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    Anuario de los testigos de Jehová 1996
    • Károly Áfra, que a sus más de 70 años todavía sirve fielmente a Jehová, relata: “Hubo varios intentos de hacernos renunciar a nuestra fe, pero nos mantuvimos firmes. En cierta ocasión, nos mandaron hacer un emplazamiento de artillería a base de hormigón. Seleccionaron a dos hermanos para el trabajo, pero estos se negaron y alegaron que estaban en prisión precisamente por no hacer trabajos relacionados con la guerra. El oficial les dijo que mandaría ejecutarlos si no hacían el trabajo. Un soldado se llevó a uno de los hermanos al otro lado de la montaña, y se oyó un disparo. El oficial se volvió al otro y le dijo: ‘Tu hermano ha muerto. Tienes tiempo para pensarlo’.

      ”La respuesta del hermano fue: ‘Si mi hermano pudo morir por su fe, ¿por qué no puedo yo hacer lo mismo?’. El oficial ordenó al soldado que trajera al ‘muerto’ y, dando al otro unas palmadas en la espalda, dijo: ‘Hombres tan valientes merecen vivir’, y los dejó marchar.”

      Los hermanos sabían que la razón por la que estaban vivos era servir de testigos de Jehová. Había miles de prisioneros en el campo de Bor, a muchos de los cuales dieron un testimonio cabal de Jehová y su Reino. Durante aquellos años difíciles, los testigos de Jehová de todo el país, fuera que estuvieran encarcelados, en campos de concentración o en cualquier otro sitio, aprovecharon toda oportunidad para predicar. Encontraron personas de disposición bondadosa en todas partes, hasta entre oficiales importantes, que admiraban su aguante valeroso. Algunos incluso los animaron diciendo: “Continúen perseverando en su fe”.

      Llevaban los Testigos once meses en Bor, en medio de circunstancias peligrosas y duras, cuando llegaron rumores de que los partisanos planeaban atacar el pueblo; de modo que se decidió evacuar el campo. Cuando los Testigos se enteraron, dos días antes de salir, de que tendrían que emprender el viaje a pie, se dispusieron de inmediato a construir carretas de dos y cuatro ruedas. Tenían tantas carretas al momento de iniciar la marcha, que los oficiales, soldados y demás prisioneros se quedaron asombrados al ver lo que habían logrado.

      Antes de llevarlos al camino (junto con otros 3.000 prisioneros judíos), cada hermano recibió 700 gramos de pan y cinco latas de pescado, lo cual era insuficiente para el viaje. Pero Jehová les suministró lo que los funcionarios no les dieron. ¿De qué forma? Mediante los habitantes serbios y húngaros de los territorios que atravesaron, quienes les dieron gustosos el pan que no necesitaban. Los hermanos lo juntaban todo, y cuando había una pausa, lo repartían de tal modo que todos recibieran una porción, aunque solo fuera un bocado. Si bien se entregó a cientos de prisioneros a los soldados alemanes para que los ejecutaran, la mano protectora de Jehová estuvo sobre sus Testigos.

  • Hungría
    Anuario de los testigos de Jehová 1996
    • En enero de 1945, el comandante informó a los Testigos que todos los hombres capaces de trabajar debían presentarse en el Ayuntamiento de Jánosháza. Una vez allí, un oficial alemán se los llevó a las afueras del pueblo para cavar trincheras. Ante la negativa de los primeros seis a los que se escogió, el oficial ordenó de inmediato: “¡Ejecútenlos!”. Colocaron a los seis hermanos en fila, y los soldados húngaros procedieron a apuntarles con los fusiles, listos para disparar cuando se diera la orden, ante la mirada de los otros 76 hermanos. Uno de los soldados húngaros se acercó con disimulo a estos y les dijo: “Si no quieren que maten a sus compañeros, vayan y arrojen sus herramientas al suelo”. Los hermanos siguieron de inmediato este consejo. El oficial alemán quedó tan sorprendido que al principio se los quedó mirando con incredulidad. Entonces preguntó: “¿Tampoco ustedes quieren trabajar?”. El hermano Bartha contestó en alemán: “Sí, claro que queremos trabajar, pero no podemos realizar tareas que vayan en contra de nuestra fe. El sargento puede confirmar que hemos efectuado y seguimos efectuando las labores asignadas con la mayor diligencia y productividad, pero no podemos hacer el trabajo que tiene usted pensado para nosotros”.

      Uno de los hermanos relató después: “Al oír aquello, el oficial dijo que todos quedábamos arrestados, lo cual resultó bastante gracioso, pues de todos modos estábamos presos”.

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