No guarde rencor
PARECÍA que todos estaban divirtiéndose en una fiesta cuando llegó el amo de la casa. Todos lo recibieron con entusiasmo... todos con excepción de uno. ¿Por qué? Porque meses antes en una fiesta de despedida el amo de la casa había pasado por alto la mano extendida de este hombre. Ciertamente estaba abrigando rencor, ¡y cuán infeliz se sentía cada vez que veía al objeto de su rencor!
¿Abriga usted resentimiento a veces, y por eso se siente infeliz cuando a su alrededor otros parecen estar divirtiéndose?
¡Qué imprudencia! De hecho, hay muchísimas razones por las cuales deberíamos prestar atención al consejo de la Biblia de no guardar rencores: “No debes tomar venganza ni tener inquina contra los hijos de tu pueblo; y tienes que amar a tu prójimo como a ti mismo. Yo soy Jehová.”—Lev. 19:18.
Entre otras cosas, uno no puede abrigar rencor contra una persona sin tenerle aversión, y la aversión bien puede convertirse en odio. ¿Qué dice la Biblia acerca de eso? “Todo el que odia a su hermano es homicida.” (1 Juan 3:15) De hecho, puede convertirse en asesinato verdadero, como en el caso de dos sobrevivientes de un accidente de autobuses en Belém, Brasil. Pelearon con cuchillos, con el resultado de que uno fue muerto y el otro fue arrestado bajo la acusación de asesinato.—El Times de Nueva York del 21 de julio de 1972.
La Biblia suministra muchos ejemplos de lo que puede causar el rencor. Mencionando solo uno, considere a Esaú. Abrigó un rencor asesino contra su hermano Jacob porque Jacob obtuvo la bendición del primogénito, la cual se la había vendido Esaú. Debido a esto, Jacob huyó a donde estaba su tío Labán hasta que, como lo expresó su madre Rebeca, “se calme la furia de tu hermano.” Y, sin duda, si Jacob no hubiera hecho eso, Esaú, en su disgusto por no haber recibido la bendición del primogénito de parte de su padre Isaac, lo habría matado. Como sucedió, cuando se encontraron nuevamente después de veinte años, Esaú tuvo un cambio de corazón, porque leemos que ‘Esaú fue corriendo a su encuentro y cayó sobre su cuello y lo besó, y prorrumpieron en lágrimas.’—Gén. 27:41-45; 33:4.
Quizás nos parezca que alguien nos ha tratado mal. Quizás lo hayan hecho, o quizás estemos equivocados. Sin embargo si no ‘tomamos venganza’ contra éste que aparentemente nos trató mal, con el tiempo puede sanar la herida y podremos olvidar lo pasado.
Pero, ¡cuánto mejor ser como José, el hijo favorito de Jacob! Algunos de sus hermanos guardaban rencor contra él porque era el favorito de su padre (y debido a los sueños que tuvo que indicaban que ellos se inclinarían ante él), y estuvieron dispuestos a matarlo. Pero debido a la intervención de Judá fue vendido como esclavo en cambio, y con el tiempo fue a dar a la prisión debido a una acusación falsa contra él. Pero, ¿abrigó rencor contra sus hermanos debido a todo este mal que le sobrevino? De ninguna manera. Cuando se invirtieron los papeles y ellos estuvieron a merced de él, en vez de vengarse, José los perdonó sin reservas.—Gén. 45:1-8; 50:15-21.
¿A quién quiere usted parecerse? ¿A los que abrigaron rencor al grado de querer matar, o a José, que fue perdonador y misericordioso?
Hay varias razones por las cuales uno puede abrigar rencor. Quizás uno se sienta ofendido debido a que otro haya hecho un comentario innecesario y poco halagüeño. O quizás uno haya sido menospreciado o pasado por alto cuando quería mostrar amigabilidad. O quizás uno se sienta lastimado porque le parece que ha sido censurado injustamente o con demasiada severidad.
Pongamos por caso que usted haya oído que otro hizo un comentario poco halagüeño acerca de usted. ¿Pudiera ser que haya cierto grado de verdad en el comentario y es por eso que le lastimó tanto? Si fue enteramente inmerecido, ¿por qué no ejercer benevolencia y perdonarlo, asumiendo que la otra persona no tuvo mala intención? Después de haberlo dicho quizás se haya dado cuenta de que habría sido mejor no haberlo dicho, pero todavía se retrae de decirle eso a usted. Recuerde el consejo de Jesús de que, a menos que perdonemos a otros sus ofensas contra nosotros, Dios no nos perdonará nuestras ofensas contra él.—Mat. 6:12-15; 18:23-35.
¿O es que alguien lo ha menospreciado, pasado por alto o desairado? En una ocasión una cristiana de edad avanzada abordó a un anciano en una congregación cristiana y le preguntó por qué la había menospreciado, que si tenía algo contra ella, y que si lo tenía, qué era. Él quedó pasmado, pues esta cristiana era una de sus mejores amigas y la tenía en alta estima. Ignoraba por completo el que alguna vez la hubiera menospreciado, de hecho, siempre había tenido gusto en verla. Pero este incidente, a su vez, lo hizo reflexionar. Por largo tiempo había abrigado rencor contra otro cuando él mismo fue menospreciado... aparentemente. Ahora se dio cuenta de que podía haber estado tan equivocado como ella estaba.
También hay el caso de censura que pudiera parecernos innecesaria o demasiado severa. Esto hace recordar lo que relató en una ocasión un humorista. A veces su padre le daba una zurra por algo que no había hecho. Cuando se quejaba, su padre respondía: ‘Bueno, eso fue por la ocasión que hiciste algo por lo cual deberías haber recibido una zurra y no la recibiste.’ Todos debemos reconocer que transgredimos vez tras vez sin ser censurados por ello. Por otra parte, también, quizás haya habido circunstancias atenuantes que hicieron que el encargado haya sido demasiado severo; o puede ser que su sentido de la justicia sea más fuerte que el nuestro. Póngase usted en su lugar, y podrá perdonar y olvidar.
Por eso, guárdese de abrigar rencores. No sea presto a ofenderse, “porque el ofenderse es lo que descansa en el seno de los estúpidos.” (Ecl. 7:9) Uno no puede guardar rencor sin lastimarse uno mismo y sin lastimar a otros. Y es probable que no solo se perjudique uno mismo físicamente sino también que perjudique su bienestar espiritual. Uno no puede disfrutar de buenas relaciones con Dios a menos que también tenga buenas relaciones con su hermano cristiano. De hecho, nuestro amor a Dios es probado por nuestro amor a nuestros hermanos. Como lo expresó enérgicamente el amoroso apóstol Juan: “El que no ama a su hermano, a quien ha visto, no puede estar amando a Dios, a quien no ha visto.” (1 Juan 4:20, 21) De modo que sea sabio, sea justo, sea amoroso, y usted no guardará rencor.