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¡Despertad! 1971
g71 22/1 págs. 27-28

“Tu palabra es la verdad”

“No debes asesinar”

EL MAYOR daño físico que una persona puede infligirle a otra es quitarle la vida. Por lo tanto, muy apropiadamente el Sexto Mandamiento del Decálogo dice: “No debes asesinar.” Y bajo la ley de Moisés, el castigo por el asesinato voluntarioso era la muerte, la pena capital. Sin embargo, había una provisión misericordiosa para los que accidentalmente mataban a un semejante.—Éxo. 20:13; Núm. 35:6-34.

Esta ley no era nada nuevo. La Biblia muestra que Caín reconoció que estaba en peligro de ser muerto por haber asesinado a su hermano Abel. (Gén. 4:14) Además, inmediatamente después del Diluvio, Jehová Dios explícitamente advirtió contra el que cualquier hombre ilícitamente le quitara la vida a otro. En aquella ocasión Dios dijo: “Cualquiera que derrame la sangre del hombre, por el hombre será derramada su propia sangre, porque a la imagen de Dios hizo él al hombre.” Esa ley ha aplicado a toda la humanidad desde entonces, porque no hay nada, ni en el resto de las Escrituras Hebreas ni en las Escrituras Griegas Cristianas, que elimine esa ley.—Gén. 9:5, 6.

Es de esperarse, entonces, que el asesinato también se prohíba a los cristianos. En consecuencia, el apóstol Pablo escribió que los que están “llenos de envidia, asesinato” y cosas semejantes eran “merecedores de muerte.” Y los escritos del apóstol Juan muestran que el asesinato impide que un cristiano obtenga vida eterna, hace que sea destruido en la “muerte segunda.”—Rom. 1:29, 32; 1 Juan 3:15; Rev. 21:8.

Se ha suscitado la cuestión en cuanto a qué es matar legalmente y que es asesinato. Así, un general de brigada norteamericano jubilado que ahora es profesor de derecho en la Universidad de Columbia planteó la cuestión en cuanto a si hay “alguna diferencia significativa entre matar a un nenito desde un avión, o por el fuego directo del arma de un soldado de infantería.” Comentó que “durante la II Guerra Mundial muchos miles de infantes murieron quemados en Berlín, Tokio, Hamburgo y otras ciudades enemigas, y a estas acciones ciertamente se les consideró operaciones militares legítimas.” Entonces pasó a hacer una distinción entre el matar a nenes y otros civiles por bombas arrojadas desde aviones y los muertos por soldados a punta de arma de fuego.—El Times de Nueva York del 10 de enero de 1970.

Pero, ¿qué dice la Palabra de Dios? No establece distinción entre las dos cosas. Es verdad que en tiempos pasados la nación de Israel sirvió de ejecutora de Dios para exterminar a los inicuos y depravados cananeos. Pero, ¿qué nación hoy puede mostrar algún mandato que Dios le haya dado para que sirva como su ejecutora? Solo Jehová Dios, el Dador de vida, tiene el derecho de decir bajo qué condición se puede quitar la vida humana.

Por supuesto, muchas personas jamás pensarían en utilizar un arma de fuego o arrojar una bomba. ¿Podrían esas personas, sin embargo, ser culpables de homicidio delante de Dios, sin, quizás, siquiera estar conscientes de ello. Sí. ¿Cómo?

La ley de Dios que fue dada a Moisés nos ayuda a entender el asunto. Es verdad que ese código legal no fue dado a los cristianos; no obstante, su punto de vista de la vida humana se basa en principios sanos, justos y razonables que siempre son válidos.

Por ejemplo, hay la cuestión de exactamente cuándo se podría considerar a un feto un humano viviente. Aunque las leyes del hombre se contradicen sobre este punto, la ley que Dios dio a Israel aclaró que cualquier feto era considerado un alma humana. Si, debido a violencia, a una madre se le privaba de su hijo no nacido, el castigo habría de ser vida por vida. En consecuencia, los abortos serían asesinato.—Éxo. 21:22, 23.

Por otra parte, la ley mosaica sostenía que la muerte que fuera el resultado de negligencia criminal incurría en culpa por homicidio, y lógicamente. Por ejemplo, si un toro acorneaba a un hombre y lo mataba el toro había de ser muerto. Pero si el dueño del toro sabía que su toro era acorneador y no lo mantenía restringido, tanto el toro como su dueño pagaban con su vida. Igualmente, la ley requería que cuando un hombre edificaba una casa construyera un muro bajo o pretil a los lados de su techo plano. Si no hacía esto y una persona que anduviera por el techo se caía y se mataba, al dueño se le acusaba de culpa por homicidio.—Éxo. 21:28, 29; Deu. 22:8.

El principio envuelto aquí tiene una relación muy directa con el uso de los automóviles hoy en día. Si un chofer mata a un hombre con su auto debido a manejar muy aprisa, o descuidadamente, o debido a haber estado bajo la influencia de narcóticos o alcohol, entonces a los ojos de Dios incurriría en culpa por homicidio.

Otra manera en que una persona puede llegar a ser culpable de homicidio sin saberlo es en virtud del principio de responsabilidad de comunidad. Si uno pertenece a una organización religiosa que ha derramado sangre en tiempos pasados, o que quizás bendiga a los que derraman sangre inocente, entonces en virtud de su asociación participaría de su culpa por homicidio. Así, la Biblia muestra que la entera tribu de Benjamín fue considerada responsable por la muerte de cierta mujer porque rehusó entregar a sus asesinos para que se les castigara.—Jue. 20:8-48.

El hecho de que este principio aplica hoy lo manifiesta el mandato de Dios concerniente al imperio mundial de religión falsa, que se llama Babilonia la Grande. En Revelación 18:4 el ángel de Dios insta: “Sálganse de ella, pueblo mío, si no quieren participar con ella en sus pecados, y si no quieren recibir parte de sus plagas.” Sí, el imperio mundial de la religión falsa ha sido culpable de muchos males. Dice el ángel de Dios: “En ella se halló la sangre . . . de todos los que han sido muertos atrozmente en la tierra.” (Rev. 18:21, 24) Los que no quieren que Dios los halle culpables tienen que salirse de todas las organizaciones religiosas que no enseñan y practican los mandamientos que se señalan en su Palabra la Biblia.

Para los cristianos todavía hay otra manera en que pueden llegar a ser culpables de homicidio, y ésa es por odiar a un compañero cristiano. Es verdad que hay ciertas clases de odio que son enteramente apropiadas. Por ejemplo, a los siervos de Jehová se les dice que “odien lo que es malo,” y también que “aborrezcan lo que es inicuo.” Por eso el salmista David escribió con aprobación de Dios: “¿No odio yo a los que te están odiando intensamente, oh Jehová, y no me dan asco los que se sublevan contra ti?” Todo ese odio es apropiado, porque se basa en principio, no en pasión, en amor a la justicia, no en egoísmo. Además, el que odia así a los enemigos de Dios está contento con esperar que Dios ejecute a tales enemigos.—Sal. 97:10; Rom. 12:9; Sal. 139:21, 22.

Pero el odiar a un compañero cristiano es semejante a matarlo, tal como muestra el apóstol Juan: “Todo el que odia a su hermano es homicida, y ustedes saben que ningún homicida tiene vida eterna permaneciente en él.” (1 Juan 3:15) El que odia a su hermano cristiano realmente tiene asesinato en su corazón porque le desea mal, contrario al propósito de Jehová de bendecir a los que ejercen fe en su Hijo. Por lo tanto todo cristiano debe examinar su corazón y desarraigar cualquier odio o amargura que tenga en su corazón para con un compañero cristiano. Debe hacerlo asunto de oración y hacer cuanto esté dentro de su poder por vencer ese sentimiento.

No hay duda, el mandato de no quitarle la vida a otro no solo es oportuno y obligatorio sobre los cristianos hoy, sino que también es de mucho alcance, pues realmente abarca mucho en su esfera de aplicación.

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