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  • La lucha del apóstol Juan contra elementos apóstatas
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La Atalaya. Anunciando el Reino de Jehová 1979
w79 1/6 págs. 25-26

La lucha del apóstol Juan contra elementos apóstatas

POCO después del comienzo de la congregación cristiana en el día del Pentecostés del año 33, la congregación tuvo que vérselas con maestros falsos. Sin embargo, los apóstoles fueron como una fuerza restringente que detenía toda rebelión contra la sana doctrina y práctica cristiana. No obstante, en fecha tan temprana como la de aproximadamente el año 51, ya se manifestaban elementos apóstatas. Pablo, el apóstol cristiano, escribió entonces a compañeros de creencia en Tesalónica: “El misterio de este desafuero ya está obrando.”—2 Tes. 2:7.

Para fines del primer siglo, Juan, el último apóstol sobreviviente, fue testigo de que dentro de la congregación existían muchos más elementos apóstatas de los que existían allá en el año 51. En su carta inspirada, escrita para aproximadamente el año 98, dijo: “Es la última hora, y, así como han oído que el anticristo viene, aun ahora han llegado a haber muchos anticristos; del cual hecho adquirimos el conocimiento de que es la última hora.” (1 Juan 2:18) El período apostólico se acercaba a su fin. La apostasía contra el cristianismo verdadero se exteriorizaría.

¿A qué, precisamente, se encaró el apóstol Juan en aquella “última hora”? Uno de los errores que tuvo que denunciar tuvo que ver con la manera en que Jesucristo había venido. Por ejemplo, hubo un judío llamado Cerinto que enseñó lo siguiente: ‘Jesús no nació de una virgen, sino que fue hijo en el sentido corriente de José por medio de María. Pero era más sabio, más justo y más discernidor que otros hombres. Cuando él se bautizó, el Cristo, en la forma de una paloma, bajó sobre él desde el Supremo. Entonces, cuando el Cristo lo dejó, Jesús experimentó la muerte y fue resucitado a la vida. Pero el Cristo, puesto que era espiritual, no sufrió daño.’ De este modo, Cerinto negaba que Cristo hubiera venido desde el cielo y hubiera llegado a ser carne para redimir a la humanidad.

Por lo tanto, merece notarse el hecho de que en su Evangelio, y también en su primera carta inspirada, el apóstol Juan dio énfasis al hecho de que la Palabra, el Hijo de Dios, el Cristo, positivamente llegó a ser carne. Leemos: “La Palabra [que había estado con Dios en el cielo] vino a ser carne y residió entre nosotros, y tuvimos una vista de su gloria, gloria como la que pertenece a un hijo unigénito de parte de un padre.” (Juan 1:14) “Lo que era desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que hemos contemplado atentamente y nuestras manos palparon, respecto a la palabra de vida, (sí, la vida fue manifestada, y nosotros hemos visto y estamos dando testimonio e informándoles de la vida eterna que estaba con el Padre y nos fue manifestada,) lo que hemos visto y oído se lo estamos informando también a ustedes.”—1 Juan 1:1-3.

Cualquier cristiano que leyera estas palabras o las oyera leídas podría ver que eran palabras que denunciaban doctrinas falsas por las cuales abogaban apóstatas como Cerinto. El hombre Jesús era ciertamente el Cristo, el Hijo unigénito de Dios. En el principio, antes de la creación del universo, él estaba con el Padre en la región invisible de los espíritus. El apóstol ya envejecido escribía por experiencia personal. Juan sabía que el Cristo no era alguien cuya presencia no pudiera haberse verificado por los sentidos. El apóstol había estado personalmente con la “palabra de vida,” aquel a quien el Padre había otorgado tener poder dador de vida y por medio del cual la vida eterna es posible.

El apóstol Juan había oído la voz de Jesucristo y lo había observado día tras día. Juan había andado con él, comido con él y lo había visto mientras él descansaba. Por supuesto, el oír y ver puede ser involuntario, sin que deliberadamente escoja hacer eso la persona cuyos sentidos sean estimulados. Quizás por esto Juan llevó el asunto de ver hasta más allá, e indicó que había contemplado a la “palabra de vida” atentamente. Sí, el apóstol escogió poner sus ojos sobre el Hijo de Dios, y lo hizo con intensidad, atentamente, y lo vio con placer. Lo que Juan había oído y visto no era ninguna aparición. Con sus propias manos había sentido al Hijo de Dios.—Compare con Lucas 24:39; Juan 20:25, 27.

¿Qué objetivo perseguía el apóstol Juan al combatir la apostasía por medio de presentar la verdad acerca de Jesucristo? Aquí está su respuesta: “Para que ustedes también estén teniendo participación con nosotros. Además, esta participación nuestra es con el Padre y con su Hijo Jesucristo. De modo que estamos escribiendo estas cosas para que nuestro gozo sea en medida plena.”—1 Juan 1:3, 4.

Según estas palabras, el apóstol Juan deseaba que sus compañeros de creencia estuvieran tan plenamente convencidos acerca de Jesucristo como lo estaban él y los demás apóstoles que habían visto, oído y tocado al Hijo de Dios. Juan quería que ellos participaran con los apóstoles en el gozo que había sido el resultado de la estrecha asociación de ellos con Jesucristo. Por eso, todo el objetivo que Juan quería lograr con lo que escribió era ayudar a sus compañeros de creencia a continuar experimentando la felicidad que proviene de estar en condición aprobada delante de Jehová Dios y Jesucristo.

Por otra parte, los elementos apóstatas hubieran privado de ese gozo a los cristianos. Correctamente, pues, el apóstol Juan reveló la falsedad de ellos por medio de presentar prueba innegable de que el Cristo había venido en la carne.

Esto es una vigorosa ilustración del hecho de que nunca debe restarse importancia a la pureza que debe haber en cuanto a la doctrina cristiana. El tener un punto de vista torcido en cuanto a Jesucristo y su Padre hace que sea imposible experimentar el gozo que se deriva de tener una relación estrecha con ellos. Y las personas que no están en condición aprobada ante Dios y Cristo llegan a estar bajo juicio condenatorio. (2 Tes. 1:6-10) Esto debe grabar en la mente de todo el que afirma ser cristiano la importancia de examinar sus creencias y su actividad a la luz de las Escrituras para asegurarse de no haber recibido la influencia de maestros apóstatas como los que empezaron a florecer después de la muerte de los apóstoles. Entonces, en imitación del apóstol Juan, los creyentes genuinos deben continuar defendiendo la verdad y denunciando el error religioso. La vida de ellos y la vida de los que les escuchan depende de esto.—1 Tim. 4:16.

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