólo resultó en producir muchos más ungidos que tuvieron dones del espíritu mediante los cuales ejecutaron milagrosas señales, tales como hablar en lenguas, profetizar, dones de conocimiento, dones de curación, etcétera. La ejecución de estos milagros por los apóstoles y sus asociados fué una manifestación abierta de la operación del espíritu santo de Dios, y los que no quisieron aceptarla estaban resistiendo voluntariosamente el espíritu, pecando y blasfemando contra él y marcándose para la destrucción eterna. Así como el clero religioso una vez se había quejado de que el mundo seguía a Jesús por causa de sus milagros, ahora se lamentaba de que sus seguidores mediante obras parecidas estaban trastornando la tierra, desarreglando su orden de cosas religioso.—Juan 12:17-19; Hech. 17:6; 1 Cor. 12:1-11.

No obstante, estas manifestaciones milagrosas del espíritu habían de cesar: “El amor nunca se acaba. Pero aunque haya dones de profecías, serán quitados; aunque haya lenguas, cesarán; aunque haya conocimiento, será quitado. Porque tenemos conocimiento parcial y profetizamos parcialmente; pero cuando llegue lo que es completo, lo que es parcial será quitado. Cuando yo era niño, yo hablaba como niño, pensaba como niño, razonaba como niño; pero ahora que he llegado a ser hombre, he dejado las cosas características de niño.”—1 Cor. 13:8-11, NW.

El propósito de conceder estos dones milagrosos a la iglesia en su etapa infantil fué darle su comienzo y establecerla, manifestar que Dios había trasladado su espíritu de la organización de la Ley mosaica judía al nuevo sistema de cosas cristiano. Después que hubiera pasado su infancia y maduramente se sostuviera sobre sus propios pies, estos dones milagrosos ya no se practicarían. Ya no se necesitarían. Por eso es que los dones milagrosos no están con la organización cristiana hoy en día. Sin tales ayudas, la iglesia madura, fortalecida con conocimiento bíblico adelantado y cumplimientos de muchas profecías, puede predicar un mensaje convincente y hacer progreso con los que tienen oídos que oyen. Todavía tiene el espíritu santo sobre ella, pero ese espíritu se manifiesta de otro modo, principalmente por el amor y todos los demás frutos asociados de los cuales se hace mención en Gálatas 5:22, 23 y 1 Corintios 13:4-7.

Es esta operación madura del espíritu santo la que los observadores mundanos notan en nuestras asambleas. Reconocen que somos gente del término medio, pero ven que la organización es distinta a cualquier otra organización humana debido al fruto del espíritu. Pero esta operación manifiesta del espíritu santo no los mueve a hacerse parte de la organización unificada de la que se maravillan. El egoísmo farisaico les impide desistir de su modo de vida, de su gozo de obras de la carne, de su parte en el mundo y sus organizaciones. Resisten el ser movidos en la dirección correcta por esta manifestación del espíritu santo, y ven con escepticismo el que se deba al espíritu de Dios. Igual a los fariseos, buscan otras causas y asignan otras razones al gozo y la paz y la unidad que tanto los asombra. Por eso ¿no están ellos en efecto pecando contra la operación manifiesta del espíritu santo, y no es posible que mediante eso se estén condenando para muerte eterna?

Pero en todo ello nuestro papel es el de manifestar siempre nuestra posesión del espíritu de Jehová. No es por nuestra propia fuerza que incesantemente predicamos en toda la tierra, hacemos frente a la persecución, aguantamos violencia de chusmas, sufrimos encarcelación, mantenemos integridad hasta la muerte, y sin embargo continuamos aumentando y rebosando con el fruto del espíritu. En conducta privada y en testificación pública, como individuos y como una organización, tenemos que caminar siempre conforme al espíritu y no tras la carne. Tenemos que ser para “señales y para maravillas”, tenemos que ser “un espectáculo teatral para el mundo”; y eso sólo es posible si hacemos manifiesto el espíritu de Dios sobre nosotros.—Isa. 8:18, marg.; 1 Cor. 4:9, NW.

De modo que no deje que las semillas de la verdad permanezcan ociosas e improductivas por mil años, como las dos semillas de loto. Más bien, siembre y riegue con el fin de que Dios dé el aumento y haga manifiesto su espíritu sobre la organización teocrática. Esto dividirá a la gente durante este período de juicio que pronto llegará a su fin culminante en el Armagedón.

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