BIBLIOTECA EN LÍNEA Watchtower
Watchtower
BIBLIOTECA EN LÍNEA
Español
  • BIBLIA
  • PUBLICACIONES
  • REUNIONES
  • Hungría
    Anuario de los testigos de Jehová 1996
    • Durante este período, el fascismo comenzó a ejercer una tremenda influencia en Hungría. Se obligó a los hermanos alemanes a marcharse, y los hermanos húngaros fueron sometidos a una persecución más intensa. La policía maltrató salvajemente a muchos, y después los sentenciaron a largas condenas de prisión.

      Celebran las reuniones con cautela

      A finales de los años treinta, los hermanos solo podían reunirse en secreto y en grupos pequeños. Por lo general, la única publicación de la que disponía la congregación era una revista La Atalaya, que se hacía circular entre los hermanos.

      Ferenc Nagy, de Tiszavasvári, recuerda: “En aquel tiempo, el Estudio de La Atalaya no se parecía a los de hoy día. Después de llegar todos los que se esperaban, se cerraban las puertas. A veces, el estudio de un artículo podía durar hasta seis horas. Yo tenía unos cinco años y mi hermano cuatro, pero nos gustaba escuchar aquellos largos estudios sentados en nuestras sillitas. De verdad que sí. Todavía recuerdo algunos de aquellos dramas proféticos. La crianza que nos dieron nuestros padres produjo buenos resultados”.

      Etel Kecskemétiné, que a sus ochenta y tantos años sigue sirviendo fielmente en Budapest, recuerda que en Tiszakarád los hermanos celebraban las reuniones en los campos durante la hora del almuerzo. Como los Testigos trabajaban juntos cultivando la tierra de uno y después de otro, los funcionarios no podían impedir tales reuniones. En los meses de otoño e invierno, las hermanas se juntaban para hilar y los hermanos se sentaban con ellas. Aunque la policía les preguntaba qué hacían, no podía detenerlos. Si no se presentaban estas oportunidades, se reunían en algún lugar temprano en la madrugada o tarde por la noche.

      Proclamadores ingeniosos

      Cuando se proscribió la predicación de casa en casa, los Testigos se valieron de otros métodos para dar a conocer la verdad bíblica. En aquel tiempo, los gramófonos portátiles eran relativamente nuevos y no había ninguna ley que prohibiera utilizarlos. En vista de ello, los hermanos pedían permiso a los amos de casa para ponerles un mensaje grabado. Si accedían, ponían un discurso del hermano Rutherford. Para ello, los hermanos grabaron en discos los discursos del hermano Rutherford traducidos al húngaro, y emplearon tanto gramófonos portátiles como máquinas sonoras con grandes altavoces.

      János Lakó, que se casó con la hija de la hermana Kecskemétiné, recuerda lo siguiente con respecto a aquellos impactantes discursos bíblicos grabados: “Tuve el placer de escuchar uno en Sátoraljaújhely. Una de las frases que oí se me quedó grabada: ‘Las monarquías, las democracias, las aristocracias, el fascismo, el comunismo, el nazismo y todo intento semejante de gobernación desaparecerán en Armagedón y caerán pronto en el olvido’. Nos sorprendía la fuerza con que se presentaban las verdades bíblicas. En 1945, este discurso, que tanto me impresionó, parecía una profecía”.

      Continúan las penalidades

      La persecución siguió cada vez con más furia. Después de la visita de un sacerdote católico a la sucursal de la Sociedad en Budapest, en la que obtuvo toda la información que pudo, comenzó una campaña de calumnias en la prensa acompañada de advertencias desde el púlpito y por la radio. Por todo el país se confiscaron las publicaciones y se golpeó cruelmente a los Testigos. En Kisvárda llevaron a varios Testigos al ayuntamiento y los metieron uno a uno en una habitación, donde los golpearon y torturaron diabólicamente. El 1938 Year Book of Jehovah’s Witnesses informó de este suceso y preguntó: “El ‘Domingo de Resurrección’, el día de la gran procesión. ¿Qué celebraban en ese día? ¿La resurrección de la Inquisición?”.

      Cuando el clero no conseguía manipular a los funcionarios, se valía de otros medios. El 1939 Year Book informó: “Se insta y hasta se paga a personas insensatas para que golpeen y maltraten a los hermanos. Sabemos que en algunos lugares los clérigos han recompensado a cada una de estas personas con 10 kilogramos de tabaco por haber acusado falsamente a los hijos de Dios”.

      Proscritos

      En 1938, András Bartha, que había trabajado cinco años en la sucursal de la Sociedad en Magdeburgo (Alemania) y luego en lo que entonces era Checoslovaquia, se encontró en territorio de Hungría cuando esta se anexionó partes de Checoslovaquia y Rutenia. Enseguida se le asignó atender la obra en Hungría. La labor de los testigos de Jehová ya había sido proscrita en Alemania por el régimen nazi, y en Checoslovaquia estaban prohibidas las reuniones. Posteriormente, el 13 de diciembre de 1939, se proscribió la obra también en Hungría.

      En aquel mismo año se abrieron en el país dos campos de internamiento: uno a 30 kilómetros de Budapest, y el otro, en la población de Nagykanizsa, al sudoeste, a 26 kilómetros de la frontera con Yugoslavia. Estos campos no tardaron en llenarse de personas a las que se consideraba poco confiables: delincuentes, comunistas y testigos de Jehová, a quienes se acusaba de constituir una amenaza para la sociedad.

      Al mismo tiempo, un comisario de la policía de Budapest organizó una brigada de detectives para descubrir a los “cabecillas” de los testigos de Jehová, y también estudiar el funcionamiento de esta organización ilegal y sus contactos en el extranjero. A esto siguieron arrestos, encarcelamientos y maltrato físico y psicológico.

      ¿Detuvo tal oposición la obra de los testigos de Jehová en Hungría? No; pero se requirió que todos los publicadores prestaran atención al consejo de Jesús de “ser cautelosos como serpientes, y, sin embargo, inocentes como palomas”. (Mat. 10:16.) El 1940 Yearbook da un ejemplo de la cautela que mostró una precursora. Ella llevaba un pañuelo negro en la cabeza y otro sobre los hombros. Tras haber predicado en cierta comunidad, vio a una mujer que se dirigía hacia ella con dos policías militares. La hermana dobló una esquina, se puso unos pañuelos de color distinto y caminó tranquilamente en dirección a los dos policías. Estos le preguntaron si había visto a una mujer que llevaba puestos unos pañuelos negros, a lo cual la hermana respondió que había visto una que iba en dirección contraria y parecía tener prisa. Los policías y su espía salieron corriendo para atraparla, mientras la hermana regresó tranquilamente a casa.

      Una precursora fiel recordó tiempo después cómo las autoridades, presionadas por el clero, mandaron arrestarla. Por una temporada estuvo bajo vigilancia policíaca y con la obligación de comparecer en el cuartel dos veces al mes. Pero tan pronto como salía, se montaba en su bicicleta y se iba a predicar. Debido a su persistencia en la predicación, cumplió diferentes condenas de cárcel: primero cinco días, después diez, quince y treinta; dos veces estuvo cuarenta días, después sesenta; dos veces estuvo cien días, y, por último, ocho años. ¿Cuál fue el motivo? Enseñar la Biblia a la gente. Al igual que los apóstoles de Jesucristo, obedeció a Dios en vez de a los hombres. (Hech. 5:29.)

      Como el hermano Bartha dedicaba todo su tiempo a traducir, en 1940 la Sociedad confió la dirección de la obra en Hungría a János Konrád, que anteriormente había sido siervo de zona (superintendente de circuito).

      Más campos de internamiento

      En agosto de 1940, Hungría se anexionó parte del territorio de Transilvania (Rumania). Al año siguiente se intensificó la persecución en esta región. En Cluj (Transilvania) abrieron otro campo de internamiento, adonde llevaron a cientos de hermanos y hermanas de todas las edades. Allí se les sometió a un trato despiadado por no renunciar a su fe y volver a abrazar su religión anterior. Cuando los fieles Testigos de todo el país se enteraron de lo que estaba ocurriendo en aquel campo, empezaron a orar por sus hermanos. Poco después, una investigación puso de manifiesto la corrupción que existía entre los oficiales del campo, de modo que transfirieron al oficial que estaba al mando y a la mayoría de los guardias; a algunos incluso se les encarceló. Este suceso resultó en alivio para los hermanos, por lo cual dieron gracias a Jehová.

      Entretanto, en la región sudoccidental, en un campo situado cerca de Nagykanizsa se recluyó a muchos matrimonios, cuyos hijos quedaron al cuidado de los Testigos que aún estaban en sus hogares. En todos estos campos se presionó mucho al pueblo de Jehová. Se ofrecía la libertad a los hermanos a cambio de firmar un documento por el que renunciaban a su fe y prometían no tener más relación con los testigos de Jehová y volver a profesar su religión anterior, que era la que aprobaba el Estado.

      La situación de los testigos de Jehová se volvió aún más delicada a partir del 27 de junio de 1941, cuando Hungría declaró la guerra a la Unión Soviética. Por causa de su negativa a prestar el servicio militar, fueron enjuiciados muchas veces.

      Arrestan al siervo del país

      La brigada de detectives que iba tras los testigos de Jehová se hizo cada vez más activa y efectuó redadas en las casas de muchos hermanos. Enviaron muchas citaciones al hermano Konrád y entraron en su casa varias veces; además, lo obligaban a presentarse en el departamento central de la policía dos veces por semana.

      En noviembre de 1941, el hermano Konrád reunió a todos los siervos de zona (superintendentes de circuito) y les dijo que tenía la certeza de que pronto lo arrestarían y que en tal caso, uno de ellos, József Klinyecz, se encargaría de supervisar la obra.

      Arrestaron al hermano Konrád justo al mes siguiente, el día 15 de diciembre. Lo sometieron a un trato terriblemente brutal por varios días con el fin de que revelara los nombres de los siervos de zona y los precursores, pero no lograron sacarle nada. Finalmente lo entregaron al fiscal del distrito. Después solo lo sentenciaron a dos meses de prisión, pero en vez de ponerlo en libertad al cumplir la sentencia, lo llevaron al campo de concentración de Kistarcsa aduciendo que era una amenaza para la sociedad.

      Dos siervos del país

      Entretanto, en 1942 la oficina centroeuropea de Suiza asignó oficialmente a Dénes Faluvégi para que supervisara la obra en Hungría. Aunque el hermano Faluvégi era de naturaleza apacible y flexible, podía, sin embargo, estimular a otros debido a su celo por la verdad. Había trabajado de maestro en Transilvania, y había colaborado de modo importante en organizar la obra en Rumania después de la I Guerra Mundial.

      Sin embargo, al hermano Klinyecz, el siervo de zona al que el hermano Konrád había confiado la responsabilidad temporal de la obra en caso de ser arrestado, no le agradó que le dieran esta asignación a Faluvégi, pues lo consideraba incapaz de afrontar aquella complicada tarea.

      El hermano Klinyecz siempre fue celoso y valiente, de carácter más firme que apacible. Era celoso en el servicio del campo, y los hermanos de todo el país lo conocían y apreciaban. Se formaron dos bandos: el de los que reconocían el nombramiento que había hecho la Sociedad del hermano Faluvégi, y el de los que compartían la opinión del hermano Klinyecz, de que la responsabilidad de la supervisión necesitaba estar en manos firmes en aquellos tiempos difíciles.

      Algunas congregaciones recibieron al mismo tiempo la visita de dos siervos de zona: uno enviado por Faluvégi, y el otro, por Klinyecz. Desgraciadamente, en vez de animar a los hermanos en tales ocasiones, a veces los dos siervos de zona peleaban entre sí, lo cual, como es de suponer, afectó mucho a los fieles.

      Un establo de caballos de carreras en Alag

      En agosto de 1942, las autoridades decidieron acabar con los testigos de Jehová de Hungría. Con este fin prepararon diez lugares donde juntarlos, fueran hombres o mujeres, jóvenes o mayores. Llevaron allí incluso a las personas que todavía no estaban bautizadas pero de las que se sabía que tenían contacto con los testigos de Jehová.

      A los Testigos de Budapest y los alrededores los condujeron a un establo de caballos de carreras en Alag. En ambos lados del establo, junto a los muros exteriores, se colocaba paja, sobre la cual dormían tanto los hermanos como las hermanas. Si alguien quería simplemente darse la vuelta durante la noche, tenía que pedir permiso a los guardias. De día los obligaban a sentarse en fila en bancos de madera de cara a la pared y a permanecer en silencio, mientras los guardias caminaban de arriba para abajo con sus bayonetas caladas.

      Al lado del establo había una habitación más pequeña, donde los detectives, bajo la dirección de István y Antal Juhász, dos hermanos carnales, llevaban a cabo los “interrogatorios”. Torturaban a los hermanos con métodos demasiado degradados como para mencionarlos.

      A las hermanas no les fue mejor. A una le pusieron las medias en la boca para ahogar sus gritos. Entonces la obligaron a acostarse boca abajo en el suelo, con uno de los detectives sentado encima de ella sosteniéndole en alto las piernas, mientras el otro la golpeaba sin misericordia en las plantas de los pies. Se podían oír claramente los golpes y los gritos desde la habitación donde estaban los hermanos.

      “Juicio” en Alag

      Los “interrogatorios” terminaron a fines de noviembre. En aquel mes se improvisó una sala de tribunal en el salón de baile de un restaurante de Alag, donde el tribunal del estado mayor de Heinrich Werth trató el caso de 64 testigos de Jehová. Al entrar en la sala, estos vieron las publicaciones, las Biblias, las máquinas de escribir, los gramófonos y los discos confiscados en los registros domiciliarios.

      El juicio comenzó sin que ninguno de los 64 acusados hubiera sido interrogado por el fiscal militar ni hubiera podido hablar con el abogado designado por el tribunal para defenderlos. El interrogatorio de todos tomó tan solo unas cuantas horas, y en realidad no se les dio la oportunidad de defenderse. A una hermana le preguntaron si estaba dispuesta a tomar las armas. Respondió: “Soy una mujer, así que no tengo que tomar las armas”. Entonces le preguntaron: “¿Las tomaría si fuera un hombre?”. Contestó: “El día que sea un hombre responderé”.

      Luego vinieron las sentencias. Los hermanos Bartha, Faluvégi y Konrád fueron condenados a la horca; otros, a cadena perpetua, y los demás, de dos a quince años de cárcel. Esa tarde los llevaron a la prisión militar del bulevar Margit, en Budapest. Los tres hermanos que habían sido condenados a muerte esperaban ser ejecutados de un momento a otro, pero exactamente un mes después de haber sido encarcelados, su abogado les informó que les habían conmutado la sentencia por cadena perpetua.

      En los otros nueve lugares donde se reunió a los Testigos, los interrogatorios se llevaron a cabo siguiendo métodos parecidos a los utilizados en el establo de Alag. A los hermanos declarados culpables se les llevó finalmente a la prisión de Vác, al norte del país.

      Monjas carceleras

      A las hermanas por lo general se las internaba en la calle Conti de Budapest, en la prisión de contraespionaje. A las que eran sentenciadas a tres años o más se las transfería a la cárcel de mujeres de Márianosztra (María nuestra), un pueblo próximo a la frontera con Eslovaquia, donde eran vigiladas por monjas, que las trataban de un modo espantoso. También llevaban allí a las Testigos que habían estado anteriormente en otras prisiones.

      Aquella que no obedeciera las normas impuestas por las monjas, era enviada al calabozo. Estas normas incluían la asistencia obligatoria a la iglesia y el saludo católico: “Alabado sea Jesucristo”. Si las reclusas recibían algo, la expresión de agradecimiento debía ser: “Que Dios se lo pague”.

      Como es obvio, nuestras fieles hermanas no hacían caso de estas normas. Cada vez que se negaban a ir a la iglesia, las encerraban veinticuatro horas en un calabozo; era entonces cuando nuestras hermanas decían: “Que Dios se lo pague”. A las Testigos también se las privaba de todos los privilegios normales, como recibir paquetes, mantener correspondencia con familiares o recibir visitas. Solo unas cuantas transigieron con el fin de no seguir pasándolo mal. Pero después de un tiempo, el trato dispensado a las que se mantuvieron fieles dejó de ser tan duro.

      El campo de concentración de Bor

      En el verano de 1943 se reunió a todos los hermanos menores de 49 años de todas las prisiones del país en una ciudad de provincias, y se les ordenó emprender el servicio militar. Aunque se les volvió a dar un trato despiadado, los hermanos fieles permanecieron firmes y se negaron, a la vez que rechazaron el uniforme militar que se les ofreció. No obstante, hubo nueve que prestaron el juramento militar y aceptaron los uniformes, aunque no por ello les fue mejor. Los 160 que había allí, incluidos los nueve que transigieron, fueron trasladados al campo de concentración de Bor (Serbia). Dos años después, uno de aquellos nueve, con el fusil en la mano, palidecía y temblaba al encontrarse en el pelotón de fusilamiento que ejecutaría, entre otros, a su propio hermano carnal, que era un Testigo fiel.

      Los hermanos pasaron por situaciones muy difíciles tanto de camino al campo de concentración como cuando llegaron. Pero el comandante del campo no insistió en que realizaran trabajos que iban en contra de su conciencia. Incluso pidió disculpas en una ocasión en que los soldados se valieron de la tortura para obligar a los Testigos a violar su conciencia.

      Károly Áfra, que a sus más de 70 años todavía sirve fielmente a Jehová, relata: “Hubo varios intentos de hacernos renunciar a nuestra fe, pero nos mantuvimos firmes. En cierta ocasión, nos mandaron hacer un emplazamiento de artillería a base de hormigón. Seleccionaron a dos hermanos para el trabajo, pero estos se negaron y alegaron que estaban en prisión precisamente por no hacer trabajos relacionados con la guerra. El oficial les dijo que mandaría ejecutarlos si no hacían el trabajo. Un soldado se llevó a uno de los hermanos al otro lado de la montaña, y se oyó un disparo. El oficial se volvió al otro y le dijo: ‘Tu hermano ha muerto. Tienes tiempo para pensarlo’.

      ”La respuesta del hermano fue: ‘Si mi hermano pudo morir por su fe, ¿por qué no puedo yo hacer lo mismo?’. El oficial ordenó al soldado que trajera al ‘muerto’ y, dando al otro unas palmadas en la espalda, dijo: ‘Hombres tan valientes merecen vivir’, y los dejó marchar.”

      Los hermanos sabían que la razón por la que estaban vivos era servir de testigos de Jehová. Había miles de prisioneros en el campo de Bor, a muchos de los cuales dieron un testimonio cabal de Jehová y su Reino. Durante aquellos años difíciles, los testigos de Jehová de todo el país, fuera que estuvieran encarcelados, en campos de concentración o en cualquier otro sitio, aprovecharon toda oportunidad para predicar. Encontraron personas de disposición bondadosa en todas partes, hasta entre oficiales importantes, que admiraban su aguante valeroso. Algunos incluso los animaron diciendo: “Continúen perseverando en su fe”.

      Llevaban los Testigos once meses en Bor, en medio de circunstancias peligrosas y duras, cuando llegaron rumores de que los partisanos planeaban atacar el pueblo; de modo que se decidió evacuar el campo. Cuando los Testigos se enteraron, dos días antes de salir, de que tendrían que emprender el viaje a pie, se dispusieron de inmediato a construir carretas de dos y cuatro ruedas. Tenían tantas carretas al momento de iniciar la marcha, que los oficiales, soldados y demás prisioneros se quedaron asombrados al ver lo que habían logrado.

      Antes de llevarlos al camino (junto con otros 3.000 prisioneros judíos), cada hermano recibió 700 gramos de pan y cinco latas de pescado, lo cual era insuficiente para el viaje. Pero Jehová les suministró lo que los funcionarios no les dieron. ¿De qué forma? Mediante los habitantes serbios y húngaros de los territorios que atravesaron, quienes les dieron gustosos el pan que no necesitaban. Los hermanos lo juntaban todo, y cuando había una pausa, lo repartían de tal modo que todos recibieran una porción, aunque solo fuera un bocado. Si bien se entregó a cientos de prisioneros a los soldados alemanes para que los ejecutaran, la mano protectora de Jehová estuvo sobre sus Testigos.

      Se vuelve a poner a prueba su integridad

      A finales de 1944, cuando se acercaba el ejército soviético, se ordenó el traslado de los Testigos de los campos a la frontera de Hungría con Austria. Cuando estos vieron que se estaban llevando al frente a todos los hombres sanos de la región, se ofrecieron para ayudar a las mujeres de la zona en los trabajos más duros de la labranza. Donde se les daba hospedaje, aprovechaban la oportunidad para predicar.

      En enero de 1945, el comandante informó a los Testigos que todos los hombres capaces de trabajar debían presentarse en el Ayuntamiento de Jánosháza. Una vez allí, un oficial alemán se los llevó a las afueras del pueblo para cavar trincheras. Ante la negativa de los primeros seis a los que se escogió, el oficial ordenó de inmediato: “¡Ejecútenlos!”. Colocaron a los seis hermanos en fila, y los soldados húngaros procedieron a apuntarles con los fusiles, listos para disparar cuando se diera la orden, ante la mirada de los otros 76 hermanos. Uno de los soldados húngaros se acercó con disimulo a estos y les dijo: “Si no quieren que maten a sus compañeros, vayan y arrojen sus herramientas al suelo”. Los hermanos siguieron de inmediato este consejo. El oficial alemán quedó tan sorprendido que al principio se los quedó mirando con incredulidad. Entonces preguntó: “¿Tampoco ustedes quieren trabajar?”. El hermano Bartha contestó en alemán: “Sí, claro que queremos trabajar, pero no podemos realizar tareas que vayan en contra de nuestra fe. El sargento puede confirmar que hemos efectuado y seguimos efectuando las labores asignadas con la mayor diligencia y productividad, pero no podemos hacer el trabajo que tiene usted pensado para nosotros”.

      Uno de los hermanos relató después: “Al oír aquello, el oficial dijo que todos quedábamos arrestados, lo cual resultó bastante gracioso, pues de todos modos estábamos presos”.

      Otros hermanos íntegros

      Al igual que los ejemplos mencionados anteriormente, cientos de hermanos y hermanas de todo el país libraron la misma pelea por su fe en muchos otros campos de concentración y prisiones.

      En la primavera de 1944 se trasladó a muchos judíos del campo de internamiento de Nagykanizsa a los campos de Alemania. Entre ellos había dos testigos de Jehová: Éva Bász y Olga Slézinger, judías de nacimiento, de 20 y 45 años de edad, respectivamente. Las dos adoraban a Jehová Dios con celo y un corazón puro. La hermana Bász estaba bastante delicada de salud, pero había sido precursora antes de que la arrestaran. Estaba predicando en Dunavecse cuando la policía la detuvo y la llevó al ayuntamiento.

      Allí la sometieron a un trato degradante instigados por el alcalde del pueblo. Ella recuerda: “Me raparon la cabeza y me tuvieron completamente desnuda delante de diez o doce policías, que comenzaron a interrogarme para saber quién era nuestro líder en Hungría. Les expliqué que nuestro único líder era Jesucristo”. Reaccionaron golpeándola despiadadamente con sus bastones. Pero la hermana Bász estaba resuelta a no traicionar a sus hermanos cristianos.

      Ella agrega: “Después, aquellos salvajes me ataron las manos y los pies por encima de la cabeza, y todos excepto uno me violaron. Me ataron con tanta fuerza, que todavía tenía marcas en las muñecas cuando fui a Suecia tres años después. Fue tal el maltrato, que me ocultaron en el sótano dos semanas hasta que sanaron las heridas más graves, pues no se atrevían a que otras personas vieran el estado en el que me habían dejado”. Enviaron a la hermana Bász al campo de Nagykanizsa y de allí a Auschwitz junto con la hermana Slézinger.

      Ella continúa: “Con Olga me sentía segura; podía hacer gala de un gran sentido del humor aun en situaciones difíciles. El doctor Mengele tenía a su cargo separar a los recién llegados en dos grupos: los que estaban sanos y los que no eran aptos para el trabajo. A estos últimos los enviaba a las cámaras de gas. Cuando nos llegó el turno, le preguntó a Olga: ‘¿Cuántos años tiene?’. ‘Veinte’, respondió ella valientemente y parpadeando con gracia. Lo cierto es que tenía más del doble, pero Mengele se rió y la dejó en el grupo de los que no iban a morir”.

      Les cosieron en la ropa estrellas amarillas, que las identificaban como judías, pero ellas protestaron, insistiendo en que eran testigos de Jehová. Arrancaron las estrellas amarillas y exigieron que les cosieran triángulos púrpuras, que las identificarían como testigos de Jehová. Aunque las golpearon duramente por ello, respondieron: “Pueden hacernos lo que quieran, pero siempre seremos testigos de Jehová”.

      Posteriormente las llevaron al campo de concentración de Bergen-Belsen. Más o menos para aquel tiempo se declaró en el campo una epidemia de tifus. La hermana Slézinger enfermó tan gravemente que la sacaron del campo junto con muchas otras y no se la volvió a ver. Poco después, el ejército británico liberó este territorio. Llevaron a la hermana Bász a un hospital, tras lo cual se mudó a Suecia, donde no tardó en ponerse en contacto con los hermanos.

      A muchos de los hermanos que encarcelaron en Hungría los deportaron después a Alemania. La mayoría regresó al terminar la guerra, pero no todos. Dénes Faluvégi fue uno de los que murieron mientras era trasladado del campo de concentración de Buchenwald al de Dachau. Había servido fielmente a Jehová por más de treinta años.

      Testigos fieles hasta la muerte

      Cuando se cerró el campo de Nagykanizsa, en el otoño de 1944, se puso en libertad a los Testigos que aún no habían sido deportados a Alemania. Sin embargo, como el frente de batalla les imposibilitaba regresar a casa, decidieron trabajar en las haciendas de la comarca hasta que mejorara la situación. El 15 de octubre de 1944, el Nyilaskeresztes Párt (Partido Flechas Cruzadas) subió al poder apoyado por el partido nazi alemán, y de inmediato empezó a llamar a los jóvenes al servicio militar.

      No tardó en arrestarse de nuevo a los hermanos debido a su neutralidad. Llevaron a cinco de los jóvenes detenidos a Körmend, a unos 10 kilómetros de la frontera con Austria, donde había un tribunal militar que celebraba sesión en la escuela local. El primero en ser juzgado fue Bertalan Szabó, a quien sentenciaron a morir fusilado. Antes de la ejecución escribió una conmovedora carta de despedida, que puede leerse en la página 662 del libro Los testigos de Jehová, proclamadores del Reino de Dios. Después se juzgó a otros dos: János Zsondor y Antal Hönis. Ellos también se mantuvieron firmes y fueron ejecutados.

      Sándor Helmeczi, que fue encarcelado entonces, recuerda: “A cierta hora del día se nos permitía utilizar el baño del patio. Para que viéramos lo que ocurriría, cambiaron el horario. Con ello querían decirnos: ‘Ahora ya saben lo que les espera a ustedes también’. Fue un momento muy triste cuando vimos a nuestros queridos hermanos caer al suelo inertes. Después volvieron a llevarnos a nuestra celda.

      ”Transcurridos diez minutos nos ordenaron salir y limpiar la sangre de nuestros hermanos. De este modo pudimos verlos de cerca. El rostro de János Zsondor estaba bastante normal. Su semblante sonriente, amigable y apacible no mostraba ningún vestigio de temor.”

      Al mismo tiempo, otro hermano, Lajos Deli, de 20 años, moría en la horca en la plaza de mercado de Sárvár, a 40 kilómetros de la frontera con Austria. En 1954, un antiguo oficial que presenció la ejecución relató lo ocurrido aquel día:

      “Muchos de nosotros, civiles y militares, huíamos hacia el oeste. Al cruzar Sárvár, vimos la horca preparada en la plaza de mercado, y al lado, a un joven de rostro agradable y pacífico. Cuando pregunté a uno de los observadores cuál había sido su delito, me dijo que se había negado a tomar las armas y la pala. Estaban presentes varios reclutas del Partido Flechas Cruzadas armados de ametralladoras. Todos oímos a uno de ellos decirle al joven: ‘Es tu última oportunidad. Toma la ametralladora o te colgamos’. El joven no le respondió; no estaba impresionado en lo más mínimo. A continuación dijo con voz firme: ‘Pueden ejecutarme, pero prefiero obedecer a mi Dios Jehová que a simples hombres’. De modo que lo ahorcaron.”

      Según el 1946 Yearbook, entre 1940 y 1945 dieron muerte a dieciséis Testigos debido a su objeción a rendir servicio militar por motivos de conciencia; otros veintiséis murieron a consecuencia de los malos tratos. Al igual que su Señor, vencieron al mundo por su fe.

  • Hungría
    Anuario de los testigos de Jehová 1996
    • [Fotografías en la página 90]

      Leales a Jehová hasta la muerte: (arriba) Bertalan Szabó fue fusilado; (derecha) Lajos Deli murió en la horca

Publicaciones en español (1950-2025)
Cerrar sesión
Iniciar sesión
  • Español
  • Compartir
  • Configuración
  • Copyright © 2025 Watch Tower Bible and Tract Society of Pennsylvania
  • Condiciones de uso
  • Política de privacidad
  • Configuración de privacidad
  • JW.ORG
  • Iniciar sesión
Compartir