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EsperanzaPerspicacia para comprender las Escrituras, volumen 1
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La esperanza cristiana. Tanto la esperanza del cristiano como la de la humanidad residen en Jesucristo. Ningún humano pudo acceder a la vida eterna en el cielo o sobre la Tierra hasta que Cristo Jesús “[arrojó] luz sobre la vida y la incorrupción mediante las buenas nuevas”. (2Ti 1:10.) A los hermanos de Cristo engendrados por espíritu se les dice que tienen la esperanza celestial debido a la gran misericordia de Dios, quien les dio “un nuevo nacimiento a una esperanza viva mediante la resurrección de Jesucristo de entre los muertos”. (1Pe 1:3, 4; Col 1:5, 27; Tit 1:1, 2; 3:6, 7.) Esta feliz esperanza se realizará “en la revelación de Jesucristo”. (1Pe 1:13, 21; Tit 2:13.) Por lo tanto, el apóstol Pablo llama a Cristo Jesús “nuestra esperanza”. (1Ti 1:1.)
Esta esperanza de vida eterna e incorrupción para aquellos que son “participantes del llamamiento celestial” (Heb 3:1) está bien fundada y se puede tener plena confianza en ella. Se apoya en dos cosas en las que es imposible que Dios mienta: su promesa y su juramento. Además, se cifra en Cristo, que ahora es inmortal en los cielos. Por consiguiente, se dice que esta esperanza es “ancla del alma, tanto segura como firme, y entra cortina adentro [como entraba el sumo sacerdote en el Santísimo en el Día de Expiación], donde un precursor ha entrado a favor nuestro, Jesús, que ha llegado a ser sumo sacerdote a la manera de Melquisedec para siempre”. (Heb 6:17-20.)
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EsperanzaPerspicacia para comprender las Escrituras, volumen 1
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Según las palabras de Pablo en Romanos 8:20, 21, Jehová Dios no destruyó al primer hombre Adán cuando pecó, sino que permitió que procrease una prole sujeta a futilidad, una futilidad no debida a haber pecado deliberadamente, sino a su imperfección inherente. Sin embargo, no los dejó sin esperanza, ya que con bondad alentó sus expectativas por medio de la “descendencia” prometida (Gé 3:15; 22:18), Jesucristo. (Gál 3:16.) Daniel había profetizado la primera venida del Mesías. (Da 9:24-27.) La predicación de Juan el Bautista suscitó la expectativa de la nación de Israel. (Mt 13:1, 2; Lu 3:15.) Jesús satisfizo aquella esperanza con su ministerio, muerte y resurrección. No obstante, la gran esperanza para la humanidad en general, tanto para los vivos como para los muertos, se cifra en el Reino de Cristo, cuando él y sus coherederos sirvan de reyes y sacerdotes celestiales. Entonces, los humanos que ejerzan fe realmente serán liberados de la corrupción a la imperfección y al pecado, y llegarán a ser “hijos de Dios” en el pleno sentido del término. Su esperanza se ve fortalecida por el hecho de que Dios resucitó a su Hijo hace más de mil novecientos años. (Hch 17:31; 23:6; 24:15.)
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