¿Tiene usted oídos que oyen?
HOY, en 121 países e islas del mar, las buenas nuevas del reino de Dios se están predicando. Estas buenas nuevas dan a saber que el único Dios verdadero es Jehová, que es desde la eternidad hasta la eternidad, el manantial de la vida, y que es un Dios de sabiduría, justicia, amor y poder. (Sals. 36:9; 62:11; 83:18; 89:14; 90:2; Pro. 2:6, 7; 1 Juan 4:8) También dan a saber que el reino de Dios está ahora establecido, y que pronto pondrá fin a toda la injusticia e introducirá un nuevo sistema de cosas; un mundo donde el hombre no aprenderá más la guerra, un mundo donde cada hombre se sentará debajo de su propia parra e higuera sin que nadie le moleste o le haga temer; un mundo sin pena, dolor o lamento; un mundo en el que, en vez de morir la gente, los muertos regresarán a la vida. (Miq. 4:3, 4; Juan 5:28, 29; Apo. 11:17, 18; 21:4) Uno pensaría que tales buenas nuevas halagarían los oídos de todos los que las oyen. Pero ¿es así? ¡Lejos de ello! Sólo unos cuantos escuchan. ¿Por qué?
¿Por qué será que los hombres no dan oídos a las buenas nuevas que Dios hace que se les traiga? Primero que todo, por falta de fe. Los hombres rehusan aceptar la evidencia presentada por la Biblia y por el otro libro de Dios, el libro de la naturaleza, que manifiesta que Dios verdaderamente existe. Están renuentes a aceptar la vasta cantidad de prueba, circunstancial y directa, de que la Biblia es inspirada, de que en verdad es la Palabra de Dios. De modo que no se benefician de las buenas nuevas debido a su falta de fe.—Juan 17:17; Rom. 1:20; Heb. 4:2.
Otros no dan oídos a la verdad debido a que no son razonables, no están anuentes a emplear el tiempo en oír la prueba de que estas buenas nuevas en verdad son ciertas. Están maldispuestos a investigar, a probar todas las cosas por la Palabra inspirada de Dios, y manifiestan ser insensatos puesto que contestan a un asunto antes de oírlo. Pasan por alto la invitación de Dios de venir y razonar juntos. (Pro. 18:13; Isa. 1:18; Hech. 17:11) El prejuicio, religioso o de otra forma, hace que tengan los oídos cerrados.
La verdad también cae sobre oídos sordos si sus dueños no tienen amor por la justicia. Por sobre todo, la verdad de la Palabra de Dios glorifica la justicia de Dios. Dice del Dios que es el Preservador de todo lo que es bueno y recto y el Destructor de todo lo que es inicuo. Este mismo sonido de justicia y rectitud, que atrae tanto a los amadores de la rectitud, ahuyenta a muchos porque, ya sea que lo comprendan o no, prefieren lo que es egoísta, injusto y pecador a lo que es justo y recto.
No sólo requiere fe, una buena disposición para razonar y un amor a la rectitud el tener un oído que oye las buenas nuevas del Reino, sino que también requiere humildad. Muchos rechazan las buenas nuevas por orgullo, no quieren ser enderezados, ser corregidos. Aun los hombres más ignorantes pueden ser orgullosos, y las personas que son orgullosas dependen de sí mismas para la salvación, o bien se afianzan a las ideas religiosas que se les enseñaron anteriormente. Poniendo su confianza en líderes humanos, no se sienten lo suficientemente humildes para confesar que éstos están equivocados, y ellos mismos también. Son demasiado orgullosos para aceptar la verdad, porque es impopular, porque no está en armonía con la ciencia popular y las religiones populares. Como Natanael, dicen, “¿De Nazaret acaso puede salir cosa buena?” pero distintos a él, no están dispuestos a “venir y ver” si estos testigos humildes de Jehová tienen algo “bueno” o no, si tienen la verdad o no. Los tales pasan por alto el consejo de Jehová: “¡Oíd, y prestad atención! ¡No seáis altivos, porque Jehová ha hablado!”—Jer. 13:15; Juan 1:46-50.
REGALANDO LOS OÍDOS CON COMEZÓN
En vez de oídos que oyen, hoy la vasta mayoría de la humanidad, dentro de la cristiandad así como también fuera de ella, tiene oídos con comezón. Hablando de éstos el apóstol Pablo escribió: “Porque habrá un período de tiempo en que no aguantarán la enseñanza sana, sino que, de acuerdo con sus propios deseos, acumularán maestros para sí mismos para regalarse los oídos, y apartarán los oídos de la verdad, por cuanto serán desviados a cuentos falsos.”—2 Tim. 4:3, 4, NM.
Entre los cuentos falsos que los pastores falsos les relatan a sus manadas, los financieros, los políticos y la gente común, están los siguientes: que los gobernantes políticos son las “autoridades superiores” de Romanos 13:1-4; que la Organización de las Naciones Unidas es la única esperanza para el hombre; que le toca a la gente introducir el reino de Dios por medio de planes que eleven la moral; que el hombre tiene un alma inmortal; que todos los buenos miembros de las iglesias irán al cielo al morir; que su deidad es una trinidad misteriosa. Todo lo cual regala los oídos de los oyentes.
Por otra parte el comercio en grande da apoyo monetario a sus líderes religiosos, los políticos les dan adulación y asientos prominentes en sus asambleas, y la gente común se postra delante de sus pastores con “¡Ah, Padre!” “¡Reverendo!” y “¡Rabí!” y otros títulos lisonjeros en los labios. De este modo el sacerdote y la gente se regalan los oídos uno al otro en una gran sociedad de admiración mutua.—Jer. 5:31.
LOS OÍDOS QUE OYEN
Los hombres que aman la rectitud, que son humildes y tienen fe no están satisfechos con los “cuentos falsos” de tales pastores. Sus oídos probarán lo que oyen para determinar si tiene o no el sonido de la verdad genuina procedente de la Fuente digna de confianza. (Job 34:3) Escuchan la voz de los Pastores verdaderos y sólo a ellos les responderán. Hablando en favor de estas personas semejantes a ovejas el salmista dice: “Jehová es Dios grande y Rey grande sobre todos los dioses. Porque él es nuestro Dios, y nosotros el pueblo de su dehesa, y las ovejas de su mano.” Cuando ellos oyen su voz no cierran los oídos o endurecen el corazón.—Sal. 95:3, 7, 8.
Estos también reconocen a Cristo Jesús como su Pastor. “Él llama a sus propias ovejas por nombre y las saca fuera. Cuando ha sacado a todas las suyas, él viaja delante de ellas, y las ovejas le siguen, porque conocen su voz. A un extraño de ningún modo le seguirán sino que huirán de él, porque no conocen la voz de los extraños.”—Juan 10:3-5, NM.
Después de haber aprendido a distinguir entre la voz de los pastores falsos y la voz de los Pastores verdaderos, si somos prudentes continuaremos manifestando humildad y mansedumbre a los Pastores verdaderos. No nos rebelaremos sólo porque lo que nos dicen nos demuestra dónde estamos equivocados y nos desaprueba. Más bien apreciaremos que todo esto es necesario para guiarnos en la senda de la vida. Sinceramente queremos vivir para siempre, y eso para la gloria de Dios, ¿verdad? Entonces ¿por qué despreciar nuestros intereses para vida manifestando obstinación? En vez de eso aceptemos con mansedumbre lo que nos dicen y permanezcamos sabios. “El oído que escucha las amonestaciones de la vida, habitará en medio de los sabios. Aquel que rehusa la corrección, desprecia su misma alma; mas el que escucha la reprensión adquiere entendimiento.”—Pro. 15:31, 32.
Estos Pastores sabios y amorosos posiblemente usen a veces una agencia humana, por ejemplo un individuo, para administrarnos reprensión. Si tenemos entendimiento no nos ofenderemos contra el tal ni lo evitaremos con sentimiento malsano. ¡Por ningún motivo! En vez de eso, consideraremos al tal como un adorno para nosotros. “Como pendiente de oro y collar de oro fino, así, al oído obediente, es aquel que reprende sabiamente.”—Pro. 25:12.
El aceptar la instrucción y la reprensión incluye más que sólo dar consentimiento mental a su sabiduría. Si plenamente entendemos y apreciamos la importancia de lo que se trae a nuestra atención, obraremos sobre ello poniendo nuestra vida en armonía con ello, porque oír también significa obedecer. Sólo entonces podemos ser considerados sabios. “Por lo tanto todo el que oye estos dichos míos y los hace será comparado a un hombre discreto, que edificó su casa sobre la masa de roca. Y la lluvia cayó y llegaron las inundaciones y los vientos soplaron y azotaron contra esa casa, pero no cedió, porque había sido fundada sobre la masa de roca.”—Mat. 7:24, 25, NM.
Ya sea que nuestros oídos permanezcan abiertos o no a la reprensión e instrucción que conducen a la vida, ello depende de nuestro corazón. “Aplica a la instrucción tu corazón, y tus oídos a las máximas de la ciencia.” (Pro. 23:12; 18:15) A menos que la condición buena y honrada de nuestro corazón mantenga nuestros poderes auditivos abiertos y profundamente sensitivos a la Palabra divina, nuestros oídos estarán pesados, embotados para oír. Entonces no habrá recepción pronta e interesada del mensaje divino, y en consecuencia nuestro corazón no dará ningún fruto.
EL OÍR SIGNIFICA SALVACIÓN PARA NOSOTROS Y OTROS
A los que Jehová envía su mensaje, les dice; “¡Escuchad, y vivirá vuestra alma!” (Isa. 55:3) Aquí de nuevo se quiere decir más que sólo oír el sonido del mensaje de Dios con nuestros oídos físicos. Quiere decir dar consideración al mensaje, aceptarlo, creerlo y obedientemente obrar de acuerdo con él. Si queremos que Dios nos oiga, ayude y libre en tiempos de necesidad y nos recompense con salvación consiguiente, debemos escucharle ahora. Los que no dan oídos a lo que Dios ahora tiene que decirles, encontrarán que él no les dará oído cuando lo llamen en adversidad. (Pro. 1:20-33) “El que aparta sus oídos para no escuchar la ley, su oración misma es cosa abominable.”—Pro. 28:9.
El corazón bueno y honrado que recibe el mensaje debe de producir fruto, y ese fruto puede lograrse sólo mediante la predicación. El mensaje de salvación que da con un oidor tiene que ir desde el oído al corazón y luego a los labios, así como el proverbio lo manifiesta: “¡Hijo mío, inclina tu oído y escucha las palabras de los sabios, y aplica tu corazón a mis enseñanzas! porque será cosa deliciosa cuando las guardares dentro de ti, cuando se establecieren juntamente sobre tus labios.” (Pro. 22:17, 18) Sí, la verdad debe hacer un circuito en nosotros, de oídos a corazón a labios.
Prediquen, prediquen, prediquen, nos dice la Palabra de Dios a nosotros los oyentes. Sí, para ganar la vida no sólo debemos obedientemente oír nosotros mismos sino que debemos dejar que otros oigan la verdad que conduce a la vida. En todo caso el oír obedientemente antecede a la salvación. “Porque ‘cualquiera que invoque el nombre de Jehová será salvo’. Sin embargo, ¿cómo invocarán a aquel en quien no han puesto su fe? ¿Cómo en cambio, pondrán su fe en aquel de quien no han oído? ¿Cómo, en cambio, oirán, sin alguien que predique?”—Rom. 10:13, 14, NM.
De modo que vemos claramente cuán importante es la obra de predicación. La predicación conduce a oír, y el oír a la salvación. Por esta razón ninguna otra actividad en la tierra es más importante para la humanidad que predicar, sin importar cómo consideren el asunto los sabios mundanos. “Le agradó a Dios por la insensatez de lo que es predicado salvar a los que creen.”—1 Cor. 1:21, NM.
La situación del mundo hoy día nos invita a predicar, y felices somos si aceptamos y obramos de acuerdo con la invitación. Cuando Pablo oyó el grito macedonio para ayuda respondió prestamente a la invitación como si ésta viniera del Señor, y el libro de los Hechos relata los muchos privilegios y bendiciones que gozó debido a responder de ese modo. Asimismo gozaremos de muchos privilegios si respondemos a las invitaciones que vienen de países, tierras, estados, condados, provincias y territorios donde hay necesidad de publicadores del Reino. Pero no sólo tenemos una invitación de éstos, sino que Dios mismo nos manda: “¡Saca al pueblo ciego que tiene ojos, y a los sordos, que tienen oídos! . . . escuchen a mis testigos, y digan: Es verdad.”—Isa. 43:8, 9.
Y a medida que respondamos a la invitación y obedezcamos el mandato de predicar asegurémonos de que damos el mensaje en el idioma que la gente entiende, no sólo en su lengua, sino también en su nivel de inteligencia. “Porque en verdad, si la trompeta da un toque confuso, ¿quién se preparará para la batalla? Del mismo modo también, a menos que ustedes por medio de la lengua hablen en lenguaje fácil de entender, ¿cómo se sabrá lo que se está diciendo? En efecto, estarán hablando al aire.” (1 Cor. 14:8, 9, NM) Si no queremos estar hablando al espacio vacío, debemos dar el testimonio a la gente en el idioma que entiendan y en términos que puedan comprender.
Cierto, a pesar de nuestra buena fe, de nuestros esfuerzos para hacer la verdad simple y fácil de entenderse, muchos no darán oído a nuestro mensaje. Pero ¿qué importa eso? Muchos también rehusaron escuchar a Cristo Jesús, el mayor Predicador de todos los tiempos; y el esclavo no es mejor que su Amo, ¿verdad? (Juan 6:60; 15:20) ¿Qué es lo que determinará lo que haremos, la indiferencia e insensibilidad general de la gente, o el mandato divino? La palabra de Jehová a Ezequiel contesta: “Les hablarás mis palabras, ora que oigan, ora que dejen de oír.”—Eze. 2:7.
Aunque muchos rehusarán oír y así manifestarán ser dignos de destrucción, la Palabra de Dios nos asegura que algunos oirán: “Y los sordos oirán en aquel día las palabras del libro.” “Entonces serán abiertos los ojos de los ciegos, y los oídos de los sordos serán destapados. . . . y cantará la lengua del mudo.” (Isa. 29:18; 35:5, 6) Los hechos físicos manifiestan que un número que siempre va en aumento está oyendo con entendimiento, está dejando que la verdad vaya de los oídos al corazón y venga a los labios. Como el sonido de muchas aguas y de fuertes truenos, la voz de esta grande muchedumbre está diciendo: “Alaben a Jah, porque Jehová nuestro Dios, el Todopoderoso, ha empezado a gobernar como rey.” (Apo. 19:5, 6, NM) ¿Tiene usted oídos que oyen? Entonces que lo que ha entrado en su corazón venga también a sus labios para que otros también oigan.