¡Violento terremoto siembra el pánico en México!
Informe de testigos oculares
“Estaba trabajando en el décimo piso cuando el edificio empezó a temblar. Procuré refugiarme al lado de una puerta, pero se salió de quicio y me cayó encima. Después de salir con dificultades de debajo de los escombros, vi a mis hijos desparramados entre los escombros. José, mi hijo mayor, estaba bañado en sangre. ¡Estaba seguro de que toda mi familia había muerto!” (José Meléndrez padre.)
EL 19 de septiembre de 1985, a las 7.19 de la mañana, la población de 18.000.000 de habitantes de la ciudad de México fue sacudida por uno de los terremotos más fuertes del siglo (8,1 en la escala Richter).
Para muchos, la hora en que ocurrió el terremoto estuvo a su favor. Si hubiera ocurrido una hora más tarde, las escuelas y los centros comerciales habrían estado llenos de personas que habrían quedado atrapadas en estos edificios, como en enormes sepulturas. De los más de 700 edificios que se desplomaron en la ciudad de México, ¡por lo menos 100 eran escuelas!
El embajador estadounidense, John Gavin, después de contemplar los daños desde un helicóptero, dijo: “Parecía como si el pie de un gigante hubiera pisado los edificios”. Dentro de estos había millares de personas atrapadas... algunas muertas, ¡pero otras con vida! Según el periódico mejicano El Universal, durante los primeros 15 días se encontraron más de 8.000 cadáveres, pero se calcula que el balance final fue de 35.000 muertos.
En los hospitales y centros de socorro se atendió a más de 40.000 sobrevivientes. Largas filas de personas aguardaban para identificar los cadáveres. Por televisión y por la radio se leían los nombres de las víctimas y también se publicaban en los periódicos. Hombres, mujeres y niños andaban desesperanzados por las calles... sin tener a dónde ir. Hubo por lo menos 400.000 damnificados.
Casos extraordinarios de supervivencia
Cuando el sismo azotó, la esposa de José Meléndrez se hallaba en su apartamento, ubicado en el undécimo piso, un piso más arriba de donde trabajaba su esposo. Ella informa: “Estaba ayudando a mi hija de seis años de edad, Elizabeth, a prepararse para la escuela. Cuando, de repente, el edificio empezó a retumbar. Corrí a avisar a mi hijo José y a su esposa, a la vez que llamaba a mis dos hijas, Lourdes y Carmela. Ellas se llevaron a Elizabeth a la azotea; al desplomarse el edificio, me agarré de la escalera. Cuando terminó el terremoto, ¡el piso undécimo quedó en el cuarto piso!
”Impotentes vimos desplomarse el piso donde estaban José y su esposa, y cómo cayeron dentro de los escombros. Estábamos seguros de que habían muerto, especialmente después de oír explotar simultáneamente una caldera y un tanque de gas en el sexto piso. El tanque de gas, que pesaba unos 1.500 kilos [3.300 libras] golpeó a mi hijo. Sin embargo, para sorpresa nuestra, ¡tanto él como su esposa todavía estaban vivos!”.
Esta supervivencia de la entera familia Meléndrez fue extraordinaria aunque su hijo José sufrió lesiones graves. “Esto ha sido una experiencia muy dolorosa para nosotros —explica José padre—, pero damos gracias a Jehová Dios por toda la ayuda amorosa que hemos recibido de nuestros hermanos cristianos.”
Gregorio Montes vivía con su familia en la quinta planta de un edificio de ocho pisos. Él explica: “Mi esposa María acostumbraba levantarse temprano para llevar a nuestra hija Lupita a la escuela. Salieron de la casa a las 7.15 de la mañana, solo minutos antes del terremoto. Tanto mis hijas, de cinco y seis años de edad, como yo nos despertamos asustados cuando tembló el edificio. ¡Todo se movía a mi alrededor! Comencé a orar a Jehová, e inmediatamente sentimos mucha tranquilidad.
”En aquel mismo momento, empezaron a quebrarse y caer ventanas enteras y también empezaron a caerse las paredes. Para entonces ya se oían los gritos de las mujeres y los niños... horrorizados. Mis dos hijas permanecieron calladas, sentaditas en la cama, mientras yo oraba de rodillas a Jehová.
”De repente, en medio de todo aquel polvo, gritos y llanto, ¡el edificio se desplomó! ¡Fue como bajar en un ascensor! En aquel momento una de mis hijas me dijo muy calmadamente: ‘Papá, ha llegado el Armagedón’. Le contesté que aquello no era el Armagedón.
”De repente hubo un silencio momentáneo... todo estaba oscuro y polvoriento. ¡Entre el suelo y el techo de mi apartamento quedó un espacio de medio metro [20 pulgadas]! En medio de aquella polvareda podía ver a mis pequeñas hijas cubiertas de escombros y vidrios. A pesar de eso, estaban ilesas... ¡no tenían ni siquiera un rasguño!
”Afuera en la calle estaba mi esposa María y mi hija Lupita; ellas vieron cómo se derrumbaba el edificio. Pensaban que habíamos muerto. No obstante, de las 32 familias que vivían en el edificio, ¡nosotros éramos unos de los pocos sobrevivientes!”.
Una joven de dieciséis años llamada Judith Ramírez ya estaba en la escuela cuando ocurrió el terremoto. “El maestro había comenzado a dictar a la clase —dijo ella—. Entonces de repente sentí que el edificio se movía como si fuera un barco en altamar. Cundió el pánico. Los jóvenes intentaban salir de los salones rompiendo las ventanas y tirando las puertas.
”¡Por una ventana del tercer piso pude ver cómo se derrumbaba la mitad del edificio, donde aún había 500 personas, entre alumnos y personal! Sentí miedo al pensar que el lado del edificio donde yo estaba también podía venirse abajo. Ya que las escaleras se derrumbaron totalmente, tuvimos que salir de la escuela por medio de una especie de hoyo o túnel que se hizo para que pudiéramos salir. Cuando por fin logramos salir de aquellos escombros y llegar a la calle, vimos que había mucho desorden y edificios en llamas.”
Se provee socorro
Poco después del terremoto, el gobierno mejicano se dispuso a prestar la ayuda necesaria. La policía, los bomberos y otros funcionarios combinaron sus esfuerzos a fin de salvar tantas vidas como pudieran. Unos 2.800 soldados de la marina participaron en las operaciones de rescate, junto con decenas de miles de otras personas. El ejército vigiló que no se produjeran casos de saqueo. Más de 22.000 víctimas fueron atendidas en los centros y puestos de socorro.
Cerca de 50 países enviaron aviones cargados de provisiones de alimentos y equipo de rescate. Centenares de expertos extranjeros se ofrecieron como voluntarios. Por todo el mundo las noticias informaron sobre la cooperación de muchos miles de personas. Como resultado de este esfuerzo unido, durante los primeros diez días después del terremoto se rescataron 3.266 personas y se localizaron por lo menos 17.000 desaparecidos. Pero el rescatar a un sobreviviente no era nada fácil.
Peligrosa obra de rescate
Más de una semana después de ocurrir el terremoto aún se podían oír gritos de personas que se hallaban atrapadas entre los escombros. Un joven voluntario no pudo más que sentarse, inclinar su cabeza y echarse a llorar. Se sentía tan impotente. Los rescatadores no podían quitar los escombros por temor de que el edificio se derrumbara, lo cual aumentaba la desesperación.
Por otra parte, se sentía mucha alegría cuando se rescataba a un sobreviviente. “Tuve la satisfacción de rescatar a nueve personas”, dijo cierto paramédico llamado Juan Labastida. Él había llegado desde los Estados Unidos como parte de un equipo de salvamento. “Aunque no teníamos el equipo de rescate necesario —explica él—, de todos modos nos introducíamos en los escombros en busca de sobrevivientes. No era nada fácil.”
Al explicar cómo salvaron a dos personas, dijo: “Al llegar adonde estaba cierto restaurante, nos valimos de un aparato electrónico especial para detectar las vibraciones de las personas que se hallaban atrapadas. Este aparato es tan sensible que puede captar solamente las vibraciones de la energía que emite el cuerpo humano. ¡Sin este aparato hubiera sido imposible detectar a las cuatro personas que se hallaban atrapadas allí adentro! Utilizamos una manguera larga para introducir agua y oxígeno en la bodega del restaurante, donde se hallaban atrapados dos hombres y dos mujeres desde hacía varios días.
”Mientras el equipo de salvamento aguardaba afuera, cierto experto francés y yo comenzamos a introducirnos en el edificio medio derruido. Este mismo aparato electrónico también detectaba las vibraciones de las paredes y del suelo —señal de peligro— a medida que entrábamos. Se nos había enseñado a tocar las paredes y el suelo con las manos: si el edificio está a punto de derrumbarse, percibiríamos un ligero temblor debido a la tierra que está cayendo por el interior de las paredes. Nos tardamos unas siete horas en llegar a los sobrevivientes.
”Cuando llegamos los dos hombres ya habían fallecido. Las dos mujeres estaban clínicamente muertas, pero les hicimos la respiración boca a boca y masaje al corazón durante 15 minutos hasta que por fin ¡revivieron! ¡No cabe la menor duda de que nuestros esfuerzos valieron la pena!”.
¿Había pasado todo ya?
“El viernes por la noche, después del terremoto —explica un miembro del personal de la sucursal de la Sociedad Watch Tower de México—, me estaban enseñando el interior del hogar de Sergio Morán, que se hallaba en la segunda planta de un edificio. Las paredes se habían cuarteado, y el techo y el suelo se habían debilitado. Pero asombrosamente el edificio había aguantado el terremoto, aunque muchos otros edificios cercanos se habían desplomado enterrando entre los escombros a muertos y heridos.
”El ambiente era tenso y desesperanzado. Las ambulancias no habían parado en todo el día. A la vuelta de la esquina había una larga fila de personas que esperaban para poder identificar los cadáveres de parientes y amigos. Yo había pasado ese día entero andando por el centro de la ciudad en busca de información. En muchas de las calles se había prohibido el paso debido a que muchos de los edificios se habían inclinado y en cualquier momento podían derrumbarse. Era difícil retener las lágrimas al oír los gritos por ayuda de las personas que aún estaban atrapadas en aquellas ruinas.
”De repente, mientras hablaba con Sergio Morán, ¡se produjo otro terremoto! Al principio hubo un profundo silencio. Pensé que solo era mi imaginación. Entonces se fue la luz. Esto ocurrió a las 7.38 de la noche —unas 36 horas después del primer sismo—. El edificio donde yo estaba comenzó a mecerse de un lado para otro. Ahora no tenía duda alguna. ¡Estaba sucediendo otra vez!
”Estábamos en el segundo piso, así que corrimos hacia las puertas y nos agarramos de los marcos. Oramos intensamente a Jehová para que nos ayudara. Cuando se mecía el edificio, podíamos oír un fuerte chirrido que venía del techo y de las vigas que lo sostenían. Después de haber visto la condición del edificio, ¡pensaba que con toda seguridad se desplomaría! Sin embargo, no fue así y pudimos llegar a salvo a la calle, donde reinaban la confusión, los gritos y la incertidumbre.
”Afortunadamente el segundo temblor no afectó esta zona tan gravemente como el primero. ¡Durante los 12 días después del primer terremoto se informaron por lo menos 73 temblores cuya intensidad fluctuó entre 3,5 y 7,3 en la escala Richter!”
“Habrá grandes terremotos”
Cristo Jesús dijo que los “terremotos en un lugar tras otro” serían uno de los rasgos de la “señal” de que vivimos en “la conclusión del sistema de cosas”. (Mateo 24:3, 7.) Él no estaba refiriéndose a simples temblores de tierra, sino a “grandes terremotos”. (Lucas 21:11.) De modo que la catástrofe que ocurrió recientemente en México —junto con los más de 600 terremotos grandes que han ocurrido desde 1914— es prueba adicional de que las profecías bíblicas se están cumpliendo en nuestros días.
Los testigos de Jehová de México —aunque fueron tomados por sorpresa por un momento— aprecian las confortadoras palabras de Cristo Jesús: “Al comenzar a suceder estas cosas [los diferentes rasgos de la señal], levántense erguidos y alcen la cabeza, porque su liberación se acerca”. (Lucas 21:28.) Se nos asegura un futuro mucho mejor. En el venidero nuevo sistema de cosas de Dios, su pueblo será protegido de los terremotos y otros desastres. (Revelación 21:3, 4.)
Por lo menos 38 testigos de Jehová y personas que se asocian con ellos perdieron la vida en esta catástrofe. También tuvieron grandes pérdidas materiales. Un mínimo de 146 familias de Testigos perdieron sus hogares. Como indica la Biblia, debido a que el “tiempo y el suceso imprevisto” acaecen a todos, todos podemos ser víctimas de situaciones angustiosas. (Eclesiastés 9:11.)
Ayuda amorosa
Sin embargo, los testigos de Jehová se dispusieron inmediatamente a localizar a todos sus compañeros de las zonas afectadas. “Fue maravilloso ver tanto interés amoroso en nosotros”, relata Víctor Castellanos. Más de 5.000 kilogramos [11.000 libras] de alimento se recibieron y distribuyeron entre los damnificados. Familias de Testigos que viven en las zonas no afectadas compartieron sus hogares y posesiones materiales con sus hermanos cristianos que se quedaron sin hogar.
Al escapar con vida de su hogar que quedó en ruinas, Juan Chávez, su esposa y dos de sus hijos se dirigieron a la escuela local para localizar a sus otros dos hijos. Al regresar a casa, esta familia de seis miembros se sorprendió al ver reunida alrededor de su casa a una gran cantidad de hermanos cristianos, entre ellos un superintendente viajante y a los ancianos de la congregación local.
“¡Ellos pensaban que todavía estábamos atrapados allí adentro y querían ayudarnos! —informa la señora Chávez—. ¡Fue conmovedor! Ni siquiera conocíamos a algunos de los Testigos que habían venido para ayudarnos.”
Aunque ese violento terremoto ha dejado su huella en México, no ha afectado adversamente la fe y el valor de los testigos de Jehová que allí viven. Como dijo la señora Meléndrez, citada anteriormente: “Hemos aprovechado esta ocasión y hemos dado a conocer el mensaje del Reino a toda persona con quien hemos tenido contacto. El terremoto no nos ha hecho desistir de servir a Jehová. Al contrario, sentimos que nuestra fe es más fuerte y estamos mucho más determinados a servirle”.
[Fotografías en la página 22]
José Meléndrez padre, su esposa y el edificio donde vivían
[Fotografías en la página 23]
Judith Ramírez sobrevivió el derrumbe de la escuela CONALEP