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Cómo nos llegó la Biblia. Primera parteLa Atalaya 1997 | 15 de agosto
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No obstante, durante el siglo IV a.E.C., se presentó un problema. Alejandro Magno quería que todo el mundo se educara en la cultura griega. Sus conquistas impusieron el griego común, o koiné, como el idioma de uso generalizado por todo el Oriente Medio. Como consecuencia, muchos judíos se criaron sin aprender a leer hebreo, así que no podían leer las Escrituras. Por ello, hacia el año 280 a.E.C., un grupo de eruditos hebreos se reunieron en Alejandría (Egipto) para traducir la Biblia hebrea a la lengua popular koiné. Su traducción llegó a conocerse como la Septuaginta, del latín para “setenta”, un nombre que hacía referencia al número aproximado de traductores que se cree tomaron parte en la obra. Se finalizó hacia el año 150 a.E.C.
En los días de Jesús, en Palestina todavía se hablaba hebreo. Sin embargo, la koiné era la lengua imperante tanto en esa zona como en el resto de las remotas provincias del mundo romano. Por consiguiente, los escritores cristianos de la Biblia utilizaron esta forma común de griego a fin de llegar a tantas personas de las naciones como fuera posible. Además, citaron profusamente de la Septuaginta y emplearon muchos de sus términos.
Puesto que los primeros cristianos eran misioneros entregados, enseguida aprendieron a utilizar la Septuaginta para probar que Jesús era el Mesías esperado por tanto tiempo. Los judíos se alarmaron por ello y se sintieron impelidos a realizar algunas nuevas traducciones al griego, las cuales estaban concebidas para privar a los cristianos de sus argumentos, por lo que tenían revisados los textos que estos más usaban para sustentar sus creencias. Por ejemplo, en Isaías 7:14, la Septuaginta empleó una palabra griega que significa “virgen” para referirse proféticamente a la madre del Mesías. Las nuevas traducciones utilizaron un término griego distinto que significa “mujer joven”. El uso constante que daban los cristianos a la Septuaginta finalmente hizo que los judíos abandonaran por completo su táctica y fomentaran una vuelta al hebreo. A la larga, esta medida resultó de gran ayuda en la traducción posterior de la Biblia, pues contribuyó a conservar vivo el idioma hebreo.
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La propagación de las creencias cristianas enseguida provocó la demanda de traducciones de las Escrituras Griegas Cristianas y de las Escrituras Hebreas. Con el tiempo se hicieron numerosas versiones en idiomas como el armenio, el copto, el georgiano y el siriaco. Muchas veces hubo que crear los alfabetos con ese propósito. Por ejemplo, se dice que Ulfilas, obispo de la Iglesia Romana del siglo IV, compuso el alfabeto gótico para traducir la Biblia. Omitió los libros de Reyes porque pensaba que alentarían las tendencias guerreras de los godos. Esta omisión, no obstante, no impidió que los godos “cristianizados” saquearan Roma en 410.
Las Biblias latinas y eslavas
Mientras tanto, aumentaba la importancia del latín, y aparecieron varias antiguas versiones latinas. Estas variaban en estilo y exactitud, por lo que en el año 382, el papa Dámaso encargó a su secretario, Jerónimo, que preparara una Biblia latina fidedigna.
Jerónimo comenzó revisando las versiones en latín de las Escrituras Griegas Cristianas. En cambio, para las Escrituras Hebreas insistió en traducirlas del original hebreo. Por ello, en 386 se trasladó a Belén para estudiar hebreo y buscar la ayuda de un rabino. Esta decisión suscitó mucha controversia en los círculos eclesiásticos. Algunas personas, entre ellas Agustín, contemporáneo de Jerónimo, creían que la Septuaginta era inspirada, y acusaron a Jerónimo de “pasarse a los judíos”. Pero Jerónimo siguió adelante y terminó su trabajo hacia el año 400. Al acercarse a la fuente de los idiomas y documentos originales y traducirlos al lenguaje vivo de aquel día, Jerónimo se anticipó a los métodos de traducción actuales en mil años. Su trabajo llegó a conocerse como la Vulgata, o versión común, y la gente se benefició de ella durante siglos.
En la cristiandad oriental, muchos aún podían leer la Septuaginta y las Escrituras Griegas Cristianas. Tiempo después, sin embargo, comenzaron a utilizarse comúnmente en la zona oriental de Europa los idiomas y dialectos de la familia eslava. En el año 863, dos hermanos que hablaban griego, Cirilo y Metodio, fueron a Moravia, actualmente parte de la República Checa, y comenzaron a traducir la Biblia al eslavo antiguo. Para ello compusieron el alfabeto glagolítico, que con el tiempo fue sustituido por el cirílico, llamado así en honor de Cirilo. Este fue el origen de los alfabetos ruso, ucraniano, serbio y búlgaro de la actualidad. La Biblia en eslavo antiguo fue de utilidad para la gente de esa zona durante generaciones. Con el tiempo, sin embargo, al cambiar los idiomas, la gente común dejó de comprenderla.
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La traducción de la Biblia se enfrenta a oposición
En el año 1079, el papa Gregorio VII emitió el primero de muchos edictos eclesiásticos medievales que prohibían la producción y a veces hasta la posesión de versiones vernáculas. Revocó el permiso para que la misa se celebrara en eslavo antiguo aduciendo que requeriría que se tradujeran secciones de las Santas Escrituras. En completa contradicción con el espíritu de los primeros cristianos, escribió: “Al Dios Todopoderoso le [ha complacido] que la santa escritura se mantenga en secreto en algunos lugares”. Siendo esta la postura oficial de la Iglesia, cada vez era más común que a los que favorecían la lectura de la Biblia se les considerara peligrosos.
A pesar de que el ambiente era desfavorable, se continuó copiando y traduciendo la Biblia a los idiomas comunes. Por Europa circularon clandestinamente versiones en muchos idiomas. Estaban copiadas a mano, pues la imprenta de tipos móviles no se inventó en Europa hasta mediados del siglo XV. Pero como las copias eran caras y escasas, un ciudadano común podía considerarse afortunado con poseer solo parte de un libro de la Biblia o simplemente unas cuantas páginas. Algunos se aprendieron de memoria grandes secciones, incluso todas las Escrituras Griegas Cristianas.
Con el tiempo, sin embargo, hubo indicios de extensos movimientos favorables a la reforma de la Iglesia. Estos movimientos estaban motivados en parte por una nueva conciencia de la importancia de la Palabra de Dios en la vida diaria. ¿Cómo afectarían a la Biblia estos movimientos y la invención de la imprenta? ¿Y qué fue de William Tyndale y su traducción, mencionados al comienzo? En próximos números continuaremos con esta fascinante historia hasta nuestros mismos días.
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