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  • Epafrodito, el enviado de los filipenses
  • La Atalaya. Anunciando el Reino de Jehová 1996
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La Atalaya. Anunciando el Reino de Jehová 1996
w96 15/8 págs. 27-30

Epafrodito, el enviado de los filipenses

“DENLE la acostumbrada acogida en el Señor con todo gozo; y sigan teniendo aprecio a hombres de esa clase”, escribió Pablo a la comunidad de Filipos. Sin duda nos alegraría que un superintendente cristiano se refiriera a nosotros en términos tan elogiosos. (Filipenses 2:29.) Pues bien, ¿de quién hablaba Pablo? ¿Qué había hecho esa persona para merecer una recomendación tan afectuosa?

La respuesta a la primera pregunta es: Epafrodito. Para contestar a la segunda, convendría analizar las circunstancias que motivaron a Pablo a escribir dichas palabras.

Alrededor del año 58 E.C., los filipenses se enteraron de que una turba despiadada había arrastrado a Pablo fuera del templo y lo había golpeado en Jerusalén, y que las autoridades lo habían arrestado y enviado en cadenas a Roma tras un proceso judicial inconcluso. (Hechos 21:27-33; 24:27; 27:1.) Preocupados por su bienestar, debieron preguntarse qué podrían hacer por él. Dada su pobreza en sentido material y la distancia que los separaba, solo podrían socorrerlo limitadamente. Pero el afecto que los había impulsado a apoyar su ministerio en el pasado aún seguía motivándolos, tanto más cuanto que el apóstol se encontraba en una situación crítica. (2 Corintios 8:1-4; Filipenses 4:16.)

Los filipenses debieron considerar la posibilidad de enviar a un emisario para que llevara a Pablo un obsequio y lo asistiera en cuanto necesitara. Sin embargo, el viaje era largo y fatigoso, y ayudar al apóstol podría entrañar peligro. Joachim Gnilka comenta: “Se necesitaba valor para visitar a un encarcelado, y más a uno cuyo ‘delito’ debía parecer altamente confuso”. El escritor Brian Rapske observa: “Existía el otro peligro de simplemente intimar o simpatizar demasiado con el prisionero o con sus ideas. [...] Un acto o una palabra casual pudieran dar lugar a la muerte no solo del prisionero, sino también de su auxiliador”. ¿A quién enviarían los filipenses?

Bien podemos imaginarnos que un viaje de esta naturaleza sería causa de preocupación e incertidumbre; mas Epafrodito (a quien no hay que confundir con el Epafras de Colosas) aceptó gustoso llevar a cabo la difícil misión. A juzgar por su nombre, que incorpora el de Afrodita, tal vez fue un gentil convertido al cristianismo, hijo de padres devotos de la diosa griega del amor y la fertilidad. Cuando Pablo escribió a los filipenses para agradecerles su generosidad, lo llamó apropiadamente el “enviado y siervo personal de ustedes para mi necesidad”. (Filipenses 2:25.)

El relato bíblico de Epafrodito nos ayuda a comprender que, pese a su loable disposición para ofrecerse a servir a Pablo y a su congregación, tuvo los mismos problemas a los que quizás nos enfrentamos hoy día. Analicemos su ejemplo.

‘Siervo personal para mi necesidad’

Aunque desconocemos los detalles, podemos imaginarnos que Epafrodito llegó a Roma cansado del viaje. Es probable que viajara por la Vía Egnacia, una carretera romana que atravesaba Macedonia, que cruzara el Adriático hasta el “tacón” de la península itálica y que subiera hasta Roma por la Vía Apia. Se trataba de un viaje agotador (1.200 kilómetros de ida), que posiblemente duraba más de un mes. (Véase el recuadro de la página 29.)

¿Con qué espíritu partió Epafrodito? Su encargo consistía en rendir un “servicio personal”, o lei·tour·gí·a, a Pablo. (Filipenses 2:30.) El significado originario de esta voz griega era el de prestación de un servicio voluntario al Estado. Más tarde, el concepto se amplió al servicio que el Estado imponía a los ciudadanos particularmente cualificados para ello. Un erudito comenta lo siguiente sobre el uso de este término en las Escrituras Griegas: “El cristiano es el hombre que trabaja para Dios y para los hombres; primero, porque lo desea de todo corazón, y, segundo, porque es compelido por el amor de Cristo, que lo constriñe”. En efecto. Epafrodito manifestó un excelente espíritu.

‘Expuso su alma al peligro’

Valiéndose de una palabra tomada de la jerga del juego, Pablo dice que Epafrodito ‘expuso [pa·ra·bo·leu·sá·me·nos] su alma al peligro’, o, literalmente, “se jugó” la vida por el servicio de Cristo. (Filipenses 2:30.) No debemos creer que cometió alguna insensatez, sino, más bien, que la ejecución de su servicio sagrado entrañaba cierto riesgo. ¿Intentó, a lo mejor, efectuar su misión de socorro durante una estación rigurosa del año? ¿Perseveró en su empeño por completar el viaje después de haber enfermado en alguna etapa del camino? Sea como fuere, Epafrodito “estuvo enfermo casi a punto de morir”. Posiblemente se esperaba que permaneciera al lado de Pablo para atenderlo, y de ahí que el apóstol quisiera excusar su prematuro regreso. (Filipenses 2:27.)

A pesar de todo, Epafrodito fue un hombre valeroso que estuvo dispuesto a exponer la vida altruistamente por socorrer a los necesitados.

Preguntémonos: ¿Hasta qué punto me aprestaría yo a sacrificarme por asistir a mis hermanos espirituales que se encuentran en circunstancias difíciles? Tal espíritu dispuesto no es opcional para el cristiano, pues Jesús dijo: “Les doy un nuevo mandamiento: que se amen unos a otros; así como yo los he amado, que ustedes también se amen los unos a los otros”. (Juan 13:34.) Epafrodito realizó su servicio ‘casi al punto de la muerte’, por lo que fue un ejemplo de alguien que tuvo la “actitud mental” que Pablo recomendó a los filipenses. (Filipenses 2:5, 8, 30, Kingdom Interlinear.) ¿Estamos dispuestos a llegar hasta ese extremo?

Aun así, Epafrodito se deprimió. ¿Por qué razón?

Su depresión

Pongámonos en el lugar de Epafrodito. Pablo escribió: “Él anhela verlos a todos y se siente abatido porque ustedes oyeron que él había enfermado”. (Filipenses 2:26.) Epafrodito sabía que los hermanos de su congregación estaban enterados de su enfermedad y de que no había podido asistir a Pablo como esperaban. De hecho, parece que Epafrodito contribuyó a aumentar las preocupaciones de Pablo. ¿Tuvo el médico Lucas, compañero de Pablo, que descuidar otros asuntos para atenderlo? (Filipenses 2:27, 28; Colosenses 4:14.)

Seguramente, la situación hizo que Epafrodito se sumiera en el abatimiento. Tal vez pensaba que los hermanos de su congregación lo consideraban incompetente, o se sentía culpable y ‘anhelaba’ verlos para confirmarles su fidelidad. Pablo describe su estado empleando un término griego bastante fuerte, a saber, a·de·mo·né·o, que quiere decir “estar deprimido”. Según el erudito J. B. Lightfoot, esta palabra puede designar “el estado de confusión, desasosiego y casi demencia ocasionado por un trastorno físico o por la aflicción mental, ya sea pena, vergüenza, desilusión, etc.”. El único otro uso que se da a esta palabra en las Escrituras Griegas es con relación a la profunda agonía que Jesús sufrió en el huerto de Getsemaní. (Mateo 26:37.)

Pablo estimó que lo más conveniente sería enviar de vuelta a Epafrodito con una carta que explicara el inesperado retorno de su emisario. Al decir “considero necesario enviarles a Epafrodito”, Pablo se responsabiliza de su regreso, eliminando así cualquier posible sospecha de que Epafrodito no haya cumplido fielmente su cometido. (Filipenses 2:25.) Todo lo contrario: Epafrodito casi pierde la vida en el cumplimiento de su misión. Pablo les recomendó afectuosamente: “Denle la acostumbrada acogida en el Señor con todo gozo; y sigan teniendo aprecio a hombres de esa clase, porque a causa de la obra del Señor llegó a estar muy próximo a la muerte, al exponer su alma al peligro, para compensar de lleno la ausencia de ustedes aquí para prestarme servicio personal”. (Filipenses 2:29, 30.)

“Sigan teniendo aprecio a hombres de esa clase”

Las personas que poseen la misma actitud mental de Epafrodito son verdaderamente dignas de reconocimiento, pues se sacrifican a fin de servir a los demás. Pensemos en aquellos que se han ofrecido a servir lejos de su hogar en calidad de misioneros, superintendentes viajantes o en alguna de las sucursales de la Sociedad Watch Tower. Aunque ahora la edad o la salud decadente de algunos de ellos les impida hacer lo que en el pasado, todavía merecen respeto y estimación por sus años de fiel servicio.

Sin embargo, una enfermedad debilitante puede causar depresión o sentimientos de culpa. ¡Qué frustrante es no poder hacer tanto como quisiéramos! Cualquiera que se encuentre en tal situación puede aprender de Epafrodito. Después de todo, ¿fue culpa suya que enfermara? ¡Por supuesto que no! (Génesis 3:17-19; Romanos 5:12.) Su deseo era el de servir a Dios y a sus hermanos, pero la enfermedad lo limitó.

En vez de recriminar a Epafrodito por su indisposición, Pablo exhortó a los filipenses a permanecer a su lado. De igual manera, debemos consolar a nuestros hermanos cuando se hallen desanimados. Podemos alabar su fiel ejemplo de servicio. El que Pablo manifestara su reconocimiento a Epafrodito hablando tan bien de él debió consolar a este y aliviar su abatimiento. Nosotros también podemos estar seguros de que ‘Dios no es injusto para olvidar nuestra obra y el amor que hemos mostrado para con su nombre, por el hecho de que hemos servido a los santos y continuamos sirviendo’. (Hebreos 6:10.)

[Ilustración y mapa de la página 27]

(Para ver el texto en su formato original, consulte la publicación)

Viajero de tiempos romanos

[Mapa]

Roma

[Reconocimiento]

Mapa: Mountain High Maps® Copyright © 1995 Digital Wisdom, Inc.; viajero: Da originale del Museo della Civiltà Romana, Roma

[Recuadro de la página 29]

Las incomodidades del viaje

En la actualidad no exige mucho esfuerzo trasladarse de una importante ciudad europea a otra situada a una distancia comparable a la que recorrió Epafrodito, pues la travesía puede realizarse cómodamente en una o dos horas de avión; pero en el siglo I las cosas eran muy diferentes. En ese entonces, cualquier desplazamiento significaba incomodidad. Un viajero a pie podía recorrer entre 30 y 35 kilómetros al día, y estaba expuesto a las inclemencias del tiempo y a diversos peligros, entre ellos los “salteadores”. (2 Corintios 11:26.)

¿Dónde pasaban la noche y se aprovisionaban los viajeros?

El historiador Michelangelo Cagiano de Azevedo señala que a lo largo de las carreteras romanas “había mansiones, auténticos hoteles, con provisiones, establos y alojamientos para los empleados; entre dos mansiones seguidas había varias mutationes, es decir, paradas, donde se podían cambiar los caballos y los carruajes y comprar víveres”. Estas posadas gozaban de malísima reputación por frecuentarlas las clases sociales más bajas. Además de robar a los viajeros, los posaderos solían complementar sus ingresos con las ganancias de las prostitutas. El poeta satírico latino Juvenal comentó que quien se viera obligado a hospedarse en una de estas tabernas, estaría “tirado con algún asesino, revuelto entre marineros, ladrones y esclavos escapados, entre verdugos y fabricantes de angarillas [usadas para retirar los cadáveres de los gladiadores que caían en la lucha] [...] los vasos son comunes, nadie tiene un jergón aparte y nadie dispone de una mesa algo retirada”. Otros escritores antiguos se lamentaron del agua insalubre y de las habitaciones atestadas, sucias, húmedas e infestadas de pulgas.

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