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La Atalaya. Anunciando el Reino de Jehová 1989
w89 1/10 págs. 30-31

Preguntas de los lectores

◼ ¿Creían los cristianos del primer siglo que el fin de este sistema inicuo vendría durante su vida?

Los seguidores de Jesús del primer siglo anhelaban que llegara el fin. Como veremos, algunos de ellos sí concluyeron que el fin era inminente, que vendría muy pronto. Se tenía que corregir su punto de vista. Pero ciertamente no hay nada malo en que los cristianos, en aquel entonces o ahora, crean sinceramente que el fin predicho esté cerca y que vivan diariamente teniendo eso presente.

Al contestar la pregunta que hicieron los discípulos acerca de “la señal” de su presencia, Jesús les advirtió: “Manténganse alerta, pues, porque no saben en qué día viene su Señor”. (Mateo 24:3, 42.) El estar alerta afectaría sus acciones, pues Cristo añadió: “Presten atención a sí mismos para que sus corazones nunca lleguen a estar cargados debido a comer con exceso y beber con exceso, y por las inquietudes de la vida, y de repente esté aquel día sobre ustedes instantáneamente [...] Manténganse despiertos, pues, en todo tiempo haciendo ruego para que logren escapar de todas estas cosas que están destinadas a suceder, y estar en pie delante del Hijo del hombre”. (Lucas 21:34-36.)

Note que Jesús dio este consejo justamente después de describir los acontecimientos que compondrían “la señal”. Así que advirtió a los apóstoles que tenían que desarrollarse ciertos sucesos en la historia antes que llegara el fin. No obstante, unas semanas después preguntaron al resucitado Jesús: “Señor, ¿estás restaurando el reino a Israel en este tiempo?”. Él añadió: “No les pertenece a ustedes adquirir el conocimiento de los tiempos o sazones que el Padre ha colocado en su propia jurisdicción”. (Hechos 1:6, 7.)

De lo anterior podemos ver que los seguidores más allegados de Jesús anhelaban tanto que llegara pronto el fin que pasaron por alto lo que él les había dicho poco antes acerca de las pruebas visibles que tendrían que desarrollarse durante Su presencia antes del fin.

En las cartas que el apóstol Pablo escribió a los cristianos tesalonicenses hallamos más indicación de dicho anhelo. Alrededor del año 50 E.C. él escribió: “En cuanto a los tiempos y a las sazones, hermanos, no tienen necesidad de que se les escriba nada. Porque ustedes mismos saben bastante bien que el día de Jehová viene exactamente como ladrón en la noche. Pues bien, entonces, no sigamos durmiendo como los demás, sino quedémonos despiertos y mantengamos nuestro juicio”. (1 Tesalonicenses 5:1, 2, 6.) Algunos de aquellos cristianos ungidos por espíritu entendieron eso como que la presencia de Jesús (junto con el día de Jehová para ejecutar a los inicuos) vendría en aquel entonces, inmediatamente.

Pero no sería así. De hecho, Pablo les escribió lo siguiente en una segunda carta: “Tocante a la presencia de nuestro Señor Jesucristo y el ser nosotros reunidos a él, les solicitamos que no se dejen sacudir prontamente de su razón, ni se dejen excitar tampoco mediante una expresión inspirada, ni mediante un mensaje verbal, ni mediante una carta como si fuera de nosotros, en el sentido de que el día de Jehová esté aquí. Que nadie los seduzca de manera alguna, porque no vendrá a menos que primero venga la apostasía y el hombre del desafuero quede revelado”. (2 Tesalonicenses 2:1-3.)

Esto no quería decir que podían adoptar una actitud de indiferencia en cuanto a la presencia de Jesús y el fin del sistema. Con cada año que pasaba la advertencia de Jesús se hacía más intensa: “Manténganse alerta, pues, porque no saben en qué día viene su Señor”.

Por eso, unos cinco años después de escribir la Segunda a los Tesalonicenses, Pablo escribió: “Ya es hora de que despierten del sueño, porque ahora está más cerca nuestra salvación que cuando nos hicimos creyentes. La noche está muy avanzada; el día se ha acercado. Por lo tanto, quitémonos las obras que pertenecen a la oscuridad y vistámonos las armas de la luz”. (Romanos 13:11, 12.) Cinco años después, Pablo aconsejó a los cristianos hebreos: “Ustedes tienen necesidad de aguante, para que, después que hayan hecho la voluntad de Dios, reciban el cumplimiento de la promesa. Porque aún ‘un poquito de tiempo’, y ‘el que viene llegará y no tardará’”. (Hebreos 10:36, 37.) Luego, en el penúltimo versículo de Revelación, el apóstol Juan escribió: “El que da testimonio de estas cosas dice: ‘Sí; vengo pronto’. ¡Amén! Ven, Señor Jesús”. (Revelación 22:20.)

No hay duda de ello, no era irrazonable que un cristiano del primer siglo pensara que el fin podía venir durante su vida. Y si moría en un accidente o por causas naturales antes del fin, habría vivido con un sentido de urgencia válido que Jesús y las Escrituras inspiradas le habían infundido.

Todo esto aplica con mayor fuerza a nosotros, en esta hora tardía en que vivimos. Parafraseando las palabras de Pablo, no podemos negar que ‘ahora nuestra salvación está más cerca que cuando los primeros cristianos se hicieron creyentes y hasta cuando nosotros mismos nos hicimos creyentes. La noche está muy avanzada; el día ciertamente se ha acercado’.

Hemos podido ver en la historia a partir de la I Guerra Mundial la gran cantidad de prueba visible que se ha amontonado, evidencia de que vivimos en la conclusión del sistema de cosas. En vez de preocuparnos, tratando de adivinar cuándo exactamente vendrá el fin, debemos estar ocupados en la predicación de las buenas nuevas, que puede salvar nuestra vida y la vida de muchas otras personas. (1 Timoteo 4:16.)

Tenemos muchas razones para esperar que la predicación se completará en nuestro tiempo. ¿Sucederá antes de un nuevo mes, un nuevo año, una nueva década, un nuevo siglo? Ningún humano lo sabe, pues Jesús dijo que ‘ni siquiera los ángeles de los cielos’ sabían eso. (Mateo 24:36.) Además, no tenemos que saberlo con tal que nos concentremos en lo que el Señor nos ha mandado hacer. Lo más importante es que se efectúe la voluntad y la obra de Dios y que participemos en ella al mayor grado posible. Así ‘lograremos escapar de todas estas cosas que están destinadas a suceder, y estar en pie delante del Hijo del hombre’. (Lucas 21:36.)

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