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El hombre más grande de todos los tiempos¡Despertad! 2006 | diciembre
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El hombre más grande de todos los tiempos
¿QUIÉN es, para usted, el hombre más grande que ha pisado este planeta? ¿Noé, que sobrevivió al Diluvio y se convirtió en antepasado de toda la humanidad? (Génesis 7:1, 21, 22; 9:18, 19.) ¿Nabucodonosor, el rey de la antigüedad que construyó la espléndida ciudad de Babilonia, a la que él mismo calificó de grande? (Daniel 4:28-30.) ¿Quizás Alejandro Magno, cuyas proezas se destacan incluso en las profecías bíblicas? (Daniel 8:5-8, 21, 22.) ¿O acaso Julio César, el famoso gobernante romano?
Cuarenta y cinco años después del fallecimiento de Julio César nació en Belén un niño llamado Jesús. ¿Llegó a ser Jesús el hombre más grande de todos los tiempos? Hace unos cien años, la obra The Historians’ History of the World (La historia universal vista por historiadores) afirmó: “Las actividades [de Jesús] han tenido un impacto más trascendental —incluso desde un punto de vista estrictamente seglar— que las de cualquier otro personaje de la historia. Su nacimiento marca el inicio de una nueva era reconocida por las principales civilizaciones del mundo”.
Hasta el día de hoy sigue habiendo un vivo interés en Jesucristo. Unos años atrás fue, en la misma fecha, el tema de portada de las influyentes revistas estadounidenses Time, Newsweek y U.S.News and World Report. El interés en él incluso parece haber aumentado. “Su figura está presente en el mundo del cine, de la música y de la moda —indicó el diario The Toronto Star en 2004—. Jesús ha pasado a formar parte de nuestro panteón de héroes.”
Por extraño que parezca, en un pasado no muy lejano algunas personas destacadas sostuvieron que Jesús nunca existió. Una de ellas fue Bruno Bauer (1809-1882), quien fue maestro de Karl Marx. El escritor Robert E. van Voorst explicó hace poco en su libro Jesus Outside the New Testament (El estudio de Jesús fuera del Nuevo Testamento): “Marx incorporó a su ideología las teorías de Bauer sobre el origen mítico de Jesús, y ese concepto se difundió posteriormente mediante la literatura oficial soviética y otros instrumentos de propaganda comunista”.
Hoy día, sin embargo, pocos niegan la existencia de Jesús. De hecho, casi todo el mundo reconoce que fue una persona real y de gran importancia. En diciembre de 2002, el periódico The Wall Street Journal publicó un editorial titulado: “La ciencia no puede ignorar a Jesús”. El autor afirmaba: “La mayoría de los eruditos, salvo algún que otro ateo, ya aceptan que Jesús de Nazaret fue un personaje histórico”.
Pero Jesús fue mucho más que un personaje histórico. La revista Time indicó: “Se necesitarían argumentos disparatados para negar que Jesús de Nazaret haya sido la figura más influyente no solo de los últimos dos milenios, sino de toda la historia humana. [...] Se puede afirmar con toda seguridad que no ha habido ningún otro ser humano cuya influencia haya sido, ni remotamente, tan profunda y perdurable como la de Jesús”.
Aun así, cabe preguntarse: ¿Quién fue realmente Jesús? ¿De dónde procedía? ¿Con qué propósito vino a la Tierra? ¿Y por qué es importante que sepamos lo máximo posible sobre él?
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¿Por qué es un personaje tan importante?¡Despertad! 2006 | diciembre
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¿Y quién era él realmente?
“¿Era Jesús el Hijo de Dios, el Mesías prometido de la Biblia hebrea, [...] o era tan solo un hombre, extraordinario tal vez, pero un hombre a fin de cuentas[?]”, se preguntó en el Encarta Yearbook (Anuario Encarta) de 1996. Es importante que reflexionemos en tales cuestiones. ¿Por qué? Porque nuestra felicidad y nuestra propia vida dependen de cómo veamos a Jesús y de cómo respondamos a sus enseñanzas. La Biblia asegura: “El que ejerce fe en el Hijo tiene vida eterna; el que desobedece al Hijo no verá la vida” (Juan 3:36).
No era un hombre común y corriente
Tras relatar lo que le sucedió a Jesús en el templo de Jerusalén cuando tenía 12 años, la Biblia dice que el muchacho regresó a casa con María y su esposo, José, y “continuó sujeto a ellos” (Lucas 2:51, 52). Pero cuando creció, quedó claro que no era un hombre común y corriente.
En una ocasión, al ver que Jesús calmaba un mar tempestuoso, un amigo suyo preguntó asustado: “¿Quién, realmente, es este[?]” (Marcos 4:41). Con el tiempo, se le imputaron cargos falsos y fue entregado al gobernador romano Poncio Pilato. Convencido de la inocencia de Jesús e impresionado por la dignidad con que enfrentaba el trato cruel e injusto, Pilato lo llevó ante la multitud y exclamó con admiración: “¡Miren! ¡El hombre!”. Los judíos respondieron: “Nosotros tenemos una ley, y según la ley debe morir, porque se hizo hijo de Dios” (Juan 19:4-7).
Al oír que Jesús afirmaba ser “hijo de Dios”, a Pilato le dio miedo. Poco antes había recibido un mensaje de su esposa en el que esta le decía que había soñado con Jesús y lo llamaba “ese hombre justo” (Mateo 27:19). Pilato sentía mucha curiosidad por saber quién era realmente Jesús. Por eso, aunque sabía que procedía de Galilea, le preguntó: “¿De dónde eres tú?”. Jesús no le contestó, y la conversación concluyó enseguida (Juan 19:9, 10).
Obviamente, Jesús era un hombre, pero había algo que lo distinguía de todos los demás seres humanos: antes había sido un espíritu en los cielos, donde se le conocía como “la Palabra”. En un momento dado, Dios había transferido su vida de forma milagrosa al vientre de María. Como lo expresó el apóstol Juan, “la Palabra vino a ser carne y residió entre nosotros” (Juan 1:1, 2, 14, 18; Revelación [Apocalipsis] 3:14).
¿Por qué era necesario que tuviera un origen divino?
El primer hombre, Adán, pecó antes de tener hijos. Desobedeció a Dios a instancias de un ángel rebelde, al que después se llamó Diablo y Satanás. El resultado fue el que Dios había advertido: Adán perdió la relación que tenía con él como hijo suyo y sufrió las consecuencias que ello acarreaba. Se volvió imperfecto, empezó a envejecer y finalmente murió (Génesis 2:15-17; 3:17-19; Revelación 12:9).
La Biblia describe así los efectos de la desobediencia de Adán en sus descendientes: “Por medio de un solo hombre [es decir, Adán] el pecado entró en el mundo, y la muerte mediante el pecado, y así la muerte se extendió a todos los hombres porque todos habían pecado” (Romanos 5:12). Lamentablemente, todos los seres humanos heredamos de nuestro antepasado, Adán, el pecado y sus nefastas consecuencias: la vejez y la muerte (Job 14:4; Romanos 3:23).
La única forma de librarse de tales consecuencias sería teniendo un padre perfecto, que no hubiera heredado el pecado y sus terribles secuelas. Veamos cómo apareció en escena ese padre nuevo, quien sería comparable a Adán en su estado perfecto.
El nuevo padre que se necesitaba
Como vimos al principio del artículo, al prometido “Príncipe de Paz” también se le llama “Padre Eterno” (LBLA). Su nacimiento humano se predijo así: “Una virgen concebirá y dará a luz un hijo” (Isaías 7:14, LBLA; Mateo 1:20-23). Jesús no tuvo un padre humano, como tampoco lo tuvo Adán. La genealogía de Jesús que registró el historiador bíblico Lucas remontándose hasta los orígenes de la humanidad muestra que Adán era “hijo de Dios” (Lucas 3:38). Pero ya hemos visto que Adán perdió la relación que tenía con Dios como hijo suyo, y no solo para él mismo, sino también para sus descendientes. De modo que todos necesitamos, por decirlo así, un nuevo padre, un padre que sea perfecto, tal como lo era Adán cuando fue creado.
Dios envió a su Hijo a la Tierra para que fuera ese nuevo Adán, reemplazando al anterior. La Biblia explica: “‘El primer hombre, Adán, llegó a ser alma viviente.’ El último Adán llegó a ser un espíritu dador de vida. El primer hombre procede de la tierra y es hecho de polvo; el segundo hombre procede del cielo” (1 Corintios 15:45, 47). “El último Adán”, Jesús, es comparable al “primer hombre, Adán”, porque al igual que él, fue perfecto y, por tanto, capaz de engendrar hijos perfectos que vivieran para siempre en la Tierra (Salmo 37:29; Revelación 21:3, 4).
Jesús, que no tuvo hijos, fue fiel a Dios hasta la muerte, pese a las pruebas a las que lo sometió Satanás. La vida humana perfecta e íntegra que Jesús sacrificó es lo que se conoce como el rescate. “Tenemos la liberación [del pecado y la muerte heredados de Adán] por rescate mediante la sangre de [Jesús]”, explica la Biblia. También dice: “Así como mediante la desobediencia [de Adán] muchos fueron constituidos pecadores, así mismo, también, mediante la obediencia de [Jesús] muchos serán constituidos justos” (Efesios 1:7; Romanos 5:18, 19; Mateo 20:28).
Si tenemos fe en Jesús, él se convertirá en nuestro “Padre Eterno” y nuestro “Salvador”. Jesús, en calidad de Gobernante del Reino de su Padre, ejercerá el poder de manera excepcional.
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