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    Anuario de los testigos de Jehová para 1988
    • LOS MISIONEROS DAN MÁS ÍMPETU A LA OBRA

      Al final de la II Guerra Mundial se enviaron precursores de Inglaterra a pequeñas ciudades de Irlanda del Norte. En 1946, en la asamblea de Edimburgo (Escocia), algunos de esos precursores se acercaron al presidente de la Sociedad para preguntarle si podían asistir a Galaad. “Sí —contestó⁠—, si prometen volver a Irlanda.” Cinco hermanas cumplieron con aquella promesa.

      La llegada en 1949 de misioneros de la Escuela Bíblica de Galaad de la Watchtower aceleró la obra. Maurice y Mary Jones, quienes habían trabajado mucho preparando el terreno, dieron la bienvenida a esos trabajadores. Se establecieron dos casas misionales, una en Dublín, con la ayuda del hermano Jones, y la otra en Cork. El Yearbook de 1950 comentó que requirió mucho trabajo liberar a algunos de la oscuridad espiritual que envolvía a tantos, especialmente debido a que nunca habían visto una Biblia. “La gente —dijo⁠— tiene temor de dejar las tradiciones que han conocido por tanto tiempo, de modo que, para que progresen, se requiere mucho tacto y paciencia.”

      Los misioneros recién llegados abarcaron grandes zonas a pie y en bicicleta, y con frecuencia fueron objeto de ataques verbales y físicos. Y trabajaron arduamente hasta entrada la noche para cultivar con bondad el interés que encontraban. (Compárese con Oseas 11:4.)

      Una de las primeras misioneras, Elsie Levis (de soltera, Lott), recuerda cómo fue preparada mentalmente para las condiciones de Irlanda. “Antes de que nos fuéramos de Galaad —dijo⁠—, el hermano Franz nos comentó que, después de la India, consideraba a Irlanda la asignación más difícil del mundo. Debido a la actitud de la Iglesia, él pensaba que era la zona católica más dura del mundo.” Efectivamente, ella la encontró difícil. “Pero —continuó⁠— también creíamos que la gente había sido apaleada por las fuerzas políticas y religiosas, de modo que estábamos interesados en las personas, porque ellas mismas, bajo aquella capa de hostilidad, tenían un buen fondo.”

      LOS MISIONEROS ROMPEN LA BARRERA CATÓLICA

      Las chusmas católicas fueron una constante amenaza que se cernía sobre los misioneros como una nube de tormenta lista para estallar en cualquier momento. De modo que, para no levantar las sospechas y después la ira de los vecinos, los misioneros trabajaban separados en el servicio de casa en casa, pero se mantenían a la vista uno del otro. Antes de dejar la casa misional para salir al servicio, cada uno ensayaba con su compañero de ese día ciertos ademanes hechos con la mano o los hombros. Estas señales servirían para advertirse entre sí de que se acercaba una chusma.

      Mildred Barr (de soltera, Willett, que ahora está sirviendo con su esposo, John, en la casa Betel de Brooklyn) recuerda un día que salía para el servicio del campo con su motocicleta gris. Sus alforjas de cuero delgado de color marrón oscuro —cargadas con la literatura, la comida, el termo del té y unos zuecos⁠— colgaban del guardabarros trasero de la motocicleta. Ella y Frieda Miller se introdujeron en una zona católica de Dublín. Una vez en el territorio, se separaron y dejaron sus motocicletas en diferentes lugares, asegurándose de que estas no estuvieran a la vista de la gente, pero sí lo suficientemente cerca como para llegar a ellas con rapidez si se veían ante la necesidad de salir a toda prisa.

      Mildred colocó la cadena y el candado a su motocicleta, dejándola atada a una valla, y empezó su testificación de casa en casa. Recuerda: “Estaba hablando a una mujer muy interesada cuando de repente se le dilataron las pupilas y se quedó sin habla. Pregunté: ‘¿Qué pasa?’. No hubo respuesta, excepto una mirada de temor. Me di la vuelta y me encontré con una chusma de ocho o nueve mujeres bloqueando la puerta exterior. Por el rabillo del ojo vi a Frieda que me hacía la señal convenida con la mano, pero era demasiado tarde. Otras mujeres venían corriendo hacia la casa. Sabía que no podía salir por la puerta, de modo que atravesé a toda prisa el jardín de la casa, luego el del vecino de al lado, salté por encima de una pared y fui corriendo hacia mi motocicleta.

      ”Para entonces, Frieda ya había arrancado su motocicleta; la mía aún estaba encadenada. Quité el candado, me monté, pero la motocicleta no arrancaba. ¡Tenía la bujía en el bolsillo! De modo que puse la bujía en el motor, intenté arrancar de nuevo y se puso en marcha. Pero no a tiempo, y eso es de lo que todo el mundo se ríe hasta hoy. Una mujer que corría detrás de mí esgrimiendo una fregona la metió por entre la reja de una cloaca de la calle y la blandió hacia mí mientras me iba. La materia que salió despedida de la fregona me cubrió desde la punta de la cabeza hasta la parte baja de la espalda. Cuando alcancé a Frieda, dijo: ‘¡Vaya, Mildred, pufff...! Cuando lleguemos, ¡no entres en casa!’.

      ”Cuando llegamos a la casa misional, ella le explicó a la otra hermana misionera lo que había pasado. Pusieron periódicos fuera, cerca del jardín, para que yo pudiera pasar por ellos, y me arrojaron cubos de agua. Ah, durante varios días todas me dejaban sus perfumes. No obstante, unas cuantas personas de esa sección de Dublín con el tiempo entraron en la verdad.”

      Bridie Casey recuerda otro incidente en Dublín. Estaba con un misionero en el ministerio del campo cuando una mujer católica les dijo que simplemente estaban dándose de cabeza contra la pared. El espíritu de aquellos misioneros se ve reflejado en la respuesta del hermano: “¡Puede ser —dijo⁠—; pero al menos algunas piedras de la pared se están empezando a mover!”. Sí, los misioneros llegaron a ser un ariete que agrietaba las paredes del control católico que encarcelaba a los irlandeses de corazón honrado.

      ATAQUE DE UNA CHUSMA CERCA DE LIMERICK

      Aunque los irlandeses eran básicamente amigables y hospitalarios, los líderes religiosos aún podían incitar a algunos a la violencia. El 13 de mayo de 1956 un misionero, Stephen Miller, estaba participando en el servicio del campo con un publicador nuevo en una zona rural del oeste del país. De repente, él y su compañero se encontraron con que una chusma bloqueaba el camino. Subieron a la motocicleta para escapar. Pero los persiguieron en sus automóviles y finalmente los alcanzaron en una calle sin salida.

      La chusma, dirigida por un sacerdote, rodeó al hermano Miller. Uno de los más peleones le dio un puñetazo en la barbilla. Entonces le quitaron la literatura y la quemaron en el centro del pequeño pueblo de Cloonlara, cerca de Limerick.

      Más tarde, en el juicio, se subrayó el prejuicio de los jueces. El sacerdote y ocho de los agitadores fueron exculpados. El que golpeó al hermano Miller fue hallado culpable, pero se le puso en libertad. Al hermano Miller y a su compañero se les obligó legalmente a guardar el orden pagando una fianza de 200 libras cada uno. ¡Qué perversión de la justicia! ¡El tribunal excusó a la chusma y castigó a las víctimas! Aunque la ciudad de Dublín estaba mejorando su trato a los Testigos, en muchas zonas rurales la gente aún se adhería tercamente a sus puntos de vista y acciones medievales.

  • Irlanda
    Anuario de los testigos de Jehová para 1988
    • [Ilustración de la página 95]

      Siete de las primeras misioneras que llegaron a Irlanda en 1949 son, de izquierda a derecha: Mildred Willett (de casada, Barr), Bessie Jones, Joan Retter (de casada, Miller), Joey Orrom, Elsie Lott (de casada, Levis), Ann Parkin (de casada, Carter), Barbara Haywood (de casada, Steffens)

      [Fotografías en la página 98]

      Olive y Arthur Matthews (recuadro), junto con el hermano de Olive y su esposa, usaron esta caravana de cuatro metros durante la campaña de 1953 con el folleto “El camino de Dios es el de amor”

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