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  • ¿Es el cielo su destino?

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  • ¿Es el cielo su destino?
  • La Atalaya. Anunciando el Reino de Jehová 1961
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La Atalaya. Anunciando el Reino de Jehová 1961
w61 1/7 págs. 387-388

¿Es el cielo su destino?

COMO la mayoría de las personas de la cristiandad, ¿espera usted ir al cielo cuando muera? ¿Sí? Pero, ¿ha pensado usted seriamente en cuanto a por qué tiene esa esperanza? ¿Realmente desea usted ir allá, o preferiría permanecer sobre esta hermosa Tierra, especialmente si ésta llegara a ser un paraíso? ¿Pasa quizás con usted como pasa con aquellos de quienes dice una canción popular: “Todo el mundo quiere irse al cielo, pero nadie quiere morir”?

No que haya nada malo en el querer ir al cielo. El cielo será el destino de ciertas personas, porque Jesús dijo claramente a sus apóstoles: “En la casa de mi Padre hay muchas moradas. De otra manera, se lo hubiera dicho, porque me voy para preparar un lugar para ustedes. También, si me voy y preparo un lugar para ustedes, vengo otra vez y los recibiré en casa a mí mismo, para que donde yo esté también estén ustedes.” Debido a esta promesa Pedro pudo escribir a ciertos cristianos: “Nos dio un nuevo nacimiento a una esperanza viva . . . a una herencia incorruptible, incontaminada e inmarcesible . . . reservada en los cielos.”—Juan 14:2, 3; 1 Ped. 1:3, 4.

Aunque ‘todo el mundo quiera ir al cielo,’ la Biblia manifiesta que muy pocos lo lograrán. Por eso Jesús se refirió a éstos como solo una “manada pequeña,” mientras que el apóstol Juan nos da el número exacto, “ciento cuarenta y cuatro mil.” En comparación con los miles de millones de habitantes de la Tierra, ciertamente son pocos 144,000, una manada pequeña.—Luc. 12:32; Apo. 7:4; 14:1.

Un factor que limita el número de los que van al cielo es que Jesucristo por primera vez abrió el “camino nuevo y vivo” al cielo por medio de su muerte de sacrificio y resurrección. Es debido a eso que ni siquiera Juan el Bautista estará en el cielo, aunque Jesús mismo dijo que como profeta de Dios Juan no tuvo igual. “Ningún hombre ha subido al cielo” antes que Jesús.—Heb. 10:20; Mat. 11:11; Juan 3:13.

¿Significa esto que, aparte de los poquísimos que van al cielo, todo el resto del género humano está perdido? ¡De ninguna manera! Todos los demás que están dispuestos a lo justo tendrán la oportunidad de conseguir la vida eterna, ahora o más tarde por medio de una resurrección, aquí mismo sobre la Tierra. Estos serán súbditos y beneficiarios de los 144,000 que van al cielo para gobernar con Cristo mil años. Sí, mientras que hay una sola salvación, hay dos destinos distintos, el uno celestial y el otro terrenal.—Apo. 20:6.

Debido al aplicar erróneamente de manera literal lo que la Biblia dice acerca de un fin ardiente de este mundo, muchos han pasado completamente por alto lo que la Palabra de Dios dice acerca del destino de esta Tierra. Más bien que para ser destruida, Dios “ha fundado la Tierra sobre sus lugares establecidos; no se le hará bambolear hasta tiempo indefinido, ni para siempre.” Dios no creó la Tierra “sencillamente para nada” sino que “la formó aun para ser habitada.”—Sal. 104:5; Isa. 45:18.

No solamente continuará para siempre esta Tierra, sino que Dios ha prometido cosas gloriosas para ella. Por eso Jesús nos enseñó a orar: “Venga tu reino. Cúmplase tu voluntad, como en el cielo, también sobre la Tierra.” (Mat. 6:9, 10) Entonces “no harán ningún daño ni causarán ninguna ruina . . . porque la tierra ciertamente estará llena del conocimiento de Jehová como las aguas están cubriendo el mismísimo mar.” Paulatinamente Dios “limpiará toda lágrima de sus ojos, y la muerte no será más, ni tampoco habrá más duelo ni lloro ni dolor.” Note usted que esta promesa aplica, no al cielo, sino a la Tierra, donde el género humano ha estado sufriendo durante los últimos seis mil años.—Isa. 11:9; Apo. 21:4.

Sencillamente tiene que ser así, porque ése fue el propósito original de Dios respecto a la Tierra y al hombre. ¿No dijo Dios a nuestros primeros padres que se hicieran fructíferos, llenaran la Tierra, la sojuzgaran, es decir, hicieran que toda ella fuera como el jardín de Edén, y ejercieran dominio sobre los animales inferiores? El solo hecho de que Adán desobedeció y por lo tanto dejó de llevar a cabo este mandato correctamente no significa que los propósitos de Dios respecto a la Tierra hayan fracasado. “Mi palabra que sale de mi boca . . . no volverá a mí sin resultados, sino que ciertamente hará aquello en que me he deleitado y tendrá éxito seguro en aquello para lo cual la he enviado.” Si ciertas criaturas fracasan, eso solamente significa que Dios usará a otras para efectuar sus propósitos.—Gén. 1:28; Isa. 55:11.

La mayoría de la gente espera ir al cielo porque nunca ha oído acerca de este destino terrenal y porque se le ha enseñado erróneamente que cada uno tiene un alma inmortal que al tiempo de la muerte va o al cielo o a un infierno ardiente. Sin embargo, la Biblia muestra claramente que el hombre es un alma y que cuando muere permanece muerto hasta la resurrección.—Gén. 2:7; Ecl. 9:5; Juan 5:28, 29.

Los que llenan los requisitos para el destino celestial lo hacen solo debido a ciertos pasos que ellos dan y que Dios da a favor de ellos. Tienen que adquirir conocimiento, ejercer fe, dedicarse y ser bautizados y después de eso permanecer fieles a su dedicación aun hasta la muerte, haciendo “lo sumo posible a fin de hacer firmes ... su llamada y selección.” Por su parte Dios los escoge individualmente, los declara justos, los engendra como sus hijos espirituales y los unge con su espíritu como miembros del cuerpo de Cristo.—2 Ped. 1:10.

Aquellos con quienes Dios trata de esa manera tienen una convicción firme basada en su estudio de la Palabra de Dios, por la manera en que Dios ha tratado con ellos y por su propio proceder. Igual que el apóstol Pablo, pueden decir: “El espíritu mismo da testimonio con nuestro espíritu de que somos hijos de Dios,” y ellos serán “glorificados juntos” si continúan fieles.—Rom. 8:16, 17.

Pero a menos que hayamos dado estos pasos y tengamos evidencia de que Dios trata así con nosotros y, en particular, tengamos esperanza fuerte y anhelo sincero de recibir la recompensa celestial, nos hallamos indudablemente entre aquellos cuyo destino, si resultan ser dignos, es una gloriosa Tierra paradisíaca. No hay nada malo en el no querer ir al cielo, pero sería insensatez desear ir sin tener base alguna para semejante esperanza. Todas las bendiciones de Dios son inmerecidas, y el amor y la sabiduría indican que aceptemos con gratitud el destino que sea el nuestro.

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