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  • Jehová me ha cuidado bien
  • La Atalaya. Anunciando el Reino de Jehová 1992
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  • Testifico a mis parientes
  • Bendiciones a pesar de la oposición
  • Más pruebas del cuidado de Jehová
  • Una asignación en el extranjero
  • Más privilegios de servicio... y una prueba
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La Atalaya. Anunciando el Reino de Jehová 1992
w92 1/9 págs. 26-30

Jehová me ha cuidado bien

PUDIERA decirse que empecé a servir a Jehová de manera poco común. Me crié en una hermosa zona rural en el extremo norte de Nueva Zelanda, donde la mayoría de los habitantes son maoríes como yo. Un día, mientras viajaba a caballo, mi primo Ben me abordó en el camino. Era el otoño de 1942 (en el hemisferio sur; era primavera en el hemisferio norte). Yo tenía 27 años de edad y era miembro activo de la Iglesia Anglicana.

Por muchos años Ben había leído los libros del juez Rutherford —entonces presidente de la Sociedad Watch Tower Bible and Tract— y acababa de recibir una carta de la oficina central de la Sociedad Watch Tower en Nueva Zelanda en la que se le pedía que invitara a las personas de aquella zona a un lugar donde pudieran conmemorar la Cena del Señor. Además, tenía que conseguir a alguien que condujera la reunión. Dirigiéndose a mí, dijo: “Tú eres el indicado”. Me sentí orgulloso de que pensara que yo podía conducirla y, puesto que recibía la comunión en la iglesia, acepté.

La noche de la Cena se reunieron unas 40 personas en la casa de Ben para conmemorar la muerte del Señor, y ninguna era testigo de Jehová. Cuando llegué, mi primo me entregó el bosquejo del discurso. Pasé por alto el cántico indicado en el bosquejo y pedí al cuñado de Ben que hiciera la oración de apertura. Entonces presenté la información, que consistía en una serie de preguntas junto con respuestas basadas en las Escrituras. Un clérigo que estaba presente interrumpió con objeciones, pero estas fueron contestadas cuando leímos los textos bíblicos citados en el bosquejo.

Recuerdo que una de las preguntas del bosquejo tenía que ver con la época del año en que se debería celebrar la Conmemoración. ¡Qué satisfacción sentimos cuando miramos por la ventana y observamos la luna llena! Obviamente era el 14 de Nisán.

¡Qué emocionante fue aquella noche! ¡Nuestra reunión duró cuatro horas! Se plantearon muchas preguntas y se contestaron con los textos bíblicos citados en el bosquejo de la Sociedad. Al pensar en aquella reunión, sé que no podría haberla conducido sin el cuidado amoroso de Jehová, aunque en aquel tiempo no era Testigo dedicado. Sin embargo, en aquella Conmemoración de 1942 encontré mi propósito en la vida.

Mis primeros años

Nací en 1914. Mi padre murió unos cuatro meses antes de que yo naciera, y recuerdo que durante mi niñez envidiaba a los demás niños que tenían padres que los amaran. Me dolía muchísimo no tener padre. Al no contar con la ayuda de un esposo, la vida fue una lucha difícil para mi madre, particularmente debido a los efectos de largo alcance de la I Guerra Mundial.

En mi juventud me casé con una joven llamada Agnes Cope, que ha sido mi compañera por más de 58 años. Al principio luchamos para tener éxito en la vida. Fracasé como agricultor debido a una grave sequía. Y aunque hallé algún alivio en los deportes, no tenía un verdadero propósito en la vida hasta que tuve aquella experiencia en la Conmemoración de 1942.

Testifico a mis parientes

Después de aquella Conmemoración estudié la Biblia solícitamente y hablé con algunos de mis primos acerca de la literatura bíblica publicada por la Sociedad Watch Tower. En septiembre de 1943 unos Testigos de otra zona visitaron nuestra comunidad aislada. Tuvimos una conversación profunda por cuatro horas. Luego, cuando nos enteramos de que partirían la mañana siguiente pregunté: “¿Qué impide que me bautice ahora?”. Dos de mis primos y yo fuimos bautizados por inmersión en agua a la 1.30 de la mañana.

Después viajé largas distancias para testificar a mis parientes. Consideré el capítulo 24 de Mateo con los que respondieron favorablemente al mensaje. Pero dirigí las palabras de Jesús a los fariseos —registradas en el capítulo 23 de Mateo— a los que no aceptaron la verdad. Sin embargo, con el tiempo aprendí a ser más discreto, como nuestro bondadoso y amoroso Padre celestial. (Mateo 5:43-45.)

Al principio mi esposa no quería que yo sirviera a Jehová. No obstante, en poco tiempo se unió a mí, y en diciembre de 1943 llegó a ser mi compañera dedicada y bautizada. En aquel día memorable se bautizaron ella y otras cinco personas de nuestra aldea de Waima, lo cual aumentó el total de publicadores del Reino de aquella zona a nueve.

Bendiciones a pesar de la oposición

En 1944 nos visitaron de nuevo unos hermanos de otra zona, y esta vez nos enseñaron a predicar de casa en casa. A medida que nuestra presencia se hizo más evidente en la comunidad, aumentó la oposición de los representantes de la cristiandad. (Juan 15:20.) Hubo varias confrontaciones con los clérigos que resultaron en largas consideraciones doctrinales. Pero Jehová nos dio la victoria, y el resultado fue que otros miembros de la comunidad, incluso mi hermana, llegaron a estar bajo el cuidado amoroso de Jehová.

Se formó una congregación en Waima en junio de 1944. Pero el odio y la persecución religiosa se intensificaron. No se permitía que los testigos de Jehová utilizaran el cementerio para sus entierros. A veces la oposición era violenta. Hubo confrontaciones físicas. Quemaron mi automóvil y el garaje donde lo estacionaba. No obstante, con la bendición de Jehová, en menos de tres meses pudimos comprar una camioneta. Utilizaba un carro tirado por caballos para llevar a las reuniones a mi familia, que seguía creciendo.

Necesitábamos urgentemente un lugar más grande para reunirnos debido al aumento en la cantidad de personas que asistían a las reuniones, así que decidimos construir un Salón del Reino en Waima. Fue el primer Salón del Reino construido en Nueva Zelanda. Cuatro meses después de que cortamos los primeros árboles, el 1 de diciembre de 1949, se celebró una asamblea y la dedicación del nuevo salón que tenía cabida para 260 personas. En aquellos días eso era un tremendo logro, y lo pudimos hacer solo con la ayuda de Jehová.

Más pruebas del cuidado de Jehová

Puesto que la cantidad de publicadores del Reino siguió aumentando en el extremo norte de Nueva Zelanda, los superintendentes viajantes nos animaron a servir donde había mayor necesidad de ayuda. Como resultado, en 1956, mi familia y yo nos trasladamos a Pukekohe, al sur de Auckland. Servimos allí 13 años. (Compárese con Hechos 16:9.)

Recuerdo vívidamente dos ejemplos de cómo Jehová me cuidó durante ese tiempo. Mientras trabajaba para el ayuntamiento como camionero y operador de maquinaria recibí una invitación para asistir a la Escuela del Ministerio del Reino por cuatro semanas en la sucursal de la Sociedad Watch Tower en Auckland. Pedí vacaciones por cuatro semanas para asistir a la escuela, y el jefe de ingenieros dijo: “Claro que sí. Quisiera que hubiera más personas como usted. Cuando regrese, venga a mi oficina”. Cuando volví, fui a su oficina y recibí el sueldo por las cuatro semanas que estuve en la escuela. Así pude encargarme de las necesidades materiales de mi familia. (Mateo 6:33.)

Ese fue el primer ejemplo de cómo me cuidó Jehová. El segundo tuvo lugar después que mi esposa y yo emprendimos el servicio de precursor regular en 1968. De nuevo confiamos en el apoyo de Jehová, y él nos recompensó. Una mañana después del desayuno, mi esposa abrió el refrigerador y encontró solo medio kilo de mantequilla. “Sarn —dijo ella—, ya no tenemos nada para comer. ¿Vamos a salir a predicar hoy de todas maneras?” ¿Mi respuesta? “¡Sí!”

El primer amo de casa con quien hablamos aceptó nuestra literatura y bondadosamente donó varias docenas de huevos. La siguiente persona que visitamos nos regaló vegetales: kumaras (batatas), coliflor y zanahorias. Ese día regresamos a casa con diversos alimentos, entre ellos carne y mantequilla. En nuestro caso resultaron ser ciertas las palabras de Jesús: “Observen atentamente las aves del cielo, porque ellas no siembran, ni siegan, ni recogen en graneros; no obstante, su Padre celestial las alimenta. ¿No valen ustedes más que ellas?”. (Mateo 6:26.)

Una asignación en el extranjero

¡Rarotonga en las islas Cook! Fuimos asignados a servir allí de precursores especiales en 1970. Resultaría ser nuestro hogar durante los siguientes cuatro años. Nuestro primer desafío fue aprender un nuevo idioma. Sin embargo, debido a las similitudes entre el maorí de Nueva Zelanda y el de las islas Cook pude presentar mi primer discurso público cinco semanas después de que llegamos allí.

Había pocos publicadores del Reino en las islas Cook, y no teníamos dónde reunirnos. En respuesta a nuestras oraciones, Jehová satisfizo nuestras necesidades de nuevo. Una conversación informal con un comerciante resultó en que nos arrendara un terreno adecuado, y en un año habíamos construido un hogar pequeño y un Salón del Reino con cabida para 140 personas. Desde entonces hemos recibido muchas bendiciones para la alabanza de Jehová.

Estábamos muy agradecidos por la hospitalidad que nos extendieron los isleños. Muchas veces mientras participábamos en el ministerio las personas nos ofrecían refrescos, los cuales apreciábamos mucho debido al clima cálido y húmedo. Al regresar a casa, con frecuencia hallábamos plátanos, papayas, mangos y naranjas que nos dejaban a la puerta anónimamente.

En 1971 mi esposa y yo, junto con otros tres publicadores de Rarotonga, viajamos a la isla de Aitutaki, famosa por su hermosa laguna. Entre los habitantes hospitalarios de allí encontramos a personas amadoras de la Palabra de Dios y empezamos cuatro estudios bíblicos, los cuales seguimos conduciendo por correspondencia después que regresamos a Rarotonga. Con el tiempo esos estudiantes de Aitutaki se bautizaron y se formó una congregación. En 1978 se construyó allí el segundo Salón del Reino de las islas Cook. En respuesta a nuestro plantar y regar, Jehová siguió haciendo que la obra prosperara. (1 Corintios 3:6, 7.)

Tuve el privilegio de visitar 10 islas del archipiélago de las Cook, y muchas veces en medio de circunstancias difíciles. En cierta ocasión viajé en barco a Atiu, a 180 kilómetros de distancia, pero me tomó seis días para llegar debido a los vientos fuertes y el mar agitado. (Compárese con 2 Corintios 11:26.) Aunque había poco alimento y muchos de los pasajeros estaban mareados, estaba agradecido por el cuidado de Jehová, pues llegué a mi destino a salvo.

En 1974 ya no se nos permitió permanecer en las islas Cook y tuvimos que regresar a Nueva Zelanda. Para ese tiempo había tres congregaciones en las islas.

Más privilegios de servicio... y una prueba

En Nueva Zelanda se abrieron nuevas puertas de oportunidad. (1 Corintios 16:9.) La Sociedad necesitaba a alguien que pudiera traducir La Atalaya y otra literatura bíblica al maorí de las islas Cook. Recibí ese privilegio, y continúo disfrutando de él hasta el día de hoy. Luego tuve el privilegio de volver a visitar regularmente a mis hermanos de las islas Cook, primero como superintendente de circuito y después como sustituto del superintendente de distrito.

En una de esas visitas, el hermano Alex Napa, precursor especial de Rarotonga, me acompañó en un viaje de 23 días por mar que nos llevó a Manahiki, Rakahanga y Penrhyn... grupo septentrional de las Cook. En cada isla Jehová impulsó el corazón de los habitantes hospitalarios a proveernos alojamiento y a aceptar mucha literatura bíblica. (Compárese con Hechos 16:15.) En esas islas abundan las ostras perleras, y en muchas ocasiones los isleños ofrecían perlas como contribución para la obra mundial de predicar. De modo que, mientras dábamos perlas espirituales, recibíamos algunas perlas literales. (Compárese con Mateo 13:45, 46.)

¡Qué hermosa es esa parte aislada del mundo! ¡Imagínese a enormes tiburones nadando pacíficamente en la misma laguna donde hay niños! ¡Qué magnífica escena contemplamos en los cielos nocturnos! Cuán veraces son las palabras del salmista: “Un día tras otro día hace salir burbujeando el habla, y una noche tras otra noche manifiesta conocimiento”. (Salmo 19:2.)

Entonces, hace nueve años, pasamos por una verdadera prueba de integridad. Mi esposa fue hospitalizada debido a una hemorragia cerebral. Necesitaba cirugía, pero el médico no quería efectuarla sin el uso de sangre. Ni la conciencia de mi esposa ni la mía nos permitían aceptar un tratamiento que violara la ley de Dios. Pero la conciencia del cirujano le dictaba que se valiera de todo medio posible para salvar la vida, incluso de la sangre.

La salud de mi esposa empeoró, de modo que la pusieron en la sala de cuidados intensivos y limitaron la cantidad de visitas que recibía. Experimentó pérdida de la audición debido a la presión en los tímpanos. La situación de ella se puso crítica. Después que la visité un día, un médico me siguió hasta mi automóvil, insistiendo en que la única esperanza que mi esposa tenía de sobrevivir era si efectuaban la cirugía con el uso de sangre, y me suplicó que consintiera. No obstante, mi esposa y yo confiamos en Jehová, aunque el obedecer Su ley resultara en la pérdida de unos cuantos años de vida en la actualidad.

Súbitamente, hubo una notable mejoría en la condición de mi esposa. Un día llegué y la encontré sentada en la cama leyendo. En los días siguientes empezó a testificar a los pacientes y a las enfermeras. Luego se me pidió que fuera a la oficina del cirujano. “Señor Wharerau —dijo él—, ¡usted verdaderamente puede sentirse feliz! Creemos que su esposa se ha sanado.” Inesperadamente se había estabilizado su presión sanguínea. Mi esposa y yo dimos gracias a Jehová y renovamos nuestra resolución de hacer lo máximo en su servicio.

Estoy asignado de nuevo a las islas Cook y sirvo en Rarotonga. ¡Qué bendito privilegio! Al reflexionar en el pasado, mi esposa y yo estamos agradecidos por el cuidado de Jehová durante casi cinco décadas en su servicio. En sentido material, nunca nos ha faltado lo necesario. En sentido espiritual, las bendiciones han sido tan numerosas que no podría relatarlas todas. Una bendición sobresaliente es la cantidad de familiares que han aceptado la verdad. He contado a más de 200 que ahora son testigos bautizados de Jehová, entre ellos 65 son descendientes directos. Uno de mis nietos es miembro de la familia Betel de Nueva Zelanda, y una de mis hijas y su esposo, junto con sus dos hijos, participan en la construcción de sucursales. (3 Juan 4.)

Al mirar hacia el futuro, atesoro la esperanza de vivir en un paraíso donde, por toda la Tierra, la hermosura excederá la del precioso verde valle donde nací. ¡Qué privilegio será recibir a mis padres en la resurrección e informarles acerca del rescate, el Reino y todas las demás pruebas del cuidado que Jehová provee!

Mi resolución, apoyada por el conocimiento de que Dios me cuida, es la misma que declaró el salmista en Salmo 104:33: “Cantaré a Jehová durante toda mi vida; ciertamente produciré melodía a mi Dios mientras yo sea”.—Según lo relató Sarn Wharerau.

[Fotografía de Sarn Wharerau en la página 26]

[Fotografía en la página 28]

El primer Salón del Reino construido en Nueva Zelanda, 1950

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