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  • La confesión de pecados... ¿a la manera del hombre, o a la de Dios?

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  • La confesión de pecados... ¿a la manera del hombre, o a la de Dios?
  • La Atalaya. Anunciando el Reino de Jehová 1991
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w91 15/3 págs. 4-7

La confesión de pecados... ¿a la manera del hombre, o a la de Dios?

ENTRE los católicos la confesión ha cambiado notablemente a través de los siglos. Durante los primeros años de la Iglesia Católica la confesión y la penitencia solo se requerían en el caso de pecados graves. Respecto a esto, el libro Religion in the Medieval West (La religión en el Occidente medieval) dice: “Hasta fines del siglo VI el sistema penitencial era muy duro: el sacramento podía administrarse solamente una vez en la vida, la confesión era pública, la penitencia era larga y severa”.

¿Cuán severa era aquella penitencia? En 1052 a cierto penitente se le exigió que caminara descalzo ¡desde Brujas, en Bélgica, hasta Jerusalén! “En 1700, en pozos y manantiales sagrados todavía podía hallarse a católicos de rodillas y en agua helada hasta el cuello, diciendo sus rezos penitenciales”, dice el libro Christianity in the West 1400-1700 (El cristianismo en Occidente, 1400-1700). Puesto que en aquel tiempo se retenía la absolución hasta que se hubiera cumplido la penitencia, muchos aplazaban su confesión hasta el momento de la muerte.

¿Cuándo empezó la práctica moderna de la confesión? Religion in the Medieval West declara: “A fines del siglo VI unos monjes celtas introdujeron en Francia un nuevo tipo de penitencia. [...] Fue la confesión auricular, en la cual el penitente confesaba sus pecados en privado a un sacerdote, y fue una adaptación de la práctica monástica de dar consejo espiritual”. De acuerdo con la práctica monástica antigua, los monjes confesaban sus pecados unos a otros para conseguir ayuda espiritual que les permitiera vencer sus debilidades. No obstante, con respecto a esta confesión auricular posterior la iglesia afirmó que el sacerdote tenía la mucho mayor “potestad o autoridad para perdonar pecados” (New Catholic Encyclopedia).

¿Dio Jesús realmente a algunos de sus seguidores tal potestad? ¿Qué dijo él que ha llevado a algunos a tal conclusión?

“Las llaves del reino”

En cierta ocasión Jesucristo dijo al apóstol Pedro: “Yo te daré las llaves del reino de los cielos, y cuanto atares en la tierra será atado en los cielos, y cuanto desatares en la tierra será desatado en los cielos”. (Mateo 16:19, Versión Nácar-Colunga, 1972.) ¿Qué quiso decir Jesús por la frase “las llaves del reino”? Podemos entender esto mejor si consideramos otra ocasión en que Jesús usó la palabra “llave”.

Una vez Jesús dijo a los líderes religiosos judíos versados en la Ley de Moisés: “¡Ay de vosotros, doctores de la Ley, que os habéis apoderado de la llave de la ciencia; y ni entráis vosotros ni dejáis entrar!”. (Lucas 11:52, NC.) ¿En dónde ‘impedían que otros entraran’? Jesús nos lo revela en Mateo 23:13: “¡Ay de vosotros, escribas y fariseos, hipócritas, que cerráis a los hombres el reino de los cielos! Ni entráis vosotros ni permitís entrar a los que querrían entrar” (NC). El clero judío cerraba la puerta a muchos, por decirlo así, al quitarles la oportunidad de estar con Jesucristo en el cielo. La “llave” de la que aquellos líderes religiosos se habían “apoderado” no tenía nada que ver con perdonar pecados. Era la llave al conocimiento que Dios proveía.

De igual manera, “las llaves del reino” que Pedro recibió no representan la potestad de informar al cielo qué pecados deben perdonarse o retenerse. Más bien, representan el gran privilegio que tuvo Pedro de abrir el camino al cielo al difundir, mediante su ministerio, conocimiento provisto por Dios. Hizo esto primero a favor de los judíos y prosélitos judíos, después a favor de los samaritanos, y finalmente a favor de los gentiles. (Hechos 2:1-41; 8:14-17; 10:1-48.)

“Cuanto atareis en la tierra”

Más tarde, lo que Jesús había dicho a Pedro lo repitió a otros discípulos. “En verdad os digo —dijo Jesús—, cuanto atareis en la tierra será atado en el cielo, y cuanto desatareis en la tierra será desatado en el cielo.” (Mateo 18:18, NC.) ¿Qué autoridad delegó aquí a los discípulos Cristo? El contexto muestra que hablaba de resolver problemas entre creyentes individuales y mantener limpia de malhechores impenitentes la congregación. (Mateo 18:15-17.)

En asuntos relacionados con violaciones graves de la ley de Dios, hombres responsables de la congregación tendrían que juzgar los asuntos y decidir si el malhechor debería ser “atado” (considerado culpable), o “desatado” (absuelto). ¿Quería decir esto que el cielo seguiría las decisiones de humanos? No. Como indica el escriturario Robert Young, cualquier decisión que tomaran los discípulos seguiría la decisión celestial, no la precedería. Él afirma que el Mt 18 versículo 18 debe decir literalmente: Lo que ustedes aten en la tierra “será aquello que ha sido atado (ya)” en el cielo.

En realidad es irrazonable creer que cualquier humano imperfecto podría tomar decisiones que serían obligatorias para los que están en los tribunales celestiales. Es mucho más razonable decir que los representantes nombrados de Cristo seguirían las instrucciones de él con el fin de mantener limpia la congregación. Harían esto al tomar una decisión basada en principios que ya se hubieran establecido en el cielo. Jesús mismo los guiaría al hacerlo. (Mateo 18:20.)

¿Puede cualquier hombre “representar a Cristo como el juez paternal” hasta el punto de decidir el futuro eterno de un compañero de adoración? (New Catholic Encyclopedia.) En casi todo caso los sacerdotes que oyen confesiones conceden la absolución, aunque “parece haber una creencia sobreentendida [entre los teólogos católicos] de que es rara la persona que realmente se arrepiente de sus pecados” (The New Encyclopædia Britannica). En verdad, ¿cuándo se oye de un sacerdote que haya rehusado absolver a un malhechor? Esto quizás se debe a que el sacerdote mismo no cree que puede juzgar si el pecador está arrepentido o no. Pero si así es, ¿por qué afirma que puede conceder absolución?

Imagínese que en un tribunal de justicia cierto juez compasivo absolviera como rutina a los delincuentes, hasta a los que constantemente violaran la ley, porque ellos pasaran por el rito de admitir sus delitos y decir que lo sentían. Aunque esto pudiera satisfacer a los malhechores, un tan descaminado punto de vista de la misericordia socavaría seriamente el respeto a la justicia. ¿Pudiera ser que la confesión como se practica en la Iglesia Católica realmente endurezca a la gente en un derrotero de pecado? (Eclesiastés 8:11.)

“La confesión no inclina a tratar de evitar el pecado en el futuro”, dice Ramona, quien habla de su experiencia como católica que se confesaba desde que tenía siete años de edad. Añade: “La confesión fomenta la idea de que Dios lo perdona todo y que perdonará cuanto la imperfección de la carne lleve a uno a hacer. No fomenta el deseo profundo de hacer lo correcto”a.

Pero ¿qué hay de las palabras de Jesús en Juan 20:22, 23? Ahí él dijo a sus discípulos: “Recibid el Espíritu Santo; a quien perdonareis los pecados, les serán perdonados; a quienes se los retuviereis, les serán retenidos” (NC). ¿No es este un caso en que Jesús específicamente da a sus discípulos la autoridad de perdonar los pecados?

Puede que por sí solo ese pasaje bíblico parezca decir eso. Con todo, si se consideran esas palabras junto con el relato de Mateo 18:15-18 y lo demás que la Biblia enseña sobre la confesión y el perdón, ¿a qué conclusión tenemos que llegar? A que en Juan 20:22, 23 Jesús dio a sus discípulos autoridad para expulsar de la congregación a los que cometen pecados graves y no se arrepienten. Al mismo tiempo, Cristo dio a sus seguidores autoridad para mostrar misericordia y perdonar a los pecadores arrepentidos. Jesús ciertamente no estaba indicando que sus discípulos debían confesar todo pecado a un sacerdote.

Así se autorizó a los responsables en la congregación a decidir cómo tratar con los que cometen pecados graves. Las decisiones de esa índole se tomarían bajo la guía del espíritu santo de Dios y en conformidad con las instrucciones que Dios había dado mediante Jesucristo y las Santas Escrituras. (Compárese con Hechos 5:1-5; 1 Corintios 5:1-5, 11-13.) De ese modo esos hombres responsables responderían en conformidad con la dirección procedente del cielo, más bien que imponer sus decisiones en el cielo.

‘Confesaos mutuamente vuestras faltas’

Entonces, ¿cuándo es apropiado que los cristianos confiesen sus pecados unos a otros, o mutuamente? En el caso de un pecado grave (no con relación a cada pequeña flaqueza), la persona debe confesarlo a superintendentes responsables de la congregación. Aunque cierto pecado no sea grave, pero la conciencia del pecador lo molesta sobremanera, resulta muy valioso el confesarlo y buscar ayuda espiritual.

A este respecto, el escritor bíblico Santiago dice: “¿Alguno entre vosotros enferma [en sentido espiritual]? Haga llamar a los presbíteros de la Iglesia y oren sobre él, ungiéndolo con óleo en el nombre del Señor, y la oración de la fe salvará al enfermo, y el Señor le hará levantarse y los pecados que hubiere cometido le serán perdonados. Confesaos, pues, mutuamente vuestras faltas y orad unos por otros”. (Santiago 5:14-16, NC.)

En esas palabras no hay nada que insinúe una confesión auricular solemne y ceremonial. Más bien, cuando algún cristiano está tan agobiado por el pecado que piensa que no puede orar, debería llamar a los ancianos o superintendentes nombrados de la congregación para que ellos oren con él. Como ayuda para su recobro espiritual, ellos también aplican el óleo o aceite de la Palabra de Dios. (Salmo 141:5; compárese con Lucas 5:31, 32; Revelación 3:18.)

Es notable esta exhortación de Juan el Bautizante: “Produzcan fruto propio del arrepentimiento”. (Mateo 3:8; compárese con Hechos 26:20.) El malhechor que de veras se arrepiente abandona su derrotero pecaminoso. Al igual que el rey David del Israel antiguo, el pecador arrepentido que confiesa su error a Dios recibirá perdón. David escribió: “Por fin te confesé mi pecado, y no encubrí mi error. Dije: ‘Haré confesión acerca de mis transgresiones a Jehová’. Y tú mismo perdonaste el error de mis pecados”. (Salmo 32:5.)

Los actos penitenciales no pueden conseguir ese perdón. Solo Dios puede otorgarlo. Él toma en cuenta los requisitos de la justicia perfecta, pero su perdón expresa su amor a la humanidad. Su perdón es también una manifestación de bondad inmerecida basada en el sacrificio de rescate de Jesucristo, y se otorga únicamente a los pecadores arrepentidos que se han apartado de lo que es malo a la vista de Dios. (Salmo 51:7; Isaías 1:18; Juan 3:16; Romanos 3:23-26.) Solo las personas a quienes Jehová Dios perdona alcanzarán la vida eterna. Y para recibir ese perdón tenemos que confesar a la manera de Dios, no a la del hombre.

[Nota a pie de página]

a En contraste con eso, véanse Marcos 3:29; Hebreos 6:4-6; 10:26. En estos textos bíblicos los escritores de la Biblia muestran que Dios definitivamente no perdona todos los pecados.

[Ilustración en la página 7]

David confesó sus pecados a Jehová, quien le otorgó perdón

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