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  • Jehová me ha sustentado con su amistad
    La Atalaya 1989 | 1 de mayo
    • Me llevó de vuelta a Stuttgart, donde conseguí trabajo seglar. Sin embargo, mi verdadero trabajo, que empezó en marzo de 1939, era distribuir en Stuttgart y sus alrededores maletas llenas de copias duplicadas de La Atalaya. Otros Testigos valerosos participaban en esta obra.

      Mientras tanto, el hermano Cyranek se encargaba de todo el país excepto la parte nordeste. Puesto que las casas de los Testigos estaban bajo vigilancia, él tenía que actuar con gran cautela, y a veces hasta dormía en el bosque. En ciertas ocasiones llegaba por tren expreso a Stuttgart, donde me dictaba informes especiales sobre nuestra situación en Alemania. Yo escribía cartas ordinarias y ponía estos mensajes entre las líneas con tinta invisible, y entonces enviaba las cartas por vía indirecta al Betel de los Países Bajos.

      Lamentablemente, otro hermano se hizo traidor para que no lo enviaran a prisión. Un año después este traicionó a los grupos que teníamos en Stuttgart y otros lugares, y la Gestapo arrestó a los hermanos.

  • Jehová me ha sustentado con su amistad
    La Atalaya 1989 | 1 de mayo
    • Él nunca abandona a sus amigos

      Anna y yo y otras hermanas fieles habíamos sido enviadas a la cárcel de Stuttgart. Muchas veces oí que se golpeaba a los prisioneros. El encierro solitario y sin ocupación es una experiencia horrible. Pero porque nosotras nunca nos habíamos perdido una reunión cristiana y todavía éramos jóvenes, podíamos recordar casi todos los artículos de La Atalaya. Por eso nuestra fe se mantuvo fuerte, y pudimos aguantar.

      Cierto día dos representantes de la Gestapo vinieron de Dresde para buscar a mi compañera de prisión, Gertrud Pfisterer (ahora Wulle), y a mí, para que allá nos identificaran.

  • Jehová me ha sustentado con su amistad
    La Atalaya 1989 | 1 de mayo
    • En mayo de 1940 la Gestapo de Stuttgart, muy orgullosa de habernos aprehendido, pidió a sus colegas de Dresde que nos devolvieran a Stuttgart. Nos iban a juzgar en el sur de Alemania. Pero aparentemente la Gestapo del norte y la del sur no se llevaban bien, de modo que la oficina de Dresde rehusó enviarnos, y los de Stuttgart vinieron y nos llevaron de regreso a aquella ciudad personalmente. ¿Qué pasaría ahora? El viaje a la estación se nos hizo un viaje agradable a lo largo del río Elba; en nuestras celdas no habíamos visto el verdor de los árboles ni el azul del cielo por muchísimo tiempo. Como antes, todo un compartimiento del tren se reservó para nosotras solamente, y hasta se nos permitió cantar canciones del Reino. Cuando cambiamos de trenes, pudimos comer en el restaurante de la estación. Imagínese: por la mañana solo habíamos comido un pedazo de pan seco, ¡y ahora teníamos esto!

      Mi caso se vio ante el tribunal de Stuttgart el 17 de septiembre de 1940. Al escribir y enviar las cartas de Ludwig Cyranek, yo había informado a personas de países extranjeros acerca de nuestra actividad clandestina y la persecución de que éramos objeto. Aquello era alta traición, y tenía pena de muerte. Por lo tanto, ¡pareció un milagro que a mí, la reo principal en Stuttgart, se me sentenciara solamente a tres años y medio de prisión solitaria!

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