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  • La Atalaya. Anunciando el Reino de Jehová 2001
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La Atalaya. Anunciando el Reino de Jehová 2001
w01 1/6 págs. 30-31

Preguntas de los lectores

En vista de que Jehová está dispuesto a perdonar los pecados gracias al sacrificio redentor, ¿por qué es necesario que los cristianos los confiesen a los ancianos de la congregación?

El caso de David y Bat-seba muestra que Dios perdonó el pecado de David —aunque era grave— porque se arrepintió de verdad. Cuando el profeta Natán le abordó, el rey confesó abiertamente: “He pecado contra Jehová” (2 Samuel 12:13).

Ahora bien, Jehová no solo acepta la confesión sincera del pecador y lo perdona, sino que también se encarga con amor de ayudarlo a recobrarse en sentido espiritual. En el caso de David, utilizó al profeta Natán; hoy día utiliza a los ancianos de la congregación cristiana espiritualmente maduros. El discípulo Santiago explica: “¿Hay alguno enfermo [en sentido espiritual] entre ustedes? Que llame a sí a los ancianos de la congregación, y que ellos oren sobre él, untándolo con aceite en el nombre de Jehová. Y la oración de fe sanará al indispuesto, y Jehová lo levantará. También, si hubiera cometido pecados, se le perdonará” (Santiago 5:14, 15).

Los ancianos con experiencia pueden hacer mucho para aliviar el dolor de corazón del pecador que siente remordimiento. Procuran imitar a Jehová al tratar con él y evitan ser severos, aun cuando sea apropiado dar disciplina seria. Con compasión analizan las necesidades apremiantes de la persona y con paciencia tratan de reajustar su modo de pensar utilizando la Palabra de Dios (Gálatas 6:1). Aunque alguien no confiese voluntariamente su pecado, puede que se sienta impulsado a arrepentirse cuando hablen con él los ancianos, como le sucedió a David con Natán. El apoyo que reciba de parte de ellos contribuirá a que evite el peligro de repetir el pecado y, por extensión, las graves consecuencias de convertirse en un practicante endurecido del pecado (Hebreos 10:26-31).

No es nada fácil confesar a otras personas acciones por las que nos sentimos avergonzados ni tampoco lo es pedir perdón. Se requiere fortaleza interna. No obstante, reflexionemos un momento sobre la otra alternativa. Un hombre que no reveló su pecado grave a los ancianos de la congregación dijo: “Sentía un dolor constante en el corazón. Aunque aumenté mi actividad en la predicación, no se me quitaba el remordimiento”. Él creía que bastaba con orar a Dios y confesar su mal, pero estaba muy equivocado, pues experimentó sentimientos parecidos a los del rey David (Salmo 51:8, 11). Es mucho mejor aceptar la ayuda amorosa que Jehová suministra mediante los ancianos.

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