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  • Compasión para los afligidos
    El hombre más grande de todos los tiempos
    • Desde la región costanera de Sidón, Jesús y sus discípulos van a campo traviesa hacia las cabeceras del río Jordán. Aparentemente cruzan el Jordán por algún lugar más arriba del mar de Galilea y entran en la región de la Decápolis al este del mar. Allí suben a una montaña, pero las muchedumbres los encuentran y llevan a Jesús sus cojos, lisiados, ciegos y sordos, y muchas otras personas a quienes afligen otras enfermedades y deformidades. Casi arrojan a estas personas a los pies de Jesús, y él las cura. La gente queda sorprendida, pues ve que los mudos hablan, los cojos andan y los ciegos ven; y alaba al Dios de Israel.

      Jesús da atención especial a un hombre que es sordo y casi no puede hablar. Por lo general los sordos se desconciertan con facilidad, especialmente rodeados de una muchedumbre. Quizás Jesús nota la nerviosidad particular de este hombre. Por eso, compadeciéndose de él, lo aparta de la muchedumbre y trata con él en privado. Cuando están solos, Jesús indica lo que va a hacer. Pone los dedos en los oídos del hombre y, después de escupir, le toca la lengua. Entonces Jesús, mirando al cielo, suspira profundamente y dice: “Sé abierto”. Ahora el hombre puede oír, y puede hablar normalmente.

      Cuando Jesús ha ejecutado todas estas curaciones, las muchedumbres responden con aprecio. Dicen: “Todas las cosas las ha hecho bien. Hasta a los sordos hace oír y a los mudos hablar”.

  • Los panes y la levadura
    El hombre más grande de todos los tiempos
    • Los panes y la levadura

      GRANDES muchedumbres han acudido a Jesús en la Decápolis. Muchas personas han viajado largas distancias hasta esta región, mayormente poblada por gentiles, para escuchar a Jesús y ser sanadas de sus enfermedades. Han traído consigo grandes cestas para provisiones que acostumbran usar cuando viajan por zonas de gentiles.

      Sin embargo, con el tiempo Jesús llama a sus discípulos y dice: “Me compadezco de la muchedumbre, porque ya son tres días que han permanecido cerca de mí y no tienen qué comer; y si los envío en ayunas a sus casas, desfallecerán en el camino. De hecho, algunos de ellos son de muy lejos”.

      “¿De dónde podrá alguien aquí en un lugar aislado satisfacer a estos con panes?”, preguntan los discípulos.

      Jesús inquiere: “¿Cuántos panes tienen?”.

      “Siete —responden—, y unos cuantos pescaditos.”

      Jesús dice a la gente que se recline en el suelo, y toma los panes y los pescados y, orando a Dios, los parte, y empieza a darlos a sus discípulos. Ellos, a su vez, sirven a la gente, y todos comen hasta quedar satisfechos. Después, cuando se recogen las sobras, hay siete cestas de provisiones llenas, ¡aunque unos 4.000 hombres, y también mujeres y niños, han comido!

      Jesús despide a las muchedumbres, sube a una barca con sus discípulos y cruza hacia la ribera occidental del mar de Galilea.

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