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  • Diseñado para vivir indefinidamente
    ¡Despertad! 1995 | 22 de octubre
    • El astrónomo Carl Sagan dijo que la información que cabe en el cerebro humano “llenaría unos veinte millones de volúmenes, como en las mayores bibliotecas del mundo”. El escritor George Leonard aún dijo más: “De hecho, ahora quizás podemos proponer una hipótesis increíble: la capacidad creativa final del cerebro puede ser prácticamente infinita”.

      De modo que no deberíamos sorprendernos de las siguientes declaraciones: “El cerebro —dijo James Watson, biólogo molecular y codescubridor de la estructura física del ADN— es lo más complejo que hemos descubierto hasta la fecha en nuestro universo”. El neurólogo Richard Restak, a quien no le gusta que se compare el cerebro a una computadora, dijo: “La singularidad del cerebro proviene del hecho de que en ninguna parte del universo conocido existe nada que se le parezca siquiera remotamente”.

      Los neurocientíficos dicen que a lo largo de nuestra vida solo utilizamos una pequeña parte del potencial de nuestra capacidad cerebral, tan solo una diezmilésima parte, según cierto cálculo. Piénselo, ¿es razonable que se nos haya dado un cerebro con posibilidades tan milagrosas si no había de usarse jamás a plenitud? ¿No es razonable que los seres humanos, con su ilimitada capacidad de aprender, fueron diseñados para vivir indefinidamente?

      En ese caso, ¿por qué envejecemos? ¿Qué fue lo que falló? ¿Por qué morimos cuando llegamos a los 70 u 80 años, si es obvio que nuestro cuerpo está diseñado para durar indefinidamente?

  • ¿Por qué envejecemos y morimos?
    ¡Despertad! 1995 | 22 de octubre
    • ¿Por qué envejecemos y morimos?

      “CON la excepción del descubrimiento de que las células individuales experimentan cambios con la edad —admite el doctor Leonard Hayflick—, hoy día no sabemos mucho más de la causa fundamental de la vejez de lo que sabíamos hace un siglo.” Y añade: “No sabemos de ninguna razón válida por la que debe producirse el envejecimiento”.

      Los experimentos de laboratorio llevados a cabo hace unos treinta años revelaron que cuando se tomaron células humanas normales de un feto y se cultivaron en condiciones óptimas, murieron tras subdividirse unas cincuenta veces. Por otro lado, las células tomadas de una persona muy anciana se dividieron solo entre dos y diez veces antes de morir. De ahí que el libro The Incredible Machine (La máquina increíble), de la National Geographic Society, comente: “La evidencia experimental apoya la idea de que la muerte está programada en cada uno de nosotros desde que nacemos”.

      Ahora bien, ¿es inevitable que las células cesen de dividirse? No, no lo es. “De hecho —opinaron los profesores Robert M. Sapolsky y Caleb E. Finch, expertos en el campo del envejecimiento—, parece que el estado original de las cosas vivas en la Tierra era el de insenescencia [cualidad de lo que no envejece].” Aunque resulte irónico, algunas células humanas anormales de hoy día no envejecen.

      El libro La máquina del cuerpo, editado por el doctor Christiaan Barnard, el cardiólogo que realizó el primer trasplante de un corazón humano, dice: “El descubrimiento de la existencia de células inmortales constituyó una preocupación para los biólogos interesados en la senescencia, hasta que vieron claro que dichas células eran anormales”. En efecto, algunas variedades de células cancerosas pueden mantenerse en cultivo continuo pues siguen subdividiéndose aparentemente sin cesar. The World Book Encyclopedia dice: “Si los científicos pueden determinar cómo sobreviven tales células anormales, posiblemente lleguen a comprender bien el proceso del envejecimiento celular”. Hoy día hay algunas células cancerosas que, por lo visto, pueden proliferar indefinidamente en el laboratorio, pero los cultivos de células normales envejecen y mueren.

      Un mecanismo defectuoso

      ¿Obedecen el envejecimiento y la muerte del ser humano a, como dice el libro La máquina del cuerpo, “la pérdida de capacidad de proliferación en una población celular [normal]”? Si así es, la citada obra añade que “es muy importante localizar y comprender los mecanismos que controlan esta capacidad limitada para reduplicarse, a fin de manipular tal pérdida de capacidad reproductora en un intento de incrementar la esperanza de vida humana”.

      Como probablemente recuerde del artículo anterior, el doctor Hayflick habló de “los milagros que nos llevan de la concepción al nacimiento y luego a la madurez sexual y a la vida adulta”. Después hizo referencia a “un mecanismo más sencillo que simplemente mantuviera la continuidad de esos milagros para siempre”.

      A pesar de años de esfuerzos coordinados, los científicos no han podido descubrir un mecanismo que mantenga la vida indefinidamente. “Las causas del envejecimiento siguen siendo un misterio”, admite el libro The Incredible Machine.

      Pero, en realidad, la causa del envejecimiento y la muerte no es ningún secreto. Se puede conocer.

      ¿Cuál es la causa?

      Quien lo sabe es aquel que ejecutó “los milagros que nos llevan de la concepción al nacimiento”, nuestro omnisapiente Creador, Jehová Dios. “Contigo está la fuente de la vida”, dice de él la Biblia. “Sepan que Jehová es Dios. Es él quien nos ha hecho, y no nosotros mismos.” (Salmo 36:9; 100:3.)

      Piense en lo maravillosamente que Jehová Dios programó nuestro desarrollo dentro de la matriz de nuestra madre, escribiendo, por decirlo así, un libro de instrucciones para que llegáramos a ser individuos únicos. “Tú mismo produjiste mis riñones; me tuviste cubierto en resguardo en el vientre de mi madre”, escribió un salmista bíblico. “Mis huesos no estuvieron escondidos de ti cuando fui hecho en secreto [...]. Tus ojos vieron hasta mi embrión, y en tu libro todas sus partes estaban escritas.” (Salmo 139:13, 15, 16.) Es obvio que el organismo humano, con un diseño tan prodigioso, no es producto de la mera casualidad.

      Ahora bien, si Jehová Dios nos creó perfectos para que pudiéramos vivir para siempre, ¿por qué envejecemos y morimos? La respuesta se encuentra en una prohibición que recibió el primer hombre, Adán, a quien Dios colocó en un hermoso hogar terrestre. Dios le impuso este mandato: “De todo árbol del jardín puedes comer hasta quedar satisfecho. Pero en cuanto al árbol del conocimiento de lo bueno y lo malo, no debes comer de él, porque en el día que comas de él, positivamente morirás”. (Génesis 2:16, 17.)

      ¿Qué sucedió? En lugar de obedecer a su Padre celestial, Adán desobedeció y comió del árbol, como había hecho su esposa, Eva. Ambos se aferraron egoístamente a la falsa promesa que les hizo un ángel rebelde. (Génesis 3:1-6; Revelación [Apocalipsis] 12:9.) De modo que, tal como Dios había dicho, murieron. Aunque Adán y Eva habían sido diseñados con el potencial de vivir indefinidamente, su existencia dependía de que obedecieran a Dios. Al ser desobedientes, pecaron. Entonces, como pecadores, transmitieron a toda su descendencia el defecto mortífero que había en sus cuerpos. “Así la muerte se extendió a todos los hombres.” (Romanos 5:12; Job 14:4.)

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