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  • Hemos buscado primero el Reino
    La Atalaya 1994 | 1 de febrero
    • Más tarde, en 1960, mi hermana Sonia fue mi compañera misional, y se nos asignó a Pôrto Alegre, la capital del estado de Rio Grande do Sul. Quizás se pregunten cómo llegó ella a Brasil.

      Sonia y mamá siguieron sirviendo de precursoras juntas en Inglaterra después de la II Guerra Mundial. Pero a principios de los años cincuenta operaron a mamá de cáncer, lo que la dejó demasiado débil para ir de casa en casa, aunque podía dirigir estudios bíblicos y escribir cartas. Sonia continuaba siendo precursora y al mismo tiempo cuidaba a mamá. En 1959 tuvo el privilegio de asistir a la clase trigésimo tercera de Galaad y fue asignada a Brasil. Entretanto, Beryl cuidó de mamá hasta su muerte, en 1962. Para entonces Beryl se había casado, y ella y su familia todavía siguen fielmente a Jehová.

      En Brasil, Sonia y yo ayudamos a varias personas a alcanzar la dedicación y el bautismo. Sin embargo, uno de los problemas que muchos brasileños tenían era el de legalizar su matrimonio. Debido a la dificultad de obtener un divorcio en Brasil, no era extraño que las parejas vivieran juntas sin casarse. Así era especialmente cuando uno de los dos se había separado de su cónyuge legal.

      Una señora llamada Eva se hallaba en esa situación cuando me puse en contacto con ella. Su cónyuge legal había desaparecido, de modo que pusimos un anuncio en la radio para localizarlo. Cuando conocimos su paradero, acompañé a Eva a la ciudad donde él vivía para conseguir que firmara un documento que la dejara libre, a fin de legalizar su matrimonio con el hombre soltero con el que entonces vivía. En la audiencia ante el juez, se nos pidió a Eva y a mí que explicáramos por qué quería ella legalizar su situación marital. El juez quedó sorprendido y muy satisfecho por la explicación que se le dio.

      En otra ocasión acompañé a una de mis estudiantes de la Biblia al abogado para arreglar su caso. De nuevo se dio un buen testimonio en cuanto al matrimonio y las normas morales de Dios. En este caso el costo del divorcio era tan elevado que ambos tuvieron que trabajar para pagar los honorarios. Pero para esos nuevos estudiantes de la Biblia, el esfuerzo valía la pena. Sonia y yo tuvimos el privilegio de ser testigos de su matrimonio, y luego, junto con sus tres hijos adolescentes, escuchamos un breve discurso bíblico en su hogar.

      Una vida rica y remuneradora

      Cuando Sonia y yo dedicamos nuestra vida a Jehová y nos hicimos precursoras, queríamos, de ser posible, que el ministerio de tiempo completo fuera nuestra carrera de toda la vida. Nunca pensamos mucho en qué sucedería cuando envejeciéramos o en caso de enfermedad o dificultades económicas. No obstante, tal como Jehová prometió, nunca nos abandonó. (Hebreos 13:6.)

      Sí, por supuesto, a veces nos ha faltado el dinero. Una vez mi compañera y yo comimos bocadillos de perejil al mediodía durante todo un año, pero nunca nos hemos muerto de hambre ni se han quedado sin atender nuestras necesidades básicas.

      Con el paso de los años, nuestras energías han disminuido. A mediados de los años ochenta ambas fuimos sometidas a intervenciones quirúrgicas serias que supusieron una prueba severa para nosotras, ya que restringieron bastante nuestra predicación. En enero de 1987, se nos invitó a formar parte del personal de la sede nacional de los testigos de Jehová de Brasil.

      Nuestra gran familia de más de mil miembros está ubicada a unos 140 kilómetros de São Paulo, en un hermoso complejo de edificios, donde imprimimos publicaciones bíblicas para Brasil y otras partes de Sudamérica. Aquí recibimos el cuidado amoroso de siervos devotos de Dios. Cuando llegué a Brasil, en 1951, había unos cuatro mil predicadores del mensaje del Reino, pero ahora hay más de trescientos sesenta y seis mil. Nuestro compasivo Padre celestial en verdad nos ha añadido ‘todas las otras cosas’ porque hemos buscado primero el Reino. (Mateo 6:33.)

  • Hemos buscado primero el Reino
    La Atalaya 1994 | 1 de febrero
    • Sonia Springate

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