Los catálogos primitivos y el canon de las Escrituras Griegas Cristianas
SE HA dicho que en el famoso concilio eclesiástico de Nicea celebrado en 325 d. de J.C. se colocaron unos cuarenta “evangelios” en el piso delante del auditorio congregado y, después de haberse hecho oración, nuestros cuatro Evangelios se levantaron milagrosamente y se posaron en la mesa y, a causa de esto, desde entonces se les ha aceptado como los verdaderos. A la luz de la evidencia histórica tal cuento puede ser echado a un lado inmediatamente como tontería, pero sí impulsa a hacer la pregunta: ¿Cómo se juntaron como colección los veintisiete libros que ahora se encuentran en nuestras Escrituras Griegas Cristianas? ¿Por qué deben aceptarse solo estos libros como genuinos y canónicos, y deben rechazarse otros? Al considerar esta porción de la Biblia debe recordarse que, aunque no se trata de las Escrituras Hebreas aquí, el canon no es un canon dividido, que forme un “Antiguo Testamento” y un “Nuevo Testamento.”
La palabra “canon” misma muestra por qué es importante tener los libros correctos en nuestra Biblia. Originalmente esta palabra se refería a una caña como vara de medir si no había un pedazo de madera a la mano, y luego a una herramienta, un nivel de carpintero o una regla de un escriba. El apóstol Pablo aludió a una “regla (griego: kanon) de conducta” así como a una regla literal o ámbito. (Gál. 6:16; 2 Cor. 10:13) De modo que los libros canónicos son aquellos que son verdaderos e inspirados y dignos de ser usados como una regla para determinar la fe y doctrina correctas. Si usamos libros que no están “rectos” como línea de nivel, nuestro “edificio” no será verdadero y fallará ante la prueba del Topógrafo Magistral.
La Iglesia Católica Romana alega ser responsable de la decisión en cuanto a cuáles libros deben incluirse en el canon, y se hace referencia a los concilios de Hippo (393 d. de J.C.) y Cartago (397 d. de J.C.), donde se formularon catálogos de libros. Sin embargo, lo contrario es verdad, pues el canon ya estaba determinado para ese entonces, no por el decreto de algún concilio, sino por el uso de las congregaciones cristianas a través del mundo antiguo. Dice una autoridad: “Se sobreentiende que la Iglesia, entendida como el entero cuerpo de creyentes, creó el Canon . . . no fue lo contrario; no fue impuesto desde la parte superior, sea por obispos o sínodos.”1 Nuestro examen de la evidencia describirá cómo se efectuó esto.
LA EVIDENCIA DE LOS CATÁLOGOS PRIMITIVOS
Un vistazo al cuadro concomitante revela que varios catálogos del cuarto siglo convienen exactamente con nuestro canon presente, o solo omiten Revelación o Apocalipsis. Antes del fin del segundo siglo hay aceptación universal de los cuatro Evangelios, Hechos y doce de las cartas del apóstol Pablo. Solo se dudaba de unos cuantos de los escritos más pequeños en algunas secciones.
El catálogo primitivo más interesante es el fragmento descubierto por L. A. Muratori en la Biblioteca Ambrosiana de Milán, Italia, y publicado por él en 1740. Aunque falta el principio, su referencia a Lucas como el tercer Evangelio indica que primero mencionaba a Mateo y Marcos. Otro hallazgo de biblioteca es la lista de Cheltenham, notada primero por T. Mommsen en 1885 en Cheltenham, Inglaterra. Ambas listas sufren de alguna ambigüedad, especialmente en cuanto a las letras más pequeñas, y los doctos no están de acuerdo en cuanto a cuáles libros se dan a entender.
La mayor parte de los catálogos del cuadro son listas específicas que muestran cuáles libros eran aceptados como canónicos. Los de Ireneo, Clemente de Alejandría, Tertuliano y Orígenes están complementados con las citas que hicieron, que revelan cómo consideraban los escritos mencionados. Estos además son suplementados con los registros del historiador primitivo Eusebio. Pero, ¿por qué no hallamos listas exactas más tempranas que el fragmento de Muratori?
No fue sino hasta que llegaron hombres como Marción a mediados del segundo siglo que surgió la necesidad de catalogar los libros que los cristianos deberían aceptar. Marción construyó su propio canon para adaptar sus doctrinas, tomando solo algunas de las cartas del apóstol Pablo y una forma expurgada del Evangelio de Lucas. Esto, junto con la masa de literatura apócrifa que ahora se esparcía a través del mundo, hizo imperativo el pronunciar una distinción bien definida entre lo que podría recibirse como Escritura y lo que no. Por eso, tenemos que marchar hacia atrás desde las listas de fines del segundo siglo para llenar la brecha restante de unos cien años.
COLECCIÓN DE EVANGELIOS Y CARTAS
No debe pensarse que a los cristianos primitivos les faltó vigor para recopilar los escritos inspirados, o que eran demasiado pobres para permitirse el lujo de conseguir copias. Puesto que escritos falsos con valor de casi £3,000 (8,400 dólares) fueron quemados en una ocasión por los que abrazaron el cristianismo, es cierto que serían reemplazados por copias de las Escrituras tan pronto se proveyera la oportunidad. (Hech. 19:19) Se ha calculado que para fines del segundo siglo quizás circulaban 60,000 copias de la mayor parte de las Escrituras Griegas Cristianas, aun si solo uno de cada cincuenta de los que profesaban el cristianismo poseía una copia.
Los escritores primitivos muestran que estaban familiarizados con una colección de Evangelios. Justino Mártir, alrededor de 150 d. de J.C., habla de “las memorias, compuestas por ellos (los apóstoles), que se llaman Evangelios.” (1 Apología 66) En otra ocasión, alude a “las memorias que yo digo fueron redactadas por Sus apóstoles y los que los siguieron” (Diálogo con Trifo 103), la última declaración aludía a Marcos y Lucas. Ignacio, que murió en 115 d. de J.C., también alude al “evangelio” en singular, aunque tiene conocimiento de más de uno.—Carta de Ignacio a los de Esmirna, 5.1; 7.2.
Ireneo arguye, alrededor de 190 d. de J.C., que solo había cuatro Evangelios. Su término ‘evangelio cuádruplo’ muestra que él conocía los Evangelios como una colección, y él recomendó estos escritos como la regla o canon de la verdad. (Contra Herejías III. 11.8) Clemente de Alejandría, indicando tanto la autoridad como la forma recopilada de los Evangelios, declara: “No hallamos este dicho en los cuatro evangelios que nos han sido transmitidos, sino en aquél según los egipcios.”—Misceláneas III. 13.
Una obra singular del segundo siglo fue la “Diatessaron” de Taciano, que significa “de los cuatro.” Esta fue una armonía temprana, entretejiendo en una narración las diversas secciones de los cuatro Evangelios canónicos. Esto otra vez indica la aceptación de los cuatro como una colección y da testimonio de su autoridad indisputable como el registro auténtico de la vida y palabras de Jesús. Debido a que Hechos estaba asociado con Lucas tal vez haya sido circulado a menudo con los cuatro Evangelios, como en el manuscrito Chester Beatty P45 de principios del tercer siglo.
Así como los cristianos primitivos estarían ansiosos por recopilar los cuatro Evangelios, así desearían tener todas las cartas del apóstol Pablo. Al recibirse, una carta se leía a todos los de la congregación y entonces la original o una copia a menudo se enviaba a otra congregación en intercambio por la epístola de ella. (1 Tes. 5:27; Col. 4:16) Si estaba dirigida a varias congregaciones, quizás la copiaban muchas veces. (Gál. 1:2) Aunque Pablo dirigió dos cartas específicamente a Corinto, él esperaba que tuvieran una circulación más amplia. (1 Cor. 1:2; 2 Cor. 1:1) Gradualmente se formaban diversas colecciones.
Cuán pronto se formó una colección completa no lo sabemos, pero los doctos generalmente convienen en que por lo menos diez epístolas de Pablo eran conocidas extensamente como una colección establecida para 90-100 d. de J.C.2 Escritores primitivos muestran estar familiarizados con tal colección, puesto que ellos entretejían citas y extractos en sus obras. Entre éstos se puede nombrar a Policarpo, Ignacio y Clemente de Roma.3 Clemente de Alejandría usa el término colectivo “Apóstolos” e Ireneo usa “Apóstoles,” citando a Pablo como autorizado más de doscientas veces y usando todas las epístolas salvo posiblemente Hebreos y Filemón.3 El manuscrito Chester Beatty P46 del tercer siglo, originalmente contenía en un solo códice diez epístolas, incluyendo Hebreos (algunos dicen que once, añadiendo Filemón), de modo que la evidencia unida del entero período de antes de los catálogos formales da testimonio tanto de la canonicidad como de la forma recopilada de las cartas de Pablo.
La autoridad de todos estos libros la confirman además tales locuciones como la bien conocida “está escrito,” que se halla unas cuarenta veces tan solo en los Evangelios. No solo usan los escritores del Evangelio esta expresión cuando aluden a las Escrituras Hebreas inspiradas, sino que la locución se usa alrededor de 125 d. de J.C. cuando se citan las epístolas de Pablo.4 Bernabé (no el mismo que fue compañero de Pablo) y Justino la usan al citar de Mateo. (La Epístola de Bernabé, capítulo 4; Diálogo con Trifo 49) Un escrito atribuido a Clemente de Roma también alude a los Evangelios y las epístolas como “Escritura.” (La Segunda Epístola de Clemente, capítulo 2) Aun más importante es el testimonio de Pedro: “Pablo . . . les escribió, hablando de estas cosas como también lo hace en todas sus cartas. En ellas, sin embargo, hay algunas cosas difíciles de entender, las cuales los indoctos e inconstantes tuercen, como también hacen con las demás Escrituras, para su propia destrucción.” (2 Ped. 3:15, 16) Pedro alude aquí a ‘todas las cartas de Pablo’—una colección primitiva.
No solo fueron el “Evangelio” y el “Apóstol” colocados en el mismo nivel que la Escritura recopilada por Clemente de Alejandría, sino que fueron igualados con las Escrituras Hebreas. (Misceláneas, libro 4) Justino nos dice que en las reuniones de los cristianos primitivos “las memorias de los apóstoles o la escritura de los profetas se leen, mientras lo permita el tiempo.” (1 Apología 67) Ignacio, Teófilo y Tertuliano también hablaron de los Profetas, la Ley y el Evangelio como igualmente autorizados.—Carta de Ignacio a los de Esmirna, 5.1; Teófilo a Autólico, libro 3, cap. 12; Sobre prescripciones contra herejes, cap. 36.
EL CANON COMPLETADO
Habiendo establecido el puesto canónico de la parte mayor de las Escrituras Griegas Cristianas, podemos considerar los libros marcados en el cuadro como disputados por algunos.
Porque Hebreos no llevaba el nombre de Pablo y parecía estar escrito en un estilo diferente, algunos lo rechazaban, especialmente en Occidente, aunque Clemente de Roma lo usó como una obra de autoridad. (V. g., 1 Clemente 36; Heb. 1:3, 4) Sin embargo, era completamente aceptado en Oriente, y en Alejandría tanto Clemente como Orígenes reconocieron a Pablo como el autor. (Ecclesiastical History of Eusebius,a págs. 233, 234, 246) También con tiene muchas construcciones y semejanzas de lenguaje de Pablo, especialmente a los romanos y corintios. Pero como declaró Westcott: “Se nos ha capacitado a reconocer que la autoridad apostólica de la Epístola es independiente de que Pablo lo haya escrito . . . ningún libro de la Biblia es reconocido más completamente por el consentimiento universal como dando un punto de vista divino de los hechos del Evangelio.”5 La evidencia interna produce las razones más fuertes para su aceptación canónica.
El libro de Revelación es certificado por una unanimidad de comentadores primitivos que incluye a Papias, Justino, Melito e Ireneo.6 (Fragmentos de Papias 8) Fue rechazado por algunos en Oriente debido a que sus enseñanzas no eran aceptables para algunas escuelas de pensamiento. Pero esto no perturbó su acogida general. Aun en esta fecha temprana también se mostró atención cuidadosa para tener un texto correcto, como Ireneo nos informa al aludir a Revelación 13:18 cuando declara: “El número se encuentra así en todas las copias genuinas y antiguas.”—Ecclesiastical History of Eusebius, pág. 188.
Con esto solo faltan Santiago y Judas y las epístolas de Pedro y Juan. Jamás hubo alguna dificultad con Primera de Pedro y Primera de Juan, Papias y Policarpo estando entre los testimonios primitivos para su autoridad. (Fragmentos de Papias 6; La Epístola de Policarpo a los Filipenses 2, 7) Cuando se recuerda cuán pequeño es cada uno de los restantes cinco escritos, no nos sorprendemos al hallar un corto número de referencias a ellos, componiendo como lo hacen solo una trigésima sexta parte de las Escrituras Griegas Cristianas. Alude a todos ellos un cristiano u otro del segundo siglo, pero solo es cosa de esperarse que las obras más cortas no serían citadas tan a menudo y, como podrían haber tenido una circulación más lenta, serían conocidas en algunas regiones y en otras no. Segunda de Pedro ha sido puesta en tela de juicio por los críticos, pero Ireneo la usa, (Ireneo contra las herejías 5.23.2 y 5.28.3) y la evidencia interna muestra que es una obra temprana y no del segundo siglo.
PRESENCIA DE OBRAS APÓCRIFAS
Pero, ¿por qué el manuscrito Códice Sinaítico incluye después del libro de Revelación la epístola de Bernabé y el Pastor de Hermas, y el Códice Alejandrino agrega las dos epístolas de Clemente? Recientemente se han descubierto muchos escritos semejantes que alegan posición de apostólicos, y entre éstos el llamado Evangelio de Tomás ha evocado mucha discusión. ¿Deberían incluirse algunas de estas obras en nuestra Biblia hoy día?
El historiador Eusebio, al resumir la posición, manifiesta tres categorías de escritos. Primero, enumera los reconocidos y luego los disputados, considerando canónicas ambas clases. El tercer grupo, en el cual nombra al Pastor de Hermas, Bernabé y otros, lo llama espurio, aunque era leído en varias congregaciones a veces. (Ecclesiastical History of Eusebius, pág. 110) El fragmento de Muratori declara que el Pastor podía ser leído pero que nunca jamás sería reconocido como canónico.4
Cuando se averiguó que el Evangelio apócrifo de Pedro estaba siendo leído públicamente a fines del segundo siglo, se ordenó que fuera rechazado como falso. (Ecclesiastical History of Eusebius, pág. 231) Tertuliano nos dice que el autor de los “Hechos de Pablo” fue castigado por pretender ser un escritor del primer siglo. (De Baptismo 17) En una carta escrita por Teodoro de Egipto en el cuarto siglo a los escritos apócrifos se les menciona como “las aguas mentirosas de las cuales bebieron tantos,”7 y la lista de Muratori habla de ellos como hiel que no debe mezclarse con miel.4 De modo que la comunidad cristiana tuvo cuidado de proteger la integridad de sus escritos.
A menudo era asunto de conveniencia enlazar en un códice una obra apócrifa, porque podía ser leída por algunos, aunque tuviesen presente la distinción mostrada por el hecho de que en los dos códices (el Sinaítico y el Alejandrino) los escritos apócrifos estaban después de Revelación, el último de los libros canónicos. O pudiéramos poseer hoy un manuscrito que perteneciera a una congregación apóstata que diera demasiada atención a tales obras, como en el caso que Serapión de Antioquía descubrió a fines del segundo siglo.
La evidencia interna confirma la división clara hecha entre las obras inspiradas y las espurias. Los escritos apócrifos son muy inferiores y a menudo fantásticos y pueriles. Frecuentemente son inexactos. Note las siguientes declaraciones hechas por doctos sobre estos libros no canónicos:
“No se trata de que alguien los haya excluido del Nuevo Testamento: ellos lo han hecho de por sí.”—M. R. James, The Apocryphal New Testament, pág. xii.
“Solo tenemos que comparar nuestros libros del Nuevo Testamento en conjunto con otra literatura semejante para darnos cuenta de cuán extensa es la brecha que los separa de ella. A menudo se dice que los evangelios no canónicos en realidad son la mejor evidencia para los canónicos.”—G. Milligan, The New Testament Documents, pág. 228.
“Mucho del Evangelio de Tomás es tradición plenamente posterior e indigna de confianza . . . que no sirve para determinar lo que Jesús dijo e hizo.”—F. V. Filson, The Biblical Archaeologist, 1961, pág. 18.
“No se conoce material del Evangelio extracanónico que no esté (cuando puede ser probado de alguna manera) sujeto de algún modo a sospecha en cuanto a su autenticidad u ortodoxia.”—C. F. D. Moule, The Birth of the New Testament, pág. 192.
“No puede decirse en cuanto a un solo escrito conservado para nosotros desde el período primitivo de la Iglesia fuera del Nuevo Testamento que pudiera añadirse apropiadamente hoy al Canon.”—K. Aland, The Problem of the New Testament Canon, pág. 24.
INSPIRADOS POR DIOS
La verdadera prueba de canonicidad es la evidencia de su inspiración. (2 Tim. 3:16) Los veintisiete libros de las Escrituras Griegas Cristianas hallaron su lugar, no por el simple capricho de los hombres, sino por el espíritu de Dios. Nada falta y nada extra se ha agregado. Juan ya podía ver el principio de una inmensa literatura adicional en su vejez, pero, ¿se necesitaba? (Juan 21:25) Aun si pudiera hallarse un dicho genuino de Jesús en una de estas obras, eso no la haría un escrito inspirado. La Palabra de Dios en sus sesenta y seis libros es nuestra guía y su armonía y equilibrio completos dan testimonio de su calidad de completa. ¡Toda la alabanza a Jehová Dios, el Creador de este Libro incomparable! Puede equiparnos completamente y colocarnos en el camino a la vida. Usémoslo sabiamente mientras tenemos tiempo todavía.
REFERENCIAS
1 The Problem of the New Testament canon, por Kurt Aland, 1962, página 18.
2 The Text of the Epistles, por G. Zuntz, 1946, páginas 14, 279.
3 Early Christian Doctrines, por J. N. D. Kelly, 1958, página 58.
4 The New Testament Documents, G. Milligan, 1913, páginas 214, 290, 291.
5 The Epistle to the Hebrews, texto griego y notas, por B. F. Westcott, 1889, página lxxi.
6 Historic Evidence of the Authorship and Transmission of the Books of the New Testament, por S. P. Tregelles, 1852, páginas 61-63.
7 The New Archaeological Discoveries, segunda edición, por C. M. Cobern, 1917, página 334.
[Nota]
a Traducida por C. F. Crusé, décima edición, 1856.
[Tabla de la página 28]
(Para ver el texto en su formato original, consulte la publicación)
Cuadro de catálogos primitivos sobresalientes
Nombre Fecha aproximada
y lugar d. de J.C.
Fragmento de Muratori, Italia 170
Ireneo, Asia Menor 180
Clemente de Alejandría 190
Tertuliano, África del N. 200
Orígenes, Alejandría 230
Eusebio, Palestina 310
Cirilo de Jerusalén 348
Lista de Cheltenham, África del N. 360
Atanasio, Alejandría 367
Epifanio, Palestina 368
Gregorio Nacianceno, Asia Menor 370
Anfiloquio, Asia Menor 370
Filastro, Italia 383
Jerónimo, Italia 394
Agustín, África del N. 397
Tercer concilio de Cartago, África del N. 397
Mateo
Marcos
Lucas
Juan
Hechos
Romanos
1 Corintios
2 Corintios
Gálatas
Efesios
Filipenses
Colosenses
1 Tes.
2 Tes.
1 Timoteo
2 Timoteo
Tito
Filemón
Hebreos
Santiago
1 Pedro
2 Pedro
1 Juan
2 Juan
3 Juan
Revelación
A - Aceptado sin duda como bíblico y canónico.
D - Dudado en algunos lugares.
DA - Dudado en algunos lugares pero catalogador aceptado como bíblico y canónico.
? - Doctos inciertos de la lectura del texto.