Ayuda segura procedente de la Palabra de Dios
SE NECESITA fuerte motivación para luchar contra el sucumbir a emociones perjudiciales. La Biblia provee esa motivación, y ayuda a la persona a afrontar con buen éxito los sentimientos de culpa, celos, inquietudes por ganarse la vida y un sinnúmero de otros factores emocionales que podrían ser perjudiciales a la salud.
TRATANDO CON SENTIMIENTOS DE CULPA
A menudo los sentimientos de culpa causan o agravan ciertas dolencias. Uno pudiera llegar a estar envuelto en conducta que le angustiara la conciencia. Quizás experimente lo mismo que David, un rey israelita que vivió hace unos 3.000 años. Al describir el efecto de sus sentimientos de culpa, David escribió: “Se gastaron mis huesos debido a mi gemir todo el día. . . . La humedad de mi vida se ha cambiado como en el calor seco del verano.” (Sal. 32:3, 4) Estas palabras indican que los esfuerzos de David por suprimir las punzadas de una conciencia culpable lo llevaron a sentirse fatigado. Como un árbol privado de la humedad necesaria durante una sequía o un verano demasiado caliente y seco, la fuerza o vitalidad de David se desecó. ¿Cómo consiguió alivio David?
Confesó todos sus pecados a Dios y, con fe, aceptó el perdón divino. Por eso David pudo escribir: “Feliz es aquel cuya sublevación le es perdonada, cuyo pecado le es cubierto. Feliz es el hombre en cuya cuenta Jehová no imputa error.”—Sal. 32:1, 2.
La Biblia revela que cualquiera que se vuelve a Dios con verdadero arrepentimiento, sobre la base del sacrificio expiatorio de pecados de Jesucristo, puede recibir el perdón de sus pecados. El apóstol cristiano Juan escribió: “Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonarnos nuestros pecados y limpiarnos de toda injusticia. . . . [Jesucristo] es un sacrificio propiciatorio por nuestros pecados, empero no solo por los nuestros, sino también por los de todo el mundo.”—1 Juan 1:9; 2:2.
Por supuesto, si uno no cree que Dios ha perdonado sus pecados, continúa experimentando los efectos dolorosos de una conciencia angustiada. Por tanto, es vital que uno fortalezca su fe en que Dios está dispuesto a perdonar los pecados. Uno puede hacer eso por medio de repasar lo que la Biblia dice acerca del perdón divino y de las personas cuyas transgresiones fueron perdonadas.
Por ejemplo, a los israelitas se les dijo: “Aunque los pecados de ustedes resulten ser como escarlata, se les hará blancos justamente como la nieve; aunque sean rojos como tela de carmesí, llegarán a ser aun como la lana.” (Isa. 1:18) Puesto que el Altísimo estuvo dispuesto a perdonar los despreciables actos de los israelitas infieles, podemos estar seguros de que él otorga perdón de manera similar a los que en verdad se arrepienten hoy día. La Biblia nos dice: “Yo soy Jehová; no he cambiado.”—Mal. 3:6.
Considere otro ejemplo. El rey Manasés “hizo en gran escala lo que era malo a los ojos de Jehová, para ofenderlo. Y hubo también sangre inocente que Manasés derramó en grandísima cantidad, hasta que hubo llenado a Jerusalén de extremo a extremo.” (2 Rey. 21:6, 16) Más tarde, se lo llevaron cautivo a Babilonia. Aquella amarga experiencia llevó a Manasés al punto de humillarse ante Dios. El Altísimo perdonó al rey arrepentido y “lo restauró a Jerusalén a su gobernación real.” (2 Cró. 33:11-13) Pocas personas han tenido un registro de pecados tan malo como el de Manasés. Sin embargo, debido a que se arrepintió, recibió perdón. ¡Qué estímulo puede dar esto a las personas que están plagadas de sentimientos de culpa!
Otro caso a propósito es el del hombre que llegó a ser el apóstol cristiano Pablo. Antes de su conversión, era “blasfemo y perseguidor y hombre insolente.” (1 Tim. 1:13) “No obstante,” Pablo escribió, “la razón por la cual se me mostró misericordia fue para que por medio de mí como el caso más notable Cristo Jesús demostrase toda su gran paciencia como muestra de los que van a cifrar su fe en él para vida eterna.” (1 Tim. 1:16) ¡Qué fortalecedor para la fe es meditar en lo que Dios, por medio de Cristo, hizo con relación a Pablo! Aunque Pablo había perseguido cruelmente a los seguidores de Cristo, había obrado de manera arrogante contra ellos y había blasfemado contra Dios sin saberlo, recibió perdón cuando se arrepintió. Desde entonces fue un maravilloso instrumento en ayudar a otros a hacerse cristianos y en fortalecer a sus compañeros de creencia. Además, Pablo tuvo el inestimable privilegio de escribir más de las Escrituras Griegas inspiradas que cualquier otro hombre.
Pudiera haber personas que a veces se sintieran condenadas en el corazón, y que temieran que los pecados de ellas fueran demasiado malos para que se les perdonaran. No obstante, lo que la Biblia declara suministra una base firme para poner fe en Dios como Perdonador de pecados. Esto se expresa vigorosamente en la siguiente declaración del apóstol Juan: “Aseguraremos nuestro corazón delante de él respecto de cualquier cosa en que nos condene nuestro corazón, porque Dios es mayor que nuestro corazón y conoce todas las cosas.” (1 Juan 3:19, 20) ¡Qué gran alivio de los sentimientos de culpa puede significar para nosotros el que confiemos en esas palabras inspiradas!
RESISTIENDO LOS CELOS
Además de los sentimientos de culpa, el abrigar amargo celo o envidia con relación a otras personas puede causar o agravar una enfermedad física. La envidia puede impedir que uno duerma, hacer que ciertos músculos estén tensos y adoloridos, y generar problemas digestivos u otros problemas de salud. Tal como la Biblia puede ayudar a uno a librarse de destructivos sentimientos de culpa, también puede ayudarle a vencer la envidia o celos o el resentimiento profundo. Sin embargo, primero uno tiene que reconocer que sí tiene el problema de guardar rencor.
De acuerdo con la Biblia, se necesita la cualidad del amor para vencer los celos. Las Escrituras nos dicen que “el amor no es celoso.” (1 Cor. 13:4) Para vencer el rencor, tenemos que aceptar y obrar de acuerdo con esta verdad bíblica. Quizás nos sea útil esforzarnos por llegar a conocer mejor a las personas con quienes estamos resentidos y ver sus buenas cualidades. Es patente que ninguna persona puede hacerlo todo, y que toda persona tiene faltas. Por eso, sabiamente ejercemos cuidado para no sobreestimar nuestras propias aptitudes, mientras comprendemos que se puede lograr mucho cuando, en vez de un solo individuo, muchas personas capacitadas contribuyen sus habilidades y conocimiento para efectuar una obra valiosa.
La Biblia indica claramente que dependemos de otras personas. Usando el cuerpo humano como ilustración de lo que debe ser cierto en la congregación cristiana, el apóstol Pablo escribió: “Porque el cuerpo, en realidad, no es un solo miembro, sino muchos. Si el pie dijera: ‘Porque no soy mano, no soy parte del cuerpo,’ no por esta razón deja de ser parte del cuerpo. Y si la oreja dijera: ‘Porque no soy ojo, no soy parte del cuerpo,’ no por esta razón deja de ser parte del cuerpo. Si todo el cuerpo fuera ojo, ¿dónde estaría el sentido del oído? Si todo fuera oído, ¿dónde estaría el olfato? Mas ahora Dios ha colocado a los miembros en el cuerpo, cada uno de ellos, así como le agrado.” (1 Cor. 12:14-18) En armonía con estas palabras, hacemos bien en pensar acerca de lo que podemos hacer para edificar a otros en vez de envidiar sus aptitudes, posición o logros.
Individualmente, no tenemos nada de qué jactarnos. Nosotros no nos dimos la capacidad de desarrollar ciertos talentos o habilidades. Las Escrituras ponen los asuntos en la perspectiva apropiada al decir: “Pues, ¿quién hace que tú difieras de otro? En realidad, ¿qué tienes tú que no hayas recibido? Si, pues, verdaderamente lo recibiste, ¿por qué te jactas como si no lo hubieras recibido?” (1 Cor. 4:7) Además, lo que verdaderamente cuenta no es las habilidades que tengamos, sino la clase de persona que seamos. ¿De qué vale tener talentos excepcionales si el que los posee es áspero, egoísta y odioso? Por eso, en vez de dejarnos arrastrar por sentimientos de celos o envidia, hacemos bien en prestar atención a la exhortación bíblica de seguir el camino del amor y probar que estamos dispuestos a responder solícitamente a las necesidades del prójimo. (1 Cor. 14:1) Ciertamente sería desplegar falta de sabiduría el abrigar envidia y de ese modo poner en peligro nuestro bienestar físico y no llegar a ser la clase de persona que es fuente de edificación y estímulo para otros.
CÓMO EVITAR QUE NOS PERTURBEN LAS INJUSTICIAS
No es fácil aguantar que hagan de uno una víctima de la injusticia ni ver que no podemos ayudar cuando hombres corruptos oprimen y explotan al prójimo. Esto puede causar en uno trastornos emocionales dañinos. En este caso, también, lo que la Biblia dice puede ayudarnos a evitar trastornos internos que pueden perjudicar la salud.
Las Escrituras dicen claramente que con gran frecuencia es poco lo que podemos hacer. Hay tantas cosas defectuosas en el mundo que el hombre simplemente no puede enderezarlas todas. La Biblia se apega bien a la realidad al decirnos: “Lo que se hace torcido no se puede hacer derecho, y lo que falta absolutamente no se puede contar.” (Ecl. 1:15) El que alguien se perturbe por las injusticias que otras personas cometan no cambia la situación ni alivia el problema de nadie. Por supuesto, si podemos dar adelanto a la causa de la justicia de manera positiva, eso ciertamente sería apropiado. No quisiéramos cerrar los ojos insensiblemente al sufrimiento humano innecesario.
Sin embargo, en el caso de situaciones que sencillamente se tengan que aceptar y aguantar, podemos recibir consuelo de la promesa bíblica en el sentido de que Jehová Dios enderezará todos los asuntos. En cuanto a un día de ajuste de cuentas en el futuro, las Escrituras nos dicen que ‘Dios por medio de Cristo Jesús juzgará las cosas secretas de la humanidad.’ (Rom. 2:16) Puesto que habrá un día de juicio, no hay injusticia que experimentemos en este mundo que pueda resultar en daño permanente. Cuando tenemos fe en que el Creador enderezará todas las cosas, nos libramos de muchas perturbaciones emocionales serias.
PREOCUPACIONES EN CUANTO A GANARSE LA VIDA
Para muchas personas la preocupación respecto a ganarse la vida es una carga tremenda. Esta carga puede ser tan grande que lleve a serios problemas de salud. Con relación a esto, ¿qué consejo útil nos ofrece la Biblia? “Nunca se inquieten y digan: ‘¿Qué hemos de comer?’ o ‘¿qué hemos de beber?’ o ‘¿qué hemos de ponernos?’” dijo Jesucristo. “Porque todas éstas son las cosas en pos de las cuales las naciones van con empeño. Pues su Padre celestial sabe que ustedes necesitan todas estas cosas. Sigan, pues, buscando primero el reino y Su justicia, y todas estas otras cosas les serán añadidas. Por lo tanto, nunca se inquieten acerca del día siguiente, porque el día siguiente tendrá sus propias inquietudes. Suficiente para cada día es su propia maldad.”—Mat. 6:31-34.
De seguro ninguna medida de inquietud o preocupación nos facilitará el ganarnos la vida. Como dice la Biblia, cada día tiene “su propia maldad,” sus propios problemas. Tenemos suficientes problemas en un día sin que tengamos que preocuparnos por las dificultades que pudieran presentarse el día siguiente. Jehová Dios no dejará que los que le aman sufran innecesariamente o sin propósito; él responderá a nuestras peticiones de ayuda. Si continuamos ejerciendo fe en Dios como Proveedor mientras hacemos nuestra parte al procurar las cosas necesarias de la vida por medio de trabajo honrado, tendremos las cosas que necesitamos. Nuestra experiencia será como la de David, quien escribió: “Un joven era yo, también he envejecido, y sin embargo no he visto a nadie justo dejado enteramente, ni a su prole buscando pan.”—Sal. 37:25.
ACUDA A LA BIBLIA
Prescindiendo de la clase de presión o tensión a la que usted se enfrente, en la Biblia hay información que puede ayudarle. Por lo tanto, examine las Escrituras y haga de las magníficas pautas de ellas una parte activa de su caudal de conocimiento. Entonces, por medio de aplicar los principios bíblicos en su vida diaria, podrá seguir disfrutando de una buena conciencia y no cederá a las emociones que pudieran perjudicar su salud. Más importante aún, andará en el camino que lleva a un futuro eterno. “El que hace la voluntad de Dios permanece para siempre.”—1 Juan 2:17.