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  • La Atalaya. Anunciando el Reino de Jehová 1969
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La Atalaya. Anunciando el Reino de Jehová 1969
w69 15/8 págs. 483-486

Declarados justos

¡DECLARADOS justos! ¿Cómo? ¿Puede ser posible tal cosa, cuando todos los descendientes de Adán, sin excepción alguna, han sido injustos, imperfectos y con una tendencia hacia la maldad? Si somos honrados, cada uno de nosotros tiene que confesar francamente lo que confesó el salmista David: “Con error fui dado a luz con dolores de parto, y en pecado me concibió mi madre.”—Sal. 51:5.

Según la Biblia, “pecado” e “injusticia” son sinónimos. (1 Juan 5:17) Por eso la herencia de pecado de nuestros primeros padres humanos hasta este día nos ha marcado a todos como “injustos.” Y la evidencia innegable de esta pecaminosidad o injusticia inherente es el hecho de que los hombres continúan muriendo. (Rom. 5:12; 6:23) Además, no pueden librarse de esta mortífera incapacidad, pues otra vez escribe el salmista, bajo inspiración: “Ninguno de ellos puede de manera alguna redimir siquiera a un hermano, ni dar a Dios un rescate por él.”—Sal. 49:7.

¡No obstante, la Biblia manifiesta que los injustos pueden ser declarados justos! ¿Cómo es posible esto? ¿Sobre qué base puede declararse justas a criaturas imperfectas? ¿Puede hacer esto Jehová Dios, el gran Juez, y todavía permanecer justo él mismo?

MEDIANTE JESUCRISTO NUESTRO SEÑOR

Tomemos nota del arreglo de Dios, su “medio de salvar” a humanos pecaminosos de los efectos mortíferos del pecado heredado. (Luc. 2:30) Él envió a su Hijo, que nació de una mujer, es verdad, pero no manchado de la simiente reproductiva imperfecta de Adán, porque “espíritu santo” y “poder del Altísimo” hicieron que María quedara encinta con simiente perfecta. (Luc. 1:35) Por lo tanto el que nació de ella vino a ser “incontaminado, separado de los pecadores.” (Heb. 7:26) Cuando llegó a la edad viril llenó los requisitos para tener aquel ‘cuerpo preparado por Dios’ para sacrificio a favor de hombres injustos.—Heb. 10:5.

Al tiempo de su bautismo en el Jordán, Jesús era un hombre perfecto y justo. Se presentó voluntariamente para emprender un proceder de sacrificio que le señaló su Padre celestial. Al salir del agua espíritu santo de Dios vino sobre él, y por medio de señales maravillosas Dios lo reconoció como su Hijo... no en el sentido de que fuera el Hijo humano de Dios al tiempo de su nacimiento, sino ahora en el sentido de que había ‘nacido otra vez,’ ‘nacido del espíritu.’ (Juan 3:3-6) Desde allí en adelante Jesús estaba en camino para volver a la vida celestial de la cual había disfrutado antes de haber sido enviado a la Tierra.

Realmente perfecto en su organismo humano, Jesús conservó esa perfección puesto que no violó su integridad en medio de prueba brutal. “Aprendió la obediencia por las cosas que sufrió,” es decir, continuó obediente a Dios aunque estuvo expuesto a la persecución odiosa de Satanás y sus agentes. (Heb. 5:7-9) De modo que Dios hizo al Agente Principal de la salvación “perfecto por medio de sufrimientos.” (Heb. 2:10) No se descubrió ni un solo defecto. Jesús permaneció firmemente justo delante de Dios por su propio mérito... el único humano que jamás lo ha hecho.

Esos sufrimientos culminaron en la muerte ignominiosa, pero inmerecida, de Jesús en el madero de tormento. Después Dios lo levantó de la muerte, haciendo posible que Jesús volviera a vivir como criatura espíritu y regresara al cielo, para presentar allí el mérito de su sacrificio como ofrenda a favor de la humanidad pecaminosa. Este acto de Dios, el resucitar a Jesús a la vida en el espíritu, constituyó el ‘declarar justo a Jesús en el espíritu.’ (1 Tim. 3:16; 1 Ped. 3:18) En realidad fue una declaración del Padre celestial de que, a pesar de todas las apariencias contrarias a ello, este Hijo que había sufrido calumnia, vituperios y una muerte cruel, había efectuado plenamente la voluntad del Padre. Aquella muerte de sacrificio del Hijo suministró la base para que Dios declarara justos a los que ejercieran fe en Cristo. (Gál. 2:16) La muerte voluntaria de Jesús serviría para cancelar la condenación de la muerte que había venido sobre la familia humana por la desobediencia de Adán.

LA CONGREGACIÓN CRISTIANA

Sin embargo, Dios se propuso escoger una cantidad limitada de entre la humanidad y adoptarlos en su familia de hijos espirituales, formando “la congregación de los primogénitos que han sido matriculados en los cielos”... una congregación organizada bajo su Cabeza, Cristo Jesús. (Heb. 12:23) Ellos tienen la perspectiva de vivir en los cielos como criaturas espíritus. Pero primero tienen que probarse fieles hasta la muerte en un servicio que Dios les asigna mientras todavía viven en la carne. Ese servicio es de naturaleza sacerdotal... el ministerio de la reconciliación, mediante el cual se esfuerzan por ayudar a los hombres a reconciliarse con Dios.—2 Cor. 5:18, 19.

A fin de que estos ministros de la reconciliación llenen los requisitos para su servicio, y para que ‘nazcan del espíritu,’ llegando a ser hijos de Dios, es preciso que primero tengan una posición de justicia delante de Dios en la carne, como la tuvo Jesús cuando se presentó para el bautismo. ¿Cómo podrían alcanzar esto? Solo por medio de aplicar Dios el mérito del sacrificio de Jesús a favor de ellos inmediatamente, perdonándoles todos sus pecados, y, por medio de un acto judicial de su parte al imputarles perfección humana, declarándolos justos. Y, por supuesto, Dios emprende esta acción solo tocante a los que llama para ser miembros de “la congregación de los primogénitos” y que demuestran fe en el sacrificio de rescate de Cristo Jesús. Como lo explica el apóstol Pablo: “Es como don gratuito que por su bondad inmerecida [la de Dios] se les está declarando justos mediante la liberación por el rescate pagado por Cristo Jesús.”—Rom. 3:24.

Tenga presente que éstos son declarados justos en la carne a fin de que puedan ser adoptados en la familia de hijos espíritus de Dios en el cielo. El ser declarados justos no resulta en perfección carnal verdadera, pero Dios los considera como humanos perfectos; la justicia se les imputa. Así Dios los hace aceptables para sacrificio a él mismo. De modo que ahora Dios los hace sus hijos espirituales. Como tales hijos, tienen que servirle, hasta el grado de entregar la vida humana y todas las perspectivas futuras de vida como humanos. En un sentido muy verdadero siguen con sumo cuidado y atención los pasos de su Caudillo, Cristo Jesús.—1 Ped. 2:21.

Hemos visto que después de su leal proceder aun hasta la muerte en la carne Jesucristo fue “hecho vivo en el espíritu,” “declarado justo en espíritu,” recibiendo inmortalidad e incorrupción. (1 Ped. 3:18; 1 Tim. 3:16; 1 Cor. 15:42, 45) De la misma manera sus seguidores engendrados por espíritu que muestran lealtad hasta la muerte son ‘declarados justos en espíritu’ al ser resucitados como criaturas espíritus, y a ellos, también, se les hace partícipes de la naturaleza divina. (2 Ped. 1:4) Entonces su justicia ya no es una justicia imputada, una justicia derivada del mérito de algún otro, sino que es verdadera. (1 Juan 3:2) Reciben el galardón de la incorrupción, de la inmortalidad.

“JUSTICIA” EN TIEMPOS PRECRISTIANOS

Pero, ¿qué hay de los humanos que adoraban a Dios y se inclinaban a lo justo en tiempos precristianos? ¿Cómo los consideró Dios? Estaban manchados de pecado heredado. Adán había perdido la justicia para sí mismo y para su prole, y todavía estaba en el futuro el tiempo en que Cristo Jesús ‘arrojaría luz sobre la vida y la incorrupción por medio de las buenas nuevas.’ (2 Tim. 1:10) ¿Cómo, entonces, pudo tener tratos el Dios santo con aquellos adoradores precristianos? A causa de su fe.

Fue a causa de su fe en las promesas de Dios, fe que se manifestó por obras, que hombres y mujeres como Abrahán y Rahab fueron ‘contados justos’ por Dios. (Rom. 4:3; Sant. 2:25) No se entregaron a la iniquidad como la gente mundana que los rodeaba. ‘Anduvieron con el Dios verdadero,’ así como Noé y muchos otros. (Gén. 6:9) Sin embargo, no se les invitó a ser adoptados como hijos espíritus en perspectiva de Dios. Esperaban con anhelo el tiempo en que Dios mediante la resurrección los restauraría a la vida en la Tierra. Dios pudo tratar y trató directamente con ellos y los bendijo a causa de la fe que tenían en su palabra de promesa.

“JUSTICIA” DE LA “GRANDE MUCHEDUMBRE” MODERNA

En la actualidad hay “una grande muchedumbre, que ningún hombre [puede] contar,” de adoradores de Dios en la Tierra, además de los que quedan de los 144.000 que son llamados a los cielos. En visión el apóstol Juan los contempló y oyó que se les describió como los que “han lavado sus ropas largas y las han emblanquecido en la sangre del Cordero.” (Rev. 7:4, 9-17) Emprenden acción positiva para demostrar su fe en la sangre derramada de Cristo Jesús, el Cordero de Dios. Cristo Jesús habla proféticamente de ellos como “los justos,” porque Dios también los considera justos a causa de su fe.—Mat. 25:37.

Pero los de esa “grande muchedumbre” de Revelación, capítulo 7, no son declarados justos ahora con la mira de ser aceptados como hijos de Dios. Más bien, las ropas blancas en el caso de ellos representan una posición temporal delante de Dios... una posición que hará posible que pasen a salvo la ejecución de juicio del Armagedón sobre un mundo inicuo y los introducirá en el reinado de paz de mil años de Cristo. Bajo ese nuevo sistema de cosas serán entrenados en la justicia y elevados hacia la perfección en la carne. Bajo ese reinado pacífico, también, multitudes serán restauradas a vida en la Tierra desde sus sepulcros, entre ellas los adoradores leales precristianos de Jehová Dios. Pero, ¿serán declarados justos alguna vez algunos de ellos?

Sí, pero el que Jehová los acepte como sus hijos humanos, como parte de su familia universal, tendrá que aguardar el final del reinado de mil años de Cristo. Para ese tiempo Cristo Jesús por medio de su gobierno celestial habrá elevado a la humanidad obediente a la perfección carnal, a la condición de perfección humana de la que disfrutó Adán cuando Dios le aplicó la prueba de obediencia. Es entonces cuando Cristo “entrega el reino a su Dios y Padre” y cuando el Padre determina quiénes son dignos de vivir para siempre en felicidad sobre la Tierra. (1 Cor. 15:24-26) Esa determinación, como en el caso de Adán, también se tomará sobre la base de una prueba... una prueba que se menciona en las palabras escritas en Revelación 20:7-10.

Los que entonces se adhieran firmemente a la adoración limpia de Jehová serán ‘declarados justos.’ Realmente recibirán “la gloriosa libertad de los hijos de Dios,” hijos terrestres. Serán declarados justos, no en el espíritu, sino en la carne. Entonces tendrán, no una justicia imputada, sino perfección humana verdadera y la perspectiva de vivir eternamente en la Tierra bajo la protección paternal de Dios.—Rom. 8:18-21; Rev. 21:3, 4.

JEHOVÁ JUSTO EN TODOS SUS ACTOS

Jehová nunca viola sus propios principios de justicia. No pasa por alto ni excusa el pecado. Es demasiado puro y santo para mirar con complacencia cualquier cosa injusta. (Hab. 1:13) Todos los que llegan a ser sus hijos en el cielo o en la Tierra tienen que ser santos como él es santo. (1 Ped. 1:15, 16) Y amorosamente ha provisto la manera mediante la cual puedan satisfacerse sus condiciones de justicia mientras que al mismo tiempo los humanos pueden ser rescatados de la condenación de la muerte en la que el desobediente Adán los arrojó.

La base vital sobre la cual se apoya Su provisión es el sacrificio de rescate de su propio Hijo amado, Cristo Jesús. Ese rescate, habiéndose pagado una sola vez, trajo liberación de la condenación de la muerte a la prole de Adán. Por supuesto, los librados primero tienen que ejercer fe en el rescate que Dios ha suministrado. Mientras todavía están en la carne, aquellos de los seguidores de Cristo que son llamados para finalmente estar con él en los cielos reciben el beneficio de una liberación temprana de la condenación del pecado para que puedan recibir un “nuevo nacimiento” y así entrar en unión con Cristo Jesús como sus hermanos espirituales.

Todos los demás de la humanidad que obtengan vida eterna en la Tierra bajo el régimen del reino de Cristo tienen que esperar el resultado de la prueba que Dios aplicará al fin del reinado de mil años de Cristo. Los que permanezcan leales y obedientes a Dios a través de esa prueba serán declarados justos en la carne. Entonces serán hijos e hijas terrestres del Dios Altísimo.

Así hemos visto que Jehová es el único que puede ‘declarar justo.’ Y al hacerlo demuestra ser justo en todos sus actos. Como explica el asunto el apóstol Pablo: “Todos han pecado y no alcanzan a la gloria de Dios, y es como don gratuito que por su bondad inmerecida se les está declarando justos mediante la liberación por el rescate pagado por Cristo Jesús. Dios lo presentó como ofrenda para propiciación por medio de fe en su sangre. Esto fue con el fin de exhibir su propia justicia, porque estaba perdonando los pecados que ocurrieron en el pasado mientras Dios estaba ejerciendo longanimidad; para exhibir su propia justicia en esta época presente, para que sea justo aun al declarar justo al hombre que tiene fe en Jesús.”—Rom. 3:23-26.

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