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  • El poder de Dios ha compensado mis debilidades
    La Atalaya (estudio) 2024 | abril
    • Poco después, empecé a darle clases de la Biblia a un hombre joven llamado Fernando González, que vivía en Algeciras, uno de los pueblos donde no había Testigos. Él iba todas las semanas a trabajar a Neiva, que estaba a más de 50 kilómetros (30 millas). Preparaba muy bien toda la información que íbamos a estudiar en cada clase, y desde el primer momento iba a todas las reuniones. Además, en la primera semana, empezó a reunir a algunas personas de su pueblo para enseñarles lo que estaba aprendiendo.

      Erkki y su esposa, Sirkka, con Fernando González.

      Con Fernando en 1993.

      Fernando se bautizó en enero de 1990, solo seis meses después de empezar a estudiar, y enseguida se hizo precursor regular. Ahora que ya había un Testigo en Algeciras, la sucursal pudo enviar precursores especiales a la zona de manera segura. Y en febrero de 1992 allá se formó una congregación.

      Pero Fernando no se quedó predicando en Algeciras. Después de casarse, él y su esposa, Olga, se mudaron a otro pueblo donde no había Testigos: San Vicente del Caguán. Allí también ayudaron a formar una congregación. Y en el 2002 los enviaron a la obra de circuito, donde siguen sirviendo hasta hoy.

  • El poder de Dios ha compensado mis debilidades
    La Atalaya (estudio) 2024 | abril
    • JEHOVÁ NOS DA “TANTO EL DESEO COMO LAS FUERZAS PARA ACTUAR”

      En 1990, me nombraron superintendente viajante, y nuestro primer circuito fue en Bogotá, la capital del país. Sirkka y yo somos personas comunes y corrientes, no tenemos ningún talento especial. Además, no estábamos acostumbrados a vivir en una ciudad tan grande. Así que la asignación nos intimidaba un poco. Pero Jehová cumplió lo que dice Filipenses 2:13: “Dios es el que, tal como a él le agrada, los llena de energías dándoles tanto el deseo como las fuerzas para actuar”.

      Un tiempo después nos cambiaron a un circuito de Medellín, la ciudad que mencioné al principio. Allá muchas personas se habían acostumbrado tanto a la violencia en las calles que ya ni se asustaban. Recuerdo que una vez estaba en una casa dirigiendo un curso bíblico, cuando justo afuera se empezó a escuchar una balacera (un tiroteo). Yo estaba a punto de tirarme al piso, pero el estudiante de la Biblia siguió leyendo como si no pasara nada. Cuando terminó, me dijo que iba a salir un momento. Después de un rato, regresó con dos niños pequeños, y con toda la calma del mundo me dijo: “Perdón, pero tenía que ir por mis hijos”.

      Ese no fue el único susto que pasamos. En una ocasión estábamos predicando de casa en casa, cuando de repente mi esposa vino corriendo hacia mí más blanca que la nieve. Muerta de miedo me dijo que alguien le había disparado, y yo también me asusté. Pero luego nos dimos cuenta de que el hombre no estaba disparándole a ella, sino a un señor que estaba pasando justo a su lado.

      Con el tiempo nos fuimos acostumbrando un poco a la violencia. Admirábamos mucho el aguante y la fortaleza con que los hermanos enfrentaban situaciones como estas y peores. Llegamos a la conclusión de que, si Jehová los estaba ayudando a ellos, también nos ayudaría a nosotros. Siempre seguíamos los consejos de los ancianos de las congregaciones, teníamos mucho cuidado y el resto lo dejábamos en manos de Jehová.

      Claro, a veces las cosas no eran tan peligrosas como nos las imaginábamos. Por ejemplo, recuerdo que una vez estaba de visita en una casa cuando afuera escuché lo que parecían dos mujeres insultándose a gritos. Yo no tenía ningún interés en ver la discusión, pero la dueña de la casa insistió en que me asomara. ¡Resultó que eran solo dos loritos imitando a los vecinos!

  • El poder de Dios ha compensado mis debilidades
    La Atalaya (estudio) 2024 | abril
    • Luego, también fui superintendente de distrito. Pero, cuando esa figura desapareció, regresé a la obra de circuito. Ya llevo más de 30 años sirviendo como instructor y superintendente viajante. En estas responsabilidades he disfrutado de muchas bendiciones, pero no todo ha sido siempre de color de rosa. ¿Por qué lo digo?

      Reconozco que tengo un carácter fuerte. Esto me ha ayudado a afrontar situaciones difíciles, pero a veces también me ha llevado a ser demasiado estricto al tratar de corregir ciertos asuntos en las congregaciones. Por ejemplo, a veces les decía de manera muy enérgica a algunos hermanos que tenían que ser amorosos y razonables con los demás. Lo irónico era que, en esos momentos, esas eran justo las cualidades que me faltaban a mí (Rom. 7:21-23).

      En ocasiones me he sentido muy desanimado por culpa de mis defectos (Rom. 7:24). Una vez me sentí tan mal que le dije a Jehová en una oración que lo mejor sería dejar de ser misionero y regresar a Finlandia. Pero ese día en la reunión escuché algo que me convenció de que tenía que perseverar en mi asignación y seguir puliendo mi personalidad. Nunca olvidaré la respuesta tan clara que Jehová le dio a mi oración. También le estoy muy agradecido porque me ha ayudado con mucho cariño a mejorar mis defectos.

  • El poder de Dios ha compensado mis debilidades
    La Atalaya (estudio) 2024 | abril
    • Pronto cumpliré 70 años, así que dejaré de ser instructor y superintendente viajante. Pero eso no me entristece. ¿Por qué no? Porque estoy convencido de que para honrar a Jehová no es necesario tener responsabilidades muy llamativas. Lo más importante es que le sirvamos con modestia y lo alabemos con un corazón lleno de amor y gratitud (Miq. 6:8; Mar. 12:32-34).

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    La Atalaya (estudio) 2024 | abril
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